Cap. III. Los gastos y resultados económicos.

Ya conocemos el nivel y destino de los gastos que en la época que tratamos tuvo la cofradía tanto en los cultos internos como externos, ordinarios o extraordinarios, en la Semana Santa, incluida la salida procesional los años en que esta se acordaba, en la fiesta de Agosto, para las Animas, y a lo largo del ciclo anual de cultos. Veamos ahora el resto de los gastos y los saldos correspondientes a algunos ejercicios. Esto último podrá darnos una buena idea de la evolución económica de la hermandad a lo largo del siglo y puede servir de comparación con respecto a la situación de otras cofradías y asociaciones de su mismo carácter.

 

Además de los tipos de gastos mencionados, ya tratados en epígrafes anteriores, existían otros que podemos clasificar en cuatro partidas distintas: la de pagos fijos anuales en tributos, que eran pocos y no suponían un excesivo gravamen; la de gastos en pleitos y otras cuestiones legales; la de obras y reparaciones en la Capilla y casas propiedad de la hermandad; y la correspondiente a compras o arreglo de enseres para mejorar el patrimonio o sustituir al ya envejecido o deteriorado.

 

La primera de dichas partidas, la de tributos, la encabezaba el pago, desde el año 1722 al Convento de San Agustín, de una renta anual de 120 reales de vellón. El Prior y Procurador Mayor del mismo firmaba anualmente una «carta de pago a la Cofradía y Hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles, de hermanos morenos, de 120 reales de vellón por la renta de un año… de tributo y renta perpetua que en cada año dicha hermandad paga a dicho Convento sobre el sitio de la Capilla y otras casas inmediatas a ella; ochenta y ocho reales de ellos en dinero y los treinta y dos restantes en ocho gallinas a cuatro reales cada uno, y es el mismo que perteneció al Señor Marqués de Castellón y hoy toca a dicho Convento» . El escribano público Pedro Belloso, en 23 de febrero de 1723, había, en efecto, rubricado que «en pleito de concurso» a los bienes de dicho Marqués «como uno de los interesados salió dicho Convento, a quien, en cuenta de su crédito, se le adjudicó dicho tributo, por lo que quedó la Hermandad obligada desde primero de enero del año pasado de 1722 por escritura de reconocimiento que otorgó».

 

Realmente, la hermandad era, desde 1550, propietaria en plenitud de derechos de la Capilla, dependencias y casas contiguas a la misma, así como del terreno sobre los que se levantaron estas, que tenía una superficie de 72 estadales al estar constituido por «tres solares a razón de 24 estadales cada solar» . Dichos solares le habían sido donados a la cofradía, el 9 de noviembre de 1550, por «el jurado Gómez Ximénez y Hernán Pérez, a tributo perpetuo» de los citados 120 reales, como consta en la copia de la escritura que sacó la hermandad en 1680 y ya señalamos en un capítulo anterior. Al respecto, se conserva también en uno de los libros de la cofradía, de principios del siglo XVIII, la copia de la escritura, que estaba entonces depositada» en el oficio de Pedro Belloso», el escribano antes citado: «Escritura de la Capilla y Casa. Título de tres solares que se dieron a tributo a los hermanos de Nuestra Señora de los Reyes, que hoy se llama de los Ángeles, en que tienen hoy labrada su Capilla y una casa accesoria que está dada de por vida, que se pagan doce ducados y seis gallinas cada un año, que hoy se le pagan a Don Francisco de Vargas, Marqués de Castellón, por escritura que pasó ante Luis de Medina, escribano público de esta ciudad en doce días del mes de diciembre de mil seiscientos y cuatro años» . Una inadecuada interpretación de este documento llevó a muchos, incluido Bermejo, a afirmar que la cesión de terrenos y construcción de la capilla actual ocurrió en 1604 y no en 1550, como fue en realidad.

 

Al serle donado el terreno, la hermandad se comprometió con la anterior propiedad a realizar un pago anual perpetuo a favor de esta, realizándose desde 1604 a Don Francisco de Vargas, Marqués de Castellón, y luego a sus descendientes. A comienzos del XVIII el pago se hacía a través del apoderado del Marqués, Don Ignacio Antonio Romero, y al ponerse en subasta los bienes de aquel, por acción promovida por el oidor de la Real Audiencia Fernando de los Ríos, el tributo en cuestión pasó al Convento de Agustinos de la Puerta de Carmona. Por ello, la hermandad debía pagar al Convento dicho tributo y no porque este fuese propietario de los solares.

 

Los otros tributos que pagó la hermandad, estos entre los años 1776 y 1807, fueron por las dos casas compradas en Triana, el primero de dichos años, a los herederos de Francisco Carvajal. Dichas casas, de las que también hemos ya tratado como fuente para rentas, estaban sujetas a un pequeño tributo a favor de la hermandad del Santísimo de Nuestra Señora de la O –a la que se pagan en 1786 once años, según recibo que asciende sólo a 16 reales y seis maravedises– y otro a favor de las monjas Mínimas, de la Orden de San Francisco de Paula de 16 reales y 17 maravedises anuales.

 

Los bienes inmobiliarios de la hermandad, excluyendo la Capilla, fueron origen de algunos pleitos y actuaciones judiciales. Durante casi todo el siglo, la hermandad pleitea para que le sea reconocido como suyo el solar de la casa que había sido construida, a su entender ilegalmente, por particulares junto a la casa de su propiedad anexa a la Capilla. Resultaba que de los 72 estadales que tenían los tres solares de su propiedad, según los títulos de esta, el conjunto de la capilla, dependencias y casa contigua sólo ocupaban 46, siendo la diferencia, 26 estadales, la medida exacta del solar «particular» en cuestión.

 

Ya en 1707 la hermandad gastó la no pequeña suma de 165 reales para intentar hacer valer sus derechos, lo que no consigue, reiterando el intento en 1778, en que solicita «la posesión y amparo del solar que el día de hoy se está labrando por José García a la otra parte de las casas contiguas a la Capilla, por creerse ser este el que a la hermandad le falta», sin que tampoco obtuviese sentencia a su favor.

 

También, en ocasiones, las casas propiedad de la cofradía generan gastos judiciales en acciones contra los inquilinos que se ausentan sin cubrir sus deudas, como fue el caso en 1778 de Juan Berraquero, inquilino de una de las casas de Triana, o que se niegan a pagar su renta, para que la justicia los desaloje, como ocurrió algunas veces, entre ellas en 1800 con Francisco Carrera, ocupante de la accesoria contigua a la Capilla, que supuso un primer gasto de 24 reales en costas judiciales y luego otro de 82 que se pagaron al dicho Carrera «por vía de indemnización a efecto de que desocupase sin estrépito judicial» . En 1805 estos gastos judiciales ascendieron a 287 reales, para obtener 60 reales en dinero, 180 de la venta de una capa y otros 150 de un capote de seda usado, prendas ambas que le fueron embargadas al moroso inquilino trianero, sin duda torero, Manuel Romero.

 

El deseo de rescatar las Reglas, retiradas por la autoridad a finales de siglo por causas que más adelante examinaremos, fue también causa de otros diversos gastos judiciales por motivos de los que trataremos junto a aquellas.

 

Mucho más elevados fueron los gastos de la cofradía en obras y reparaciones tanto en la Capilla y anexos como en las casas de su propiedad. Son raros los años en cuyas cuentas no se anotan partidas, más o menos elevadas, por esta causa. A continuación, damos cuenta de algunas de ellas, a título de ejemplo.

 

Ya en el año 1701 figuran algunos gastos, poco elevados: «De aderezar la ventana que cae a la calle de la casa de Nuestra Señora, de día y medio de maestro, yeso y una carga de cal, 24 reales», «de blanquear las tapias del jardín, 24 y medio», «de componer el jardín, 2 y medio» y «para componer la puerta del corral, para clavos y madera, y maestro; de todo, 19 reales». En 1707 se gastan 19 reales en «aderezar la campana con yerros que se echaron nuevos», y otros 4 en una nueva soga para la misma. En 1716, el mayordomo «da gastados en reparos de la Capilla 48 reales», como consta en recibo firmado por Juan Rodríguez, maestro albañil; y en 1720 la cantidad gastada ascendió a 563 reales, por obras en el camarín de la Virgen de los Ángeles y otras menores, que continuaron a comienzos del año siguiente, realizándose, entre otras mejoras, el empedrado del exterior de la puerta de la Capilla y del jardín. Durante estas obras, por unas pocas semanas, la Imagen titular fue trasladada a la parroquia.

 

Los años 32 y 33 se realizaron obras de mayor importancia. En cabildo de 26 de octubre de 1732, con Salvador de la Cruz en el cargo de Hermano Mayor, se considera la necesidad de hacer varias reparaciones en la Capilla, reformar la Sacristía y realizar un almacén para los pasos, construyendo encima de él una Sala de Cabildos. Dada la envergadura del proyecto, se acordó el traslado de Nuestra Señora de los Ángeles a la iglesia de San Roque, no habiendo referencias directas sobre si se hizo o no lo mismo con el Santísimo Cristo y con San Benito de Palermo. En la parroquia se celebraron los cultos del Domingo de Ramos del año 33, con el Sermón de Pasión, determinándose que no saliera la cofradía el Viernes Santo debido a los cuantiosos gastos de la obra. Para subvencionar esta, la hermandad realizó frecuentes cuestaciones públicas y se dirigió a instituciones y personajes, en demanda de limosnas, lo que consiguió en buen número: el Cabildo de la Iglesia Catedral contribuyó con 50 ducados (550 reales), el Cabildo de la Ciudad con otros 30, el Infante Don Felipe con 375 reales y los hermanos de la Misericordia con 550. La Real Maestranza, por su parte, aportó 550 reales más otro 360 de varios Caballeros a título personal, y el convento de Santa María de las Cuevas (de la Cartuja) envió gran cantidad de ladrillos –con seguridad hechos en las ladrilleras de la Vega de Triana– por valor de otros 3.000. El 31 de enero de 1734, «habiéndose finalizado la obra de dicha Capilla, se determinó se trajese a Nuestra Madre y Señora con la decencia que más posible pudiese», verificándose la procesión pocos días después. Dicho año se acordó no realizar tampoco la estación de Semana Santa debido a las deudas que aún tenía contraída la hermandad por las obras, cuyo costo ascendió a más de 5.000 reales.

 

En mayo de 1741 se produjo un incendio, por causas que no sabemos, en la casa inmediata a la Capilla, afectando los humos a esta, debiendo emprender la hermandad diversas reparaciones de albañilería y carpintería en aquella y proceder al blanqueo de toda la iglesia, gastándose en esto último cinco almudes de cal de Morón. Al haber quedado destruida la cubierta de la casa, hubo de hacerse una nueva armadura, para la cual se compraron seis grandes palos de castaño y dos de pino de Flandes. Lo principal de la obra se realizó en octubre, con la imagen de la Virgen de nuevo en San Roque, volviendo luego a la Capilla en procesión, con la música del Rosario del Carmen y el estruendo festivo de «seis ruedas de fuegos y dos docenas de roetillos».

 

En el invierno de 1758 sufrió la capilla una de las graves inundaciones que tan frecuentemente ha sufrido a lo largo de los siglos, debiendo procederse luego a tareas de limpieza y restauración. En el 61 se empedró el patio, la caballeriza y el corral, y al año siguiente la puerta de la Capilla y de la casa, poniéndose nueva puerta al corral, que costó 144 reales.

 

Obras importantes, de reforma interna, se realizaron años más tarde en la casa, dividiendo esta en varias salas independientes para que la hermandad obtuviera más rentas de su alquiler. Dichas obras estaban terminadas en 1770 y su pago, como ya señalamos en otro lugar, corrió directamente a cargo de Salvador de la Cruz, por lo que no se detallan en el Libro de Cuentas, aunque consta que este gastó la crecida suma de 5.500 reales. Sí fue por cuenta de la cofradía la reedificación, en 1773, del pajar y caballeriza de la casa para convertirlos también en salas habitables, con un costo de 1.164 reales.

 

En 1776 se hacen reparaciones de albañilería y carpintería en el camarín de la Virgen, poniéndose también «una chapa fuerte de hierro en la puerta de la Sacristía que da al jardincillo», por motivos de seguridad, y en el 79 ha de realizarse la medianera entre la casa y la contigua a esta, reedificándose también, de nuevo, la Sala Pajar, con un costo de 1.176 reales. En el año 84, en la «terrible inundación que padeció esta ciudad el primero día de este año, el agua subió más de una vara en la Sacristía», anegándose tanto la Capilla como la casa contigua de la hermandad y también las casas de Triana, debiendo hacerse diversas reparaciones en todas ellas. En el cabildo subsiguiente se expone cómo «se logró que no se averiara cosa alguna por el particularísimo y distinguido celo que habían tenido las señoras Doña Jacinta Roales y Doña María Gómez, nuestras congregadas, para preservar la Capilla y sus muebles, archivo y alhajas’«, acordándose «darles las debidas gracias por su esmero y nombrar a este fin una diputación» .

 

Nuevas reparaciones en la casa, el año 1788, suponen el gasto de 2.500 reales, y casi todos los años existen otros menores de limpieza de las posas y sumideros de las casas, blanqueo y algunos más. Todo ello refleja que, si bien las rentas del alquiler de las casas y salas propiedad de la hermandad suponían un capítulo importante en los ingresos, las cantidades recibidas no eran netas, debiendo realizarse muy frecuentes gastos, tanto ordinarios como extraordinarios, para mantenerlas en uso.

 

En 1790 se gastan 2.045 reales «por la obra del cancel que se colocó en la Capilla», los cuales se sufragan en buena parte por las diversas limosnas obtenidas de bienhechores y por el resultado de demandas públicas. En 1802, la obra es de mayor envergadura y afecta, incluso, a la fachada de la Capilla: la «cuenta de lo gastado en carpintería y albañilería en el colgadizo y abujarda construido de nuevo sobre la Sala de los pasos, cocina para uso de la Capillera y el nuevo campanario» asciende a la fuerte cantidad de 6.907 reales y 18 maravedíes; gastándose también otros 219 reales en el pago de un un tercio del valor del nuevo esterado de la Capilla, siendo los otros dos tercios costeados, respectivamente, por el Arzobispo y su Teniente en la hermandad, y por la Camarera.

 

Ya al final del periodo, en 1807, el mismo año en que la hermandad pierde las dos casas de Triana, al encontrarse la casa contigua a la Capilla en grave deterioro, se destinan a ella los 2.000 reales de una limosna extraordinaria del Arzobispo, sin que sean utilizados, como quería la Camarera, en la construcción de un nuevo camarín para la Virgen. Por acuerdo unánime de los hermanos, dicha cantidad se dedica a «poner en seguridad nuestra Capilla, levantando la pared de su vivienda contigua derribada (por ruinosa) por orden del Gobierno». Para ello, se derribó totalmente la parte ruinosa de la casa, dejando dicha zona en solar, y se procedió a «levantar pared suficiente en la línea de la calle». Realizándose también diversas reparaciones en las salas interiores. Y todavía en 1808 se hizo una pequeña obra para «enladrillar el paso desde la puerta de la Sacristía al pozo», lo que supuso un gasto de 366 reales.

 

El cuarto gran capítulo de gastos refiere a los enseres y objetos para el culto que sufraga directamente la hermandad. En el apartado correspondiente a las estaciones de penitencia pueden verse los relacionados con la salida de la cofradía, figurando allí también algunas de las donaciones de hermanos, hermanas y bienhechores. Añadiremos ahora los gastos relacionados con el culto interno en bienes perdurables que se realizan a cargo de los fondos de la cofradía, señalando sólo algunos de los más importantes y teniendo también en cuenta que muchos de los enseres y objetos de culto para la Capilla son costeados por particulares

 

Así, en 1729 la hermandad compra un nuevo frontal para el altar del Santísimo Cristo, por valor de 29 reales y medio. En 1745, «un rosario para Nuestra Madre», por 97 reales y 16 maravedises, pagándose otros 30 «al pintor que retocó la pintura del señor San Fernando» . Al año siguiente, se encarga un nuevo retablo para el Cristo al maestro José Guillena, a quien se pagan por su trabajo 954 reales, organizándose diversas demandas especiales para sufragarlos. El año 60 se restauran «la gotera del Santo Cristo y la de la Virgen, y un pedacito del retablo de San Benedicto», comprándose esteras para toda la Capilla en 1765, con un costo de 240 reales. En el 67 se pagan 62 reales a un platero «de fundir las arañas de plata» y otras 22 «de componer la demanda» (el platillo de las limosnas), también de plata. Este mismo año, que es el de la aceptación por Solís del cargo de Hermano Mayor, se costea «el retrato de Su Eminencia y marco, que está puesto en la Capilla», ascendiendo el desembolso a 240 reales. Y también se compran cuatro candeleros grandes, que se platean, por un valor de 117.

 

El papel y la moldura dorada para «la tabla de Indulgencias» concedidas por el Papa cuestan 27 reales y 4 maravedises en 1774. Dos años más tarde, se gastan 450 reales en la restauración del altar del Cristo, «que se estaba desquiciando», en una nueva mesa de altar y en composición de frontales, según recibo firmado por el maestro José de Rivera. También se efectúa «un reparo en el camarín de Nuestra Madre» . En 1783 se pagan 300 reales «por la hechura de ocho blandones de madera, a José Salinas» y 270 «por el plateado de dichos ocho blandones, a Diego Suárez» ; gastandose al siguiente año 140 en el retrato del Arzobispo difunto Don Francisco Delgado.

 

Otros gastos no encajables en las anteriores categorías eran los suntuarios, destinados al pago y agasajo de los cocheros que llevaban, en ciertas ocasiones, a las diputaciones nombradas por la hermandad para visitar al Arzobispo y otros personajes, y algunos otros de tipo excepcional, como el efectuado en 1778, de 20 reales, de «una limosna que señaló la hermandad para el rescate de esclavitud de una negrita».

 

Terminaremos el tema de la organización económica de la cofradía exponiendo, para diversos años, las cantidades globales del cargo y la data –entradas y salidas– de las cuentas anuales de mayordomía. El ejercicio 1725-1726 (de mayo a mayo) el cargo ascendió a 1.397 y 3/4 reales de vellón y la data a 1.398 y medio, lo que supuso un equilibrio prácticamente total entre ambos capítulos: el mayordomo, Francisco de Mora, hace constar, no obstante, que «me debe la hermandad 3 cuartillos de vellón». El ejercicio siguiente ambas cantidades subieron de forma significativa, ya que se cobró el tributo de la ciudad de dos años y con ello se pagó lo que anteriormente «se quedó debiendo»: el cargo fue de 2.065 y la data de 2.016. Diez años más tarde, el año 36-37, el cargo es de 2.447 reales y la data de 1.610, de lo que resulta un saldo favorable a la hermandad de 836 reales. Pero como esta había sido alcanzada en años anteriores por el mayordomo hasta 544 reales, resultan solamente 292 reales a su favor.

 

En el ejercicio 1743-44 la hermandad resultó alcanzada en 314 reales, habiendo sido el cargo de 1.999 y la data de 2.314, aunque hay que tener en cuenta que dicho año se realizó un nuevo paso para el Cristo y el dorado del mismo. Al año siguiente las cantidades bajan: 1.377 de cargo y 1.288 de data, por lo que restan 88 a favor de la hermandad.

 

Las cuentas de los años ochenta suponen cantidades claramente más altas. El ejercicio 83-84 se cierra con un déficit, a favor del mayordomo, de 289 reales, resultado de un cargo de 2.800 reales y una data de 3.089; el 86-87, sin embargo, resta a favor de la hermandad la nada despreciable suma de 1,972 reales, ya que el cargo fue muy alto, de 3.824 reales, y la data fue baja, de 1.852. En el 92, las cantidades son extrañamente menguadas, de 885 y 678 reales respectivamente; mientras que el año 1800 son todo lo contrario, ascendiendo a 5.588 y 3.653, aunque en la primera de dichas cantidades se incluyen los 1.428 reales del alcance habido el año anterior contra el Secretario «encargado por ahora en la administración de bienes de nuestra hermandad, Don Agustín Pérez Laín», por lo que, en realidad, el cargo fue de 4.160 reales, cantidad, de todos modos, alta.

 

La conclusión que nos deparan estos números, que son representativos de la marcha económica general de la cofradía en el largo siglo XVIII, es que esta, a veces con gran esfuerzo, y al final del periodo a costa de no realizar la salida del Viernes Santo, mantenía en un frágil pero más o menos aceptable equilibrio los capítulos de ingresos y de gastos, si no cada año aisladamente considerado sí en el conjunto de tres o cuatro ejercicios consecutivos. El que no era nada usual que la hermandad y, sobre todo, los mayordomos resultaran alcanzados con cantidades importantes lo demuestra la situación, ya citada páginas atrás, que se planteó en 1782 cuando el mayordomo Pedro de Portugal, al salir alcanzado en la suma de 876 reales, fuera no sólo apremiado al pago de dicha cantidad sino también acusado por ello de «haber faltado a la confianza en perjuicio de los bienes de nuestra Hermandad». Pero, salvo este caso excepcional –que fue resuelto al ir entregando el afectado, durante varios años, diversas cantidades para cubrir el alcance –, los cofrades, en especial los mayordomos, y los Secretarios cuando tuvieron que llevar tareas de administración, actuaron, en general, de forma prudente, tratando, y casi siempre consiguiendo, que el cargo y la data no se distanciasen excesivamente, para así garantizar la vida de la cofradía.