Capítulo V. Reorganización, últimos años de la República y Guerra Civil.

 

                        Durante todo el tiempo que va de Agosto de 1930 a comienzos de 1934, la hermandad de Los Negritos había estado prácticamente inexistente. Por ello, ningún representante asistió a las reuniones ni participó en la fuerte polémica en torno a la salida o no de las cofradías en 1932 –el año de la salida de la Estrella el Jueves Santo–, ni pudo en ella plantearse la posibilidad de volver a hacer estación el año 34, en que la efectuaron 13 cofradías, todas ellas de barrio y no gobernadas por personajes caracterizadamente pertenecientes a la derecha política.

 

                        Sin duda animados por el movimiento que en diversos barrios sevillanos –la Macarena, Triana, la Calzada, la Trinidad y otros–, se había generado en torno a varias de las más populares cofradías, en los últimos meses del año 33, tras la primera Semana Santa desde hacía más de un siglo sin cofradías en la calle y aprovechando también la coyuntura política del triunfo de la derecha republicana en las elecciones de Noviembre del 33, un grupo de hermanos de la cofradía dirigió el siguiente escrito al cardenal-arzobispo:

            «Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal arzobispo de la Diócesis de Sevilla.

                        Los abajo firmantes, como hermanos más antiguos de la Antigua, Pontificia e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Fundación y Nuestra Señora de los Ángeles, vulgarmente conocida por la de los Negritos, en su nombre y en el de los demás hermanos y señores piadosos afectos a la misma, que en las circunstancias presentes nos vemos privados de los cultos internos que deberían estarse celebrando, al igual que las demás Hermandades de esta ciudad, tienen el honor de exponer a su Eminencia Reverendísima, con el respeto debido, lo siguiente:

                        Que hace aproximadamente unos tres años, y sin saber por qué motivo, en la Capilla no se celebran cultos de ninguna clase; que en los últimos años que celebró Sevilla con gran esplendor sus tradicionales cofradías de penitencia se vio privada esta Hermandad de hacer su tradicional salida, y personas que se dicen bien informadas aseguran que la Mesa de dicha Hermandad tuvo algunas diferencias con la Autoridad o Autoridades Eclesiásticas; como quiera que la mayoría de los hermanos desconocen los hechos que lo motivaron, es el deseo de todos que su Eminencia Reverendísima, como Hermano Mayor efectivo, delegue en persona competente, si a bien lo tiene, con el fin de citar a Cabildo y poder tomar acuerdos con el fin de hacer las obras necesarias que por el abandono y las pertinaces lluvias de los últimos años han producido una continua filtración en la cubierta de la Capilla, que de no acudir prontamente a su remedio, tendríamos que lamentar en poco tiempo su total ruina, al mismo tiempo que perdería Sevilla una de sus más genuinas cofradías, por haber sido fundada al principio del siglo XV por uno de sus más Ilustres Arzobispos, como lo fue Don Gonzalo de Mena, y por haber tenido como hermano a aquel hermano negro, modelo de virtudes, que siendo libre y no teniendo la Hermandad medios para sufragar una Función en desagravio de la Inmaculada se vendió para con su producto costearla.

                        Por esto, Eminentísimo Señor, y por el gran cariño que profesamos a nuestras Sagradas Imágenes, es por lo que recurrimos en suplica a fin de que se tome el máximo interés y veamos satisfechos nuestros deseos para mayor gloria de Dios y provecho de nuestras almas.

                        Sevilla, 23 de Febrero de 1934. (Siguen 40 firmas).

 

                        El Arzobispo se toma más de un mes para contestar a la petición, y el 28 de marzo responde lo siguiente:

            1º) Nos no somos Hermano Mayor de esta cofradía desde el año de 1930, en virtud de decreto de 3 de Junio del mismo año.

            2º) El Sr. Párroco de San Roque está encargado interinamente de la Hermandad como Delegado extraordinario nombrado por el Prelado diocesano.

            3º) Cuando el Párroco mencionado considere oportuna la convocación de Cabildo extraordinario, puede hacerlo.

            4º) Con esta fecha damos traslado de la instancia de Vdes. al Sr. Párroco de San Roque, así como de esta comunicación nuestra.

 

                        No hemos podido consultar el acta del cabildo en que volvió a normalizarse la vida de la hermandad y se eligió una nueva Junta de Gobierno, pero es seguro que en ella no estuvieron los principales protagonistas del conflicto con el Arzobispo, como no lo estaban entre las firmas que dirigieron a este la solicitud para la reorganización. Esta pudo conseguirse, con no poco esfuerzo, y en la Semana Santa del siguiente año, 1935, volvió a reanudarse la salida el Jueves Santo, a pesar de que algunos enseres habían sufrido deterioro por el tiempo de abandono.

 

                        En dicho año 35, en el que ya salieron todas las cofradías, la prensa de la ciudad, refiriéndose a la de Los Negritos, comentaba: «Esta Hermandad ha atravesado una aguda crisis, que motivó dejara de hacer estación el año 1931. El pasado año ha incorporado a la nuevos elementos, que animados de las mejores disposiciones se proponen llevarla adelante para que vuelva a tener su tradicional esplendor». El horario de aquel año era salida a las 3,30, Cruz en la Campana a las 5,20, fuera de la Catedral a las 7,35 y entrada en la capilla a las 10 de la noche, siendo su itinerario el tradicional, si bien ya daba la vuelta por Moret (Alemanes) y Conteros para no recorrer la parte más estrecha de Placentines. Al final del recorrido continuaba rodeando la manzana de Menéndez y Pelayo, La Florida y primer tramo de la calle Oriente, entre el puente sobre el ferrocarril y la Puerta Carmona. Este año no tuvo la hermandad que seguir en casi todo su itinerario a La Trinidad, pues esta había cambiado el suyo y en vez de enfilar la Puerta Osario a su salida recorrió toda la Ronda de Capuchinos y Resolana para seguir por Feria a la Campana. Y en cuanto a músicas, la banda de trompetas de Artillería a caballo abría la procesión, tras el paso de Cristo iba la de cornetas y tambores de Tubero y tras el de palio la de Municipal de Alcalá de Guadaira.

 

                        Aquel año, en que todo transcurrió con completa normalidad, «salieron 42 cofradías con 85 pasos y 12.000 penitentes», siendo «la afluencia de forasteros verdaderamente formidable», por lo que se cubrieron “todas las plazas de hoteles y numerosísimos alojamientos particulares». Era aquella una Semana Santa popular y alegre, de profundos contrastes, en tiempos difíciles y fuertemente conflictivos, que quedó reflejada en las páginas del ya citado libro de Núñez de Herrera: «no hay inconveniente para que los sindicalistas, por ejemplo, se sientan nazarenos: bajo el capuchón, la C.N.T., y en los estandartes el S.P.Q.R.», o en que podía suceder que en la casa de un anarquista herido por los guardias de asalto hubiera «en la cabecera del lecho, una estampa de la Virgen de la Estrella y bajo el colchón dos pistolas» (232). Realidades difíciles de entender, no sólo ahora sino también entonces, desde los doctrinarismos dogmáticos de uno y otro signo: ni por quienes empuñaban la religión como un arma contra el Estado republicano y como palanca para reproducir las desigualdades sociales y favorecer los intereses propios, ni por quienes, como los redactores de Voz Obrera, el órgano socialista, clamaban contra anarquistas y comunistas por participar en la Semana Santa sevillana y vestirse de nazarenos o de armaos.

 

                        Fue una Semana Santa en que el Domingo de Ramos, aniversario de la proclamación de la República, hubo por la mañana en la Avenida de la Libertad desfile militar y por la tarde procesiones cofradieras; en que se oían continuas saetas en Sierpes y la Plaza por parte de La Finito, el Gloria, la Niña de la Alfalfa, la Pompi y otros saeteros y saeteras famosos –lo que hizo que la Virgen de los Gitanos se quedará allí para seguir recibiéndolas aunque no pudiera entrar en la Catedral–; y en que la cofradía más numerosa y seria, la del Gran Poder, llevaba «sólo en el paso del Señor, más de 170 parejas de cirios» –un número espectacular para la escala de entonces–, detrás de este se agolparan «cerca de mil mujeres con velas encendidas» –a pesar de los decretos de Ilundain– y perdió en la calle Palmas, actual Jesús del Gran Poder, «media hora a causa de una película», por lo que retrasó su entrada hasta las 7.

 

                        Una semana Santa que sirvió también, nada más terminada la tregua de seis días que en sí misma significaba, para que los sectores conservadores trataran de capitalizarla como agua para mover su particular molino. Así, en algún diario podía leerse el Domingo de Resurrección, bajo el título de «Enseñanzas de los días pasados», el siguiente alegato en favor del viejo tema de la confesionalidad del Estado: «España es católica…, y es incuestionable que la Constitución que nos rige no responde al espíritu del pueblo ni a su contenido ideológico. Es incontrovertible que ese artículo 26 de la Constitución ha sido abolido por el plebiscito clamoroso de España entera durante los días de la Semana Santa. De aquí en adelante, será falsear a sabiendas la voluntad del pueblo el seguir aferrados a laicismos exóticos. España es católica y católica debe ser su enseñanza, como católicas deben ser las leyes por que se rija». Era esta una interpretación política de los «días pasados» frontalmente contraria a la de Núñez de Herrera cuando escribía, desde su extraordinaria sensibilidad para percibir la lógica de lo aparentemente contradictorio: «el último nazareno está contento. No siente haberle hecho traición a nadie. Ni siquiera a la Segunda Internacional. Él es, primero, sevillano. Por lo demás, ha cumplido con su deber. En las puertas del Ayuntamiento, unos jóvenes tradicionalistas gritaban: ¡Viva la Religión Católica, Apostólica Romana! Y él fue uno de los diez mil que pusieron las cosas en su sitio: ¡No! ¡Que viva la Semana Santa! Son dos asuntos, señor”.

 

                        En Febrero del 36, las elecciones dieron el triunfo a la coalición de centro-izquierda conocida como Frente Popular y en Sevilla, días después y al mes siguiente, se produjeron inundaciones. El 7 de marzo, el nuevo gobernador civil, Sr. Corro, y el alcalde, Sr. Hermoso, dan garantías sobre el orden público en la Semana Santa y sobre la subvención municipal a las cofradías y estas acuerdan salir en su totalidad, a pesar de las iniciativas en sentido contrario, principalmente desde las páginas del diario ultraderechista La Unión, y de que el tema de la Semana Santa había sido un arma de propaganda electoral de las derechas –una octavilla decía: «Sevillano: ¿no te acuerdas de los años que estuviste sin Semana Santa? Pues prepárate a no tenerla nunca más si entran las izquierdas»–.

 

                        A pesar de todo ello y del muy enrarecido ambiente político, con el auge del pistolerismo de diverso signo y los temores de enfrentamiento abierto, la Semana Santa del 36, salvo por el clima –llovió el Martes y Viernes Santo–, se desarrolló con la misma brillantez y animación de siempre. El 9 de abril, Jueves Santo, la cofradía de la Virgen de los Ángeles realizó su estación sin apenas novedades, salvo que otra vez hubo de ir detrás de La Trinidad desde la Puerta Osario, por volver esta hermandad a su itinerario tradicional, y el cambio de dos de sus tres acompañamientos musicales: delante de la Cruz de Guía iba ahora la Banda de trompetas del regimiento de Cazadores de Taxdir y tras el palio la de Música de Lucena, manteniéndose la de trompetas y tambores con el Cristo.

 

                        Pasada la Semana Santa, los rumores sobre una conspiración militar y derechista contra la legalidad republicana y los temores respecto a una posible insurrección obrera que repitiera en todo el país la experiencia de la revolución de Asturias del 34, fueron en aumento, desbordando al gobierno y a sus representantes en Sevilla. La actitud del cardenal Ilundain en esos meses ha sido calificada como de «nadar y guardar la ropa»: formalmente respetuoso con las autoridades republicanas, conocía los preparativos de la sublevación militar e incluso parece que el propio Queipo le hizo partícipe de algunos detalles de la misma. Y desde el mismo 18 de Julio se posicionó entusiásticamente a favor de la «cruzada».

 

                        Durante esa primavera, como es sabido, muchas cofradías trasladaron secretamente a sus Imágenes, de forma intermitente o permanente, según los casos, a casas particulares u otros lugares que consideraban más seguros que las iglesias. Alguna de estas Imágenes, como la Macarena, estuvieron prudentemente escondidas durante meses y por ello se salvaron de la destrucción. Otras, a pesar de permanecer en sus templos y estar estos en zonas de la ciudad donde se produjeron más incendios, fueron salvadas incluso por grupos de milicianos y anarquistas, como ocurrió con el trianero Cristo del Cachorro. Y no pocas desaparecieron en el terrible torbellino de pasiones, sinrazones, odios y represalias contra personas, bienes y símbolos que se desencadenó desde que el 17 de Julio se sublevó el ejército de África y el 18 entró en Sevilla, a sangre y fuego, el comandante Queipo de Llano bombardeando los edificios del gobierno y los barrios de la Sevilla «roja», deponiendo a las autoridades legítimas, pese a que estas se habían negado a entregar armas a las organizaciones obreras para su utilización contra los golpistas, y fusilando a obreros e intelectuales sospechosos de ideas izquierdistas o andalucistas.

 

                        La violencia contra los símbolos religiosos se produjo en esos barrios como una «venganza» impotente, ciega y estéril contra quienes, parapetados en dichos símbolos y utilizándolos como marcadores de identificación de clase, habían sido años antes calificados por el propio Ilundain como «señoritos burgueses muy ricos y católicos pero poco cristianos”. Y aunque sea cierto que los incendiarios de iglesias fueron una ínfima minoría de incontrolados, un lumpen en parte al menos procedente del inmenso núcleo chabolista de Amate, del que el gobernador civil Corro, meses antes, había dicho que era «una barriada impropia de una ciudad civilizada y organizada», lo cierto es también que, salvo en muy contados casos, nadie en esos barrios tradicionales de la Macarena, San Julián, San Marcos, la calle Feria, San Roque, Triana o San Bernardo se opuso activamente a su acción destructora.

 

                        Así, entre otras iglesias de esas zonas, fue incendiada la parroquia de San Roque, desapareciendo en la tarde del sábado 18 de julio todas sus Imágenes y enseres, incluidos los Titulares de la cofradía allí radicada y el histórico Cristo de San Agustín. La capilla de la hermandad de Los Negritos, en cambio, no fue tocada, a pesar de su situación justo enfrente de la parroquia. Puede que fuera por estar embutida en una manzana de viviendas, con el cierto peligro para estas que hubiera significado un incendio–; puede que, por su modestia, no se la considerase símbolo significativo del poder social y eclesiástico; o puede que ello se debiera a alguna otra causa. De todos modos, el Cristo de la Fundación, la Virgen de los Ángeles e incluso San Benito de Palermo y el Simpecado no hubieran sufrido daño alguno porque no se encontraban en su interior. Días después de la Semana Santa, todavía dentro del mes de abril, el crucificado había sido sigilosamente trasladado, en un camión de carga, a altas horas de la noche y después de dar un largo rodeo, a una casa unifamiliar cercana, con pequeño jardín y verja, situada en la calle La Florida, propiedad del médico Don Emilio Serrano, que aunque no pertenecía a la hermandad había aceptado sin dudar dar refugio al Cristo. La Virgen de los Ángeles salió de la Capilla a la noche siguiente, sin candelero y dentro de un arca, y estuvo primero en la vivienda de un miembro de la Junta, Don Antonio Gómez Álvarez, en la Plaza de San Agustín, para ser pronto también llevada al domicilio del doctor Serrano, en cuyo salón alto de la casa estuvo en un pequeño altar al lado del Cristo, de la imagen de San Benito, del histórico Simpecado y de las Reglas de la cofradía.

 

                        Todavía viven hoy algunos hermanos que fueron testigos directos o indirectos de estos acontecimientos. Uno de ellos, Angel López Herrera, ha descrito en el Boletín de la hermandad las circunstancias en que se desarrolló el traslado y que ahora nos sirven para su reconstrucción. Como él nos recuerda, las grandes dificultades para sacar al Cristo con su larga cruz por la puerta de la casa del capiller, con objeto de no abrir la puerta grande de la capilla, para montarlo en el camión e introducirlo finalmente en la vivienda que habría de ser su sede durante varios meses, se resolvieron gracias a la desinteresada colaboración de un capataz y cinco obreros del muelle, estos últimos afiliados al Sindicato de Obreros del Puerto, comunista. El camión pertenecía y fue conducido por dicho capataz, Joaquín Gómez Álvarez, que era hermano del miembro ya citado de la Junta de la hermandad, Don Antonio Gómez Álvarez.

 

                        Ni el doctor Serrano ni sus dos hijas, Da. Alegría y Da. Encarnación, se encontraban en Sevilla el 18 de Julio, por estar veraneando en Ronda en casa de unos parientes, aunque sí permanecían en la de Sevilla dos criadas domésticas de confianza, llamadas Francisca Flores y Dolores Delgado, que cuidaron de las Imágenes sin que nada de lamentar ocurriera. En Octubre, al igual que otras Imágenes de cofradías sevillanas, volvieron las de la antigua hermandad de los negros a recibir culto en la Capilla, que para entonces era de nuevo parroquia, casi dos siglos después y por la misma causa de la última vez: el incendio de la iglesia de San Roque; a mediados del Setecientos por causas fortuitas y ahora por otras más dramáticas, fruto de los odios y enfrentamientos desenfrenados.

 

                        El tanto años párroco de San Roque y San Benito Don Salvador Franco no había alcanzado a vivir la tragedia, pues murió en 1935, sucediéndole como cura ecónomo Don Cristóbal Garrido Barrera, que se encontraba en un pueblo de Cádiz aquel trágico 18 de Julio. Él fue quien organizó la parroquia en la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, manteniéndose allí casi ocho años, aunque un tiempo ya bajo la rectoría de Don Juan José Robredo.

 

                        Tanto bautismos, matrimonios y entierros como misas y demás cultos devolvieron a la Capilla una actividad cotidiana como no la había tenido desde hacía ciento cincuenta años, dinamizándose con ello no sólo la devoción a las Imágenes sino también la vida interna de la Hermandad. El Quinario de Febrero de 1937, como siempre comenzado el Miércoles de Ceniza, fue muy solemne, con exposición de Su Divina Majestad y predicación del canónigo D. José Sebastián Bandarán y en el primer aniversario del 18 de Julio, la parroquia organizó cultos sacramentales «como desagravio del sacrílego incendio del templo parroquial» . Don Emilio Serrano, en cuya casa, como vimos, se habían albergado las Imágenes de la cofradía, costea un retablo para el Cristo de la Fundación y entra en la Junta de oficiales como alcalde, mientras su mujer, Doña Concepción Vallejo, lo hace como Camarera. Por su parte, la Comisión de reorganización de la hermandad de Jesús de las Penas, que prácticamente lo había perdido todo en el incendio, a excepción del paso de Cristo y algunos otros enseres, solicita al Arzobispado, en noviembre del mismo año 37, su traslado a la iglesia de Santiago, «siéndole imposible el desenvolvimiento en la Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, actual residencia de la Parroquia de San Roque, por su poca capacidad y por residir en ella otra hermandad», lo que le fue aceptado.

 

                        De todos modos, corrían tiempos difíciles: miles de sevillanos de todas las clases sociales, predominantemente obreros y afiliados a organizaciones de izquierda, fueran o no marxistas, habían muerto en la ciudad, fusilados sin juicio, o estaban en prisión, y otros muchos miles estaban en el frente. Todo ello, con la aprobación, e incluso la bendición, de la Iglesia sevillana.