Cap. III. Otros cultos internos y externos de la hermandad.

Durante el siglo XVIII, aparte de la estación del Viernes Santo, los años en que era posible, y de la Fiesta anual a la Titular de la cofradía, esta celebraba muy frecuentes cultos. La capilla se abría diariamente, estando al cuidado del capiller, y en ella se decían misas y organizaban funciones religiosas en días señalados. Sin contar las celebradas en la Fiesta de Agosto, en los doce meses que van del 3 de mayo del año 1700 al 2 de mayo de 1701 –periodo entre los cabildos anuales de cuentas y elecciones– se dijeron«75 misas en todo el tiempo, a razón de 4 reales cada una». En 1707 fueron «33 en los días que no han sido domingos», con lo que el total fue de 85. En los catorce meses que van del 1º de enero de 1715 al final de febrero de 1716, «131 misas que importaron 393 reales». De marzo a diciembre del 43 (en ocho meses), 233, y 88 durante 1744, «como consta del Padre Prior del Sr. San Diego».
 
Durante el tiempo en que la parroquia de San Roque residió en la Capilla, principalmente los años de su reconstrucción tras el terrible incendio de 1759, todos los cultos de aquella se realizaron en esta, contribuyendo el Cabildo eclesiástico con una limosna a la hermandad de 1.500 reales y pagando «el alquiler de una casa inmediata, que era de la Misericordia y sirvió para el Cura y Sacristía» . En 1776, el capellán que celebra las misas en la Capilla es fray Juan Ximénez, haciéndolo diariamente. A mediados de los ochenta, las dificultades económicas que provocaron la suspensión de la estación del Viernes Santo se hacen también sentir respecto a los cultos internos: así, en cabildo de 11 de enero de 1784 «se hizo presente por el Fiscal que no pidiéndose la demanda por los hermanos con el debido celo, resultaba la destrucción de la Capilla, porque la Misa diaria que se decía en ella era forzoso pagar el aumento de estipendio del corto producto de las dos únicas fincas que tenía esta Hermandad, de que resultaba no quedar fondos para reparar dichas fincas, por lo que le parecía que la Hermandad debía acordar un pronto y eficaz remedio (viendo) cual medio será más a propósito: si despedir la Misa de la Colecturía y buscar quien la diga sólo los sábados y domingos, o buscar algún religioso que quiera decirla por menos estipendio» . El problema se solucionó convenientemente y la misa continuó celebrándose diariamente: en 1788 se pagaron 1.171 reales «por limosna de 363 misas celebradas en la capilla por Religiosos del Convento de Ntra. Sra. del Valle, según consta de 12 recibos, por la intención de la Colecturía General las que le correspondan y las restantes por los bienhechores vivos y difuntos». En 1791, el gasto fue de 1.269 reales, siendo «el estipendio de las misas de 3 reales cada día de trabajo y 4 reales los días festivos». Y en 1800 la limosna por 365 misas ascendió a 1460 reales, a razón ya de 4 reales cada una, sin distinción de fechas.
 
La Semana Santa, aparte con la salida del Viernes Santo, cuando era acordada y se recogían fondos suficientes para ella, se solemnizaba anualmente. La celebración se centraba en la mañana del Domingo de Ramos, aunque a comienzos de siglo hubo también, algunos años, función el 25 de marzo, día de la Encarnación. Desde los años 70 se incorporó una misa cantada el Viernes de Dolores, que habría el ciclo de cultos de Semana Santa.
 
El núcleo central de la solemne misa del Domingo de Ramos era el Sermón de Pasión, para el cual se designaba a algún «orador sagrado» famoso, generalmente un fraile, el cual recibía 4 escudos (60 reales), una cantidad igual a la gastada en el sermón de la Fiesta de Agosto que, también como en esta, no varió a lo largo del siglo. El predicador llegaba en coche de caballos y tras la función era agasajado con el consabido refresco de vino y bizcochos. La lectura de la Pasión era dramatizada, al gusto teatral de la época –estamos en pleno Barroco–, actuando un pregonero, un trompeta y un tambor o caja. También había truenos o fuegos en los momentos culminantes.

 

La cuenta de gastos de dos años cualquiera pueden perfilar el cuadro. En 1729, estos ascendieron a 94 reales y 3/4, sin contar la cera, por las razones ya expuestas. Las partidas concretas fueron las siguientes:

Al Padre predicador, 60 reales.

                                   Al cochero, 8 reales.

                                   De bizcochos, 2 1/2 reales.

                                   De azúcar para el Predicador, 0 3/4 reales.

                                   De truenos, 6 reales.

                                   De la trompeta, 8 reales.

                                   Al de la caja, 1 1/4 reales.

                                   Al que echó el pregón, 6 1/2 reales.

                                   Del refresco a los mozos, 1 3/4 reales.

 

Las partidas de las cuentas de cincuenta años más tarde no varían apenas respecto a la anterior, con el añadido del costo de la función del Viernes de Dolores y la desaparición de los fuegos. El año 1775 fueron las siguientes:

Misa Cantada el día de Ntra. Sra. de los Dolores, 20 reales.

                        Por la asistencia de la música dicho día, 12 reales.

                        Por limosna del Sermón de Pasión al Padre Ballesteros,                              Mínimo, 60 reales.

                        Por asistencia de pregoneros y tambor, 10 reales.

                        Al cochero para el Padre predicador, 4 reales.

 

En 1791 se suprime la música del Viernes de Dolores pero se mantiene lo demás:

Por el Sermón de Pasión, 60 reales.

                        8 reales por dos pregones y 3 del tambor, 11 reales.

                        Del vino y bizcochos para el Predicador y pregoneros, 6 reales

                        Por la Misa Cantada el Viernes de Dolores, 20 reales.

 

En 1800 y siguientes desaparece ya la Función del Viernes de Dolores pero se conserva el Sermón de Pasión con los dos pregones y el tambor: desaparecida la salida procesional, queda la Función del Domingo de Ramos como el centro de la celebración de la Semana Santa por parte de la hermandad. En dicho año 1800, se gastaron 5 libras y 1/3 de cera con un costo de 64 reales.

 

Es significativo que el Santísimo Cristo de la Fundación no tuviera cultos solemnes específicos, por centrarse todos ellos en la Virgen de los Ángeles. Estaba expuesto a la veneración en un altar lateral de la capilla, sobre el muro del Evangelio, como lo estuvo hasta la construcción de la nueva Capilla, en 1964.

Frente al altar del Cristo, existía –y se mantuvo hasta 1962– el altar de San Benito de Palermo, el santo franciscano, hijo de esclavos, muerto el 4 de abril de 1589 y beatificado en 1643, el cual, aunque nunca formó parte del título oficial de la hermandad, sí era, de hecho, el Titular más importante de esta tras Nuestra Señora de los Ángeles. Su escultura de vestir, ya descrita en el capítulo anterior y retocada en 1711 –con un gasto de 17 reales–, estaba flanqueada por dos lienzos, de pequeño tamaño, de los también Santos negros San Elesbán y Santa Efigenia. En el siglo XVIII se hacían, a veces, demandas especiales para el culto de San Benedicto, y este recibía ofrendas como en 1735 la de un corazón de plata que portaba, junto con la cruz, en su mano.

 

Al ser canonizado por el Papa Pio VII en 1807, su imagen fue trasladada al Convento Casa Grande de San Francisco, donde la comunidad franciscana le rindió solemnes cultos, por haber pertenecido el nuevo santo a dicha Orden. Culminados estos el 20 de Septiembre, se procedió a la » Traslación de nuestro San Benito de Palermo desde el Convento de San Francisco de esta ciudad con el mayor aparato y decencia» a la capilla, con el acompañamiento del Rosario de hombres de Nuestra Señora del Socorro de la parroquia de San Roque y consumo de mucha cera, costeada por la hermandad.

 

Los otros dos santos negros que significativamente también se mostraban en el retablo del santo siciliano –y que desgraciadamente desaparecieron en la reforma de 1962-64– no gozaban de especial devoción y la hagiografía de ambos pertenece más a la leyenda que a la historia, contrariamente a la figura moderna de San Benito. En el caso de San Elesbán, se cuenta que fue rey de Etiopía –este es el nombre genérico usado durante mucho tiempo como sinónimo del Africa negra con influencia cristiana– y rehusó a su corona para convertirse en monje en Jerusalem, siendo martirizado. Santa Efigenia, por su parte, sería bautizada por el evangelista San Mateo, también en Etiopía, muriendo con otras doscientas doncellas en el incendio del un monasterio en el que se habrían refugiado contra el deseo del lascivo Hirtaco: por ello en un ángulo del lienzo del altar podía verse al propio San Mateo apagando el fuego.

 

Importantes fueron también, al igual que en el siglo anterior, los cultos celebrados en la capilla por el alma de los cofrades, hermanas y bienhechores fallecidos. Ya en su momento incidimos en las funciones de la hermandad, presentes prácticamente en todas las de su tiempo, respecto a la muerte de sus miembros. Y recuérdese también que en 1775 una de las peticiones de la Congregación del Rosario de Mujeres de Nuestra Señora de los Ángeles a la hermandad de los hombres era tener derecho a un tratamiento igual al de los hermanos en cuanto al paño en la casa mortuoria, doble de campanas y honras fúnebres.

 

A lo largo del siglo, hay muchas anotaciones de gastos funerarios en los libros de cuentas. En 1707 se dijeron «seis misas por la hermana mayora «, que costaron 13 reales. En 1715, «los oficiales y hermanos mandaron que se cumpliesen y dijesen 50 misas rezadas, a 3 reales cada una, por los hermanos difuntos, en recompensa de no haberse hecho hopnras muchos años hacía, y que las pagase el mayordomo». En 1719, consta se «han dicho 12 misas por las Animas de nuestros hermanos difuntos en este año, a razón de tres cada una», elevándose mucho su número y costo en 1726, año en que la Fiesta de Animas supuso 188 reales y medio en las siguientes partidas:

Derechos de la Parroquia, 129 reales.

                                   De las misas del dicho día, 51 reales.

                                   De diferentes gastos menores de dicho día, 8 1/2 reales

 

                         Y en el año 1735, en que se celebran 22 misas también en la Fiesta de Animas, el total de gastos de esta importa 143 reales y 26 maravedises, en las siguientes partidas:

Derechos de la Iglesia, 60 reales.

                                   A los acólitos, 2 3/4 reales.

                                   De la noche del doble, 4 reales.

                                   De 22 misas rezadas, 66 reales.

                                   Del consumo de la cera, 11 reales y 9 maravedises.

                                   Para aceite y al costalero, 2 reales y medio.

 

Algunos años se piden demandas especiales para sufragar los gastos de las honras fúnebres colectivas por los difuntos de la hermandad, alcanzándose en limosnas la no pequeña cantidad de 162 reales en 1736, aunque ello no es frecuente.

 

Especiales honras se organizan cuando muere un cofrade o bienhechor importante. La hermandad asiste entonces corporativamente a su velatorio y entierro y sufraga misas por su alma. Así sucede en 1731 al fallecer el antiguo mayordomo Francisco de Mora, para cuyo entierro se alquilan cirios por 7 1/2 reales, a los que se suman otros 2 y medio que se pagaron «al costalero por llevar y traer los cirios y el paño». En 1736, se costean 22 1/2 reales «del consumo de la cera que la hermandad puso para las honras de Don Tomás de Andrade», un bienhechor que al fallecer había dejado en su testamento una manda de 110 reales.

 

Al morir Salvador de la Cruz, se dicen 6 misas rezadas por su alma, y ese mismo año, al fallecer en Roma el cardenal Solís se realizan en la capilla dos dobles de campanas en señal de luto. Doce misas se celebran también a la muerte de su sucesor, el arzobispo Delgado, el 7 de enero de 1782, y un doble y sufragios se realizan en 1795 al fallecimiento del siguiente arzobispo, Don Alonso Marcos de Llanes, si bien en este caso el Cabildo eclesiástico «no tuvo a bien el que nuestra hermandad cumpliese sus deseos «, consistentes en que «los hermanos alternativamente asistiesen con cirios encendidos durante la exposición del Venerable Cadáver y asistencia de la hermandad al entierro con el estandarte y cirios» .

 

En 1786 se asiste con cera al entierro del hermano Jose Pintado –el sucesor en la mayordomía de Salvador de la Cruz– y se celebran 6 misas, con doble de campanas, y al año siguiente se organizan varias lotes de seis misa, con doble, por las almas de varios hermanos y bienhechores: Don Melchor de los reyes Lalana, que durante muchos años fue Secretario de la cofradía, Francisco Ortega, Doña Jacinta Delgado y Antonio de Goyoneta. En 1791 muere otro bienhechor importante, Don Rafael de la Barrera, celebrándose las consabidas seis misas, con doble de campanas, y en 1797 la Camarera Doña Teresa Rodríguez de Rivera, viuda de Don Carlos Verger y madre de Don José Verger, ambos también bienhechores, que tanta importancia tuvo durante muchos años para la hermandad. Esta asiste con el estandarte y cirios en la mano a su solemne funeral, sufragando luego las correspondientes misas en la capilla.

 

También durante este siglo la cofradía organizó o participó en diversas procesiones y cultos públicos. Ya sabemos la importancia que en el siglo precedente había concedido a ver reconocido su derecho a asistir a la procesión del Corpus Christi en el lugar que le correspondía por antigüedad, y cómo en 1672 le había sido ello concedido, ocupando el antepenúltimo lugar. En dicha procesión, a la que asistía con estandarte y abundantes cirios, la hermandad pasó a ocupar en el siglo XVIII la vicepresidencia de todas las cofradías, al desorganizarse la del Cristo de San Agustín que la precedía. Algún año, como el de 1775, consta un pago –en dicho año de 4 reales– «al soldado que llevó el estandarte en la procesión del Corpus», y casi siempre se gratifica a un costalero «por llevar y traer el estandarte y cera para la procesión» .

 

Asimismo, la hermandad participó en otras procesiones generales, como la celebrada en 1729, en «la fiesta del señor San Fernando», a la cual asistió con un buen número de hermanos, como lo refleja el gasto en cera, de 48 3/4 reales –a los que se añaden en las cuentas otros 3 reales «de llevar y traer la cera» y 3 y 3/4 «de gastos de dicha día». Además de participar todos los años en la procesión de Su Divina Majestad para la visita de enfermos organizada por la Sacramental de San Roque, como ya vimos, en la cual diversos años corría a su cargo el costo de los clarineros.

 

La hermandad organizó en diversas ocasiones recibimientos corporativos, con estandarte y cera, a procesiones del Rosario. Así lo hizo, entre otros, los años 1743, para recibir al Rosario de Nuestra Señora del Socorro, y en 1744, también a este al rosario de San Alberto. Y celebró procesiones propias para ganar el Jubileo Santo en los años en que este tenía lugar, como ocurrió en 1751 y 1776. para ello, en el primero de dichos años, en 27 de abril, «se juntaron el mayordomo y oficiales y demás hermanos morenos de esta hermandad, acompañados del Sr. Don Pedro Andrés de Velasco, Caballero del hábito de San Juan, Capellán de las Monjas de Santa Isabel y residente en el Palacio Arzobispal. Con las insignias de dicha hermandad salieron a visitar las estaciones señaladas para ganar el Jubileo Santo concedido por el Santísimo Padre Benedicto decimocuarto, nuestro Pontífice. Y dichas iglesias fueron: la Iglesia Mayor, Casa Grande de san Francisco, Parroquia de la Magdalena y Casa Grande de San Pablo. Y siguieron los cuatro días consecutivos y en el último día confesaron y comulgaron en su capilla». En 1776, en cabildo de 12 de mayo «se determinó que, por cuanto la hermandad debía hacer sus estaciones para ganar el Jubileo Santo del presente año, se señaló para este fin los cuatro domingos del próximo mes de Junio, a saber, 2, 9, 16 y 23, y que se imprimiesen sus cédulas de convocatoria, dejándolo todo al cuidado del Mayordomo».

 

Y ya hemos hecho referencia a la celebración, desde 1767, de la solemne procesión, con música, para el traslado del Santísimo Sacramento bajo palio a la Parroquia de San Roque, recorriendo diversas calles del barrio el 3 de agosto, al finalizar los cultos del último día del Jubileo de las Cuarenta Horas en la Capilla. Así como de la excepcional, en 1807, para el regreso de la imagen de San Benito de Palermo desde la Casa Grande de San Francisco, tras los cultos para celebrar su canonización.