Cap. IV. Los últimos negros no quieren perder su cofradía: el enfrentamiento entre el negro Lastre y el cura Fernández.

                        Pocas noticias tenemos de los siguientes años setenta y de buena parte de los ochenta –la época de la Restauración– debido a las causas ya referidas y a que la presencia pública de la hermandad fue sin duda escasa. Pero algunas existen, testimoniando que en dichos años, como en todas las demás etapas de su historia, esta seguía con vida, aunque fuera débil.

 

                        En especial, la Fiesta de Agosto, aún a pesar de los problemas económicos y de diverso tipo, permanece como muy importante no sólo para la hermandad sino también para el barrio, ya que además de los actos religiosos se celebra una Velada en sus calles, y aún para muchas personas de la ciudad. Como se recoge en una descripción de la segunda mitad de los setenta, «todos los años el dos de Agosto visitan la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles todas las personas piadosas de esta ciudad, y desde las cinco de la mañana en que se manifiesta Su Divina Majestad no deja de celebrarse en ella el Santo Sacrificio de la Misa y de oír en penitencia y dar la Sagrada Comunión a multitud de personas que lo piden; el Jubileo circular de las cuarenta horas se encuentra en dicha capilla durante los días primero, segundo y tercero de Agosto; el último día se lleva en procesión, que recorre el barrio, a Su Divina Majestad a la Parroquia en medio de una gran concurrencia; y una velada que se celebra en esos días contribuye a mantener la animación y la alegría en el barrio».

 

                         En 1876, muere el cardenal de La Lastra, ya en plena Restauración borbónica, tras haber tenido un importante protagonismo a favor de la unidad católica y contra el artículo 11 de la Constitución aprobada dicho año. Aunque esta era de carácter claramente conservador, –mucho más cercana de la moderada del 45 que de la democrática del 69– los sectores más inmovilistas de la Iglesia española, que tenían gran influencia y estaban apoyados por Pio IX, y en los que se incluía el cardenal de Sevilla, se opusieron a ella, especialmente a su artículo 11, porque este, además de definir solemnemente a la religión católica como la única del Estado, comprometer a este en la garantía del mantenimiento del culto católico y a sus ministros, y prohibir todas las ceremonias públicas que no fuesen las católicas, recogía también que nadie podría ser molestado por sus opiniones religiosas ni por practicar privadamente una religión distinta a la del Estado. Una posición que refleja perfectamente el alto grado de intolerancia integrista imperante en aquellos.

 

                        El enfrentamiento entre la Iglesia y el Gobierno con motivo de la Constitución explica que el Arzobispado sevillano estuviera quince meses vacante tras el fallecimiento de La Lastra. Finalmente, fue nombrado fray Joaquín Lluch y Garriga, que era obispo de Barcelona y anteriormente lo había sido de Salamanca, donde había mostrado un talante abierto y pactista con la Junta Revolucionaria del 68, por lo que no hubo en dicha ciudad desmanes ni conflictos graves. Entronizado en septiembre de 1877, una comisión de la cofradía, como era tradicional, le visitó en Palacio pocos días después, el 18 de octubre del mismo año. Estaba compuesta por Don Joaquín Fernández Venegas, cura de la parroquia de San Roque, que aparece citado como Presidente de la hermandad, por los morenos José García, prioste, y Camilo Lastre, mayordomo, y por el Secretario, que seguía siendo Don Manuel del Castillo. La visita era «con objeto de felicitarle por su ascenso a este Arzobispado y, al mismo tiempo, suplicarle el que se dignase el admitir el honor de ser su Hermano Mayor y patrono perpetuo, como lo habían sido todos sus antecesores. Atendiendo S. E. benignamente a la súplica de la diputación de nuestra Hermandad, se dignó el manifestar de viva voz el que aceptaba dicho honor de ser su Hermano Mayor y patrono perpetuo del mismo modo y forma que lo habían sido todos sus antecesores, y al mismo tiempo ordenó y mandó el que por el Secretario de la misma se sentase en los libros de ella la partida de su recibimiento», lo que así se hizo.

 

                        El cardenal Lluch, que incluso llegó a ser acusado por los católicos más integristas de veleidades liberales, en contraste con las tendencias carlistas atribuidas a su obispo auxiliar y años más tarde también arzobispo, Marcelo Spínola, subrayó especialmente, en los cinco años de su gobierno, la importancia de los laicos en el seno de la Iglesia, señalando por ello que «todas las asociaciones, cofradías y academias podían ser útiles a los fines que se perseguían».

 

                        Buena ocasión hubiera podido ser esta, por consiguiente, partiendo del interés del Arzobispo hacía las cofradías, para intentar relanzar la de los morenos, pero precisamente en los días en que tuvo lugar la protocolaria entrevista entre Lluch y la diputación de la hermandad, las personas que vimos componían esta se encontraban inmersas en un duro enfrentamiento, en especial el cura de San Roque, Don Joaquín Fernández Venegas, y el mayordomo Camilo Lastre, uno de los pocos negros que integraban la cofradía. El conflicto, que, como veremos, estuvo repleto de descalificaciones mutuas, perduraría durante más de una década, ya con un nuevo cura y un nuevo arzobispo, y era de muy difícil solución, ya que reflejaba dos posiciones incompatibles: la de los negros, que querían seguir teniendo su cofradía, aunque esta estuviera restringida, de hecho, a 8 ó 10 personas y a una actividad sólo existente muy pocos días al año, y la de aquellos que aspiraban a reorganizar la hermandad sobre otras bases distintas, asumiendo su historia pero transformando su significación. Los curas de la parroquia se insertaban plenamente en esta segunda opción, que les garantizaba, además, un papel preeminente que nunca habían tenido en la cofradía de los morenos. Unos y otros, aún antes de tomar posesión Lluch oficialmente del Arzobispado, se habían dirigido a este para exponerle la situación de la hermandad desde su propio punto de vista.

 

                         Dos hechos precipitaron el conflicto: el mal estado de la capilla, que amenazaba ruina en algunas de sus partes, y la muerte de José Lerdo, el antiguo esclavo negro que ocupara durante mucho tiempo la mayordomía y otros cargos en la hermandad, y durante los últimos años de su vida el de capiller, siendo respetado por todos y constituyendo una especie de puente entre las dos posiciones. Al día siguiente mismo de su fallecimiento, el cura se dirige al Secretario del Arzobispado, el 24 de agosto de dicho año 77, planteando lo siguiente:«En el día de ayer falleció en el Hospital Central de esta ciudad el negro José Lerdo de Tejada, que estaba encargado de la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles. La capilla queda en el peor estado que pueda imaginarse, con un inclinamiento de su torre y techumbre que puede causar desgracias si pronto no se adoptan las decisiones que sean convenientes para evitarlo. De este peligro tengo aviso verbal del arquitecto de esta ciudad, por más que está a la vista de todos, y también recibo quejas de los propietarios de las fincas que lindan con la capilla.

                        Hoy no hay nadie que pueda ponerse al frente de dicha capilla, porque el capiller ha muerto, la hermandad, por más que exista algún que otro hermano, no da señales de vida, hace muchos años que no se celebran cabildos ni observa nada de lo que prescriben sus reglas, y el poco culto que en la capilla se daba, reducido solamente a tres días de Jubileo en el año, venía sosteniéndose por el difunto capiller, que ya en este año tuvo que manifestar al que suscribe que no podía costearlo y ha sido necesario que se le hayan dispensado los derechos de procesión y otras cosas, a más de haber salido el que tiene el honor de dirigirse a V. S. para pedir por el barrio en unión de varios feligreses para que no dejara de hacerse la procesión como todos los años. No queda, pues, más que la autoridad del Prelado de sevilla, que de tiempo inmemorial ha venido recibiéndose de Hermano Mayor de la referida hermandad y designado persona que le represente en la Presidencia de dicha hermandad; pero aún cuando así no fuera, en el estado en que la capilla se encuentra, corresponde desde luego al Ilmo. Sr. Gobernador Eclesiástico determinar quién debe encargarse de la capilla y los medios más conducentes para salir de los compromisos que nos rodean». El cura, como vemos, afirmaba que en la hermandad no había «señales de vida’ ni cargos de gobierno, aun reconociendo la existencia de «algún que otro hermano».

 

                        Por su parte,«Camilo Lastre, Mayordomo, y José García, Diputado y hermano más antiguo de la hermandad» se dirigen también, una semana después, concretamente el día 31, al Provisor y Vicario General del Arzobispado, en los siguientes términos: «Habiendo fallecido el 23 del corriente mes en el Hospital Central nuestro hermano prioste José Lerdo, y no existiendo en la actualidad Presidente alguno que ordene el convocar a la corporación para celebrar juntas y cabildo, pues el último, que era Don Genaro Guillén y Calomarde, hace tiempo que se ha desistido, como asimismo por motivo de no haber Presidente no se han verificado las elecciones generales de oficios anuales el domingo primero de Mayo, como previene el capítulo 8º de nuestra Regla aprobada por la autoridad eclesiástica en 1554, y habiéndose reunido la corporación en la noche del 28 del corriente con el objeto de efectuar la elección general de oficiales y diputados y cumplir en lo posible con lo que previene el mencionado capítulo 8º de nuestras Reglas, se personó en el acto el Sr. cura Párroco en nuestra Sala Capitular mandándonos desalojar, no permitiendo de ningún modo el que celebremos reunión alguna, sea cualquiera el pretexto que esta la motivara. Los exponentes, al querer verificar estos actos no tienen otro objeto que llevar a debido efecto lo prevenido en sus estatutos y proceder de consuno los oficiales nombrados y hermanos a reconstituir de nuevo esta corporación que tantas glorias históricas tiene y tantas desgracias le han ocurrido, con especialidad en estos últimos tiempos en que por una lamentable incuria se ve amenazada nuestra capilla y casa de una completa ruina; por cuya razón nos vemos en la precisión de recurrir a V. S. para que, en vistas de las razones expuestas, nos conceda permiso para verificar el cabildo general de elecciones el domingo próximo venidero y al mismo tiempo poder en este cabildo determinar lo más conveniente para remediar el estado actual de la corporación».

 

                        Como fácilmente puede apreciarse comparando los dos escritos, una y otra parte señalan la necesidad de revitalizar la cofradía y de poner remedio a la situación ruinosa de la capilla, pero mientras los morenos denuncian la obstaculización que hace el cura a este objetivo, impidiendo reunirse a los hermanos, este aduce el abandono en que dice se encuentra la cofradía para sugerir una intervención directa por parte de la autoridad eclesiástica, que no es arriesgado pensar que aspirara fuese por su intermedio.

 

                        El Vicario se dirige al cura de San Roque para que informe sobre «lo que le conste, ofrezca y parezca» en relación al contenido de la instancia de Lastre y García. Dicho informe, muy extenso, está fechado en 10 de Septiembre y en él se hace un recorrido por diversos temas. Lo central es, para él, que «el asunto de la hermandad de los negros entraña una cuestión de interés religioso para Sevilla y el Barrio», dada la importancia de su Fiesta de Agosto –cuyos principales actos describe y ya hemos reflejado arriba–, y lo negativo que sería el que esta se concluyera, porque ello daría «un motivo más de alegría a los protestantes y demás enemigos del nombre católico que por desgracia existen en nuestra patria, al ver que desaparecen costumbres piadosas que nos recuerdan todavía el fervor religioso de otros tiempos» . Para reafirmar esto, añade retóricamente: «¡Qué más pudieran ellos desear sino que la capilla o su terreno abandonado fuera a poder del Estado para poderlo comprar y establecer en este barrio un centro de propaganda protestante!»

                       

                        ¿Quiénes serían los responsables del anterior posible desastre para la Religión Católica? Evidentemente, quienes estaban dejando hundirse la capilla y habían abandonado sus responsabilidades para con la hermandad: aquellos que en los últimos tiempos estaban al frente de esta. Por ello escribe que «no ha podido menos de causarle suma extrañeza la citada solicitud presentada por los negros Camilo Lastre y José García, en la que aparece el primero llamándose mayordomo sin que en tres años que el que suscribe lleva al frente de esta Parroquia haya tenido ocasión de conocer tal mayordomo», ya que «ni en este año, ni en los anteriores, ha conocido ni tratado más que con el difunto capiller José Lerdo, único que aparecía responsable de todo cuanto se hacía en la capilla», el cual, antes de su muerte «se quejaba amargamente de encontrarse solo, sin negro alguno que le ayudara más que el José García que firma la solicitud, porque los negros no habían querido salir a pedir, y viéndole enfermo y sin recursos le abandonaban a sus solas fuerzas» . Lastre es criticado fuertemente contraponiendo su irresponsabilidad, o incluso maldad, a los buenos oficios del párroco, o sea, de él mismo. Ello se efectúa mediante nuevas preguntas retóricas: «¿Donde estaba entonces, Ilustrísimo Señor, el mayordomo Camilo Lastre? ¿Por qué no salía a los gastos y compromisos que rodeaban al hoy difunto capiller para poder costear la función, procesión y jubileo, que de seguro no se hubiera hecho sin la intervención del Párroco, que ha tenido para ello necesidad de abusar de la bondad de sus ministros haciéndoles trabajar gratuitamente?» Tanto más cuanto que, para el culto, y aún para las obras necesarias en la capilla, esta «cuenta con recursos propios para poder atender a su reparación: dentro de los muros en que se encuentra hay habitaciones cuyo arrendamiento cobra el capiller sin dar cuenta a nadie –en esto critica también al difunto Lerdo–, los cuales bien administrados pudieran muy bien producir lo necesario”.

 

                        ¿Por qué, a su entender no se lleva todo lo anterior a cabo, y por qué, ahora, él mismo es acusado por Lastre, ante el Arzobispado mismo, «de evitar que la hermandad de los negros se reúna en cabildo”? Simplemente, porque «este párroco lo que no puede permitir es que nadie se apodere de la capilla y de las cosas (algunas de valor) que en ella existen …, que varios negros y el blanco Don Manuel del Castillo, después de no haber asistido a los días de jubileo y función, y de no haber ayudado en sus trabajos al capiller y al Cura, se reúnan por sí y ante sí, sin presidente que los cite con término de veinticuatro horas, para tomar acuerdos que nunca podrían tener valor legal, puesto que el cabildo se celebraba a espaldas de los demás hermanos negros y blancos a quienes no se había citado» .

                       

                        La descalificación de quienes forman la restringida junta de la hermandad es manifiesta, y se hace no sólo a los negros sino también al Secretario Don Manuel del Castillo, que ocupaba el cargo desde décadas atrás. Se censura también a estos por haber celebrado cabildos en los últimos años «con la asistencia de cuatro o cinco negros lo más, y el blanco Don Manuel Castillo; hasta el extremo de que el último acta, que lleva la fecha de 30 de Junio del 75, sea de un cabildo celebrado solamente con el capiller, el Secretario y el negro José García”. Para solucionar todos estos problemas, se ofrece un camino: encargar “de la administración de la capilla al Párroco y claveros que por tiempo fuesen de la Parroquia de San Roque», nombrar «un capiller de color» para «no perjudicar a los negros, que deben continuar en la capilla para que se conserve la tradición», e impulsar la presencia de «hermanos blancos, que concurrirían si se les citara a cabildo y ayudarían a la obra de reparación si la hermandad diera señales de vida» . Tratando también, si ello fuera posible, de que «hubiese negros piadosos y de buenas costumbres”. En todo caso, se insiste en la disposición –que sí debía estar fuera de toda duda, más allá de los intereses del cura, por una parte, y de los pocos negros existentes en la hermandad, por otra– de «muchas personas de la collación» por salvar de la ruina a la capilla y garantizar la continuidad de los cultos a la que consideraban no sólo Señora y Madre de los morenos sino también Reina y Patrona del barrio: la Virgen de los Ángeles.

                       

                        Ante este informe, desde el Arzobispado se comisiona al cura para que disponga la celebración de Cabildo general de elecciones «y si a pesar de la citación no se reúne número suficiente según la Regla, constitúyase en Junta de oficiales de Mesa”. Si ni lo uno ni lo otro fuera posible, es entonces cuando se le autoriza «para que pueda recibir y reciba, con asistencia del Secretario, nuevos hermanos, bien de color, si los hubiere, bien blancos, que se encuentren animados de buenos deseos en favor del culto divino y de la conservación de tan antigua Hermandad…, para evitar la desaparición de un Santuario de especial devoción de esta capital”. La decisión del Arzobispado refleja dos cosas: la primera, que este prefiere intentar la normalización de la cofradía sobre las mismas bases tradicionales, y sólo caso de no ser ello viable se plantea la apertura de la hermandad sin condicionantes étnicos; y segundo, que no se contempla una intervención directa, poniendo en cambio en manos del párroco la interpretación de las situaciones. Desde entonces, este podía sentirse a la vez juez y parte en el conflicto.

 

                        El cabildo general fue convocado para el 30 de Septiembre. A él asistieron el cura párroco, como Presidente, 5 «hermanos morenos» y 3 «hermanos blancos» –incluido de nuevo Don José Bermejo y Carballo–, además del Secretario, Don Manuel del Castillo. El resultado de las elecciones fue el siguiente:

                        Presidente: Don Joaquín Fernández Venegas, cura de San Roque.

                        Consiliario primero: Don Mariano Alcerreca (blanco).

                        Consiliario segundo: Don Matías Berro (blanco).

                        Mayordomo: Camilo Lastre (negro).

                        Prioste: José García (negro).

                        Secretario primero: Don Manuel del Castillo (blanco).

                        Secretario segundo: Don Tomás del Castillo y Pérez (blanco).

                        Diputado primero: Rafael Unamuno (negro).

                        Diputado segundo: Nicolás Núñez (negro).

                        Diputado tercero: Laureano Quintana (negro).

                        Diputado cuarto: Evaristo Álvarez (negro).

                        Diputados Blancos. Primero: Don José Bermejo (blanco).

                                                            Segundo: Don Manuel Meiri (blanco).

                                                            Tercero: Don Ignacio Martín (blanco)

                                                            Cuarto: Don Jerónimo Humanes (blanco).

 

                        Se acordó constituir una clavería para administrar la corporación «en unión del Mayordomo», la cual quedó constituida por el cura y el consiliario primero, además del mayordomo mismo, con el consabido «arca de tres llaves, en la que se custodiaran las alhajas de plata y otros intereses de la hermandad» y una reunión todos los meses. A esta clavería se le dan «plenos poderes para proceder a la obra de reparación de nuestra iglesia y casa contigua, ya tomándola por sí, o bien por medio de una contrata alzada, según juzgue que es más conveniente”. Y se tomaron resoluciones respecto a los inquilinos de la casa contigua: se exime de pagar renta «a los que no pueden efectuarla por su mucha pobreza» pero se recomienda, caso de quedar libres los cuartos de estos insolventes, «darlos a otro que pueda contribuir con alguna limosna”. A la vez, «considerando que la casa contigua se halla situada próxima a nuestra capilla, los que en ella habitan deben guardar moderación y compostura y no dar lugar a murmuraciones por observar una vida relajada; y evitarán a todo trance riñas, pecados públicos y escándalos, en cuyo caso autorizamos a nuestro Presidente para que en secreto corrija y amoneste al vecino que en tales faltas haya incurrido”. Caso de no rectificar el amonestado, el Presidente puede «ordenar que este se mude de la casa, valiéndose para ello de cuantos medios sean conducentes para llevarlo a cabo, y hasta valerse del brazo secular, ya en el orden gubernativo ya en el orden judicial, y de ese modo se evitará que por un vecino malo se corrompan los demás por su mal ejemplo».

 

                        Los anteriores acuerdos, certificados por el Secretario, acompañan al escrito del cura al Secretario de Cámara del Arzobispado dando cuenta de la realización del cabildo cuya convocatoria se le había encargado. Se subraya en él que «resultó elegida una junta de oficiales compuesta de hermanos de uno y otro color, de la cual el que suscribe ha tenido el honor de ser nombrado Presidente», pero, a la vez, se solicita que «el cura que por tiempo fuere de la parroquia de San Roque sea el verdadero Presidente de dicha hermandad no sólo por elección de los cofrades sino por designación también de Su Eminencia Reverendísima, el señor Arzobispo de esta Diócesis, y en su representación como Hermano Mayor»: es decir, se pide explícitamente que el Arzobispo nombre al que sea párroco de San Roque, desde entonces hacia adelante, su Delegado, en vez de designar para ello a un canónigo u otro miembro del cabildo eclesiástico, tal como era tradición desde el cardenal Solís. Los motivos para esta petición se explicitan claramente: el cura no quiere depender de los votos de los hermanos para ostentar el cargo sino del automatismo de la representación del Arzobispo. Y ello, con el objetivo de poder «ejercer una vigilancia más directa y eficaz sobre dicha hermandad y evitar los abusos que por desgracia hasta aquí han venido cometiéndose, con el desprestigio de las cosas religiosas y escándalo de esta feligresía, que ha visto cómo a la sombra de una devoción muy popular en Sevilla, ha estado entregada la capilla en manos de capilleres y otros compañeros que supieron recolectar limosnas, vender y empeñar las alhajas de plata y ropas de las imágenes, y, a pesar de ser albañiles, dejar que se arruinara la capilla por no coger las goteras que las lluvias causaban».

 

                        El contenido de este oficio, en el que nuevamente el cura descalifica, ahora de forma generalizada, a quienes habían llevado en los últimos tiempos el gobierno de la cofradía, incluso denunciando supuestas acciones de expolio de su patrimonio, no reflejaba un talante conciliador ni presagiaba el fin de los conflictos, a pesar de que la nueva junta de oficiales podría parecer resultado de un compromiso constructivo, dado su carácter étnicamente mismo de una mitad de negros y otra de blancos y el nombramiento como presidente y mayordomo de las dos personas más directamente enfrentadas, y a pesar también de la visita protocolaria al nuevo Arzobispo que hacen los principales implicados en el problema, formando parte de una diputación aparentemente unificada.

 

                         En el mismo mes de Octubre, el mayordomo Camilo Lastre, por su parte, también había movido sus fichas cara al Arzobispado. Por una parte, había dirigido un memorial al nuevo Arzobispo, en el que, tras un breve recorrido por la historia de la cofradía y la exposición del estado «casi completo de ruina» en que se encontraba la capilla solicitaba su aceptación para ser recibido como Hermano Mayor y Protector de la hermandad, al igual que habían hecho sus predecesores, y pedía la designación «para que presida en su nombre, en todos los actos religiosos de la corporación y cabildos, un individuo del Cabildo Catedral al que V. E. quiera honrar con este cargo» . Una petición esta última que vuelve a reiterar una semana más tarde, tras haberse producido la audiencia a la diputación de la hermandad por parte del Arzobispo, al recordar a este que era «inmemorial costumbre el que el prelado designe para Presidente de la hermandad a un individuo del cuerpo capitular del Excmo. Cabildo Catedral”.

A su vez, uno de los hermanos negros que resultaría electo como Diputado, Nicolás Núñez, se había dirigido al Secretario antes de la realización del cabildo de elecciones para exponerle que, aunque tenía imposibilidad de asistir a este por marcharse fuera de la ciudad, «se tuviera como presente su voto de no estar conforme con el nombramiento del señor cura para Presidente, por creer que con él sufrirán menoscabo los derechos de la corporación».

 

                        Todo lo anterior refleja nítidamente que ni el cura Fernández ni los cofrades negros, encabezados por el mayordomo Lastre, habían aceptado, de hecho, los resultados del cabildo del 30 de Septiembre más que como un armisticio puramente provisional en la pugna por el control de la cofradía. Por ello, el nuevo choque frontal no se hizo esperar: el 5 de noviembre el cura se dirige de nuevo al secretario de Cámara del Arzobispado dándole cuenta de «un gravísimo incidente en la capilla», incluso con la intervención de la fuerza pública. El hecho fue que «habiendo dado orden al mayordomo Camilo Lastre para que citase al Consiliario primero y al Secretario a fin de que hubiésemos celebrado clavería ayer domingo…, después de quedar conmigo conforme en hacerlo así, cumpliendo de este modo el acuerdo del cabildo del 30 del pasado Setiembre, me encontré que, llegada la hora de esta, nadie aparecía, y extrañándolo pregunté al Camilo si había hecho la citación, contestándome que no y que no tenía que hacer citación ninguna porque estaba dispuesto a emprender la obra de la capilla por sí solo, y que la iba a empezar hoy por la mañana. Semejante contestación no pudo menos de disgustarme por lo inesperada, y después de algunas palabras que entre los dos mediaron me retiré, previniéndole se abstuviera de empezar la obra sin conocimiento y por acuerdo de la clavería. De nada valieron mis razones y hoy a las siete de la mañana se presentó en la capilla con albañiles para empezar los trabajos. Nuevamente le dije que no hiciera nada sin estar de acuerdo los tres claveros y sacar antes las imágenes y demás cosas del culto para que no sufrieran deterioro; todo fue inútil, los albañiles empezaron a destejar y yo, viendo este atropello y que no bastaban razones, pedí auxilio a la fuerza pública y un cabo de la guardia municipal, acompañado de un número de la misma, me los prestaron, haciendo retirarse los albañiles bajo mi responsabilidad, después de abonarles veinticuatro reales que pidieron por sus jornales».

 

                        Sólo un día transcurrió para que, por su parte, el mayordomo elevara también un nuevo escrito, ahora directamente dirigido al Arzobispo, que es un alegato a favor del carácter étnico de la cofradía. En él, se presenta explícitamente como «Camilo Lastre, de color moreno, Mayordomo de la Hermandad de la Virgen de los Ángeles sita en el Barrio de San Roque de esta ciudad y propiedad de los morenos» y dice hablar «en nombre de los hermanos”. Recuerda cómo, a la muerte del capiller, «el Señor Cura de San Roque se personó echándonos a la calle de una casa que es de nuestra propiedad; lo que no ha podido hacerse jamás, pero como la Santa Sede –se refiere al Arzobispado– se hallaba vacante, nos atropellaron y expulsaron tres veces, queriendo recoger la llave de la capilla, de lo que protesté poniéndolo en conocimiento del Señor Provisor de la Santa Iglesia Catedral y del Real Cuerpo de Caballeros Maestrantes, y en vez de auxiliarme como es de Justicia el Señor Provisor le dio el derecho al mencionado Señor Cura contra la Justicia y el derecho que nos asiste» . Señala Lastre cómo en los Estatutos de la hermandad se recoge que «mientras exista un hermano moreno es dueño propietario de la Capilla-hospital«, por lo que pide que «el Señor Cura no intervenga en lo que no le corresponde», que son varias cosas: «haberse nombrado Presidente», «haber nombrado cabildo de blancos, que se reunieron dos o tres forzosos», «atropellar y expulsar de su casa, a la calle, a los hermanos morenos que celebraban Junta, como dueños, para reemplazar al difunto capiller», manifestar que de la capilla y la casa «era dueño el Arzobispo y que él no tenía que dar explicación alguna» y, últimamente, «ayer mismo se valió de dos vigilantes y me sujetó los trabajos que estoy ejecutando en la capilla, para la que no lo necesito a él para nada» .

 

                        No poca ingenuidad reflejaba este oficio del mayordomo al pretender que el Arzobispo le protegiera a él, y amparara lo que él entendía como derechos de los negros, frente al párroco e incluso al Provisor. Los morenos sevillanos eran ya muy pocos, constituían casi una pura anécdota en el conjunto de la población y, además, toda la actuación pastoral pasaba por el fortalecimiento de las parroquias como célula básica de la organización eclesiástica. Por ello, el Fiscal del Arzobispado, sin entrar en ningún otro de los asuntos a los que se referían ambas partes, emitió rápidamente un dictamen en el que determinaba que «las pretensiones que hoy deduce Camilo Lastre son contrarias y abiertamente opuestas al acuerdo del cabildo de proceder a la reparación de la Capilla y casa contigua por una clavería que al efecto fue nombrada», por lo que declara «no haber lugar a acceder a ellas, pudiendo deducir donde corresponda la acción de que se crea asistido sobre propiedad o posesión de la indicada Capilla» .

 

                        Así quedó a partir de ese momento la cofradía, con la ratificación del cura de San Roque como Presidente y la continuidad de Lastre como mayordomo, ya que fue reelegido varias veces. El conflicto, pues, continuó latente; un conflicto que era, a la vez, étnico y de relaciones de poder entre el párroco y los cofrades. Ello no fue obstáculo para la continuación de los cultos, sobre todo de Agosto, e incluso para la salida procesional de la Virgen de los Ángeles en los años 1879 y 1881. El primero de ellos, en el domingo 7 de agosto, como siempre hasta entonces con la asistencia de la Sacramental, recorriendo las calles del barrio, aunque sin ir a la Calzada. Como recoge Bermejo, «las demostraciones de afecto y de religioso entusiasmo fueron aún mayores que en las precedentes salidas, habiendo en la estación cinco castillos o palmas de fuego, arcos de flores, luces y otras invenciones”. Dos años después, asimismo en agosto, «salió también en procesión la Señora, mas no fue en ella esta vez la Sacramental de San Roque, pero hubo igualmente mucho entusiasmo”. También continuó la presencia de la hermandad en la procesión del Corpus, siendo «la única que ha continuado asistiendo, con más o menos número de individuos, según su estado».

 

                        En 1883, tras la muerte de Lluch, llega al Arzobispado el dominico y destacado tomista Fray Ceferino González. El 1 de enero del 85 es visitado por la Comisión de la hermandad, en la que seguía figurando Camilo Lastre como mayordomo, para hacerle el tradicional ofrecimiento del cargo de Hermano Mayor, lo que fue aceptado por aquel siendo inscrito en la hermandad en dicha fecha.

 

                         Pocos días después, en cabildo de 26 de enero, presidido por el prioste José García, se decidió «enajenar el paso propio de la corporación», para atender a «la necesidad urgente de reparar el edificio y levantar ciertas habitaciones dedicadas a Hospital de morenos que, por efecto del tiempo, se habían destruido», y para hacer frente al pago a diversos acreedores, por diversas obras ya efectuadas en la capilla, que amenazaban «proceder judicialmente contra la hermandad”. El paso sobre el que habían hecho estación las Imágenes de la cofradía, componiendo un Calvario, los años 67 y 69, fue vendido a la hermandad del Buen Fin, desaparecida a comienzos de siglo y que había sido reorganizada por entonces. Las obras aludidas se realizaron durante dicho año y varios siguientes, recaudándose para ellas diversas limosnas mediante postulación pública y oficios petitorios a los Duques de Montpensier y a la Real Maestranza.

 

                        En el año 87, el conflicto latente volvió a hacerse explícito. El cura de San Roque era ahora Don Aniceto de la Fuente, mientras Lastre continuaba como mayordomo y ya no existían la mayoría de los blancos incorporados a la junta de oficiales diez años antes. El arzobispado había pedido a los párrocos un informe sobre el estado general de las hermandades y cofradías existentes en cada feligresía, y al que recibe sobre las existentes en la de San Roque, se acompaña una nota firmada por el párroco, con fecha 7 de marzo, en la que se dice «Que el negro Camilo Lastre lo es todo en la Hermandad de los Negritos, porque no admite, ni da participación a nadie en los cargos de la Hermandad; que recoge no pocas limosnas, y recogió este año pasado mucho dinero, y sobre 90 duros de una corrida de toros, pero sin embargo no se hace nada en la Capilla. esta necesita ciertamente reparos, pero si S. E. M. dispone el darle alguna limosna para su reparación, no debe entregársele a él dinero ninguno sino a la persona o personas a quienes se le encargue la reparación».

 

                         Dos meses después, el 11 de mayo, el cura vuelve a enviar otro escrito al Secretario de Cámara del Arzobispado adjuntando informe de un maestro albañil sobre los desperfectos en la capilla, que consistían, básicamente, en que «el arco toral se encuentra tronchado, y en consecuencia la media naranja ha mostrado varias grietas y la pared de medianía también se encuentra en mal estado, cuya reparación importará próximamente 500 reales”. Como vemos, no eran muy graves ni costosas las reformas necesarias, ya que aún no hacía diez años que se habían realizado obras de cierta envergadura. En cualquier caso, Don Aniceto vuelve a insistir en su denuncia contra el mayordomo, porque, según él, «se ha negado a rendir cuenta de los fondos que debe tener la Hermandad, exponiendo que esta no tiene nada; sin embargo, no puede creerse así, pues él tomó este verano pasado las cantidades siguientes: la Real Maestranza dio 500 reales; el empresario de la Plaza de Toros, por haber salido los negros en una corrida, 1.900; en los tres días de Jubileo, 300; la Señora de Miura dio media libra de cera y una limosna; y además de esto hizo el mayordomo oficios petitorios y los repartió por toda Sevilla. Los gastos importaron 180 reales aproximadamente».

 

                        Más allá de la mayor o menor exactitud de estas cantidades, en las que el cálculo de los gastos de la Fiesta de Agosto del año anterior parece difícilmente realista, lo importante es que la acusación contra Lastre de quedarse con los fondos de la cofradía es ya directa. Y ello se acentúa más aún en otro nuevo informe, de 20 de junio sobre las cuentas presentadas por dicho mayordomo para el ejercicio 86-87. En estas, el cargo declarado ascendía a 1.480 reales, resultado de las siguientes partidas:

  1. Por la limosna dada por Su Eminencia Rvdma., 200 reales.
  2. Por el Hermano Mayor de los Caballeros Maestrantes, 300 r.
  3. Recogido de limosna en las casas y en la bandeja de la iglesia,80 r.
  4. Importe de una novillada jugada en 16 de Julio de 1886, cuyo              importe no se cobró hasta el 8 de Septiembre, 900 r.

 

                        La data se elevaba a 2.082 reales, repartidos en 16 partidas, la mayor parte de las cuales referían a la Fiesta de Agosto e iban desde los derechos parroquiales, el estipendio satisfecho al cura por el panegírico en la Función, doce ramos de flores para los altares, diversas gratificaciones a muchachos por repicar las campanas y otras tareas, cantores, alquiler de un melodium y pago al artista ciego que lo tocó, 40 libras de cera de diferentes clases y tamaños, e importe de los materiales y jornales empleados en arreglar la capilla y blanquearla, hasta el alquiler de un traje de torero, pago de la orquesta que tocó en la novillada organizada en julio a beneficio de la hermandad y pleito con el empresario de la corrida por negarse este a entregar a la hermandad los beneficios. Todo lo cual hacía que el saldo final fuera favorable a Lastre por un total de 602 reales.

 

                        El párroco, en su informe sobre estas cuentas, no está de acuerdo con la gran mayoría de las anotaciones, tanto por estimar que los ingresos declarados son mucho menores que los verdaderos –sobre todo en lo que respecta a limosnas por oficios petitorios y durante los días de Jubileo, y también respecto a la novillada, cuyos beneficios dice ahora fueron de 1.800 y no de 900 reales–, como por afirmar existían evidentes falsedades en los recibos correspondientes a la mayor parte de las partidas de gastos.

 

                        La arriada que sufrió el barrio en febrero del siguiente año 88 fue motivo de un oficio del mayordomo al Cardenal-Arzobispo poniendo en su conocimiento la necesidad de diversas obras y reparaciones en la capilla, por los efectos de aquella, sobre todo en los altares del Cristo de la Fundación y de San Benito de Palermo, los cuales dice han sido destruidos, sin que existan fondos ni se consigan limosnas para su restauración. También pide sea designado «un Señor Canónigo en representación de Su Eminencia en la hermandad» ; representación que no estaba cubierta desde hacía unos años, debido, entre otras razones, a que fray Ceferino había ocupado durante un breve periodo de tiempo la sede de Toledo, ausentándose de Sevilla antes de haber nombrado delegado tras su aceptación como Hermano Mayor.

 

                        El Arzobispo dispuso se realizara por parte del canónigo Don José María Vidal y Cruz una visita a la Capilla, acompañado por el cura de San Roque, la cual se efectuó a comienzos de abril, recibiendo el 11 de dicho mes un informe sobre la misma. En este se analizaba, en primer lugar, el comportamiento del repetidamente nombrado Camilo Lastre: «después de conferenciar con él, comprendí lo decidido que está a ser el dueño absoluto en todo lo relativo al templo, como a las habitaciones que están unidas a él; efecto sin duda de las ideas erróneas y fuera de toda razón de que está poseído”. En cuanto a su actuación en el plano económico, se le acusa abiertamente de que «las limosnas que obtiene de los fieles, como las pequeñas rentas que percibe de los que habitan en el Hospicio, las invierte en sus necesidades, sin emplearlas en el culto como tiene obligación”. Además, «se indispuso con la Camarera de la Santísima Virgen, Doña Gertrudis Miura, porque esta Señora le reprendió e hizo cargo porque había vendido el paso de la cofradía sin autorización; y también se disgustó con el Excmo. Sr. don Antonio Miura, bienhechor de la Hermandad…”.

 

                        Respecto a la Capilla, se dice que «está bastante descuidada y en extremo sucia, lo mismo que la Sacristía y la habitación unida a ella, si bien es verdad que con motivo de la última inundación entró el agua en todos los lugares de esta hasta la altura de más de un metro, según lo indican las paredes”. Tras señalar que el estante con los libros y papeles del archivo fue invadido también por el agua, lo mismo que el arca grande en que se guardaba la ropa de la Virgen, el informe pormenoriza el estado del inmueble, con los diversos daños existentes. Y en cuanto a la casa de la hermandad, se describe que «en sus habitaciones viven algunos morenos y morenas y algunos blancos que abonan al mayordomo una pequeña cantidad de renta mensual», censurándose que la sala que servía de almacén para el paso, luego de haberse vendido este –se afirma de nuevo que por el mayordomo sin autorización eclesiástica ni de la hermandad, lo que no es cierto respecto a esto último, como ya vimos–, haya sido destinada, junto con otras habitaciones, a vivienda del propio Lastre y su familia.

 

                         El informe expone también brevemente la composición y actividad de la junta de oficiales, señalando que «sólo funciona el Mayordomo, aún cuando existen Francisco Álvarez, primer Diputado; José Serapio, segundo Diputado, y José García, que vive en el Hospicio como Capiller y Prioste de la Hermandad”. En cuanto a su patrimonio, se dice que «parece que tiene (?) la corona de la Santísima Virgen, un viril y otra alhaja, el Inventario y las Constituciones”. Pedidas estas por el Visitador, este constata que «en la actualidad sólo se cumple el Jubileo», no practicándose nada de lo fijado en dichas Constituciones o Reglas –que eran las de 1554–, como lo reflejaba, entre otros, el hecho de no celebrarse Cabildo desde mayo de 1882.

 

                        De todo ello, las conclusiones eran cuatro: «1º) Reparar la Capilla para que pueda celebrarse el Jubileo Circular, el cual está unido a la Porciúncula» ; «2º) Celebrar Cabildo Cabildo de elecciones y, con arreglo a las Constituciones, proveer los cargos vacantes y nombrar Clavería», la cual debía analizar con qué fondos se cuentan tanto para las reparaciones necesarias como para la celebración del Jubileo; «3º) Autorizar al Presidente para que el domingo siguiente al del Cabildo se reúna con los claveros, un Diputado y el Secretario, y se confronte el Inventario, anotándose las alteraciones que pueda haber, remitiendo también copia a la Secretaría de Cámara para los efectos que pueda convenir» ; y «4º) Autorizar de nuevo a la hermandad para que puedan ser admitidos de hermanos y hermanas los de color que no lo sean, y de luz quienes lo pretendan, siempre que reúnan las condiciones de moralidad y celo por el servicio de Dios Nuestro Señor y fomento de la Hermandad». Por cierto, que el Visitador interpretó mal la distinción que en el capítulo 12 de las Reglas de 1554 se hacía entre «hermanos de sangre» o flagelantes y «hermanos de luz», considerando erróneamente que por estos últimos «deberá entenderse los blancos», como expresa textualmente. Ello provocó que en la última de sus conclusiones hable de admisión de hermanos de luz como sinónimo de admisión de personas blancas, considerando que ello se ajustaba a las citadas Constituciones.

 

                         Dos días después de presentado el anterior informe, el Arzobispo nombra a su autor, el canónigo Don José María Vidal, como su representante en la hermandad, encomendándole «practicar las diligencias necesarias para la reorganización de la misma al tenor de sus Constituciones…, convocar a junta para la elección de cargos y nombramiento de Clavería, y admitir los nuevos hermanos que reuniendo las debidas condiciones, sean o no de color, lo pretendan».

 

                        El 22 de abril, tomó posesión el citado Don Jose María Vidal y Cruz como representante del Arzobispo, en una ceremonia de la que se conserva el acta y que fue como sigue: «El prioste D. José García –por primera vez el Secretario, ahora Don Rafael Sánchez Arraiz, aplica el Don también a los negros– tomó el cuadro del retrato de Su Eminencia Reverendísima; Don Clemente Lara el estandarte antiguo de la Hermandad, y Don Camilo Lastre la vara de Hermano Mayor, y saliendo con el Representante de S.E.R. a la puerta de la capilla, y colocado en el centro, y a la derecha el Sr. Cura Párroco –el citado Don Aniceto de la Fuente y Ortega– y a la izquierda Don José Bermejo, antiguo hermano, recibieron estos una vara, y al hacer el Mayordomo la entrega de la que correspondía al Sr. Presidente, la campana de la Parroquia y la de la Capilla hicieron un repique general, continuando la comitiva hasta el altar mayor, donde había cojín encarnado, y de rodillas en él hizo una breve oración a la Santísima Virgen de los Ángeles pasando después a la sala de sesiones» . En las palabras que dirigió a los presentes, el nuevo representante del Arzobispo, tras agradecer a este «la honra con que se había dignado distinguirle», y a los presentes «la amabilidad y satisfacción que habían mostrado», señaló los objetivos a conseguir por expreso deseo del prelado: estos eran «ver reparada la Capilla para que pudieran celebrarse los cultos que en años anteriores se habían practicado; que la hermandad se organizase para que pudieran observarse sus constituciones; que, teniendo noticias de que había una Congregación del Santísimo Rosario de Señoras, vería también con sumo gusto su reorganización para que contribuyese con sus limosnas, averiguaciones y prácticas piadosas, en especial la de rezar el Santo Rosario todas las noches en la Capilla como en épocas anteriores» .

 

                        Conforme a todo ello, el 18 de mayo se celebró cabildo general, al que el nuevo Presidente presentó una propuesta de apéndice a las Reglas de la hermandad, que seguía rigiéndose formalmente por las de 1554, que trataba «De las obligaciones que corresponden a los diferentes oficios que según las Constituciones han de desempeñarse en la Inmemorial Hermandad del Santísimo Cristo de la Fundación y Nuestra Señora de los Ángeles, establecida en su Capilla propia en la Parroquia de San Roque de esta Ciudad de Sevilla» . La propuesta «se acordó por unanimidad y sin discusión ni reparo alguno», como certifica el Secretario, Rafael Sánchez Arraiz, remitiéndose junto con una copia de la Regla al Arzobispado, el cual le dio vigencia.

 

                        Dicho apéndice o reglamento de la junta de oficiales, que tiene claramente el sello del canónigo-Presidente, comprende los siguientes epígrafes: «Del Hermano Mayor», «Del Señor Cura Párroco», «Del Alcalde», «Del Prioste», «Del Mayordomo», «Del Secretario», «De los Diputados», «De la Clavería», «De la Señora Camarera» y «De la Congregación del Santísimo Rosario de Señoras. De la Mayordoma”.

 

                        Respecto al cargo de Hermano Mayor, se parte de una afirmación incierta: que «el Excmo. y Rmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Sevilla es el Hermano Mayor y Protector de esta Cofradía desde su fundación”. Como sabemos, y sabía también perfectamente el Sr. Vidal, que aquí realizó lo que hoy llamaríamos una verdadera manipulación de la tradición, sólo hacía aproximadamente un siglo y cuarto, concretamente desde el año 1766, que los Arzobispos –que no necesariamente cardenales– eran Hermanos Mayores de la hermandad, no siendo esta la situación en los más de 350 años anteriores. Y lo eran, además, no automáticamente sino mediante ofrecimiento expreso, muy ritual izado, a cada uno de ellos y aceptación también expresa. El nuevo reglamento dice también que «en su lugar y representación» ocupará el puesto de hermano Mayor «el sacerdote que tuviese a bien designar», lo que tampoco había sido así hasta entonces: por mucho tiempo, el representante del Arzobispo había sido designado como Teniente de Hermano Mayor, y últimamente como Presidente, pero nunca como Hermano Mayor, que era un título reservado exclusivamente al prelado y que ahora, sin duda, pretendía ostentar el activo y a la vez orgulloso canónigo.

 

                        El contenido del cargo daba un fuerte sesgo presidencialista al gobierno de la hermandad, ya que facultaba al clérigo que ocupara el puesto a tomar decisiones personales siempre que las cuestiones fueran de urgente resolución, a su juicio, y las pusiera posteriormente en conocimiento del cabildo o junta. Y también le facultaba a sustituir «a cualquier oficial que por ausencia o enfermedad no concurriese a Cabildos o Juntas, designando al hermano que tenga por conveniente», aunque matizándose que «prefiriendo a los de color, y a falta de estos a los blancos”. Una concesión a los morenos que significativamente no se extiende a los cargos efectivos. También entraba en sus funciones «dirigir la Congregación de las Hermanas –es decir la del Santísimo Rosario de Mujeres– de acuerdo con la Sra. Mayordoma», y poner en conocimiento del Arzobispo «cualquier falta grave que pueda notar, para que sea corregida como corresponde”.

 

                        Todo ello iba dirigido, claramente, a garantizar una fuerte concentración de poder en manos del clérigo designado por el Arzobispo, en detrimento de la dirección de la corporación por parte de los laicos, en este caso morenos, tal como había ocurrido hasta entonces, cuando las funciones del canónigo designado como representante del Hermano Mayor habían sido, de hecho, casi solamente protocolarias. Y la «lexicalización» de la hermandad se acentúa con la inclusión como oficial de la Junta, por primera vez en cinco siglos, del cura párroco de San Roque, a quien se conceden las funciones de teniente de hermano mayor, aunque no se use este término, ya que no sólo ocupará siempre, «en todos los actos públicos como privados la derecha del Representante de S. E. Rma. En virtud del derecho (?) que le corresponde», cuestión que podría entenderse como una respetuosa deferencia, sino que sustituirá efectivamente a este «cuando por cualquier causa no concurriese”.

 

                        Al cargo de Alcalde, que se dice «lo desempeñará siempre uno de los hermanos más antiguos que hayan acreditado un verdadero celo por el culto, y que con su prudencia haya llenado el concepto de la Hermandad», se le vacía totalmente de funciones, quedando reducido a un suplente del suplente del representante del Arzobispo, ya que «sustituirá a este y al Sr. Cura en sus ausencias y enfermedades, cumpliendo con toda exactitud las obligaciones de dichos Señores”.

 

                        Las funciones del Prioste, Mayordomo y Secretario son las tradicionales y no presentan novedades especiales respecto a la situación anterior o a la de otras cofradías. Si acaso, señalar que el prioste tenía también, en la práctica, que ejercer ahora de capiller –al tener entre sus obligaciones las de «encender a las horas oportunas las luces de los altares y de las lámparas» o «pedir la demanda en la Iglesia o sus puertas en todas las fiestas» –, y la explicitación de que el mayordomo «será siempre persona de acreditada justificación y de notorio abono y confianza”. Para el puesto de Secretario, como siempre en la hermandad, «deberá siempre elegirse persona que no sea de color» y «estará obligado a secundar las disposiciones de nuestro dignísimo Hermano Mayor”. Y en cuanto a los Diputados, de los que no se establece número concreto, sólo tienen como función «la asistencia puntual a los Cabildos, actos de devoción y de culto”.

 

                        Para la composición y funciones de la Clavería, el reglamento remite al capítulo 14 de las Reglas de 1554, y sólo añade que habrá de celebrarse un cabildo anual de cuentas en el primer domingo de mayo.

 

                        La Señora Camarera, que no forma parte de los oficiales de la hermandad pero que se incluye en este Apéndice, tendrá como obligaciones no sólo las de «vestir a la Santísima Virgen siempre que la Hermandad le pase el correspondiente aviso» y cuidar de su vestuario y enseres para que «estén siempre con el debido decoro y ornato», sino que también «tendrá en su poder la ropa de la Santísima Virgen y las alhajas de su propiedad, mediante el Inventario que le presentará el Mayordomo”. A este podrá pedir «todo lo que necesite para el desempeño de su cargo, sin que pueda negarse a ello por ningún concepto”. Estas dos cuestiones restringen también, de hecho, las facultades del mayordomo y suponen una cierta subordinación de este a aquella. El reciente pasado del negro Lastre y sus disgustos con la Camarera debieron condicionar estas estipulaciones.

 

                        Finalmente, se concretan las obligaciones de la Mayordoma de la Congregación del Santísimo Rosario de Señoras, que consisten en «procurar que se cumpla la devoción de rezar todas las noches el Santo Rosario en la Capilla» y velar porque las otras mujeres cumplan las funciones de sus respectivos cargos de Depositaria, Secretaria y Postulante. Lo más significativo de todo es que dicha mayordoma ni forma parte del gobierno de la hermandad –ello hubiera sido impensable– ni depende de la junta de oficiales de esta, sino directamente del Representante del Arzobispo, al cual deberá «dar cuenta todos los meses del estado de la Congregación» y de quien «recibirá con docilidad y sumisión todos los consejos y disposiciones para el buen régimen de la Congregación y provecho espiritual de las hermanas”. Por otra parte, dicho Representante del prelado le dará aviso para que entregue en la Clavería de la hermandad el total de las averiguaciones y limosnas aportadas y conseguidas por las mujeres. Quedan ya muy lejos los tiempos, no sólo cronológicamente sino más aún en contenidos, en que la Congregación de Mujeres tenía una casi total independencia, o al menos una amplia autonomía, respecto a «la hermandad de los hombres». Ahora, no sólo era un apéndice de esta sino que, además, dependía enteramente del criterio y la autoridad personal del delegado del Arzobispo, a través de la mayordoma.

 

                        Corren tiempos de acentuación del androcentrismo –del sexismo discriminatorio de las mujeres–, del autoritarismo jerárquico y del clericalismo –como también de su inseparable contrario, el anticlericalismo–. En este contexto, a la antes señalada autorización del Arzobispo para que pudieran ingresar en la cofradía nuevos hermanos fueran o no de color, sin otros matices, se une la total falta de alusión a los morenos en el Apéndice a las Constituciones de la hermandad que ahora se aprueba. Con la única salvedad de que estos tendrían preferencia para ocupar las suplencias de los oficiales de la junta: pero estos nombramientos lo serían no mediante votación, ni siquiera restringida, sino por designación graciable del clérigo representante de la autoridad eclesiástica; es decir, como un método de premiar a los negritos más dóciles en el apoyo a este.

 

                        Una y otra novedad clausuraban casi cinco siglos en los que la hermandad había estado exclusivamente reservada a los negros, a excepción de quienes ocuparan los cargos de Secretarios y de algunos otros casos puntuales, considerados siempre como excepcionales, y en ellos había estado el gobierno efectivo de la misma. Aunque aún no se habían reformado las Reglas y formalmente continuaban vigentes las anteriores, la autorización del prelado y el apéndice a las Reglas abrían una nueva etapa en la entonces cinco veces centenaria historia de la hermandad.