PRESENTACIÓN DE PACO ROBLES

ANUNCIADOR DE LA CORONACIÓN DE LA REINA DE LOS ÁNGELES

Sevilla, 14 mayo 2019

José Pérez Bernal

Buenas noches.

Alcalde, Junta de Gobierno y Director Espiritual de la Hermandad de los Negritos. Autoridades. Director y músicos de la Banda de Música Municipal, hermanos, señoras y señores.

La Hermandad me ha pedido que presente a quien va a anunciar la Coronación de Nª Sª de los Ángeles haciéndole un cántico que, con toda seguridad, nos llegará al corazón: a D. Francisco Robles Rodríguez.

Para alguien que lleva 55 años de hermano y que está disfrutando de esta celebración tan especial, es un compromiso, pero también un gran honor.

Para mí, presentar a Paco Robles es muy fácil por varios motivos: En primer lugar porque es el periodista más conocido y querido de Sevilla, la “Ciudad de la Gracia” como a él le gusta llamarla pero, sobre todo, porque está muy relacionado con los Ángeles.

Tenemos dos cosas en común: ambos nos consideramos hijos de la Esperanza y juntos hemos conocido a muchos de los Ángeles que viven con nosotros en esta Sevilla privilegiada. Quizás no lo sepan, pero a Paco Robles no le gustan los pregones. Ha aceptado porque se trataba de la Reina de estos Ángeles.

 

Aunque es muy conocido, pocos saben que nació muy cerca de aquí, en el Barrio de la Judería, en la calle de las Dos Hermanas, conocida como el “callejón del puente” que une el actual Palacio de Altamira con Santa María la Blanca. Se crió en el Barrio de San Bernardo. Estudió Magisterio y Filología Hispánica y durante 16 años ejerció la docencia en Institutos. Ha escrito numerosos libros, todos con un estilo muy personal y atractivo, siempre con matices críticos y sociales, muchos de ellos dedicados a la Semana Santa sevillana. Es el ganador del último Premio Ateneo de Sevilla.

Siempre he pensado que un Hospital es un lugar excepcional para comprobar la categoría de las personas y yo he conocido profundamente a Paco Robles, precisamente, en un Hospital y en unos momentos especialmente duros de su existencia, cuando las circunstancias de la vida te ponen bruscamente los pies en la tierra y hacen que desaparezca todo el caparazón y el maquillaje con el que nos envolvemos para mostrarnos al mundo. Lo he conocido muy de cerca cuando el alma se queda desnuda, cuando la angustia por la enfermedad de lo que más quieres, de un hijo, te desconcierta y cuando se siente el frío de la muerte que se acerca a una velocidad de vértigo.

En esos momentos tan especiales la clarividencia se nos agudiza, tanto, que nos permite analizar nuestra existencia y, curiosamente, a detectar a muchos de los Ángeles que nos rodean y que normalmente no vemos. En el Hospital hablamos de ellos, no solo de los Donantes de médula, de sangre y de órganos, sino de muchos otros Ángeles sin alas que, en circunstancias normales, no somos capaces de identificar. Allí abundan entre los familiares de los enfermos o entre los voluntarios del Hospital Infantil pero, sobre todo, entre las enfermeras, unos Ángeles que siempre están al lado de los que sufren.

Precisamente en nuestra Hermandad tenemos a una de ellas, a Sacramento, un Ángel que ha sido pionera en lo que hoy llamamos pomposamente “humanización en las Unidades de Cuidados Intensivos”. Desde hace muchos años ha luchado en soledad contra la frialdad de una asistencia excepcional, pero que dio demasiada prioridad a la tecnología, dejando en segundo término al ser humano enfermo. Sacra, a pesar de las críticas recibidas, nunca bajó sus alas. En la UCI del Virgen del Rocío hablamos infinidad de veces de nuestra Virgen.

Entre nosotros hay muchos Ángeles, Ángeles sin alas que, transitoriamente, están dotados de cuerpo. En Sevilla vemos por las calles a unos Ángeles que siempre van en pareja, andando con resolución y mucha discreción para intentar pasar desapercibidas. Son las Hermanas de la Cruz. Estamos tan acostumbrados a verlas desde nuestra infancia que casi no nos damos cuenta de que siempre están a nuestro lado.

Yo he conocido a muchos Ángeles entre las Hermanitas de los Pobres, con las que me relaciono desde hace 46 años. También dentro de los conventos de clausura en los que he tenido el privilegio de visitarlas como médico cuando han estado enfermas. Cada noche del Jueves Santo escuchamos cantar a unos Ángeles en la calle Águilas; son las Hermanas Clarisas del Convento de Santa María de Jesús, Madrinas de la Coronación.

He identificado a muchos Ángeles entre bomberos y policías, entre conductores de ambulancia, sacerdotes o profesores de colegios e institutos. También entre costaleros, músicos e, incluso, entre periodistas sevillanos. Se pueden ver luchando en el mar para salvar a inmigrantes que buscan un mundo mejor o acompañando en Sevilla a los que sufren la soledad. Si nos fijamos, también hay muchos Ángeles en las Hermandades, en los economatos, en los comedores sociales o ejerciendo todos los días del año lo que yo llamo “la Semana Santa que no se ve”.

Hay muchos Ángeles entre los donantes de sangre y de médula. También entre los donantes vivos de un órgano, gentes excepcionales que como Cristo, dan parte de su cuerpo por amor y que, como afirma nuestro Hermano Mayor Monseñor Asenjo, ejercen “esta nueva forma de vivir la caridad y de amor al prójimo”. También he conocido a muchos Ángeles entre las familias de los donantes de órganos fallecidos que siguieron las enseñanzas de otro Hermano Mayor nuestro muy querido, el Cardenal Amigo: “No te lleves al cielo lo que necesitamos aquí”.

Si somos capaces de mirar con la sensibilidad de los ojos del alma veremos a muchos Ángeles cuyas alas están hechas de bondad, de solidaridad y de otros valores capaces de llenar los corazones más necesitados. Estos Ángeles son fáciles de ver, porque los envuelven una luz especial.

Se va a coronar a la Reina de los Ángeles. Desde que yo era un niño, nacido aquí al lado, en la calle Arroyo esquina a Júpiter, bautizado en San Roque y que aprendió a leer y escribir en un colegio de la Plaza de Carmen Benítez, sabía que Ella estaba aquí, siempre presente y con la humildad como su mejor estandarte.

Aun no me puedo creer que la vayan a distinguir de esta forma tan excepcional. Estamos disfrutando de una gran celebración, pero sigo pensando que la mejor corona que podemos regalar a nuestra Reina de los Ángeles no es de oro ni de piedras preciosas; seguirá siendo la del amor al prójimo, la de ayuda a los necesitados, la de la solidaridad con los “negros del siglo XXI”, muy distintos a los de hace 625 años, pero que existen y son muy reales.

“Ángeles para la Vida” es el mensaje que cada año escribe nuestra hermana Patricia en el cirio dedicado a todos los Donantes que ilumina a la Reina de los Ángeles cada Jueves Santo. Esa luz, que también está para iluminar nuestros corazones y hacerlos mas solidarios, es uno de esos pequeños detalles, estéticos y humanos, que engrandecen a una Hermandad.

Paco Robles, nuestro Pregonero de la Coronación, tiene en su casa, en su familia, un “Ángel para la Vida”, un hijo que precisamente se llama Ángel y que fue donante de médula y de Vida para su hermano, al que salvó hace ya 5 años. El engendró un Ángel y enseñó a sus hijos algo que escribió en sus corazones: “el cristianismo es dar todo lo que se tiene, darlo todo a cambio de nada”.

Él entiende de Ángeles. Nadie como él para anunciar la Coronación de nuestra Virgen de los Ángeles, la Madre del Primer Donante.

Paco Robles: tuya es la palabra.

 

CANTICO A NUESTRA SEÑORA DE LOS ANGELES

Sevilla, 14 mayo 2019

Francisco Robles

 

DEDICATORIA

He aquí la dedicatoria

De este cántico que empieza
Recordando la memoria
De quien vive en el vergel
Al que llamamos la gloria.

Ya habita en el paraíso
Quien a la Virgen la quiso
Como si en ello le fuera
La vida, en el compromiso
De cantarla y de quererla.

Con Jesús del Gran Poder,
Un ángel está a su vera.
Este canto a mi manera,
por el ángel que se fue:
El arcángel Rafael,
Rafael González Serna…

CÁNTICO DE APERTURA

Te canto con la humildad
De mi sonrisa y mi llanto,
Como le cantan los lirios
Al evangelio del campo,
Como el mar le va diciendo
Su copla al acantilado,
Convirtiendo la dura roca
En la arena de su grano.

Te canto sin el rigor
Del tenor o la soprano,
Sin corcheas ni redondas,
Sin las reglas del teatro,
Como si todo brotara
De la flor de tus encantos,
Como si todo viniera
De donde viene lo blanco.

Te canto con la pureza
De los colores más claros,
La claridad de lo negro
En tus antiguos hermanos,
Los que vivían más libres
Porque fueron tus esclavos,
Tan negros como el Cisquero
Que en San Lorenzo es el amo.

Te canto en los arrabales
De la desdicha sin santos,
Sin Vírgenes, sin tu rostro,
Sin la madera y sus clavos,
En ese agujero negro
Donde se hunden los barrios
Que no conocen a Dios
Ni se agarran a su mano.

Te canto en la mar más alta,
La que traía en sus barcos
A los pobres que nacían
Con nombres de desgraciados.
Con el nombre de la fusta
En sus espaldas clavado,
Con el precio en esos dientes
Que revisaba el avaro.

Te canto en la cruz del negro
Cuando en la calle me paro
Y recuerdo a quien un día
Se vendió por sus hermanos.
Ya no se puede ser
Más bueno ni más cristiano,
Pues eso lo hizo el Señor
Con Judas y con Pilatos.

Te canto con el dolor
Que siento en el latigazo,
En la cumbre de la infamia,
En el fondo del pecado:
Que no hay mal mayor que el mal
De tratar como a un esclavo
Al hombre que por ser hombre
Siempre será nuestro hermano.

Te canto con el silencio
De la llanura y su manto,
De la sabana que cubre
El sueño del desplazado,
Del hombre que es el destierro
Del paraíso africano.
Y lo venden en la calle
Como carne en el mercado.

Te canto porque tú sabes
Qué se siente en el regazo
Cuando al Hijo que pariste
Por ser Hijo lo mataron.
Yo no quiero florituras
De versos edulcorados:
Yo quiero cantarte ahora
Con la verdad del acanto.

Te canto con el acento
Circunflejo del acanto,
La flor de la eternidad
Que se refleja en tu llanto,
En tu rostro angelical
Que sonríe en su quebranto
Cuando te bebes el mal
En el cáliz del espanto.

Te canto como la rosa
Florece con lo temprano,
Como la lluvia regresa
Y cae desde lo alto,
Como el oro brilla a solas
Y el sol se muere despacio,
Como escribo con lo negro
Sobre el fondo de lo blanco.

Los Ángeles de tu nombre
Se resumen en el santo
Que Dios te puso a tu vera
Para cuidar de ese lazo
Que se anudó a tu cintura
Cuando el ángel te lo trajo.
Al carpintero José
Lo conozco, y es mi santo.

 

Puedo decir en voz alta que moriré después de haber conocido a un santo en la tierra. No hablo de un buen hombre, que hay muchos. Ni de un hombre bueno, que los hay menos, pero que también abundan en ciertos lugares llamados a la bondad y al amor por el prójimo.

Estoy hablando de un santo de verdad. Sé que a él no le gusta los que diciendo, pero yo no he venido aquí para decir lo que queréis escuchar, sino para empuñar la pluma indecisa de la verdad.

No soy quién para dirigirme a vosotros en una ocasión como ésta. Pero vuestro alcalde lo ha querido. Me lo pidió cuando más desguarnecido estaba. Indefenso ante el envite. Así me encontraba aquella noche. Para colmo, vuestro hermano José Pérez Bernal, que lleva el mismo nombre del carpintero que cuidó a Jesús, me lo pidió como él sabe pedir las cosas.

Entonces sentí el frío de las tres de la mañana, cuando suena su teléfono, o cuando sonaba su busca. Pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Este médico de vocación y de devoción se levanta a esa hora intempestiva.

Un joven se encuentra en los umbrales de la muerte tras un accidente de moto. Sus órganos están intactos. Puede salvar varias vidas si la familia así lo decide. Y allá que va nuestro santo particular, nuestro Ángel de la Guarda, con las alas del sueño en sus párpados despiertos.

Llega al hospital donde el dolor tiene aristas de vidrios rotos. Una familia destrozada en una sala donde el frío se corta con el cuchillo del desgarro. Doble hoja. O triple. Entonces el Ángel del Guarda saca el cofre donde guarda el único tesoro que Dios le ha dado a su enviado: la palabra.

Yo quisiera cantarte, Virgen de los Ángeles de batas blancas, con esas palabras que este hombre bueno y santo despliega en el aire que huele a muerte y desesperación. Con esas palabras que poco a poco van salvando un hígado y la vida de un enfermo desahuciado, y van despertando al riñón que florecerá en el costado de un esclavo de la diálisis,

y empieza a latir con sus sílabas de sístole y diástole en el corazón que está a punto de detenerse en alguien que cuenta su vida por minutos descontados en el reloj de una UCI,

y esas palabras abren los ojos para que vean los ciegos, y entonces sí, ahora sí, ahora creo en ti, Señor de la Fundación, Cristo de muerte y de caoba,

Jesús que me clavas a tu presencia y me llevas a la Verdad de tu Silencio,

ahora creo en Dios porque me lo está diciendo esa madre rota por la cintura, ese padre que no encontrará motivo para la alegría en los mostradores de la pena,

y ese hermano que no compartirá los juegos en el recuerdo de la infancia porque aquellos años de dulzura se volverán amargos como el nombre del sentimiento que lo atenaza.

Ahora sí creo en ti, porque tú fuiste el primer donante, el que abriste aquellos hospitales fundados para acoger a los más desgraciados, a los últimos que serán los primeros.

Eres el Dios de los fracasados, y por eso me identifico contigo, porque yo soy de carne y de fracaso, porque nunca podré cantarte a ti ni a tu madre tal como sois, porque voy a perecer en el intento como el náufrago que se traga la arena antes de tomar tierra, porque no puedo con esta Verdad tan mayúscula que me puede y que me abruma.

Por eso necesito las palabras de este Ángel de la Guarda que me acaba de llamar mientas escribo esto, no lo creeréis, pero ha sido así, mientras escribía este texto con la torpeza del teclado entre mis dedos inútiles,

he escuchado su voz, y me ha dicho que va a pedirte que me ilumines, Señora de los Ángeles que alumbran el mundo con la bondad y la belleza, me ha dicho que va a bajar al cielo de tu capilla fronteriza, entre la Ronda y la Cruz del Campo, para que enciendas la mecha de la llama que arde en el conocimiento,

y por eso te escribo, Ángeles de los Negros a los que cantó aquel hermano tuyo que me lleva a la infancia, que me renace como vuelve a la vida el enfermo del hígado que vuelve a sentir cómo el funciona la máquina por dentro,

como regresa a la calle el hombre liberado de la esclavitud de la diálisis, como se siente libre el corazón que late al compás de los cantos que te buscaban en los campos de algodón, como vuelve a ver el que estaba ciego, como vive el que se creía muerto.

En esa fría sala de hospital, la madre de ese joven ha dicho lo mismo que tú le dijiste al arcángel Gabriel. Le ha dicho sí al ángel que tú le has enviado y que se llama José, como el hombre que te acompañó a la cueva de Belén por aquellos caminos que se hicieron de agua, viento y frío.

Se está muriendo la noche
Y se muere el hospital
Cuando la vida le falta
A quien se rompió el cristal
En una esquina cualquiera.
¿La hora? ¿Y eso qué más da?
Se está muriendo la noche
Cuando le empieza a sonar
El móvil que no descansa.

De pronto, en el despertar,
La esperanza de una vida
Que se pudiera salvar.

El donante está en el mármol,
Pisando el trágico umbral
Que lo separa del mundo
Que lo ha venido a buscar.
El médico se levanta,
Las llaves quieren girar
Para abrir la cerradura
De la puerta, y ya está
En la calle solitaria
Donde solo hay soledad.

Se lo sabe de memoria,
El rito de preguntar,
De pedirles que le donen
Lo que ya le va a sobrar
A quien lleva en esa herida,
La herida que ya es mortal.
El tacto con la familia,
La grandeza es humildad,
Nunca exige, siempre pide
Quien la vida va a salvar
Con el órgano que vive
De manera artificial.

Todo se pone en marcha
Tras el sí que le va a dar
Quien nos da la gran lección
Que encierra el verbo donar.
Por eso yo lo proclamo
Ante el palio de tu altar
En esta noche de mayo
Con la voz de la verdad.

Quien salva la vida a un hombre,
Salvará a la humanidad.
Y ese salvador es tuyo,
Nazareno sin ruan,
De azul el escapulario
Que lleva en el hospital
Cuando la noche amanece
Y Dios va a resucitar
En el trasplante gloria
Que un ángel va a anunciar,
Un ángel de los Negritos
El ángel Pérez Bernal.

TODOS SOMOS ÁNGELES

Los ángeles no existen. Quien diga que los ángeles existen, miente. Peor aún: utiliza la tercera persona del verbo para escabullirse. Para escaquearse. Porque la verdad no está en la tercera persona, sino en la primera del plural. Los ángeles existimos. Los ángeles somos nosotros. Ahí está uno de los pilares de la revolución del cristianismo. Una revolución pendiente que está por acabar. O por empezar…

Todos llevamos un ángel dentro. Solo hay que descubrirlo par que salga a la luz. Y ese descubrimiento solo se puede llevar a cabo por obra y gracia de una de las tres potencias del alma. De la última: la voluntad.

Por eso es tan cómodo negar la existencia de los ángeles. O reducirlos a un mundo superior al que no llegaremos nunca. Volátiles y alados, espíritus puros que nada tienen que ver con nuestra condición contradictoria y mortal. Esos ángeles nos vienen de perlas. Allá ellos con el dolor y los problemas de la humanidad. A mí, que me registren.

Sin embargo, todos llevamos un ángel dentro. Y eso es, además de un don de Dios, una carga terrible de responsabilidad. Porque ese ángel de interiores ha de salir a la luz pública para actuar. Porque el Cristo no habla. Actúa. Y ahí está la raíz de la cruz y la caoba. En su forma de actuar.

No busquéis al Cristo de la Fundación entre los muertos. Ni entre los legajos que confirman que sois la hermandad más antigua de Sevilla. Tiene guasa la cosa: aquí los que tienen papeles son los negros, cuando en la vida real sucede lo contrario en demasiadas ocasiones: son los negros los que no tienen papeles, y por eso viven con el miedo como una cruz a cuestas.

No busquéis al Cristo entre los muertos, porque no lo vais a encontrar. El sepulcro de Jerusalén está vacío. Como vacío se queda el ángel que no hace nada y que mira cómo pasa la vida a su alrededor.

Cada uno de vosotros tenéis ese ángel dentro. Incluso me atrevo a decir algo más atrevido: cada uno de vosotros es un ángel. El ángel de la guarda que puede guiar a un amigo cuando toma el camino equivocado.

O el que puede guardar el sueño de un enfermo, el que puede escuchar al que pide oídos para descargar su desgracia. El ángel que acude al supermercado, a la tienda donde se venden los libros para el colegio, a la óptica donde los que están medio ciegos gozan el milagro de la visión.

El Cristo de la Fundación es tan generoso, que se ha quedado a solas mientras nosotros gozamos de este acto. Al otro lado de la Ronda, vela por nosotros. Sus Penas son las mismas que lleva sobre el hombro este Jesús que comparte la cruz con el cirineo.

Navío de rocalla y de claveles,
Domingo de la luz que no se fía
Del aire que la túnica le mueve.
Las nubes, algodón para la herida
Que sufre en ese sueño de bajeles
El rostro ensangrentado por la espina.
Camina con sus Penas en la espalda,
Los ojos en la flor que no le guía,
Un hombre de Cirene lo acompaña.
La muerte es una espada, es un estoque
Que clava sus aceros en la plaza:
El hijo de la Gracia y la Esperanza
No muere, porque vive aquí, en San Roque.

Y al otro lado de la calle, el silencio de Dios crucificado en escalofrío. Desnudo de la luz que es la Luz, que es Él Mismo. El misterio es apabullante. Ahoga. Asfixia la mente y coagula las ideas. No se puede razonar ante su presencia. El Cristo de la Fundación es el origen de la hermandad, de la cofradía, de todo.

La Virgen de los Ángeles ofrece el manto de su protección a los donantes para que el círculo se cierre. Hospitales del medievo y UCIS del siglo XXI. Cuidados paliativos de entonces y trasplantes de hoy. Todo cuadra en el preciso mecanismo de la relojería de Dios. Los verso caen como lágrimas de tinta. Y entonces la gubia del grafito acaricia la madera del soneto:

Te has bebido la luz de la caoba
Dejando al Jueves Santo en la penumbra.
Tiniebla bajo el sol que ya no alumbra
Porque Dios, que es la luz, la luz nos roba.

Te mueres en el vientre de una alcoba,
En lentos hospitales donde encumbra
La muerte a quien de pronto se acostumbra
A verte en ese rictus que me emboba.

Lo negro te ha tiznado y te ha deshecho,
Hundiendo tu mandíbula en la sombra
Que busca el corazón bajo tu pecho.

Tu cuerpo es una sábana en el lecho,
Tu muerte mis escombros desescombra,
Tu nombre me refunda por derecho.

BANDA TOCA GABRIEL’S OBOE

¿Cuál es la misión de la cofradía? Buena pregunta. Para ver el futuro, nada mejor que volver los ojos al pasado. No me cansaré nunca de repetirlo. El niño que fuimos es quien nos guía hacia el hombre que algún día seremos.

La misión de la cofradía de los negros tiene mucho que ver con las misiones que se han expandido por el mundo desde que el Cristo de la Fundación las fundara. Llevar la palabra de Dios a quien necesita comida, y llevarle comida al que necesita la palabra de Dios.

Porque todo es lo mismo y tú lo sabes, porque la Belleza de la Virgen de los Ángeles y de su paso es el alimento para el espíritu, y el pan que se reparte a escondidas, sin que nadie lo vea, es la Belleza en estado puro.

¿Cuál es la misión de este cántico que me atrevo a pronunciar aquí? La misma que formularon dos alemanes. Beethoven y Benedicto XVI. A la belleza por el camino del dolor. La belleza es el puente que utiliza Dios para ponernos en contacto con Él. Esa hermosura es la que buscan aquellos negros que salían en el Corpus cuando la ciudad se miraba en el poderío de las Indias.

La Tarasca como reverso del Santísimo. Cuerpos de baile, de danzarines que contusionaban sus cuerpos en un alarde del Barroco que estaba naciendo en los talleres de la ciudad. La chacota y la zarabanda, la mojiganga y la memoria del África nativa en esos danzones que mezclaban lo original con lo autóctono.

Antes de que el Concilio Vaticano II abriera las puertas al folklore de cada tierra para venerar a los santos y para adorar a Dios, los negros de Sevilla hacían lo propio en aquel Corpus que añoramos sin haberlo vivido. Por eso me pregunto qué hago aquí, si aquellos cantos salidos de las entrañas del dolor y del fracaso, y del gozo por estar vivos al mismo tiempo, son la cumbre de la verdad y de la música.

Por eso me pregunto qué hago yo aquí. ¿Qué te puedo cantar si todo te lo han cantado tus negritos a lo largo de los siglos?

¿Qué quieres que te diga
Si Dios ya te lo ha dicho?
¿Qué quieres que te escriba
Si en ti ya estaba escrito
El viento de tu palio
Troquelado y distinto,
Las perlas de acuarela
Disueltas en el río,
Ese manto de azucena
Con marfiles precisos,
La peana encendida,
tu cintura de lirio,
Tu mirada de nieve
Que me da escalofríos,
El oro de tu vientre
Anunciando lo que vino,
Las manos donde extiendes
La bondad de tu Niño,
El nácar de tu nombre
Y el Ángel que te dijo
Que serías la Madre,
La Madre del Dios Mismo?

¿Qué quieres que te escriba
Si Dios ya te lo ha escrito
Todo en aquellos versos
Que soñaron los místicos?
Los ojos deseados,
Los ojos del herido
Que vio la luz del ciervo
Y el ciervo ya era ido,
Mientras quedaba el pecho
Tan solo y con gemido.
¿Qué quieres que te lea
Si todo lo han leído
Tus pintores de guardia
En el lienzo encendido?

Colosal como el cielo
Con el azul teñido
De gloria inmaculada
Te imaginó Murillo,
Y así te veo ahora
En mi oculto delirio:
Azul de nieve y blanca:
Tú eres de Los Negritos,
Nazarena de sol,
Escapulario tibio
Que en tu pecho es el cielo
Donde encuentro mi asilo.

¿Qué quieres que te cante
Si te cantó el negrito
Con las gardenias justas,
Con su voz de solsticio,
Con mi infancia escondida
En lo dulce del ritmo
Que metía a compás
La flor del compromiso?

Con su voz de melaza
Coloreo de grafito
Con el negro del lápiz
Que me ha prestado el niño:
Ese niño que fui
Y que soy ahora mismo.
Los angelitos negros,
Los negros angelitos,
Tan negros como el cante
Que te canta este niño
Por saetas de Machín
Con su voz de angelito.

CANTA ALEX ORTIZ ANGELITOS NEGROS

BANDA TOCA ANGELITOS NEGROS

Cuando Felipe Guerra me pidió que estuviera hoy aquí, no pude decirle que no. Yo me había propuesto, como plan de vida, retirarme de estos atriles después de haberlos pisado brevemente. Ni es mi género, ni es lo mío. O eso pensaba en una actitud arrogante de la que me arrepiento. Reconocer los errores es algo que no está reservado a los sabios, sino a los torpes, o sea, a los que nos equivocamos.

Aquella noche me abriste las puertas de tu hermandad, querido alcalde. El único alcalde de Sevilla, por cierto, al que nunca lo critican por un bache ni por un atasco de tráfico. Me abriste las puertas para que pudiera cantarle a nuestra Virgen de los Ángeles. Y sellamos el acuerdo sin necesidad de papeles ni escrituras.

Sin firmar un documento
Ni mediar un previo aviso
Sin cruzar un juramento
Hemos hecho un compromiso.

Fue en un patio y lo recuerdas,
Alcalde de Los Negritos:
No faltaba un perejil,
Estaba hasta el arzobispo.

Me pediste que viniera
A cantarle, con mis ripios,
A Quien protege en su nombre
El nombre de mi Angelito.

Ese nombre se lo puso
Su hermano cuando era niño.
El hermano al que este Ángel
Salvaría del abismo.

Con su sangre lo salvó
Como si fuera el pelícano,
El del Cristo del Amor,
El del Amor hecho Cristo.

Esta historia es verdadera,
Es mi historia, la del hijo
Que salvó de la tiniebla
La vida de su hermanito.

Con la verdad por delante,
Creedme cuando os lo digo:
He cumplido con Felipe
Mi parte del compromiso.

Sin firmar un documento
Ni mediar un previo aviso
Sin cruzar un juramento
Hemos hecho un compromiso.

Yo dije que no daría
Pregones con sus avíos,
Los avíos del puchero
Donde no falta el tocino
Que vuelve grasiento el caldo,
Con la grasa de los ripios.

Pero incumplí mi palabra
Por culpa de un compromiso
Que me llevó hasta el Amor
Que se alza sobre el pelícano.

Compromiso del amor
Sin promesas por escrito,
Sin firmar más documento
Que los versos que te escribo.

Son los versos de Machín,
Versos que ya son los míos,
Son los versos de la Virgen
Que hoy compartiré contigo.

¡Cómo sabía el alcalde
El momento de pedirlo!,
Para que yo le rompiera
Ese absurdo compromiso
Que me impedía cantarle
A la Virgen de mi abrigo,
La que me endulza la pena
Como tú haces conmigo.
Porque la Madre es el amor,
Y lo tiene repartido.
El amor que me enamora
Y es el aire que suspiro.

Sin promesas nos juntamos,
Ni te obligas ni me obligo
Y aun así sé que soñamos
Tú conmigo, yo contigo.

Tu destino es como el mío
Si eres vela yo soy viento
Si eres cauce yo soy río,
Si eres llaga, yo lamento.

Nadie habló de enamorarnos
Pero Dios así lo quiso
Y tan sólo de tratarnos
Ha nacido un compromiso…

El mismo que nos mantiene
Unidos al mismo Cristo:

Iguales ante la Madre
Que nos quiere y que nos quiso,
Hijos del mismo Dios,
Y aunque no esté por escrito,
Ni aunque hayamos rubricado
El papel del compromiso,
Somos hijos de los Ángeles
Y por eso lo decimos:
Somos hermanos de luz,
Y hermanos de Los Negritos.

La tarde se duele con el rejón de la luz. Hermoso como un león al mediodía, cantó el poeta. Hermosura en la plenitud del gozo que se adivina por la Ronda que no es la nocturna de Rembrandt, sino la diurna de Ocampo.

Las túnicas blanquean la luz que cae por la marina azul del escapulario. Suena un martillo que nos llama al orden de la muerte, como cantó Juan Sierra. El tiempo es de caoba. Los relojes son de madera. El sol es un farol que se repite tantas veces como puntos cardinales nos marcan el rumbo.

El Crucificado se recorta en contraluces imposibles. Es la tijera del Padre, que recorta el silencio de la muerte en el escapulario del cielo. Toda la luz se queda a vivir en la madera. Ni un solo color se refleja. Late la nada en el estuche vacío del cuerpo. Sin embargo, algo nos dice que esto es un tránsito. Un pasaje hacia la eternidad. Un tránsito doloroso que se curará con el algodón de los días.

Alguien nos dice que el gozo es posible,
que la felicidad tiene forma de palio,
que el aire lo traspasa en troqueles de gloria,
que la peana se derrite por el peso ingrávido de la Virgen,
que las perlas son los colores que nos llevan de la mano al paraíso recuperado,
que los candelabros tintinean cuando chocan contra el cristal del aire,
que lo bizantino ha cruzado el Mediterráneo para quedarse a vivir en esta catedral andante,
en este templo del color y la sabiduría,
que no hay nada que temer cuando se acerca el paso y el mundo vibra,
que el mundo puede ser ligero como una nube de llanto,
que en su mirada hay estrellas que se han escapado de los astrolabios,
Que los telescopios no pueden con Ella,
que en sus labios hay astros que giran alrededor de su rostro,
que en su cara se quedó a vivir el olor de las azucenas,
que el nardo de su cintura se quiebra como un lirio,
que en la saya hay restos de un crepúsculo que nadie ha visto todavía,
que los dedos le tiemblan cuando alguien se acerca en el besamanos,
que en sus pechos hay lentitud de niña,
que la adolescencia quiere alcanzarla antes de que anochezca,
que este Jueves es el día del amor fraterno,
que Dios se hace pan blanco y pan negro en la misma Cena,
que estamos salvados por el vino de las tabernas que aspiran a ser la sangre del Justo,
que la ciudad estalla en un tiempo que nunca termina de cumplirse,
que están girando en la luna todas las norias de la infancia y de la plenitud.

Alguien nos dice que no tengamos miedo,
que la angustia terminará cuando se encienda la luz que no se apaga,
que estamos hechos para el gozo y la alegría.
Alguien que tiene el nombre de todos los ángeles,
de los ceriferarios y de los querubines,
de los arcángeles y los serafines,
de los lampadarios y de los custodios,
de los que nos protegen y de los que nos sirven de escudo para proteger a los demás.

Alguien nos dice todo eso,
alguien con cintura de mujer y con mirada de nieve,
alguien que se llama María de los Ángeles nos lo dice con su silencio de voz negra,
porque negras son las voces que enhebran los cantos africanos y el jazz,
como la voz de aquel genio de alma clara que se llamaba Louis Amstrong,
y que nos dijo con su voz de esparto negro que el mundo puede,
y debe,
y siempre será maravilloso.

BANDA TOCA WHAT A WONDERFUL WORLD

La Corona no está en el metal que sustenta la forma. La Corona que se ciñe a tus sienes de Muchacha va más allá del repujado, de la bellísima orfebrería que realza la belleza que te rodea. La verdadera corona está en otro tiempo, en aquellos siglos de fundación y hospital, de ayuda al que más la necesita. Se cierra el círculo con tu patronazgo sobre los donantes y los trasplantados. Todo es perfecto. Como Tú.

En el Siglo de Oro, que para la ciudad fue el Quinientos, la metrópoli que era capital del mundo estaba habitada por blancos y negros. El mismísimo Cervantes escribió que Sevilla era un tablero de ajedrez. Un damero en el que se sucedían las blancas y las negras, los cuadrados claros y los oscuros. Aquella Sevilla fue la más grande de toda su historia. Esta hermandad ya existía y mantenía una solera de siglos.

¿Qué sucedió con aquellos negros que habitaban las ciudad? No hubo emigración, ni se les expulsó. Conformaban una hermandad que tuvo el acierto de nombrar como hermano mayor al arzobispo de la diócesis. Una jugada maestra digna de Maquiavelo. A ver quién iba a prohibir ahora que los negros tuvieran su propia hermandad…

Aquellos morenos o prietos, como también se les llamaba en los apellidos que han sobrevivido al paso del tiempo, se quedaron aquí. Se mezclaron los blancos y las blancas. Fueron matizando su color hasta fundirse en un mestizaje que ahora es lo moderno, y que ya experimentó la ciudad hace siglos. Modernidad anticipada, se llama eso.

Esa fusión se convierte en aleación cuando los blancos toman las riendas de la hermandad. Somos iguales ante los ojos de esta Virgen que lleva en su nombre lo angelical. El ángel terrible del amor, como escribió Cernuda. Los ángeles tiernos de Murillo la rodean en su apoteosis como Inmaculada.

Esa aleación va más allá del metal y se funde en la fragua del tiempo que se cuenta por centurias. Al final, la Corona no está en el metal precioso, sino en algo eterno como es la palabra. La palabra que era el Verbo que se hizo carne y que habitó en tu vientre, coronándote por dentro.

ROMANCE DE LA CORONACIÓN

La Corona está en tu nombre
Y en la flor de tu sonrisa,
En tu mirada más frágil
Y en tus hechuras de niña.
Tu corona es la Dios
Cuando corona los días
Con la misma luz del sol
Que te alumbra en la marisma,
Cuando el rocío del cielo
Se convierte en la caricia
Que pone barniz de escarcha
En la concha de tu ermita.
Esa concha inmaculada
Que sobre el vientre gravita,
Donde Jesús se hizo niño
Porque su Madre quería
Ser la Madre del Justo
Que a sus hijos salvaría.

Tu corona es la penumbra
De aquella iglesia perdida
Donde encuentras al que busca
Tu nombre por sus esquinas.
Tu corona tiene planta
De catedral, de Basílica
Donde vive la Esperanza
Que en el arco se cobija,
Tu corona de Pureza
En tus sienes es divina,
Porque duele lo precioso
Como duelen las espinas
De la corona que al Hijo
Le ponemos cada día.

Tu corona está en la Gracia
Que derrama tu vecina,
La que suena los Domingos
En su palio de armonía,
La que siempre nos resuelve
La ecuación que me ensimisma:
Con la Gracia y la Esperanza,
¿quién le teme a la Canina?
Con esa mirada baja
Que la Giralda cobija
En la gloria de su cielo,
La belleza se eterniza.

Tu corona está en el aire
Que la memoria suspira,
En el núcleo del suspiro
Que el creador memoriza.
Tu corona son las quejas
Del que tenía perdida
La vida en esa cadena
Que entre sus brazos se oxida.
Tu corona es una esclava
Del oro que más le brilla
A la luz que ya no puede
Competir con sus esquirlas.

Es tu corona de sangre
Que provoca la avaricia
del que se quiere adueñar,
Hasta comprarle la vida,
Del hombre que no se vende,
Ni se vende ni se humilla.

Tu corona es dignidad
que pone coto al racista
Que confunde la maldad
Con la sed materialista.
Si somos hijos de Dios,
¿a qué vienen las aristas
Que separan por colores
Las criaturas divinas?

Tu corona es de cayuco,
Y es de patera perdida
En la estrechez del estrecho
Que tus negros adivinan
Como el edén en la tierra,
Paraíso y lejanía.
Tu corona es zarabanda
Que en el cortejo salía
Cuando los negros del Corpus
Cantaban tus melodías.
Bailaban y bailaban
La danza que les salía
De su origen africano,
De su nostalgia sentida.

Esos negros se quedaron
En la sangre más purísima:
La que mezcla los colores
En el lienzo de la vida.
Aquí se quedaron ellos,
Por eso somos la misma
Negritud que te acompaña
En tu negra cofradía.
Tu corona de oro negro
Al azabache porfía,
Y la noche vuelve blanca
Cuando lo negro en ti brilla.
Tan morenos y tan prietos,
Los ángeles de la umbría
Renacen en tu semblante
Cuando estás renacentista.

Y lo negro del Barroco
De Valdés Leal querría
Para pintarte la luz
Cuando la luz se te enfría:
Cuando le lloras al negro,
Al desgraciado que mira
Tus ojos buscando el llanto
Que comparta su desdicha.

En el mayo universal,
En este mes de María,
Te coronan con las nubes
Los cielos de malva fina,
Las noches de terciopelo
Bordadas en ambrosía,
Y el rejón que el sol le clava
Al león del mediodía.

Te coronan los crepúsculos
de rosa y naranja china,
De añiles que nos recuerdan
Al añil de tus vecinas
En lavaderos que cantan
A Machín en agua fría.

Te coronan por la noche
Las estrellas que adivinan
A Dios en el parpadeo
Que cruza la lejanía,
Años luz para contar
Tu edad, que es de eterna niña.
Constelaciones de plata
Coronan tus sienes tibias,
Y hasta la Osa Mayor
Contigo se vuelve chica.
Y te corona la luz
Cuando asoma a tu capilla
el alba en su madrigal
Con la aurora renacida.

Si yo pudiera cantarte
Como el volcán, cantaría
Al fuego que en sus entrañas
Le enciende la lava fría…
Ay, si pudiera cantarte
Con el verso de Quevedo
Y la estrofa de Salinas,
Con las coplas de Manrique
Y la imagen de García
Lorca en ese Nueva York
De las auroras podridas
Que extrañan esta presencia
Que me lava las heridas:
Tú le ganas la batalla,
Tú le ganas la partida
Al vacío del espíritu
Que reduce nuestra vida
Al consumo y la experiencia
Cuando la novelería
Se hace la dueña del hombre
Y al hombre gris esclaviza.

Si yo supiera cantar,
Ahora te cantaría
Con la voz negra del cante,
La que tenía la Niña
De los Peines en el alma
Cuando peinaba bulerías,
La soleá de su hermano
Tomás te la rompería
Como Vallejo al fandango
Los cristales le cosía.
En la fragua de Mairena
Las tonás golpearía
Con la voz de Manuel Torre,
Con Caracol cuando hacía
Que el compás se le metiera
En la miel de su cuadrícula.

Saetas de miel amarga
Te cantan con las amígdalas
Las voces negras del cante,
La negra gitanería
Que enloquece con el ángel
Del duende por seguiriyas.

Si yo supiera cantar,
Tu nombre te cantaría,
Y la música a compás
De Marvizón tocaría
Como va a tocar la banda
Que suena al son de Sevilla.
La música que detrás
De tu palio va a sonar
Cuando salgas, tan chiquilla
De esa inmensa catedral
Que es tu corona infinita,
La Corona de los Ángeles,
Que Dios te puso en Sevilla.

UN ADIÓS POR SOLEARES

Me despido con el alma
Encogida de un chiquillo.
Con el corazón en calma,
Con mi pluma y con mi hatillo.

Soy un humilde poeta
Que emborrona los papeles
Con tres o con cuatro letras.

Eres la Virgen de mi hijo,
Del que le salvó la vida
A su hermano y a mí mismo.

Patrona de los donantes,
Que se dan, como Jesús,
En el cuerpo y en la sangre.

La madre y la amada son
Dos manera de querer,
Y en las dos el mismo nombre:
El nombre de una mujer.

Porque Dios así lo quiso,
Esta noche ya le he dado
El sí a mi compromiso.

Cuando mi madre le dio
El adiós a su Sevilla,
Allí estaba Marvizón.

El secreto de este autor
Es el compás medido
que le marca el corazón.

Ahora vamos a escuchar
La marcha que te ha compuesto:
Y la vamos a estrenar.

Dejadme que me despida
Con las pobres soleares
Que me resumen la vida.

Ni un escritor, ni poeta,
Soy un niño que te busca
En la flor de tu belleza.

Soy un niño que ha venido
Desde la Puerta la Carne
Para agarrarme a tu mano
De la mano de mi madre,
De la madre que ahora vive
Con la Virgen de los Ángeles.

He dicho.

BANDA TOCA VIRGEN DE LOS ÁNGELES DE MARVIZÓN