Capítulo V.  Los últimos años: la hermandad en democracia. Las diferentes restauraciones de las Imágenes y la celebración del VI Centenario.

                        Con la desaparición de Enrique García Carnerero y Luis Rivas, se abría necesariamente una nueva época en la vida de la hermandad. No existía ya quien, durante treinta años, había corrido con la parte más importante de los gastos que habían llevado a la hermandad a su actual auge, ni tampoco el que había centralizado y personalizado el poder de decisión durante esos mismos años. Podríamos decir que la cofradía salía a la intemperie, con todos los retos y todas las esperanzas de la libertad sin proteccionismos económicos ni personalistas. Una situación, por cierto, bastante paralela a la que vivía en la misma época –los últimos años setenta y primeros ochenta– la sociedad global andaluza.

                       

                        Incluso la excepcionalidad, realmente más simbólica que real, de que el Hermano Mayor fuese una autoridad externa a ella, el Arzobispo — dejando ahora a un lado el problema de si canónicamente fue explicitada alguna vez la puesta entre paréntesis al respecto del Decreto de Ilundain de 1930–, había quedado también periclitada al renunciar en enero del 79 el cardenal Bueno Monreal al cargo, en consonancia con lo que estimaba debía ser el papel de la máxima jerarquía eclesiástica sevillana en los nuevos tiempos; una decisión, por cierto, no muy bien recibida entonces por la hermandad, que acordó aceptarla sólo «por obediencia» y así comunicarlo al prelado.

 

                        Con Rafael Ochoa como Alcalde y Angel López Herrera como Teniente, representando la continuidad de los hermanos más antiguos y con respecto a la etapa anterior –en reconocimiento a los cuales se les concedería, en 1985 y 1992, las primeras Medallas de Oro de la hermandad– y con otros más recientes cofrades en la Junta de Gobierno, como eran, entre otros, Antonio Oliveira y Francisco Soto –que años después habrían de tener un protagonismo importante en la cofradía, como alcaldes– se inició lo que constituye hasta hoy el último peldaño de sus seiscientos años de historia: en una situación de democracia interna real y en un contexto sociopolítico democrático.

 

                        Externamente, la hermandad en la calle alcanzó en estos años, y en la línea de las más populares cofradías de barrio, su máximo histórico en cuanto a número de nazarenos, llegando a los 800, cifra muy importante sobre todo teniendo en cuenta que el Jueves Santo no es día de muchos nazarenos, por la proximidad de la Madrugada entre otras causas, llegando a ser la segunda de dicha tarde por número de estos. Asimismo, se organizó y consolidó una cuadrilla de costaleros propia. La iniciativa fue planteada en Junta, en noviembre del año 83, por Jose Carlos Silva, director del cercano Colegio privado seglar de Santo Tomás de Aquino, y fue asumida en enero del siguiente año por la Junta de Gobierno, con algún voto en contra, acordándose la formación de una cuadrilla de costaleros que habría de estar formada por hermanos y bajo la dirección del capataz que desde 1959 venía sacando la cofradía, Salvador Dorado. Durante dos meses se sucedieron los ensayos con el paso del Cristo y este salió el Jueves Santo sin costaleros «profesionales», aunque la hermandad pagó a Salvador por la cuadrilla completa. Los hermanos costaleros hubieron de sacar una papeleta de sitio de sólo 500 pesetas en atención a los gastos que habían tenido que realizar cada uno de ellos en costal, alpargatas, faja y pantalón negro, constando en acta el agradecimiento de la hermandad hacia ellos «por el recogimiento, brillantez y sacrificio con el que llevaron en la tarde del Jueves Santo la imagen del Santísimo Cristo de la Fundación”.

                       

                        Al año siguiente, 1985, fue ya también llevado el paso de la Virgen de los Ángeles por cuadrilla formada por la cofradía. Dicho año, la estación finalizó en la propia Catedral, ya que, cuando los primeros tramos de nazarenos salían de esta, comenzó a llover, por lo que retrocedieron hacia su interior cuando ya el paso de palio casi entraba por la puerta de San Miguel, por lo que prácticamente no sufrió los efectos de la lluvia, contrariamente a lo que sucedió a las hermandades de Los Caballos y Las Cigarreras, que se encontraban en la carrera y hubieron de apresurar extraordinariamente el paso hasta refugiarse en el templo metropolitano, y a la de Montesión, que entró en mitad de un fortísimo aguacero en la iglesia de la antigua Universidad, en calle Laraña.

                       

                        Los pasos de la cofradía quedaron tres días ante el cancel de la puerta de la Concepción, hasta la tarde del Domingo de Resurrección, en que, ya sin nazarenos, pero con las insignias principales y siguiendo el itinerario íntegro de regreso regresaron a la Capilla entre una gran multitud. Fueron múltiples los ofrecimientos de cofradías de sus cuadrillas de costaleros y bandas para realizar el traslado, pero este lo efectuó, como era lógico, la cuadrilla propia de la hermandad y la banda de música de Nuestra Señora del Carmen de Salteras, que desde el año anterior había sustituido a la de la Cruz Roja tras el paso de la Virgen de los Ángeles. Como aquella procesión era ya de gloria, se consideró adecuado que una banda de trompetas y tambores, la de la cofradía de Los Gitanos, precediera a la Cruz de Guía.

 

                        Constituida ya la cuadrilla de costaleros, hubo tras la Semana Santa del año 85 repetidas peticiones de que se relevara a Salvador en su puesto de capataz, llegándose a votaciones en la Junta de Gobierno prácticamente empatadas. Fue el propio «Penitente», ya con más de setenta años, quien, en carta fechada en septiembre, presenta su renuncia, «debido a la edad, al mismo tiempo que se ofrece a la hermandad incondicionalmente para lo que necesite», acordándose tras ello la contratación para dicha función de Salvador Perales y sus ayudantes para la siguiente Semana Santa (250).

                       

                        En 1987 se acordó constituir también el cuerpo de hermanos acólitos, tanto para la salida procesional como para los cultos internos, lo que se consolidaría años más tarde, mejorando de forma extraordinaria la solemnidad de una y otros, por el fervor y cuidado en el desarrollo de sus funciones por parte de los hermanos que permanentemente forman parte de aquel.

 

                        Durante ocho años, del 80 al 87, la cofradía, a su regreso, no se dirigió directamente desde la Puerta de Carmona a la Capilla, sino que dio un pequeño rodeo desde la Plaza de San Agustín por las calles Fray Alonso y Úbeda para desembocar en la plaza de Carmen Benitez y entrar perpendicularmente en la Capilla. Ello, con el objetivo principal de «aliviar la carrera penitencial, no habiendo los parones que tanto molestan y perjudican al cuerpo de nazarenos”. La iniciativa, sin embargo, fue eliminada en el año 88 por votación nada unánime dentro de la Junta de Gobierno.

 

                        Además de la pequeña Imagen-relicario de Sor Ángela de la Cruz para la delantera del paso de la Virgen de los Ángeles, estrenada en 1984, y del juego de jarras para el mismo, cuyo dibujo fue de Antonio Dubé siendo realizadas en 1988 por Orfebrería Mayo, se hicieron nuevas bases para los varales del palio, inspiradas en estos, en 1992, y hubo otras innovaciones de enseres en la estación de penitencia: un juego de cuatro ciriales para el paso del Cristo, 4 paños de bocina, nueva pértiga con reliquia del Beato Marcelo Spínola, varas para las presidencias, cruz para el remate del estandarte –cuyos bordados habían sido pasados en 1984 a nuevo terciopelo–, astas de las tres banderas, pértigas y navetas para los acólitos, llamador para el paso del Cristo –todas estas obras de metal plateado realizadas en el taller de Ramón León– y faldones para los pasos.

                         

                        Se aumentó también el patrimonio de enseres para los cultos internos y las ropas de la Virgen, incluido un rico manto bordado en oro para las Funciones y actos solemnes, dotándose a la capilla de megafonía, en 1984, y realizándose también, en 1992, una Imagen de la Virgen de los Ángeles, por parte del escultor Jesús Méndez Sánchez, nieto de Castillo Lastrucci, que, tras ser bendecida por el arzobispo, fue donada por la hermandad a la ciudad de Choluteca, en Honduras, siendo entregada allí, el 8 de Diciembre, por una comisión de la hermandad presidida por su alcalde, Antonio Oliveira.

 

                         El conjunto de todas las innovaciones y progresos anteriores ha tenido lugar durante el periodo de las tres Juntas de Gobierno que, a partir de 1983, encabezaron como Alcaldes los hermanos Rafael Ochoa, Juan Carlos Silva y Antonio Oliveira. El de Alcalde quedó como puesto máximo en la Junta de Gobierno al acordarse eliminar el de Hermano Mayor tras la renuncia del cardenal Bueno Monreal, así como el de Teniente de Hermano Mayor; aunque todavía, con motivo de la toma de posesión de fray Carlos Amigo como nuevo titular del Arzobispado, la hermandad aprobó ofrecerle dicho cargo de Hermano Mayor «al cual tiene pleno derecho de acceder», para lo cual una delegación le visita el 23 de julio del 82. En ella, «Su Eminencia agradeció la oferta realizada por nuestro Alcalde y al mismo tiempo nos comunicó que él seguiría manteniendo este acto tradicional, y, ya que en derecho le pertenece, acepta muy gustosamente dicho cargo”. Muy posiblemente, fray Carlos no estuviera entonces al tanto de la renuncia que tres años antes realizara el cardenal Bueno Monreal. Lo cierto es que el siguiente 2 de Agosto concelebró en la Capilla junto con otros 6 sacerdotes y en la homilía comunicó en primicia la feliz nueva de la beatificación de Sor Ángela de la Cruz, de lo que queda testimonio en una placa que así lo recuerda en la Capilla.

           

                        La renovación de las Reglas, que habían sido previamente modificadas en 1962 y 1978, para su puesta al día respecto al nuevo Código de Derecho Canónico y a las normas diocesanas, fue también un objetivo varios años buscado que culminó finalmente en 1986. Tres años antes se crea un Boletín Informativo interno, que no habría de tener, en principio, regularidad en su salida pero que a partir de su segunda época, desde el año 89, se normaliza en tres o cuatro números anuales. Se organiza también de nuevo un Grupo Joven, ahora de Hermanos y Hermanas, a petición de estos, en 1987, y se consigue una notable mejora en las relaciones con la cofradía de San Roque.

 

                        Continuaron, y se acrecentaron, los cultos internos, agregándose al Quinario, Triduo, Besamanos el día de la Inmaculada, Besapié en Cuaresma y Solemne Misa de Difuntos, una Misa anual el 4 de abril, festividad de San Benito de Palermo, una Misa del gallo y función al Beato Marcelo Spínola, el cardenal que fue a finales del siglo XIX y principios del XX Hermano Mayor de la cofradía –y en honor del cual se organizó un Triduo solemne en marzo del 87 con motivo de su beatificación–. Se adquirió una nueva campana, bautizada como «Madre Angelita», invitándose a las Hermanas de la Cruz a su bendición; comenzó a instalarse en Navidad un belén bajo el coro y adquirió más importancia la fiesta de confraternidad de la cruz de mayo, en el patio de la casa-hermandad, en torno a la cruz de cerrajería, obra de Juan Ávila, instalada en él en 1986, a los lados de la cual se colocarían sendos retablos de las Imágenes Titulares en 1993. Y se realizó una nueva y amplia Sala de Actos en la planta superior del almacén, remodelándose las dependencias.

 

                        Pero, sin duda, la decisión más trascendente que realizó la hermandad en los últimos años de su historia fue la restauración del Cristo. En esto, como ha sucedido varias veces a lo largo de los siglos, la antigua cofradía de los negros fue a contracorriente, marcando un ejemplo para todas las de Sevilla. Pero antes ocurrió la desafortunada «restauración» de la imagen de la Virgen. Quizá sin esto último, que sucedió primero, no hubiera sido posible la adecuada decisión sobre el Cristo. ¿Nos será permitido, por una vez, sin considerar por ello que caemos en fáciles tópicos o rechazable sensiblería, apuntar, como metáfora, que sólo el sacrificio de la Madre –de la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles– pudo asegurar la continuidad plena del Hijo –de la imagen del Santísimo Cristo de la Fundación–?

 

                        Ya expusimos que en los años cincuenta ambas Imágenes fueron retocadas por Juan Miguel Sánchez, más a fondo la Virgen, que fue reencarnada. En 1966 la del Cristo sufrió un accidente al colocarlo en su paso, que no tuvo consecuencias «por verdadero milagro» salvo la celebración de una misa en acción de gracias por ello. En los años 70, la preocupación por el estado de la Imagen se acrecienta, no sólo ante la evidencia del fuerte alabeamiento de su cruz, que acentúa el agrietamiento de la conexión de los brazos con el tórax, sino también por el deterioro de algunas partes de la policromía de la escultura. Hubo diversas iniciativas de colocar la Imagen en manos de Sebastián Santos, Abascal o Peláez, sin que, en este caso por suerte, se concretara nada al respecto. Pero, paradójicamente, fue la Virgen la que con más urgencia se estimó necesitaba de una rápida restauración. En efecto, en cabildo de oficiales celebrado el 2 de febrero del 84, el entonces mayordomo, Francisco Javier Castizo, informó que «nuestro hermano, el escultor Don Antonio Dubé de Luque, ha inspeccionado la imagen de nuestra Titular observando en su talla graves daños, haciendo algunas fotografías que son las que ahora se muestran al cabildo», por lo que expone «sería conveniente su restauración una vez pasada la próxima Semana Santa», una vez que fuera estudiado el informe encargado a dicho imaginero.

 

                        Dicho informe, firmado por Antonio Dubé el uno de marzo, exponía, con base en una «inspección ocular sobre el estado de deterioro en que se halla la Imagen Titular de la Santísima Virgen», que esta presentaba un candelero inadecuado, cuerpo de madera de pino deteriorado y con xilófagos en la cadera, que no habían alcanzado el cuello y cabeza de la imagen, y que «en la última y deficiente restauración llevada a cabo en la cara de la Virgen, que se aparejó en parte y encarnó en su totalidad, el yeso dado presenta señales a simple vista que evidencia la falta de refinado y terminación pertinentes …, resaltando estas señales en su mejilla izquierda, seno nasal derecho y boca» . Se señala que en la restauración o restauraciones anteriores «el ensamble de la mascarilla fue simplemente cubierto con pasta, por lo que las contracciones y dilataciones propias de la madera con el cambio de climatología la van expulsando cada vez más», existiendo asimismo deterioros por la acción del yeso y repintes en la boca, labio inferior y aletas nasales, así como un pequeño desconchado en la frente producido por alfileres y agrietamientos en la parte superior de la cabeza por la acción de sucesivos pernos para la sujeción de la corona. Sólo las manos, «salvo algún roce normal y repintes, se hallan en estado correcto”. En cuanto a la propuesta concreta de restauración, Dubé plantea la «confección de un nuevo cuerpo y candelero con sus respectivos brazos, todo ello en madera de cedro, al objeto de que no sea accesible a la acción de los xilófagos, conservando las mismas proporciones de ahora, si bien dando más volumen a las caderas para evitar la deformación de ellas con trapos taleguillas como ahora se viene haciendo. A este nuevo cuerpo y candelero se le instalaría el cuello y cabeza de la Imagen una vez tratados con los productos químicos convenientes para impedir el acceso de la polilla”. También se cambiaría el perno de la cabeza, haciéndolo «regulable de altura según el tipo de vestimenta» y se restaurarían «los desperfectos causados por los alfileres”.

 

                        Respecto al tema más delicado, que era sin duda la actuación sobre el rostro de la Virgen, el informe planteaba que podían realizarse «dos tipos de trabajo de restauración”. El primero, «consistiría en refinar cuantas partes antes relaciono que presentan señales de poca terminación, emplastecer y repasar de encarnadura, igualándola al resto del rostro», aunque ello tendría el inconveniente de que «con el paso de algunos años estos ‘repintes’ tuercen de color, con lo que aparecería una serie de señales cada vez más perceptibles a simple vista”. La segunda hipótesis consistía en «reencarnar la Imagen tras habérsele eliminado todas las impurezas producto de la última restauración”. Tanto en uno como en otro caso, el autor del informe afirmaba que «la personal fisonomía de la Virgen no cambiaría en absoluto, ya que como imaginero y hermano de esta cofradía considero que cualquier alteración de su rostro sólo conduciría a hacerle perder la personalidad con que fue hace siglos concebida y como hasta ahora la veneramos”.

 

                        En el acta del cabildo de oficiales del día 15 del mismo mes de marzo, consta que, tras deliberación al respecto, se acordó «que la Imagen de Nuestra Señora de los Ángeles se restaure en las partes que a continuación se citan: candelero, cuerpo y perno de la Imagen. No tomándose en la actualidad la determinación de la cara, la cual presenta algunas deformaciones según el informe redactado por el Sr. Dubé de Luque. El Cabildo también manifiesta que si hubiera que tomar alguna determinación sobre las cosas a restaurar y que no se refiera a lo acordado en Junta, y por prescripción del escultor, esta tendrá que realizarse por la Junta de Gobierno que se reunirá para tratar de las modificaciones que hubiera que realizar sobre la Imagen”.

 

                        Tan prudente resolución fue ratificada en nuevo cabildo de 26 de junio, en el que también fue nombrada una comisión de seguimiento constituida por el mayordomo y los dos priostes. Sin embargo, poco más de tres meses después, en nueva junta de oficiales, el Diputado Mayor de Gobierno, Roberto Ruiz, pide conste en acta su disconformidad porque «la Imagen ha sido tocada por el escultor en parte que no estaba acordada en Junta», con el consiguiente incumplimiento de la decisión tomada en los cabildos anteriores. En el debate, tras el cual se acordó por mayoría refrendar lo actuado, el mayordomo manifiesta que con la restauración efectuada “la Imagen ha ganado en perfección, y que si se ha tenido que tocar en parte que no se hubiera tomado acuerdo alguno ha sido porque la Imagen lo requería, y que de conformidad con la Comisión se acordó hacer lo necesario en ese momento, dando la confianza al escultor”. Una confianza que Dubé utilizó sin duda en exceso, retocando a la Imagen y olvidando la parte final de su propio informe de meses atrás en que afirmaba que “la personal fisonomía de la Virgen no cambiaría en absoluto«.

 

                        La respuesta del mayordomo, sobre todo su alusión a que con la actuación sobre la Imagen esta había ganado en perfección, es una buena prueba de lo que jamás debería plantearse en cuanto se refiere al Patrimonio devocional y artístico de nuestras hermandades, pero responde a una negativa tradición, muy enraizada desde siglos atrás, y no sólo en las cofradías, de adaptar las Imágenes, sobre todo de Vírgenes, tanto Dolorosas como de Gloria, al gusto dominante en cada época, mediante reformas o incluso mutilaciones, cuando no simplemente sustituyéndolas por otras más de acuerdo con ese gusto . En este sentido, la mayor parte de las Dolorosas sevillanas han sufrido diversas modificaciones, que no restauraciones aunque la palabra usada sea esta, tanto en siglos pasados como a lo largo del presente para «perfeccionarlas» o «hacerlas más guapas», llegándose a su sustitución incluso en cofradías que pasan por ser paradigmas en la defensa de la tradición y maestras en los usos cofradieros, como las del Silencio o Pasión, que a mediados del siglo XX sustituyeron sus imágenes Dolorosas por sendas tallas de Sebastián Santos, en sí mismas de gran calidad pero que en nada recordaban a las anteriores Vírgenes de la Concepción y la Merced supuestamente deterioradas irreversiblemente.

 

                        De todos modos, la polémica suscitada en la cofradía por el resultado de la restauración de la Virgen vacunó a la corporación respecto a lo que, en principio, se presentaba como una obra de mayor envergadura y no menor urgencia: la restauración del Cristo de la Fundación. Ahora sí abrió camino la hermandad con una actuación realmente ejemplar. El propio Dubé, que en mayo de 1987 advierte a la hermandad sobre «el grave y alarmante deterioro» de la Imagen, recomienda que «lo mejor sería constatar con el ‘ICROA’ en Madrid, ya que dicho organismo era el único que podía ofrecer auténtica garantía de una restauración de esta magnitud». A pesar de esta sugerencia, meses más tarde se muestra partidario «de que el trabajo se realice en Sevilla», proponiendo para ello al reciente restaurador del Cristo del Calvario, Don José García Rivero, o a los hermanos Cruz Solís, de Madrid, siempre que pudieran desplazarse a nuestra ciudad durante todo el tiempo de los trabajos.

 

                        El 26 de abril de 1988 se realiza un cabildo extraordinario cuyo punto único era el «Informe y acuerdo sobre la restauración de la imagen del Santísimo Cristo de la Fundación”. Se dio lectura a dicho informe, realizado por Doña Elisa Pinilla, miembro de la Dirección General del Patrimonio Artístico de la Junta de Andalucía, con base en las radiografías, fotografías e inspección directa de la escultura, para la que se propone «una restauración completa no sólo de las zonas debilitadas por el tiempo en la estructura de la Imagen sino también el afianzamiento y fijación de la policromía, en proceso de deterioro, antes de que se derive en daño irreparable”. Para realizarla, se indica que la Imagen sea trasladada a Madrid, al Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte (ICROA), donde trabajan los mejores técnicos en restauración de todo el país, y en concreto los hermanos Cruz Solís, que se encargarían directamente de realizarla «tras un profundo estudio y explicando minuciosamente todo a la Junta de Gobierno antes de iniciar la restauración”. El plazo para esta sería aproximadamente de un mes para el estudio y cinco para realizar y culminar todos los trabajos, garantizándose el traslado de la Imagen al Instituto con un embalaje de alta seguridad y con transporte adecuado, así como el permanente acceso de una comisión de la cofradía para el control y seguimiento del proceso.

 

                        La Junta de Oficiales, presidida por Juan Carlos Silva como Alcalde, y en la que ocupaban los cargos decisorios más significativos Francisco Soto como Mayordomo, Antonio Oliveira como Secretario, Manuel Valiente como Prioste, y Amalio Cabeza como Diputado Mayor de Gobierno, aceptó unánimemente la propuesta, como la más adecuada para garantizar una perfecta restauración del Señor, a pesar del sacrificio que suponía el que la Imagen estuviera varios meses fuera de la capilla y de la propia ciudad, algo hasta entonces considerado implanteable en el mundo cofradiero sevillano. Esta decisión, sin duda histórica, fue refrendada por el Cabildo General convocado al efecto días más tarde, el 9 de mayo, el cual nombró una Comisión de seguimiento formada por los citados Alcalde, Mayordomo 1º y Secretario 1º, además de por el hermano y asesor Antonio Dubé.

 

                        Como señala Alfredo Morales, entonces Subdirector General de Bienes Muebles del Ministerio de Cultura y hoy Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, en el libro cuidadosamente ilustrado que reflejó todo el proceso de restauración, «desgraciadamente son todavía frecuentes las actuaciones que manifiestan un sorprendente desconocimiento de la legislación sobre el patrimonio, cuando no un total desprecio hacia el mismo, siendo, en ocasiones, protagonistas de tales hechos instituciones y organismos que debían dar ejemplo de lo contrario. Por eso son aún más encomiables las actitudes conscientes y respetuosas hacia esta variada y rica herencia cultural que es el patrimonio histórico español”. Como «una actuación de carácter modélico, desde una perspectiva ejemplificadora» presenta la colaboración entre la hermandad, la Dirección General de Bienes Culturales de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y el Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales del Ministerio de Cultura, en Madrid. Y como sevillano conocedor del mundo cofradiero, dedica esta misma calificación de modélica a la Junta de Gobierno de la cofradía, porque su preocupación por el estado de la imagen del Cristo “le llevó a solicitar el asesoramiento de los profesionales competentes de la Consejería de Cultura y, sobre todo, por haber afrontado y mantenido con decisión y valentía, ante opiniones y presiones contrarias a ello, la necesidad de trasladar la citada imagen a la sede madrileña del ICRBC con la absoluta convicción de que sus técnicos eran los profesionales idóneos para proceder a su restauración» .

 

                        En la misma publicación, el Alcalde de la cofradía insiste en lo que fue “una muy difícil decisión por parte de la hermandad, por cuanto habría que enviar la imagen a Madrid creando así un precedente no conocido en Sevilla, puesto que ha sido costumbre que las restauraciones de las imágenes de cofradías sevillanas se realicen en la misma ciudad, generalmente por artistas y técnicos locales… Una determinación como la adoptada por la Junta de Gobierno de los Negritos, enfrentándose a la propia costumbre local en bien de su Cristo titular, será siempre grave y difícil pero justificable por necesaria si ello redunda en la mejor de las garantías para la adecuada conservación de un Cristo que es orgullo de los hermanos de los Negritos, de los cofrades en general y de la propia Sevilla».

 

                        La Imagen fue trasladada a Madrid el 6 de junio de 1988 y, tras varios estudios que fueron detalladamente puestos en conocimiento de la comisión, y aceptado sucesivamente por esta cuanto se iba planteando por los técnicos como conveniente realizar, los hermanos José, Raimundo y Antonio Cruz Solís iniciaron la intervención sobre el Cristo el 29 de septiembre. Una intervención que puede calificarse literalmente de quirúrgica, ya que se levantaron todos los ensambles de la escultura, desmontándose las piezas de que esta se componía, se eliminaron los clavos y otros objetos extraños añadidos a la Imagen, y se consiguió hacer aparecer en esta su policromía pintada al óleo levantando los múltiples repintes que la cubrían parcialmente. Y que fue también modélica, porque se trató de una verdadera restauración, sin pretender conseguir que la escultura volviese a tener su real o supuesta integridad total del momento mismo de su realización –objetivo este intelectualista y abstracto que resulta a veces tan desfigurarte de una obra de arte, sobre todo de sus valores simbólicos y de uso, como intervenciones realizadas desde la ignorancia–, no añadiéndole siquiera algunos elementos que la acción del tiempo, y de los gustos, habían hecho evidentemente desaparecer, como un mechón de pelo en el lateral derecho de la cabeza. El respeto no sólo a la materialidad y estética de la obra artística sino también a los valores devocionales y simbólicos de la Imagen privaron permanentemente sobre cualquier otra consideración.            

                       

                        La Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía realizó una exposición pública en Sevilla, tras la restauración, y publicó un libro en los que podía seguirse todo el proceso de esta, entregando el 20 de Febrero de 1989 el Cristo a la hermandad, colocado ya sobre su nueva cruz de madera de caoba de Brasil, reintegrándose a su altar y realizando aquel año con toda normalidad su estación de penitencia. Por volver a su más genuina tradición de marchar a contracorriente, la cofradía había logrado, sin además tener que realizar gasto alguno, la más minuciosa y cuidada restauración nunca hasta entonces –y quizá desde entonces– realizada de una Imagen pasionista: ello puede afirmarse así porque en aquel momento interesaba especialmente a las instituciones públicas de defensa y conservación del Patrimonio Cultural y artístico poder presentar una actuación totalmente ejemplar a la que poder dirigir la mirada de otras hermandades y asociaciones también con importante patrimonio imaginero, hasta entonces completamente reacias a la relación con los técnicos y partidarias inconscientes de acciones que suelen ser chapuceras sobre su Patrimonio artístico y devocional, al dejar este en manos de «artistas» aficionados sin formación en restauración pero de la casa. Ese interés de las instituciones del Patrimonio está claramente expresado por el citado profesor Morales, en su función de Subdirector General del Ministerio de Cultura, en la publicación referida, al afirmar que el propósito principal de todo el proceso y de su difusión era “trasladar a los círculos adecuados una experiencia que debe marcar la pauta a futuras intervenciones sobre obras artísticas similares, de las que tan rico es el patrimonio andaluz» y «significar el comienzo de una nueva andadura en la siempre problemática pero necesaria y, a veces, urgente tarea de la conservación del patrimonio histórico». El creciente número de imágenes importantes de cofradías sevillanas que en la década de los noventa han sido o están siendo restauradas por los técnicos del Patrimonio demuestra el éxito del intento y el servicio que, con su actitud, la antigua hermandad de los negros hizo no sólo a la imagen de su Cristo sino a todas las cofradías de Sevilla.

 

                        Al final de los años ochenta, la hermandad decidió celebrar en 1993 el Sexto Centenario de sus orígenes. Como ya señalamos al principio de esta obra, la creación por Don Gonzalo de Mena de una fundación para negros desvalidos y una asociación o hermandad en la misma, como recogen cronistas e historiadores, debió realizarse entre 1394 y 1400, ya que el 93 fue solamente el año de su nombramiento como arzobispo pero no de la ocupación real del arzobispado. No obstante, la cofradía, en este caso quizá guiada por la impaciencia que suele ser norma paradójica en instituciones centenarias como son las cofradías sevillanas, acordó realizar la conmemoración en 1993. Independiente de este pequeño error cronológico, puede decirse que la celebración estuvo bien planificada y supuso también, en varios de sus elementos y omisiones, una nueva muestra de andar a contracorriente. Sobre todo, no se aprovechó la ocasión, aunque bien podría haber estado justificado hacerlo, para organizar una procesión con la Virgen de los Ángeles bajo palio hasta la Catedral, contrariamente a lo que, no ya al celebrar siglos de existencia sino cincuentenarios, bodas de plata o casi cualquier otro acontecimiento, suelen hacer las hermandades sevillanas.

 

                        Se convocó, el año anterior, un concurso público de carteles, con alta dotación económica, para que un jurado de personalidades del mundo del arte eligiera el que había de anunciar el VI Centenario, y se organizaron solemnes cultos internos, con un triduo final y Misa Pontifical el día de la Inmaculada, celebrada por el arzobispo monseñor Amigo. Tanto el Cristo de la Fundación como la Virgen de los Ángeles salieron en la calle de forma extraordinaria pero sencilla: el Cristo en Vía-Crucis, el 12 de marzo, haciendo estación en las iglesias de Santiago, Santa Catalina, convento de San Leandro, San Ildefonso, Convento de Santa María de Jesús, Capilla de la Flagelación de la Casa de Pilatos y San Roque; la Virgen en Rosario de la Aurora, el 23 de mayo, recorriendo la feligresía y visitando el convento de Hermanas Trinitarias.

 

                        El Jueves Santo, la efemérides también tuvo su reflejo, sencillo pero significativo: en lugar de la cruz de guía, abría marcha al cuerpo de nazarenos la histórica Cruz de las Toallas, precedida por dos nazarenos limosneros aunque sin ejercer su función, ya que no fue concedido permiso para ello; y en la puerta de la capilla de Santiago, en la Catedral, dos nazarenos con cirio en alto dieron guardia de respeto al sepulcro del arzobispo Gonzalo de Mena durante la estación de la cofradía ante el Monumento.

 

                         Y junto a la dimensión cultual también estuvo presente la cultural: conciertos de música procesional, ciclos de conferencias y mesas redondas sobre distintos aspectos pasados y presentes de la corporación y de la Semana Santa sevillana, así como sobre problemas ligados a la propia existencia de aquella, como el de la discriminación racial, y acuerdo para instar a la realización de un estudio sobre la historia de la hermandad que, como puede comprobarse, se dilató varios años.

 

                        Pero quizá una de las formas de celebración más importantes del VI Centenario fue la concesión a la cofradía del título de Franciscana, acordado por la Curia Provincial de los Hermanos Menores Capuchinos de la Provincia de la Inmaculada Concepción de Andalucía, en 27 de febrero, que fue recibido e incorporado al título oficial de la hermandad en cabildo general extraordinario del 12 de octubre. Pocas asociaciones como la antigua de los negros de Sevilla podrían presentar tantos caracteres, ninguno de ellos institucionales pero no por esto menos evidentes, para merecer dicha denominación, comenzando por la devoción de Francisco de Asís a la advocación que lleva su Titular desde mediados del siglo XVI y terminando por el privilegio que posee la Capilla de tener el jubileo de la Porciúncula.