Cap. III. Salvador de la Cruz y el Cardenal Solís: el pleito de 1751, el Arzobispo Hermano Mayor perpetuo de la hermandad, el Jubileo Circular en la Capilla y las Bulas de Clemente XIV.

 

                        En el folio 53 del libro primero de asiento de hermanos, figura el siguiente acta de la recepción del Cardenal Solís como Hermano Mayor de la cofradía (mantenemos en este caso la ortografía original): «En la ciudad de Sevilla, en primero de Julio de mil setecientos y sesenta y seis años. El Emmo. y Excmo. sr. Dn. Francisco de Solís Fox de Cardona, Cardenal Presbítero de la Santa Iglesia de Roma con el título de Solís, Cavallero de la Real Orden de San Genaro y de la orden de Calatrava, del Consejo de Su Majestad, Dignísimo Arzobispo de esta Ciudad, se sirvió resevirse y fue resevido por Hermano de nuestra Hermandad y Cofradía del Ssmo. Christo de la Fundación y María Ssma. de los Ángeles, y S. Ema. Exma. se dignó admitir la oferta de esta Hermandad consediendole la Honra de ser Hermano mayor perpetuo de ella; y confirmó dicho Emmo. y Exmo. Sr., de que yo el Secretario doy fe» . Al final del documento están las firmas y rúbricas del Cardenal de Solís Folch de Cardona, Arzobispo de Sevilla, y de Melchor Lalana y Casaus, Secretario, y la anotación de que «averiguó dicho Emmo. y Exmo. Sr. en el día 2 de Agosto, que es nuestra fiesta, con 150 ducados» .

 

                        ¿A qué fue debido este hecho, singular, de que un arzobispo aceptase no sólo recibirse de hermano de una cofradía sino ser nombrado Hermano Mayor de ella, pagando, además, una significativa limosna en el momento de su ingreso? Ricardo White, que en 1766 aún no pertenecía a la hermandad, nos dejó su versión, treinta años después, en las páginas de su breve historia sobre la misma. En ella nos dice que «Salvador de la Cruz, de color, Mayordomo muchos años hasta su muerte de nuestra Hermandad, fue el instrumento para recordar a nuestros Exmos. Prelados Arzobispos que ella y su Capilla estaban fundadas bajo la protección de tan alta Prelacía, y los Sres. Exmos., sin más indagar la llaman con santa devoción Nuestra Hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles» . Cuenta White que Salvador de la Cruz, «conocido vulgarmente por el Negro de la casa honda… sepresenta por sí solo al Exmo. Sr. Dn. Francisco de Solís Folch de Cardona, Arzobispo de esta ciudad felicitandole por su acceso a esta Mitra, implorando su protección a esta Hermandad; S. E. le recibe con una benignidad singular, y sin más recomendación da orden a los familiares que jamás impidan la entrada a Salvador de la Cruz, lo que le facilitó una intimidad con S. E. cual si fuese un íntimo y querido familiar, con franca libertad de pedir cuanto necesitase, pero Salvador de la Cruz para sí nada quería. Propuso a Su Emma. el que se dignase admitir ser Hermano Mayor de esta Cofradía y Hermandad, y no bien manifestado que condescendiendo por S. E., y lo que es más firmar la partida en el Libro de los demás hermanos, cual si fuese el menor… nombrando por Vice Hermano de esta nuestra Hermandad a Dn. Pó García Tagle, Presbítero Maestro de Pajes de S. Emma. y después Prebendado de esta Santa Iglesia».

 

                        ¿Quién era el arzobispo Solís? Había nacido en Madrid, en febrero de 1713 en familia de la alta nobleza. Su padre, duque de Montellano, era grande de España y caballero de Santiago y su madre, marquesa de Castelnovo y de Pons. Fue consagrado en 1749 arzobispo de Trajanópolis –una sede honorífica–, ocupando el cargo de coadministrador del arzobispado de Sevilla. En 1752 es promovido obispo de Córdoba y en noviembre de 1755 es elevado a arzobispo de Sevilla. Pocos meses después, el papa Benedicto XIV lo erige cardenal, el 5 de abril de 1756. Además de por sus esfuerzos en mejorar la relajada disciplina de los clérigos de la archidiócesis, los historiadores destacan de él tanto su derroche en gastos suntuarios como su esplendidez para con los pobres (45). Llegó a tener 75 criados, cuyo pago ascendía a más de 175.000 reales anuales, y fueron también muy cuantiosos los gastos realizados las dos veces que estuvo en Roma para asistir a cónclaves para el nombramiento de nuevo Papa: en 1769, en que se eligió a Clemente XIV, y en 1775, del que saldría pontífice Pío VI y del que ya no regresaría, porque allí le sorprendió la muerte, aunque sí volvería a Sevilla su corazón que sería depositado en el coro del convento de las Capuchinas, a las que había favorecido especialmente en vida.

 

                        El cardenal, cuyos retratos fueron siempre de perfil, no para destacar aún más su nariz agüileña sino con objeto de ocultar la falta del ojo izquierdo, demostró también continuamente una gran generosidad en sus limosnas a conventos y otras instituciones de atención a los necesitados. Esta vertiente de su personalidad, tan propia de un miembro poderoso de la nobleza abierto al socorro paternalista de los sectores sociales más desfavorecidos, debió ser la que, con toda seguridad, le hizo accesible a Salvador de la Cruz, cuya fama de piedad y rectitud se extendía por toda la ciudad. Como un favor más hacia los más desgraciados y una muestra de humildad personal debe tomarse su decisión de tomar bajo su protección a este negro ejemplar, dócil, devoto y con fama de santidad en todos los estamentos sevillanos, cuya excepcionalidad se subrayaba por el hecho mismo de ser moreno: de las personas de esta etnia, difícilmente se esperaba pudiesen destacar en el campo de la religión o tuviesen dotes sobresalientes, dada su «natural» tendencia inconstante e infantil. Y al tomar bajo su protección el Arzobispo a este virtuoso negro de la casa honda, por su intermedio adoptó también a la hermandad de los negritos, aceptando no sólo figurar como hermano de la misma sino el cargo de Hermano Mayor.

 

                        En la Semana Santa de quince años antes, en 1751, y con intervención directa de los mismos protagonistas, se había producido uno de los conflictos más sonados entre las hermandades sevillanas y el arzobispado. Ya entonces era mayordomo de la cofradía de los negros, desde tiempo atrás, Salvador de la Cruz, y aunque no era arzobispo todavía Don Francisco de Solís, sí ejercía de hecho el gobierno de la Iglesia sevillana, al ser coadministrador de la misma por no residir en la ciudad –ya que nunca lo hizo– el arzobispo Infante Luis Antonio Jaime de Borbón, hijo del primer rey de España de dicha dinastía, Felipe V, el cual, había sido nombrado cardenal a los ocho años y terminaría renunciando al estado eclesiástico y casándose años más tarde. Por cierto que, su hijo varón, también llamado Luis, sería también cardenal-arzobispo de Sevilla y Toledo a finales de siglo. Fue en 1755, al quedar la sede vacante por la dimisión del primer cardenal Borbón, cuando Solís sería promocionado a ella desde el obispado de Córdoba que ocupaba en ese momento.

 

                        Bermejo nos dejó, en su libro de 1882, la siguiente detallada narración del famoso pleito: «Siendo el Sr. arzobispo de Frajanópoli, D. Francisco de Solís, Fohl de Cárdona, Co-administrador de este Arzobispado, por el Sermo. Sr. Infante Cardenal D. Luis de Borbón, dispuso en 1750 que las cofradías, al salir de la Catderal pasasen por delante de la puerta principal del palacio, para verlas desde su balcón. Para este fin, tenían las procesiones que ir por un tránsito que había en el llamado patio de los Olmos, situado este, con otras oficinas del Cabildo, en lo que hoy es plaza del palacio Arzobispal, y saliendo por una puerta del arco, frente a la Borceguinería, dar vuelta por delante del palacio para ir a entrar en la calle Placentines.

 

                        Esta orden no sabemos si se llevó a efecto en dicho año, o si hubo alguna causa que lo impidiese; mas en el siguiente de 1751 se reprodujo, con sumo disgusto de las cofradías, y para su cabal cumplimiento se colocó un notario en la puerta de la Catderal para recordarla a las hermandades.

 

                        Parece que todas obedecieron; mas la que nos ocupa –se refiere concretamente Bermejo a la cofradía de la Exaltación, de la parroquia de Santa Catalina, situandose el hecho en la tarde del Viernes Santo, 9 de abril–, desentendiendose del precepto que se le intimara, empezó a salir por el sitio de costumbre. Viendo esto el Notario, dio cuenta al Sr. Solís, el que insistiendo en su propósito mandó, bajo cierta multa, que la hermandad cumpliese lo ordenado. Empero, no bastando esta segunda orden para que la corporación obedeciera, fulminó excomunión contra su hermano mayor, que lo era el Sr. D. Antonio de Sandoval, conde de Mejorada.

 

                        Al punto que notificaron a este señor dicha providencia, hizo parar la cofradía, quedando el paso del Señor junto a la puerta del costado del palacio Arzobispal, y el de la Virgen entre la puerta de la Catedral y la de los Palos, y acudió en recurso de fuerza a la Audiencia, que al intento se reunió inmediatamente. Después de las diligencias ordinarias y de algunos incidentes que ocurrieran entre ambas jurisdicciones, declaró el tribunal que el Arzobispo hacía fuerza, prescribiendole alzara la excomunión y el mandato; a lo cual se negó dicho señor, estrechando a la Corporación al cumplimiento de sus disposiciones. llegó el caso que la Audiencia decretara el extrañamiento del Prelado, ordenando su salida del Arzobispado inmediatamente. Al fin cedió este señor, alzando las censuras; y entonces, siendo ya más de las diez y media de la noche, siguió la hermandad su estación por el sitio de costumbre, hasta su capilla, como si nada hubiera ocurrido.

 

                        La cofradía del Santísimo Cristo de la Fundación, de hermanos negros, venía detrás de la que nos ocupa; y habiendosele hecho igual notificación que a esta, y ordenandosele, en vista de la cuestión referida, que no se detuviera, y que pasase delante de la que disputaba, contestó: Que por donde iban los blancos irían los negros; permaneciendo parada dentro de la Catedral hasta la conclusión del recurso, que entonces siguió también su estación. El Cabildo eclesiástico, en vistas de la detención de las cofradías en su Iglesia, mandó iluminarla y no se cerró hasta el final del todo».

 

                         La decisión de la hermandad de los negros refleja claramente que en modo alguno estaba dispuesta a «ser menos» que la de blancos que la antecedía, aunque esta tuviese como hermano mayor a un miembro de la nobleza. El orgullo étnico continuaba vivo y se reflejó en esta ocasión en la negativa a aceptar discriminación ni tratamiento despectivo alguno por parte del Arzobispado. Menos aún cuanto que, como hemos visto, la hermandad era reconocida como una de las más antiguas de Sevilla, lo que tenía a gala. Ella no interpuso el pleito ni había tomado la iniciativa de negarse a los deseos del prelado, pero se consideró atomáticamente personada en el recurso. La frase que se haría famosa: «Que por donde iban los blancos irían los negros» equivale a la afirmación de que su cofradía no era menos que la que más.

 

                        En 1766, cuando Salvador de la Cruz consigue de Solís acepte el cargo de Hermano Mayor y, con ello, convertirse en protector de la hermandad, el suceso estaría, seguramente, olvidado por ambas partes, y «Su Eminencia, prendado de la modestia y humildad de este hombre, y descubriendo en él una gran virtud, accedió gustoso a su demanda».

 

                        Desde este momento, Solís concede a la cofradía y a su capilla frecuentes limosnas y repetidos favores, y por su influencia ingresan en la hermandad algunas destacadas personas de su entorno, como su capellán, Miguel Bermúdez. Aprovechando la expulsión de los jesuitas, ocurrida en 1767, concede a la Capilla el Jubileo Circular de las Cuarenta Horas, que venía practicándose en Sevilla desde 1698, y lo otorga precisamente los días 1, 2 y 3 de Agosto, para hacer más solemnes los cultos de la fiesta de la Virgen de los Ángeles, trasladando el Jubileo desde el Convento de los Terceros, en que tenía lugar dichos días y los dos inmediatamente anteriores, y pasando a dicho Convento los días de mayo que antes correspondían a la orden de San Ignacio.

 

                         En una de sus estancias en Roma, consiguió de Su Santidad el Papa Clemente XIV, en 29 de abril de 1774, seis Bulas, que pasaron por el Consejo Real el 9 de Junio y por el Ordinario el 23 de dicho mes, siendo recibidas solemnemente por la hermandad en cabildo general celebrado el 10 de julio. El Acta del mismo –al que falta la casi totalidad de una página, que ha sido arrancada salvajamente– recoge que en dichas «Bulas y Letras Apostólicas de Nuestro Santísimo Padre Clemente XIIII», este «se digna conceder a los Hermanos y Hermanas, Negros y Blancos, los jubileos, gracias y perdones que se expresarán, y también en favor de los difuntos» . Todo ello, «a instancia y suplicación de nuestro Hermano mayor perpetuo el Eminentísimo y Excelentísimo Señor Don Francisco de Solís Fox de Cardona, Cardenal de la Santa Iglesia Romana, Dignísimo Arzobispo de esta Ciudad, nuestro protector y continuo bienhechor».

 

                        Los jubileos, gracias y perdones a los que se refieren las 6 Bulas, «despachadas en pergamino», consisten, básicamente, en la concesión «a esta Iglesia Capilla y sus Altares, con el título del Santísimo Cristo de la Fundación y María Santísima de los Ángeles, y a los cofrades de la Hermandad fundada en esta nuestra Iglesia (que es la más antigua de las muchas que hay en esta ciudad, y como tal preside nuestro estandarte a todas en la procesión de Corpus que anualmente celebran los Ilustrísimos Cabildos Eclesiástico y Secular por las calles acostumbradas), hombres y mujeres, negros y blancos, y a los que nuevamente se alistaren y recibieren y apuntaren en el libro de recibimientos, y para el artículo de la muerte; y en favor así mismo de los dichos Hermanos y hermanas difuntos que estuvieren en penas de Purgatorio, por medio del incruento sacrificio de la Misa que se celebrare en cualquiera de los Altares de esta nuestra Iglesia, como privilegiados y de ánima «.

 

                        Más en concreto, el Papa concede Indulgencia Plenaria a todos los fieles cristianos de uno y otro sexo, negros o blancos, que se reciban por hermanos de la Cofradía, habiendo confesado y comulgado y estando verdaderamente arrepentidos; a cuantos hermanos y hermanas, en las mismas condiciones, visiten la Capilla en la fiesta de la Inmaculada Concepción o en su víspera, o invoquen el nombre de Jesús en el momento de la muerte. Asimismo, los cofrades ganarán siete años y siete cuarentenas de perdón visitando la Capilla en los días del Salvador del Mundo, Patriarca Señor San José, Epifanía del Señor y San Agustín. Obtendrán también Indulgencia Plenaria cuantas personas, sean o no miembros de la Hermandad, realicen igual visita, confesados y comulgados, en el día de Nuestra Señora de los Ángeles, el Viernes de Dolores, el día de la Santa Cruz o el Domingo de la Beatísima Trinidad, como también cuantos acompañen a las Sagradas Imágenes de la cofradía en su estación de penitencia el Viernes Santo o las visiten en dicho día.

 

                        Todos los altares de la Capilla gozarán de las prerrogativas y gracias de los privilegiados en las misas por el alma de los cofrades o de cualquier otra persona «en el día de deposición de los cadáveres», en la fiesta de conmemoración de los difuntos, en los días de su Octava y los lunes, sábados y domingos de todo el año. Y también se conceden las mismas gracias a las misas que digan los sacerdotes que sean hermanos de la cofradía por el alma de hermanos y hermanas difuntos de la misma, aunque las digan en otras iglesias.

 

                        Una vez relacionadas en el Acta el contenido de las Bulas, esta concluye con las siguientes palabras: «Y habiendo oido, y entendido, todos los dichos hermanos lo supramencionado, dijeron daban muchas gracias a nuestro Hermano Mayor perpetuo, el Emmo. y Exmo. Sr. Cardenal Arzobispo de esta ciudad, por la dignación con que honra, favorece y enriquece a nuestra Cofradía, así en los costos de sus fiestas y cultos como en lo espiritual, impetrando de Su Santidad las bulas y Privilegios que se les ha leido y explicado enriqueciendo espiritualmente a todos los hermanos y hermanas de nuestra Hermandad en la vida y en la muerte, lo que es digno de eterna memoria.. Y para que lo sea y públicamente conste a todo el pueblo cristiano, se determinó por toda la Hermandad que nuestro Hermano Mayordomo, Salvador de la Cruz, y el presente Secretario se dediquen a poner un sumario primoroso, y con su moldura decente, en lugar público de nuestra iglesia, en el cual se expresen los favores y privilegios concedidos por nuestro Santo Padre a súplica y expensas de nuestro muy amado Hermano mayor perpetuo, a quien rendirían las gracias yendo en diputación pero las muchas ocupaciones de Su Excelencia les detiene. Y piden y encargan al Mayordomo Salvador de la Cruz que en la primera ocasión oportuna ponga a los pies de de dicho Eminentísimo y Excelentísimo Señor a esta Hermandad, y a cada uno de sus Hermanos, rindiendo las posibles gracias, por todo cuanto se digna favorecernos y honrarnos, como tan caritativo Príncipe por cuya salud, vida larga y aumentos espirituales rogarán todos a Dios nuestro Señor para que le conserve en su mayor grandeza para muchos años.

 

                        Y el dicho Hermano Mayordomo Salvador de la Cruz aceptó el encargo y comisión que la Hermandad le ha conferido, con lo que se concluyó este Cabildo. Y de todo ello doy fe. Melchor Lalana Casaus y Velasco, Secretario 1º (rubricado)«.

 

                        Menos de un año después, morirían tanto Salvador de la Cruz como el cardenal Solís. La relación entre ambos se había hecho tan estrecha que, como señala Bermejo, recogiendo testimonios de aquella época, «el hermano Salvador de la Cruz llegó a ser tan estimado del cardenal que en su palacio tenía entrada a todas horas, siendo tratado con el mayor aprecio y distinción. E hizo aún más este Prelado. En ocasiones de enfermedad le visitó varias veces, no desdeñandose de subir a su humilde aposento, que era el cuarto que en forma de zaquizamí hay en la Capilla, sobre la sala de los pasos. ¡ Tanto merece la virtud ! En el mismo cuarto, en el que por espacio de más de treinta años habitó el hermano Salvador, solo y sin compañía alguna, murió en la noche del viernes 10 de Febrero de 1775, de edad de 116 años, dejando por heredera a la Santísima Virgen». La muerte al mes siguiente del cardenal-arzobispo, en Roma, impidió seguramente que, como fue comentario entonces en la ciudad, fuera abierto un proceso para su beatificación, lo que le hubiera convertido en el San Benito de Palermo sevillano.