Cap. III. Negros y blancos, cautivos y libres, hombres y mujeres: la composición de la hermandad .

El libro más antiguo de asiento de hermanos y hermanas que conserva hoy la cofradía data de 1752, pero en él están anotadas muchas fechas de ingreso de quienes en aquel año estaban de alta en la misma, transcritas sin duda del libro de cofrades anterior no conservado, lo que hace remontar el primer asiento a 1709. El libro, que se cierra en 1774, tiene su índice clasificado no por apellidos sino por nombres. En el libro inmediatamente posterior, que abarca desde 1775 a 1797, el índice viene ya por apellidos, al igual que en el siguiente, donde se recogen los ingresos desde 1798 a 1924. En los dos primeros libros aparecen mezcladas, significativamente, las personas de ambos sexos y detrás del nombre y apellido de cada una de ellas, hombre o mujer, figuran datos sobre su raza y sobre su situación jurídico-social: condición de esclavo o esclava, o de persona libre, cuando se trata de individuos de raza negra, y tratamiento de don o doña, en ciertos casos. Esta norma general, sin embargo, no se cumple en aproximadamente un tercio de las inscripciones: cuando así ocurre, hemos creido adecuado asignarlos a negros y negras libres, ya que, por una parte, los esclavos y esclavas tenían la obligación de mostrar por escrito la autorización de sus dueños para ingresar en la cofradía, haciéndose así constar en el acta de recibimiento, y, por otra, las personas blancas, casi en su totalidad, recibían el tratamiento citado de don/doña como muestra de deferencia, tuvieran o no derecho legal a la utilización de dicha fórmula de tratamiento.

Entre 1709 y 1774 hay anotados un total de 195 ingresos, de los cuales 116 son hombres y 79 mujeres; 132 de personas de raza negra y 63 de raza blanca. Indudablemente, el número de los incorporados a la hermandad durante esos 65 años debió ser mayor, ya que, como hemos señalado anteriormente, no figuran la totalidad de cuantos ingresaron desde 1709 a 1752 sino sólo los que seguían perteneciendo a la hermandad en este último año. No creemos aventurado apuntar que el número de hermanos y hermanas recibidos en el conjunto de dichos años fuera un tercio mayor, lo que elevaría su número a aproximadamente 300. Los cien que añadimos hipotéticamente debieron ser, en su gran mayoría, de etnia negra: la mortalidad mayor y a más temprana edad de hombres y mujeres morenos respecto a los blancos y lo más azaroso de sus vidas creemos justifican esta consideración.

Aunque incluso esta cifra total pueda parecernos baja, no debemos olvidar que, como demuestran los estudios demográficos realizados sobre los negros sevillanos, en el siglo XVIII el número de estos había descendido espectacularmente respecto a los dos siglos anteriores: sus índices de natalidad, tanto legítima como ilegítima, de nupcialidad y de mortalidad, estudiados recientemente en algunas parroquias importantes de la ciudad — concretamente en la del Sagrario, en cuya collación vivían muchas de las familias con esclavos domésticos — así lo señalan. Fue esa baja espectacular de la presencia de la minoría negra lo que hizo que empezara a denominárseles negritos, un diminutivo, como ya hemos señalado, entre tolerante y un punto burlesco al connotar un supuesto permanente infantilismo de los hombres y mujeres de color . Está ya muy lejana la Sevilla «tablero de ajedrez» donde los negros constituían una muy importante minoría, tanto demográfica como cultural, cercana al 15% del total de la población de la ciudad; ahora, su peso demográfico es cada vez más exiguo y, además, han dejado de ser considerados culturalmente otros –africanos en estado «semisalvaje», con costumbres e incluso lengua distintas de las de los cristianos– para convertirse en seminiños grandes de color. A pesar de todo ello, siguieron manteniendo una muy fuerte identidad étnica, alimentada por la continuidad de su exclusión social –que les empujaba a la marginalidad o a estar al borde de ella– y de su aislamiento sexual: casi un cien por cien de sus matrimonios eran endógamos, es decir, tenían lugar casi exclusivamente dentro de su propia etnia, siendo, además, muy difíciles de conseguir para aquellos que seguían siendo esclavos.

De ser una necesidad para la realización de las múltiples actividades domésticas de las grandes familias, e incluso de las de menestrales, y percibirse como un peligro colectivo potencial ante el que no se debía estar nunca del todo confiados, habían pasado a representar un toque de distinción para personajes importantes, en el caso de los esclavos y esclavas, y un componente más del lumpen o de las clases más humildes, para el caso de la mayoría de los negros y negras libres. En una u otra situación, ya casi un exotismo. Todo ello coincidiendo, no casualmente, con la fase de mayor auge de la cofradía y siendo también la causa de la fuerte decadencia que sucedió rápidamente a este esplendor.

Volviendo al libro de inscripción de hermanos y circunscribiéndonos a las 195 anotaciones existentes entre 1707 y 1774, antes de iniciarse la decadencia, los datos son los siguientes (considerando libres, por los motivos ya expuestos, a las personas negras de las que no figura su condición jurídica):

CUADRO 1. Personas negras anotadas (1709-74), según situación jurídica y sexo (% sobre el total de anotaciones y entre paréntesis el número total de casos).
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Hombres Mujeres Totales
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Esclavos 21,2 (28) 7,6 (10) 28,8 (38)

Libres 38,6 (51) 32,6 (43) 71,2 (94)

TOTAL 59,8 (79) 40,2 (53) 100 (132)
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Estos mismos datos, para mayor claridad, puedan también presentarse en porcentajes tomando como variable principal la del sexo:

CUADRO 2. Porcentajes de esclavos y libres (1709-74) según sexos. (Entre paréntesis el número de casos).
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Esclavos/as Libres (incluyendo Total
los Sin datos)
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Hombres 35,4 (28) 64,6 (51) 100 (79)

Mujeres 18,9 (10) 81,1 (43) 100 (53)
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Respecto a las personas blancas inscritas, la situación es la siguiente:

CUADRO 3. Personas blancas anotadas (1709-74) según sexos, en %. (Entre parentésis el número de casos)
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Con tratamiento de Don/Doña Sin datos Total
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Hombres 60,0 (34) 50,0 (3) 58,7 (37)

Mujeres 40,0 (23) 50,0 (3) 41,3 (26)

TOTAL 100 (57) 100 (6) 100 (63)
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Del análisis de los cuadros anteriores y de su comparación podemos obtener informaciones muy significativas. Aproximadamente el 70% del total de las 195 personas que están asentadas en el libro de la hermandad en este periodo son de raza negra pero el 30% restante son blancos de ambos sexos, lo que quizá pueda resultar sorprendente. La presencia de blancos se explica por el ya señalado gran descenso demográfico de los morenos en la ciudad, lo que hizo que fueran admitidos en calidad de hermanos y hermanas los benefactores y devotos de la etnia mayoritaria. En realidad, siempre la cofradía tuvo personas blancas que la defendieron y que sentían veneración por sus Imágenes, pero es ahora cuando se les concede la posibilidad de figurar en las nóminas de hermanos. De todas maneras, su pertenencia, aunque efectiva en cuanto a obligaciones, sobre todo referidas a las expectativas de aportación económica, no pasaba de ser honorífica en cuanto a derechos, ya que, salvo excepciones, no podían asistir a los cabildos y en ningún caso ser elegidos para la Junta de Oficiales –los Secretarios, como sabemos, eran un caso aparte–.

Los porcentajes de hermanos y hermanas son de aproximadamente un 60% para los hombres y un 40% para las mujeres, y esto tanto en la etnia negra como en la blanca, lo que da buena idea de la importancia de la presencia femenina. Ello no obstante, un buen número de mujeres, tanto negras como blancas, son hermanas por serlo sus maridos, aunque tampoco hemos de desechar el que en ciertos casos, sobre todo de blancas, fueran estas las que convencieran a sus maridos e hijos de que favorecieran a la hermandad. En cualquier forma, las mujeres no poseían el derecho de asistir y votar en los cabildos, salvo ciertos casos excepcionales que veremos más adelante. Pero esto no significó que estuvieran necesariamente en posición subalterna: en este siglo, las mujeres se las ingeniaron para tener su propia organización, una verdadera «sección de mujeres», con sus propios cargos, actividades y economía, que funcionaba paralelamente a la hermandad de hombres.

Del total de negros varones, poco más del 35% eran esclavos, siendo el restante 65% libres o no figurando este dato (por lo que los consideramos también como tales, por las razones antedichas). Quizá pudiera parecernos alto el número de esclavos respecto al de libres, en una época en que la esclavitud está ya en declive, pero ello creemos se explica por un hecho ya apuntado anteriormente: en el siglo XVIII ya no son dueños de esclavos las personas y familias de estratos sociales medios sino, casi exclusivamente, los nobles, clérigos y otras personas de condición social elevada –ya escribimos que tener ahora esclavos y/o esclavas era, sobre todo, un signo de distinción–. Y estos ven con buenos ojos que sus morenos pertenezcan a la cofradía: que sean piadosos e incluso importantes entre los negros de la ciudad, siéndolo en esta. Incluso, en algunos casos, ellos mismos se convierten en benefactores de la corporación. La proporción de esclavas sobre el total de hermanas negras sí es claramente inferior al de esclavos varones sobre el total de negros: no llega al 19% frente a un 81% de negras libres (donde incluimos las «sin datos»). Y un buen número de estas últimas tienen también a sus maridos como miembros de la cofradía. No hay que olvidar, al respecto, la ya señalada altísima endogamia dentro de la etnia negra, independientemente de la condición jurídica de las persona: sobre todo para los hombres, el ser libres no les daba muchas mayores posibilidades de contraer matrimonio fuera de la etnia que si eran esclavos. Y ello no ya con personas blancas sino incluso con mulatas.

El aproximadamente 30% de personas de raza blanca que están anotadas en el libro de hermanos lo son con la categoría de «hermanos de devoción «: categoría con la que se orilla el mandato de la Regla de 1554, que estaba vigente, la cual reservaba a los negros la posibilidad de pertenecer a la cofradía. Al igual que cuando se trata de morenos y morenas, las personas blancas también pagan sus averiguaciones –cuotas o limosnas prefijadas– tanto en el momento de su recepción como mensualmente, aunque, como ya señalamos, no poseen el derecho a asistir a los cabildos ni a formar parte de la junta de oficiales.

Del total de 63 personas blancas asentadas, un 59% son hombres y un 41% mujeres, en varios casos formando parte de una misma familia. Se trata de personas devotas de las imágenes de la cofradía, algunas de las cuales poseen relevancia social, lo que las convierte en benefactoras de la misma. En ocasiones, detrás del nombre de quien ingresa, con muy pocas excepciones antecedido por el tratamiento de respeto de Don o Doña, puede leerse expresamente la fórmula antedicha de «hermano (o hermana) de devoción». Entre las personas blancas que se convierten en benefactores más o menos permanentes de la cofradía se encuentran algunos clérigos, entre ellos un capellán del convento de Santa Isabel con hábito de San Juan, algún canónigo de la Colegial del Salvador y algún fraile, como el padre Juan Gallo, que fue capellán de la hermandad, además del cardenal-arzobispo, don Francisco de Solís, que, como veremos en su lugar, ingresó en la hermandad el 1 de julio de 1766, aceptando el cargo de Hermano Mayor, por lo que también se hicieron hermanos varios familiares suyos.

Entre los laicos, además de aquellos que lo hacen aceptando el ofrecimiento de ser Secretarios de la cofradía, como don Vicente Rioseras, don Luis de la Cerda, don Melchor de los Reyes Lalana y Casaus, que ingresó en el 57, o don Ricardo White, que lo hizo en el 74, se reciben algunas personas ilustres, como don Luis de Castilla, marqués de la Granja, en 1758, o don Juan Jose Claribont, caballero veinticuatro del Concejo de la ciudad, que lo hace en 1764 junto con sus dos hijos. También son recibidos de hermanos otras personas blancas de diversas profesiones y oficios, como don Juan de Molina, sargento mayor del cuerpo de Inválidos, o don José Jiménez, maestro albañil, a todos los cuales se les da también, respetuosamente, el tratamiento de Don, que casi nunca es utilizado para referirse a morenos.

La fórmula general de asentamiento tanto de los cofrades de pleno derecho –los negros– como de los hermanos de devoción y bienhechores es la misma: se anota que se reciben «por hermano –o hermana — de Nuestra Señora de los Ángeles «, constando también quién apadrina o amadrina al nuevo miembro, función que realiza algún hermano o hermana, o, también frecuentemente, directamente el Santo Cristo o la Santísima Virgen de los Ángeles. La primera anotación del libro corresponde al ingreso, el 16 de junio de 1709, de Manuel Antonio de Saza Berdugo, al cual «se le apercibieron guardase los capítulos de regla. y fue su padrino el Santísimo Christo. Pagó su entrada». Dicho hermano averiguó hasta el año 73, lo que refleja una muy larga vida. De don Pedro Ponce, recibido en 1715, también «fue su padrino el Santísimo Christo «, y de don Joseph Hurtado «el Secretario, Vicente Jiménez de Rioseco «. En 8 de abril de 1720 «entró por hermana Ignacia María, libre en casa de Francisco Morillo, frente del hospital de calle cocheros «, y seis meses más tarde «Isabel Francisca… Fue su madrina María Santísima de los Ángeles. Pagó su entrada y tiene averiguado hasta el año de 1738».

Sólo excepcionalmente una negra apadrina a una blanca, como ocurrió en 1722, en que «se sentó por hermana de devoción Doña Teresa Blanca. Fue su madrina María de la Concepción…» En 1729 ingresó el que pronto había de ser el más importante cofrade de la hermandad en sus seis siglos de existencia. La anotación dice literalmente lo siguiente: «En 13 de Marzo de 1729 se recibió por Hermano de Nuestra Señora de los Ángeles a Salbador Joseph de la Cruz, Libre, quien se obligó ante los hermanos a cumplir y guardar todas las constituciones de Regla. Fue su padrino el hermano Antonio Pintado. Pagó su entrada. Tiene pagado para siempre».

Cuando se recibía a un esclavo o esclava figuraba siempre el nombre de su amo. Así, el 2 de agosto de 1731 ingresa «Juan Joseph Balderrama, esclavo del Sr. Marqués de la Cueva del Rey quien dio licencia firmada de su mano… Fue su padrino Manuel Berdugo. Pagó la entrada». También el 2 de agosto pero de 1734 «se sentó por hermano de Nuestra Señora de los Ángeles a Antonio Joseph Cristobal Machuca, quien trajo su licencia como esclavo de Don Bernardino Luis Carreño, su amo, a quien se le hizo saber debajo de juramento a Dios y una cruz que debía guardar y observar todas las condiciones de Regla, lo cual se obligó a guardar y fue su padrino nuestro hermano Salbador de la Cruz y pagó su entrada «. Un año justo después entran «Thomas Feliz, esclavo del Sr. Don Juan Feliz de Andrade» y «Santiago de Céspedes, esclavo de Don Jose Manuel de Céspedes…», cumpliéndose en ambos casos la tendencia a que los esclavos adoptaran el apellido de sus amos. En años posteriores, entran «Bernardo Fonseca, esclavo del Sr. Marqués de Villafranca…» y, el 1 de agosto de 1745, Gregorio de Castilla y Juan María Inostroza, esclavos respectivamente de don Luis de Castilla, Marqués de la Granja –noble que ingresaría también en la hermandad en 1758, como ya indicamos– y del Marqués de la Cueva del Rey –también citado anteriormente por ser amo de otro negro esclavo que ingresara anteriormente en la cofradía.

Varios esclavos que entran en esta lo son de clérigos, como se recoge en los correspondientes asentamientos: «en 20 de Enero de 1737 se recibió por Hermano de Nuestra Señora de los Ángeles a Joseph Antonio Carlos de Santa Bárbara, esclavo del Pardre Fray Balthasar, enfermero del Señor San Pedro de Alcántara, religioso de nuestro Padre San Francisco, y dicho Padre dio licencia, la que queda en poder de la Hermandad… Fue su padrino nuestro hermano Joseph Antonio Martínez. Pagó su entrada». En 30 de marzo del 38, «Antonio Agustín de los Ángeles, esclavo de el Señor Don Pheliz Dominguez Gallegos, prebendado de esta Santa Iglesia de Sevilla, y con su licencia que le dio a dicho su esclavo se admitió de hermano…» Del mismo modo, Tomás de la Cruz, que entra en la cofradía el 22 de marzo de 1739, es esclavo del presbítero Don Francisco de Andrade. Y podríamos multiplicar los ejemplos.

A partir de la mitad del siglo se repite la fórmula «hizo su juramento de guardar y defender la Pureza de María Santísima en público y secreto», o bien se recoge más simplificadamente: «prometió guardar la Regla en cuanto le pertenezca”.

Durante este periodo, al igual que en siglos anteriores, los hermanos y hermanos de la cofradía viven en diversos lugares de la ciudad pero también, en algunos casos, fuera de ella, incluso en América pero principalmente en Cádiz, la ciudad ahora en mayor áuge, por haber sustituido a Sevilla como puerto de la flota de Indias. Es el caso, por ejemplo, del ingreso el 2 de julio de 1776 de «Cayetano Leal, esclavo de Don Gaspar Antonio Leal y vecino de Cádiz… (que) prometió la Regla y presentó licencia de su amo firmada este día, y firmó la partida su padrino Manuel Ferreira por no saber firmar el hermano que se recibe» .

Esta última entrada pertenece ya al libro segundo que se conserva de asentamiento de hermanos, que abarca de 1775 a 1797. La escasez de morenos se hace sentir de forma muy preocupante en estos años, hasta el punto de que a algunos cabildos concurren solamente diez o doce cofrades. Por ello, no puede ser sorprendente que en los veintidós años que cubre este Libro, dejando aparte la entrada colectiva –que en su lugar trataremos– de las mujeres de la Congregación del Santísimo Rosario de Nuestra Señora de los Ángeles, se recibieran solamente 15 negros y 16 negras por 31 blancos y 24 blancas; o sea, un 36% de personas de color y un 64% de personas blancas. Los esclavos y esclavas son ya una pequeña minoría entre los que ingresan de etnia negra –sólo dos hombres y dos mujeres sobre un total de 31–, mientras que se hacen benefactores de la cofradía algunas familias enteras de señores importantes, como la de los Verger durante dos generaciones, a la cual pertenecieron Doña Teresa y Doña María de las Mercedes Rodríguez de Rivera, Camareras de la Virgen; la de los Barrera, de la cual ingresan a un mismo tiempo Don Francisco Félix, su esposa Doña Josefa de Fuentes, sus seis hijos y sus dos hijas, en abril del 76; o la de Don Cristóbal de Navas, procurador del Real Fisco en la Santa Inquisición de esta ciudad, que ingresa también en el 76 junto con su esposa y sus cuatro hijos «para gozar de las gracias e indulgencias de la hermandad» . Se recibieron también como hermanos de la cofradía los arzobispos Don Francisco Delgado y Benegas, en 1777, Don Alonso Marcos de Llanes, en 1784, Don Antonio Despuig y Dameti, en 1796, y Don Luis María de Borbón, en 1799, los cuales continuaron el ejemplo del cardenal Solís de aceptar el cargo de Hermanos Mayores, y sus representantes, que ostentaban el cargo de Teniente de Hermano Mayor por delegación de aquellos, algunos presbíteros, incluidos varios frailes del cercano convento de San Agustín, y otros varios personajes importantes de la ciudad, entre ellos Don Ramón Villavicencio, caballero maestrante. Y en 1791 y 92 son recibidos de hermanos, respectivamente, el alcalde y el prioste de la hermandad del Santísimo Sacramento de la parroquia de San Roque, con la que se tenían desde antiguo muy cordiales relaciones. En varios de estos casos, y en otros semejantes, se releva a los nuevos hermanos y hermanas de la obligación de averiguar como deferencia hacia ellos y «en atención a ser bienhechores de esta capilla» o «en atención a su devoción y afecto a esta Hermandad».

En estos años, en los asientos de nuevos cofrades figuran ya generalmente otros datos antes no existentes, sobre todo respecto a su estado civil. Así, para los hombres se especifica si son solteros, asumiéndose que están casados si no se hace ninguna anotación. Podemos leer, por ejemplo, que ingresan Amaro de Sosa, negro libre y soltero, o Antonio Joseph María de Cabrera, soltero libre. Cuando se trata de mujeres, si son solteras figura la expresión «de estado honesto», y también figura su condición de viudas o de mujer de un hermano.