Cap. IV. Las estaciones de 1867 y 1869 en el Domingo de Ramos.

Desgraciadamente, el último cabildo del siglo XIX asentado en el Libro de Acuerdos es el que acabamos de analizar. Con él se cerraba el correspondiente libro, abierto en 1775, y con el siguiente cabildo, también de 1861, se abrió otro nuevo que contiene las actas desde esta fecha hasta los años cuarenta del siglo XX. Lamentablemente, dicho libro no lo conserva la hermandad, hallándose hoy en paradero desconocido, creemos que por haber sido expoliado por alguien interesado en ocultar algunos hechos que en él se revelan, o con obsesión de coleccionista privatizador de un bien que constituye realmente parte muy importante del patrimonio colectivo de la cofradía. El hecho es que para los siguientes casi ochenta años sólo existen en el archivo de la hermandad algunos borradores de actas y otros, pocos, documentos sueltos, por lo que tuvimos que recurrir a indagar, no ya de forma complementaria sino fundamental, en otras fuentes de información para buscar datos que no existían en la hermandad; datos no sólo existentes en algunos libros y publicaciones, sino sobre todo inéditos, algunos de los cuales resultaron ser muy importantes como veremos, sobre el discurrir de la corporación en ese tiempo. Me refiero, especialmente, a los documentos existentes en el Archivo del Palacio Arzobispal y también en el Archivo y la Hemeroteca Municipales. De todas formas, no es preciso subrayar, porque es evidente, lo importante que sería la devolución o rescate del libro aludido para poder complementar lo que aquí, con no poco esfuerzo, hemos conseguido conocer.

 

No sabemos hasta cuando duró exactamente la situación de la junta de oficiales con mayoría de personas blancas que ocupaban, además, los cargos principales, pero el año 67 y siguientes –y quizá desde varios años antes, aunque no podemos documentar desde cuando ni por qué razones concretas– ya no concurren a los cabildos ninguna de ellas, a excepción del Secretario, que seguía siendo, como desde 1849, Don Manuel del Castillo. Todos los demás asistentes a las juntas y cabildos de los que tenemos datos eran, de nuevo, morenos, aunque, como siempre en este siglo, pocos en número. Creemos que debió ser el renovado entusiasmo de estos, al percibir de nuevo como suya su cofradía, con el consiguiente aumento del fervor y de la actividad para conseguir fondos, lo que estuvo en la base del nuevo relanzamiento que posibilitó, entre otras cosas, la realización de las salidas en las Semanas Santas de los años 67 y 69. También contribuiría a animarles en su empeño el que, desde principios de la década, el Ayuntamiento destinara, primero del capítulo de «imprevistos» y luego ya más regularmente, una cantidad para ayudar económicamente a las cofradías que se propusieran hacer su estación: era el nacimiento de las famosas subvenciones, que pronto llegarían a ser poco menos que indispensables para todas las hermandades, excepto para las de Jesús Nazareno y el Gran Poder, que durante muchos años las rechazaron.

 

El nuevo Arzobispo, Don Luis de la Lastra, ocupante de la sede sevillana entre 1863 y 1876, había nombrado Teniente de Hermano Mayor al Arcediano Don Fernando Olmedo, quien presidió la hermandad durante algunos años, sucediéndole Don Genaro Guillén y Calomarde. La Fiesta de Agosto seguía siendo el eje central de los cultos. Para costearla, continuaban dirigiéndose memoriales y oficios a instituciones y personas, en los que se subraya que la corporación «no cuenta con otros recursos que las póstulas públicas, a causa de la suma pobreza de sus individuos”. Los Memoriales se dirigen especialmente a la Real Maestranza, «Protectora de la hermandad», y al Excelentísimo Ayuntamiento, al cual también se pide casi todos los años «que la comisión de ornato procure el riego de los paseos y tala de los árboles para que pueda verificarse la procesión de traslación de Su Divina Majestad la última tarde del Jubileo» . Para su asistencia a esta, se invita siempre a la Hermandad Sacramental, «como tiene de costumbre según concordia celebrada entre ambas corporaciones”.

 

A finales de los sesenta, la junta de oficiales estaba encabezada de nuevo por José Lerdo, como Prioste, y por Pedro Rodríguez, como Mayordomo, al que sucederían más tarde Baltasar la Mota y José García. Y participaban también en los cabildos otros morenos que habían sido ya diputados en los años cincuenta, como José Molina, o que aparecen ahora nuevos en la hermandad, como Camilo Lastre, que tan gran protagonismo habría de tener en los años ochenta. Una de las cuestiones que se planteó esta junta fue la de regularizar la ocupación de las salas de la casa de la hermandad. Primero, se acordó que «en lo sucesivo se dieran gratuitamente los cuartos a los hermanos pobres, obligándose estos a las póstulas públicas según lo puedan cómodamente hacer en todo el año, y que lo primero que se junte sea para pago de la contribución”. Pero esto no debió funcionar, ya que pronto, en junio del 72, «se determinó que las salas de nuestros hermanos sean arrendadas a 12 reales de vellón», lo que debía garantizar 48 reales mensuales, dado que en este momento eran cuatro.

 

En este contexto en el que tienen lugar las estaciones de 1867 y 69, que se realizan con un paso, cuya composición es la acordada en el año 50 que no pudo culminarse en los siguientes a este, y se verifican, en la tarde del Domingo de Ramos, día en que nunca hasta entonces había realizado su salida la hermandad y que no sabemos por qué es ahora el elegido.

 

En los años sesenta, la Semana Santa sevillana seguía siendo no sólo la fiesta mayor de la ciudad, a través de la cual se explicitaban muchos de los referentes de identificación de los sevillanos, sino también un motivo de fuerte atracción para los forasteros, especialmente madrileños, e incluso un negocio para no pocos. Ya en 1859 el Ayuntamiento había creado en su seno una Junta Municipal de Solemnidades Religiosas, con el objeto de atender a las cuestiones referidas a la Semana Santa y el Corpus, la cual se mantendrá hasta hoy, bien que modificando su nombre, pasando en una época a convertirse en Comisión de Asuntos y Especiales, más tarde en Comisión de Ferias y Festejos…, hasta la actualidad en que se denomina de Fiestas Mayores.

 

En los años a los que ahora nos referimos, la distinción social que suponía el presenciar el paso de las procesiones desde balcones situados en lugares de prestigio, sobre todo en la calle Sierpes, se reflejaba claramente en la prensa de la época y daba lugar, en los primeros días de abril de 1867, a anuncios y comentarios como los siguientes: «para la próxima Semana Santa y Feria se alquilan cuatro balcones en la calle de las Sierpes. En el establecimiento de comestibles números 108 y 109 dan razón”. O como estos otros: «A cinco duros balcones y a 16 espaciosas y elegantes plateas, en el mejor sitio de la calle de las Sierpes”; «Se arriendan los balcones de la casa número 5 de las Gradas de la Catedral, frente a la puerta grande”; «Para los días de Semana Santa se arrienda un piso amueblado, sito en la plaza del Salvador número 4, con balcones a la dicha plaza, que es paso de todas las procesiones. En la misma casa se tratará de su ajuste”. Y aún «Aunque ya se han arrendado la mayor parte de los balcones de las casas de la calle de las Sierpes para los días de la Semana Santa, todavía podrán ver las cofradías cómodamente muchas personas, pues sabemos que en los huecos del piso bajo de una casa de primer orden situada en la carrera, se van a disponer elegantes plateas a la altura necesaria para que se domine el sitio por donde pasan las procesiones. El pensamiento es bueno y tendrá aceptación».

 

Junto a la información sobre algunos de los 29 Septenarios Dolorosos que habían comenzado el 6 de abril en numerosas iglesias sevillanas, tanto promovidos por cofradías como por parroquias, y luego, ya en los días de la Semana Santa, sobre las procesiones, se publican gacetillas y crónicas sobre la venida de viajeros y la animación en que vive la ciudad, como esta del diario La Andalucía:»Son innumerables las personas distinguidas de España o el extranjero que han llegado a esta capital; los que no atendiendo a nuestro consejo se descuidaron en buscar habitaciones, pasan ahora grandes apuros para encontrar donde hospedarse. Por la noche hay tanta concurrencia en los sitios más públicos, que apenas puede transitarse por ellos». O esta otra, publicada en El Porvenir el Viernes de Dolores «Cada día, cada hora que corre, aumenta la animación en nuestra capital. Todo parece aprestarse para las solemnidades. Las modistas están en completo movimiento y las tiendas cuajadas de compradores para engalanarse en esos días de tanta agitación. Bien puede decirse que Sevilla es la nueva Babel: todo concurre para que se encuentre llena de atractivo… Recrea recorrer por la noche los frecuentados sitios de la capital. No se habla, no se piensa más que en lo actual. Las calles están convertidas en paseos públicos frecuentadas por nuestras bellas. A medida que la semana avanza, acrecen las ilusiones deesa multitud de huéspedes que van acudiendo ávidos de apurar, al par nuestro, la copa de los placeres y del general regocijo».

 

Las cofradías que realizaron la salida aquel año fueron las siguientes: el Domingo de Ramos, los Negritos –que salía a las 4 de la tarde– y San Juan de la Palma; el Miércoles Santo, La Columna y Azotes, de la iglesia de los Terceros, y las Siete Palabras, del extinguido convento del Carmen; el Jueves, la Oración en el Huerto y Pasión; de Madrugada, Jesús Nazareno, Gran Poder, Esperanza Macarena y La O; y en la tarde del Viernes, la Carretería, Expiración de Triana, Montserrat, Sagrada Mortaja, Santo Entierro, de la parroquia de la Magdalena, y Soledad, de San Miguel. El diario El Porvenir anunciaba así la salida de la hermandad de los negros: «Santo Cristo de la Fundación y María Santísima de los Ángeles, de su capilla en el barrio de San Roque: En fuerza de sacrificios y a costa de penosos afanes, presenta nuevamente esta hermandad a la veneración pública las sagradas efigies de su culto. En un monte figurando el Gólgota, aparece la de Jesucristo crucificado por el pueblo deicida, con la Reina de los Mártires, el apóstol San Juan y las tres Marías llorando la muerte del Salvador en tan doloroso suplicio. Las principales esculturas son antiquísimas y de bastante mérito, inspirando la Titular de esta cofradía una devoción acendrada a los vecinos del barrio de San Roque. Su peana es toda dorada y la enriquecen cuatro candelabros de diferentes mecheros en los ángulos».

 

La siguiente salida fue dos años más tarde, en 1869, en la misma forma y también en la tarde del Domingo de Ramos. La Semana Santa de dicho año estuvo inmersa en la situación política inestable de los años del denominado Sexenio Revolucionario, que abarcan desde la revolución de Septiembre del 68 –la denominada «Gloriosa»– que supuso el destronamiento de Isabel II, hasta la restauración borbónica de 1875. Como en anteriores ocasiones a lo largo del siglo, Sevilla fue uno de los primeros lugares en sumarse a la nueva situación que había abierto el pronunciamiento gaditano del almirante Topete el 17 de Septiembre. Tres días después, ya estaba constituida una Junta Provincial Revolucionaria que lanzaba su primer Manifiesto de tono muy radical y laicista. En los veinte días de actuación autónoma de dicha Junta, hasta la formación en Madrid, el 8 de Octubre, del Gobierno Provisional, se volvió a expulsar a los jesuítas, junto a los filipenses, y se clausuraron e incautaron buen número de iglesias y bienes artísticos, ahora no sólo de conventos sino también de capillas y varias parroquias, algunas de las cuales fueron insensatamente destruidas con la excusa de actuaciones urbanísticas –como ocurrió con la de San Miguel, que era un importante edificio gótico-mudéjar, en la actual Plaza del Duque–. Algunas cofradías tuvieron esos días que trasladar a otras iglesias, apresuradamente pero sin que se les pusiera dificultad alguna, a sus Imágenes y enseres, por lo que no sufrieron en su patrimonio aunque sí los problemas que la nueva situación les creaba a muchas de ellas. La del Señor de Pasión, por ejemplo, se instaló entonces en El Salvador, la Soledad en San Lorenzo y parecidas medidas hubieron de tomar otras, aunque algunas de ellas sólo provisionalmente, por volver luego a sus sedes tradicionales, una vez reabiertas.

 

La actuación del Gobierno Provisional fue mucho más templada que la de las Juntas locales, por lo que pronto la situación recobró una cierta normalidad. La Semana Santa del 69 tenía lugar mientras las Cortes Constituyentes –elegidas por primera vez por el sufragio de todos los varones mayores de 25 años, y que resultó de mayoría democrático-progresista, aunque con una importante minoría republicana– elaboraba una nueva Constitución, de carácter monárquico y liberal, que sería aprobada en Junio de dicho año y que desembocaría en el breve reinado de Amadeo I de Saboya, que sólo duraría desde el 2 de enero del 71 hasta el 11 de febrero del 73, para dar paso a la aún más fugaz I República Española.

 

Como siempre que en tiempos anteriores se había producido una situación política no conservadora, el anticlericalismo fue también en este momento una de las características del pensamiento y la actuación no sólo de los intelectuales liberales sino también de cada vez más amplias capas populares. Pero ello afectaba sólo en parte a las cofradías, ya que estas, para el imaginario popular, para los intereses de las autoridades no clericales, y para al menos buena parte de los propios cofrades, si bien no había duda de que eran asociaciones con símbolos religiosos rebasaban ampliamente esta dimensión, colocándose en el ámbito de las identidades e identificaciones colectivas. Por eso en los años del Sexenio, incluido el 73 republicano, las autoridades civiles sevillanas trataron de no poner inconveniente alguno a la celebración de las procesiones de Semana Santa sino, antes al contrario, procuraron que estas se realizaran, siendo precisamente los sectores más conservadores y clericales los más partidarios de su suspensión. Algo que ocurriría también, de forma no muy diferente, poco más de medio siglo después, durante la Segunda República.

 

La prensa, conservadora o progresista, también adoptaba una u otra posición, aunque en este caso la primera se veía constreñida por el hecho de tener, a la vez, que defender las posiciones ideológico-políticas de la Iglesia –cuyo Sumo Pontífice era el muy conservador Pio IX, que pronto había retirado al Nuncio– y apoyar la salida de las cofradías posibilitada por el apoyo de aquellos cuyas ideas la Iglesia condenaba como nefandas: los liberales más o menos radicales.

 

17 cofradías hicieron estación dicho año: el Domingo de Ramos, los Negritos y San Juan de la Palma; el Miércoles Santo, las Siete Palabras, que se había trasladado a la parroquia de San Vicente, y la Columna; el Jueves, la Oración en el Huerto, la Quinta Angustia y Pasión, como ya señalamos anteriormente ahora en El Salvador; de Madrugada, Jesús Nazareno, el Gran Poder y la Esperanza Macarena; y el Viernes por la tarde, la Carretería, Soledad de San Buenaventura, Trinidad, Exaltación, que se había trasladado a los Terceros por cierre de Santa Catalina–, Montserrat, Mortaja de Santa Marina y Soledad de San Lorenzo. A pesar de la inestabilidad política y de los sucesos que estaban ocurriendo en muchos lugares del campo andaluz, incluida una insurrección en Jerez, con barricadas e intervención del ejército incluso con bayoneta, la normalidad durante toda la Semana Santa fue en Sevilla total. Respecto al Domingo de Ramos, que cayó el 21 de marzo, El Porvenir comenta que «hicieron estación las cofradías del Santo Cristo del Silencio, de la parroquia de San Juan Bautista, y la del Santísimo Cristo de la Fundación, de la capilla de los Ángeles. A pesar de lo desapacible de la tarde, la concurrencia fue numerosa en las calles, sin que el más ligero contratiempo viniera a turbar el orden y la animación que reinó en toda la carrera».

 

Y La Andalucía concluye su crónica del domingo de Resurrección con la siguiente significativa gacetilla: «La Semana Santa se ha celebrado en Sevilla como de costumbre, saliendo gran número de cofradías que a pesar del mal tiempo han hecho estación a la Basílica, desplegando el lujo y la pompa que tanto llama la atención de propios y extraños. Los templos estuvieron concurridos, las calles ofrecían buen aspecto y ha reinado un orden admirable, hasta el punto que siendo frecuente en los años anteriores los robos, las reyertas, las alarmas y las carreras, en este no ha habido ni el más ligero motivo de disgusto ni de queja: el viernes en la tarde, y en un instante en que por reunirse dos cofradías en la calle de las Sierpes hubo algún movimiento en los transeúntes, creyeron algunos malintencionados que iban a gozar de un espectáculo agradable pero el público tuvo a bien defraudar sus esperanzas, y repetimos que ni siquiera se han notado temores en el público de que ocurrieran escenas desagradables. Ni una ratería, ni un escándalo, nada; nada, repetimos, ha turbado la profunda paz que reina en los días de la Semana Santa, durante la cual el pueblo ha dado una altísima prueba de sensatez y cordura.

                        Trasladamos estos hechos a «La Época»: ¿tomará nota de ellos? Veremos lo que hacen en su ‘imparcialidad severa’ los periódicos para quienes decir andaluces es decir cafres».

 

En el año 70, el Ayuntamiento convocó a 19 cofradías –las que estaban activas– para una reunión donde tratar el tema de la ayuda económica para las salidas procesionales; una ayuda que no pivotaba únicamente sobre el propio Ayuntamiento sino también sobre otras instituciones, asociaciones, industrias, comercios y familias importantes, a los que este se dirigía, semanas antes de la celebración, con una circular petitoria para que colaboraran “con un rasgo de desprendimiento, a la costosa realización de tan laudable propósito», que no era otro que «el impulsar solícitamente la salida de las Cofradías en la próxima Semana Santa, a fin de enaltecer el culto de esta época y conservar la justa celebridad de unas solemnidades que después de mostrar las arraigadas creencias de los sevillanos vienen a redundar en beneficio de la industrias y las clases laboriosas». A la reunión del año 70 acudieron 16 hermandades de las 19 convocadas. Como era ya tradicional, las de Jesús Nazareno y el Gran Poder no pidieron subvención alguna, mientras que, de las otras, una notificó desde el primer momento su imposibilidad de salida –la del Cachorro de Triana, «por carecer completamente de recursos y efectos» –, diez solicitaron subvención para salir y tres expusieron estar todavía pendientes del acuerdo de sus cabildos respecto a la realización o no de la salida. Una de estas tres era la cofradía del Cristo de la Fundación y la Virgen de los Ángeles, representada por el moreno José Lerdo, quien manifestó que la hermandad «no salía sin subvención y no puede fijar todavía la cantidad que necesita”. Aquel año, como sabemos, no hizo estación la cofradía.

 

En los años 71 y 72, que fueron los de la monarquía democrática de Saboya, el Ayuntamiento, para lograr una Semana Santa normal y de especial brillantez tuvo la iniciativa de promocionar la salida también del Santo Entierro, «que ha de atraer, como siempre ha sucedido, grandísima concurrencia a la localidad», como así fue el primero de dichos años, destinándose a la subvención de las cofradías 7.500 pesetas (30.000 reales) además del producto de las sillas que se colocaron en el andén de las Casas Consistoriales. Al siguiente, siendo alcalde Don Manuel de la Puente y Pellón, este trató de «conseguir que hagan estación a la Basílica Metropolitana un crecido número de Hermandades, y entre ellas, si fuera posible, la del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo”. Para lo cual consiguió que los donativos voluntarios de instituciones y sociedades alcanzaran, junto a lo recaudado en dos espectáculos de zarzuela y variedades, los 46.499 reales, aportando la Corporación Municipal 23.689 más, hasta alcanzar un total de más de 70.000, treinta mil de los cuales fueron destinados precisamente al Santo Entierro. Dicho año 72 la cofradía de los Negros había enviado a la alcaldía un oficio, firmado por el Secretario, Don Manuel del Castillo, notificándole la salida, describiendo el paso –es la misma descripción aparecida en años anteriores en la prensa– y concretando el itinerario a recorrer el Domingo de Ramos, que era esencialmente el mismo que durante siglos había tenido la hermandad, con la única diferencia de que ya no tenía que entrar y salir por la Puerta de Carmona, al haber sido esta destruida, como todas las demás de la muralla a excepción de la de la Macarena y el Postigo. El itinerario que figura en el citado oficio es el siguiente: «Recaredo, Puerta de Carmona, Aguilas, Mulatos, San Ildefonso, Mesones, Alfalfa, Culebras, Plaza del Salvador, Cuna, Cerrajería, Sierpes, Plaza de San Francisco, Génova, Gradas, puerta de San Migue, interior de la Santa Iglesia, puerta de los Palos, Palacio Arzobispal, Placentines, Francos, Plaza del Pan, Confiterías, Alfalfa, Mesones, San Ildefonso, Mulatos, Aguilas, San Esteban, Puerta de Carmona y Recaredo a su capilla». A pesar de lo previsto, la cofradía no llegó a salir dicho año, y ni tan siquiera se lo propuso el siguiente, en la Semana Santa republicana en la que, en medio de una gran polémica, salieron las cofradías de la Macarena, la Columna y las Siete Palabras.