Capítulo V. La transformación desde cofradía étnica a cofradía de barrio (1888-1896)

El nuevo Presidente-representante del Arzobispo en la hermandad no sólo tomó a su cargo la realización del Inventario de bienes de esta sino que también acometió rápidamente la consecución de los demás objetivos propuestos. En ello también chocó, como les había ocurrido antes a los curas de San Roque, con la resistencia del mayordomo Lastre, cada vez más alarmado ante los fines que se perseguían por parte de los eclesiásticos y cada día también más firme en su posición de que la cofradía era propiedad de los negros, siendo él, como mayordomo, el único legítimo representante de estos. Las iniciativas externas a la etnia, debido a esa misma desconfianza, las percibía ya, generalizadamente, como parte de lo que pensaba era un asalto a la cofradía y una desnaturalización de la misma.

 

Pocos meses convivieron en la junta de oficiales el nuevo Presidente y el desde hacía ya muchos años mayordomo. En un cabildo general, celebrado el 18 de septiembre del mismo año 88, «fue excluido de ella el moreno Camilo Lastre, que desempeñaba el cargo de Mayordomo, nombrándose en su lugar interinamente, y hasta nuevas elecciones, el moreno Jose Manuel”. Esta breve nota, en un oficio de Vidal al Secretario de Cámara del Arzobispado, notificando el acuerdo, es la única referencia que hoy tenemos de la destitución de Lastre, ya que no se conserva el acta de la reunión, que debió ser, sin duda, borrascosa, si es que este pudo estar presente. Por el mismo oficio sabemos que dicho acuerdo implicaba también la orden de desalojo de las habitaciones que ocupaba en la casa de la hermandad, así como que entregó las llaves de estas dentro del plazo que se le había fijado.

 

Que Lastre no estaba solo en su posición, aunque casi sólo él se atreviera a oponerse primero a los curas de la parroquia y ahora al canónigo que presidía la hermandad lo demuestra, entre otros testimonios, el de Francisco Álvarez de Cueto, que por este tiempo y firmando como Alcalde –en su Visita, el canónigo Vidal lo cita como Diputado primero– escribió directamente al Arzobispo criticando la labor que, desde su toma de posesión, venía desarrollando el representante de Su Eminencia, acusándolo de personalismo y de no tener para nada en cuenta a la junta de oficiales. En concreto, manifestaba que «se ve obligado, como hermano de la misma, a que por conducto de S. E. R. se digne dar –el citado Don Jose María Vidal– cuentas exactas de todo cuanto preside, toda vez que no es posible aclarar lo que se recauda y se invierte desde que tiene el honor de presidir esta hermandad» . Además, subraya la necesidad de «evitar los escándalos que proporciona el citado señor en la misma puerta de la Capilla pidiendo el dinero que tiene gastado en la misma con alta voz, enterándose todo el público, lo cual no está prudente para su gobierno» . Y le critica también por la designación de nuevo mayordomo a una persona «que no sabe leer ni escribir y vuelve sin cobrar un recibo, pues es un hombre inútil”.

 

No finalizó el conflicto con la destitución de Lastre, como lo demuestra el nuevo escrito de este al Arzobispo y el nuevo informe al respecto del canónigo Vidal. En el primero, de 24 de abril del 89, Lastre sigue autodenominándose «Mayordomo nombrado por el Eminentísimo difunto señor Lluch para la capillita de Nuestra Señora de los Ángeles (vulgo de los negritos)», y acusa al canónigo-presidente de la cofradía de que «se ha hecho dueño absoluto de dicha iglesia» –la misma acusación que antes se le había hecho a él por parte de los clérigos–, a pesar de que esta es «propiedad hereditaria de nuestra raza de color, desde muchos siglos» –por primera vez se realiza una expresa alusión al criterio de la raza como base del derecho de los negros a poseer la cofradía–. «Con venerado respeto», expone al cardenal que «ha sufrido vejaciones arbitrarias por parte del Señor Cura Canónigo presidente de dicha hermandad, Don José Vidal, que empezó quebrantando todos los usos y costumbres, imponiéndose de orden de Vuestra Eminencia para ordenar y administrar a su antojo, al extremo de prohibir que sin su intervención se facilitara ni cal para encalar el templo». Añade que, a pesar de que «por mi cargo y derecho he sostenido (a la hermandad) en buena forma…, el mencionado canónigo ha conseguido calumniarme por mi oposición y privarme del honroso cargo de Mayordomo, haciendo desaparecer del libro de asientos las hojas en que constaba mi superior nombramiento por el Ilustrísimo Arzobispo Lluch”. Tras esta grave acusación, el representante del Arzobispo es definido como «un espíritu de discordia y antagonismos en nuestra fraternal Congregación, sin mérito de mejora alguna por dicho señor en beneficio del templo capillita ni del edificio casa de la misma”. Por todo ello, junto a los también morenos Clemente Lara y José Macías que firman con él el escrito, Lastre hace una súplica al Arzobispo: la de “que Vuestra Excelencia Ilustrísima se digne escucharnos en recta audiencia, y ante el Don José Vidal aclararé a Su Eminencia extremos contrarios a la Religión y a los Divinos mandatos que, sin soberbia y mansedumbre, Dios ordena y el referido canónigo atropella y desobedece; pudiendo V. E., con justa imparcialidad en su vista, decretar la separación de Don José Vidal de nuestro seno, nombrando en su lugar otro digno representante, como siempre lo fueron todos sus antecesores auxiliares evangélicos cristianos. Es de urgente necesidad cortar la mala cizaña que nos divide”.

 

Como era de esperar, en lugar de la audiencia pedida, el escrito anterior fue puesto en conocimiento del tan directamente aludido y acusado canónigo, el cual, a su vez, envió un escrito al Arzobispo en el que trataba de descalificar de forma definitiva y en todos los terrenos al moreno que tan tenazmente se le oponía. Comienza afirmando, refiriéndose a la carta de este, que «todo cuanto en ella se dice no es cierto, como falso es que los morenos José Macías y Clemente Lara, que no saben leer ni escribir y cuyos nombres aparecen en la solicitud, hayan tomado parte en dicho documento, según ellos me han contestado a la ratificación que les hice”. Y continúa: «No es cierto que se le haya atropellado, ni desacreditado, como no consta ni se tiene noticias del nombramiento que dice, que el Emo. y Rvmo. Sr. Cardenal Luch, q. s. g. h., le hiciera Mayordomo; y aun suponiendo que así fuere, su mal proceder dio lugar a que la Hermandad le expulsara de ella y de la casa. Por lo tanto, nada tiene que ver ni debe importarle lo que haga o deje de hacer la Hermandad o su Presidente”.

El canónigo protesta de las acusaciones vertidas contra él y contraataca con dureza: «Es una calumnia y una injuria decir que el que suscribe ha quitado hojas de los libros; buen cuidado tuve que se pusiera una nota en la cual constase el estado en que los entregaba. No sabe lo que se dice, pues las hojas que faltan son precisamente en el acta que extendió cuando se trató de la venta del paso de la cofradía. No hay tal discordia; él ha estado sobornando a todos los morenos para que le ayudaran con esta solicitud y ninguno quiso seguirle, y la prueba es que el primer domingo de este mes se celebró el Cabildo de elecciones, como disponen las Reglas y se variaron todos los oficios, según conviene a la Hermandad, a gusto de todos los que concurrieron al acto y por unanimidad”. A continuación expone lo realizado en el año que lleva como Presidente: «Público y notorio es el culto que se da todas las noches rezándose el Santo Rosario, las veces que este ha salido a la calle en Noviembre y en la Cuaresma próximos pasados, las tres procesiones que he hecho con motivo de la Santa Misión, dos con el Santísimo Cristo de San Agustín y una con Nuestra Señora de los Ángeles, la Misa de doce en los domingos y días festivos. Público y notorio son las obras que me he visto obligado a emprender en la Capilla, en la tribuna y en la casa… habiendo tenido que suplir de mi bolsillo la mayor parte de las cantidades invertidas”. Y acusa su vez: «Lo que hay de cierto es que en la taberna y fuera de ella está criticando todos los actos que se hacen en la Capilla, que esperaba le llamasen para el Cabildo, que ha publicado por el barrio que tiene esperanza de volver y entonces no quedará en pie nada de lo existente, y otras cuantas cosas que todas he mirado con indiferencia. Mas, al presentárseme el moreno Pablo Entrago, que está sirviendo en la calle Castellón, participándome que la semana anterior había estado en su casa el Camilo con un tarrito de dulces y un oficio pidiendo para Nuestra Señora de los Ángeles, y al día siguiente decirme otra persona que había estado también en una casa de la calle Alta con el mismo fin, creí de mi deber el impedir a todo trance que se defraudara por más tiempo la piedad de los fieles, y en vista de que se aproximaba el Jubileo y la época en que debe recogerse la limosna, me presenté al Sr. Comandante de Vigilancia para que lo hiciera comparecer a su presencia y lo apercibiera para lo sucesivo, lo cual cumplió el Sr. Comandante el martes ocho del actual por la noche» .

 

La larga exposición del canónigo termina refiriéndose a la alusión de Lastre sobre la necesidad de cortar la cizaña: «Finalmente, la mala cizaña que dice es menester cortar está cortada ya de raíz, y para siempre, tanto en la Hermandad como en la Casa, pues estoy resuelto, como hasta aquí, a que se respete la Autoridad del Prelado, a sostener los derechos de la Jurisdicción y a considerar y proteger a los morenos que por su buen comportamiento lo merezcan”.

 

No existen más testimonios de la pugna entre los dos personajes, el negro Lastre y el canónigo Vidal. Ambos debieron ser personajes de fuerte carácter, ambos debieron tener una personalidad claramente autoritaria, y, posiblemente, los dos se extralimitarían tanto en las acusaciones que profirieron sobre el otro como en el margen que se marcaban para el desempeño de sus cargos. Pero uno era un modesto aunque orgulloso negro, quizá asiduo a las tabernas –como prácticamente todos los hombres modestos del pueblo, negros o blancos, lo eran entonces y por mucho tiempo después–, y el otro era un respetable canónigo de la Santa Iglesia, nombrado, además, como su representante por el Arzobispo. Era evidente por qué lado habría de romperse la cuerda, más allá de cual fuera el reparto de las razones, las verdades y las insidias que tuviera cada parte; un reparto que sería, sin duda, muy difícil de establecer sin caer en comentarios gratos a los biempensantes o en fáciles demagogias populistas, carentes en ambos casos de bases sólidas.

 

El hecho es que en la documentación que hemos podido consultar el negro Lastre ya no vuelve a aparecer, mientras Don José Vidal y Cruz sigue estando a la cabeza de la hermandad en los años de la transición de esta desde ser una cofradía étnica a convertirse en una cofradía de barrio. La no respuesta por parte del Arzobispo a sus razones, reales o supuestas –o, quizá mejor, reales y supuestas–, la influencia y el peso de la autoridad del representante de aquel en la hermandad sobre los otros negros, y, quizá también, el apercibimiento que hiciera a Lastre, no sabemos si sólo de palabra, el comandante de los guardias a instancias del señor canónigo, hicieron que el moreno desapareciera a partir de entonces de la historia de la cofradía.

 

A partir de aquí, y hasta 1896, la cofradía continuó su lenta transformación, firmemente comandada por el Presidente nombrado en el 85 –ahora Hermano Mayor por delegación– y con una nueva junta de oficiales, en la que continuaba como prioste el moreno José García, había sido designado mayordomo, en sustitución de Lastre, el también moreno Vicente Martínez, aunque no sabía firmar, y eran asimismo morenos los Diputados José Serapio y José Macias –de nuevo figuran los negros en los documentos de la hermandad sin el Don antecediendo a sus nombres–. Como Secretario, por primera vez, figura un sacerdote, precisamente Don Joaquín Fernández Venegas, el cura de San Roque que había protagonizado años atrás el primer enfrentamiento con Lastre. Y de capiller, el Presidente había colocado a un seminarista, Don Manuel García, seguramente para que velara por el orden moral de los inquilinos de la casa y de los negros transeúntes. Como Camarera de la Virgen fue designada la Señorita Doña María Jerónima Guerrero y, por su parte, la Congregación de mujeres tenía a Doña Amalia Andújar como mayordoma, a Doña Ana Andújar de Depositaria, a Doña Filomena Tortosa de secretaria, y a Doña María Martín y Doña Dominga Domínguez como postulantes.

 

En el mismo año 88, tan importante como punto de inflexión en la evolución de la hermandad, hubo siete nuevas inscripciones de hermanos, un número que no se daba desde treinta años atrás, siendo cuatro de ellos negros. Pero ya no se asientan mujeres en el libro de hermanos, contrariamente a lo que fue norma durante siglos: la hermandad, como todas las demás en este tiempo, refuerza su significación de asociación de varones, ahora excluyentemente; una significación que arranca de la mitad del XIX y que luego sería presentada como «tradicional».

 

Las relaciones externas con el Arzobispado, la Real Maestranza y algunos benefactores, como los señores Miura, se hacen ahora más estrechas, por lo que también son mayores las limosnas y donativos. Reflejo de ello es el aumento en el patrimonio: en septiembre del 89 se realiza una adición al Inventario formado el año anterior, con una lista de objetos y enseres para la capilla, entre ellos «dos pedestales tallados para los ángeles que se han colocado en el camarín; una mesa nueva de pino, con cajón y llave, para pedir, en lugar de la chica vieja; una cubierta de damasco de lana carmesí para dicha mesa; otra cubierta de damasco celeste de lana para la mesa de la Hermandad; dos juegos de vinajeras finas con filetillos nuevos de metal; dos bombas de cristal, con sus vasos, para el altar del Santísimo y de San Benito; cuatro ramos de flores francesas para el altar mayor; dos esteras de fieltro; una alfombra, y tres cojines de damasco de seda carmesí para los Sres. Maestrantes» . También aumentó el vestuario de la Virgen con dos enaguas blancas, una camisa, dos tocas y varios pañuelos, todo ello donación de mujeres devotas, entre ellas una hermana del Presidente de la hermandad; y la Congregación de Mujeres del Rosario incorporó «una cruz de madera dorada para el Simpecado y una mesa nueva para pedir, con cubierta de damasco blanco y tapete carmesí de seda y lana».

 

Los cultos internos se intensifican, aunque también resultó de ellos un muy alto déficit, como veremos enseguida, y hubo procesión de la Virgen de los Ángeles los años 88, 89 y 93, con banda de música militar y fuegos artificiales.

 

El 30 de Junio de 1890, a las 7 de la tarde, el Ilustrísimo Sr. Doctor Don Benito Sanz y Forés, nuevo Arzobispo de la Diócesis, como sucesor del fallecido fray Ceferino González, entró en la Capilla, acompañado del Deán y otros altos cargos del Cabildo Eclesiástico. Estaban presentes tres morenos, el capiller, que era el seminarista ya indicado, seis mujeres –la Camarera y cinco miembros de la directiva de la Congregación del Rosario– y cuatro clérigos: el Secretario de la hermandad, el párroco, el coadjutor de la parroquia de San Roque y el propio Don José María Vidal y Cruz, canónigo y Presidente de la Hermandad. Este último, “estando sentado en el presbiterio el Sr. Arzobispo, le suplicó en nombre de la corporación se dignase admitir ser su Hermano Mayor y Patrono», lo que aceptó Su Eminencia, «tomando posesión personalmente de dicho cargo y ordenando al mismo tiempo que se extendiese en el Libro correspondiente el acta de su recibimiento”. Luego, visitó las diversas dependencias de la Capilla y el patio de la casa, despidiéndose «después de manifestar estar muy complacido por el aseo, limpieza, y bien arreglado que se hallaba todo”.

 

La composición antes indicada de la representación que recibió al Arzobispo refleja con claridad la evolución que en esos años estaba teniendo la cofradía. También las cuentas anuales expresaban los cambios. Así, el ejercicio que abarca desde el 1º de Septiembre de 1889 al 30 de abril de 1991 –19 meses, en los que sólo se incluye una Fiesta de Agosto– presenta unos números mucho más altos que los usuales en la hermandad: el cargo llega a los 5.830 reales, de los cuales 1.330 son de rentas de las habitaciones de la casa y los 4.500 restantes de limosnas: 2.000 del Arzobispo –que este año aportó de forma excepcional–, 400 «de los Sres. Maestrantes», 600 «de un devoto para la reforma del cancel», otros 300 «de un devoto para reforma de las arañas», 100 «del Excmo. Sr. D. Antonio Miura», y diversas cantidades de otras personas y recogidas a través de oficios petitorios, en demandas, colectas y mesa durante el Jubileo.

 

La data del ejercicio se compone de diversas partidas de reparaciones en la capilla y casa, por un montante de 1.800 reales; reforma del cancel, 700; gratificación al capiller, el seminarista Manuel García, 240; y gastos del Jubileo y Función, por unos 2.500 –destacando 560 en cera más 267 en esperma, 442 en música de capilla, 396 en Derechos parroquiales, 200 en fuegos artificiales y 120 de la banda de música de la procesión–, además del valor de las misas celebradas todos los domingos y festivos, cuyo estipendio era de 20 reales cada uno, y gastos complementarios a estas. El total asciende a 5.311 reales, por lo que habría saldo positivo de unos 500 reales a favor de la hermandad. Pero como la hermandad estaba endeudada con su Presidente en casi 9.000 reales, por los gastos realizados por este en las obras de consolidación de la capilla, arreglo del tejado y reparaciones en las casas en los años 87 y 88, el déficit a favor del canónigo resultaba ser de 8.430 reales. Este era ya no sólo el Hermano Mayor de la cofradía, por delegación del Arzobispo, sino también el único y muy importante acreedor de esta.

 

Los ejercicios siguientes continuarán una pauta parecida pero en un nivel menor tanto las partidas de cargo como las de data. El año 1892-93 el total de unas y otras se restringieron a aproximadamente 2.500 reales, y el 93-94 a unos 3.500, resultando en ambos sólo un ligero déficit; pero la deuda de la hermandad con su canónigo-Hermano Mayor seguía manteniéndose cercana a los 10.000 reales, lo que era una hipoteca no sólo económica sino que presionaba sobre la marcha global de la cofradía, que tampoco parecía mejorar de forma apreciable con los cambios jurídicos habidos tras los cambios antes analizados.

 

También fue una novedad importante en estos años la reglamentación de la casa de la hermandad. Ya hemos visto que una de las acusaciones que los curas de San Roque y el canónigo Vidal habían hecho a Lastre era que había poco orden económico e incluso moral en las habitaciones de dicha casa. Para remediar estos abusos, y quizá también para tratar de dar una cierta salida positiva a la existencia de los varios negros pobres que aún estaban presentes en la hermandad, se realizó un reglamento que fue aprobado por el Arzobispo el 30 de junio de 1892. El él se habla de la casa contigua a la Capilla como «Casa Hospital dedicada a albergar a los individuos de color, o sea morenos», lo cual, hasta ese momento no había sido así, pues sabemos que la casa, al menos desde el siglo XVIII, estaba arrendada por habitaciones como forma de asegurar unos ingresos fijos –al menos en teoría– a la hermandad y no tenía carácter alguno de medio de acogimiento a los desamparados negros ni blancos. Sólo en los años de la mayordomía de Lastre alguna sala, e incluso la tribuna o coro de la capilla había servido como dormitorio de algún que otro moreno indigente. El que ahora se hable de Hospital, en el sentido sin duda de Hospicio o Asilo, es una especie de mecanismo de «invención de la tradición» para tratar de conectar con el carácter étnico que siempre había tenido la hermandad: ahora que los negros estaban siendo desplazados del gobierno y el protagonismo de esta, se les atribuía el protagonismo en el Asilo. Simbólicamente, el discurso refleja fielmente, de forma inconsciente, la realidad que se está produciendo: los morenos pasan de poseedores (de la cofradía, la capilla y la casa) a acogidos generosamente en la Casa-Asilo.

 

Sea como fuere, el Reglamento –que, en realidad, no parece que nunca pudiera ponerse en práctica– trataba de organizar la vida en la Casa de una forma muy minuciosa, casi conventual, a través de sus once artículos. En primer lugar, los morenos que pretendieran habitar en ella: “deben ser católicos, apostólicos, romanos, de buena vida y costumbres y de honradez y moralidad reconocidas; y, además, tener los requisitos que las Reglas de la Hermandad establecen”. Si sólo son transeúntes, podrá dárseles alojamiento únicamente por dos días; y todos, diariamente, «salvo no impedírselo alguna ocupación verdaderamente justificada», deberán «asistir todas las noches a rezar el Santo Rosario en la Capilla», así como presentar anualmente al Señor Presidente «las cédulas de haber cumplido con el precepto Pascual”. Obligaciones espirituales que se complementaban con varias otras materiales: «tener perfectamente limpias y aseadas sus habitaciones», en las que no podrían guisar ni tener hornillas o anafes; participar en un turno por semanas tanto para «alumbrar la dicha Casa Hospicio desde el anochecer» como para «la limpieza (de esta), y sus puertas y el excusado», sin que ninguna situación, ni aún la de enfermedad, pudiera excusar de ello, pues en ese caso se debería llegar a acuerdos para un cambio en el turno; estar dentro del edificio antes del cierre de sus puertas exteriores, «desde primero de Noviembre hasta primero de Abril a las diez de la noche, y en todos los demás días del año a las once» ; y tener un comportamiento que sea «ejemplo de moralidad, buenas costumbres y humildad cristiana» . Quien faltare a estas obligaciones «ya sea moreno o no, y promueva el más pequeño escándalo, dentro o fuera de la misma, será amonestado la primera vez, y si reincide será expulsado in continenti de la Casa», y si en un plazo de ocho días no hubiera desalojado esta con todas sus pertinencias, se procederá a pedir la intervención gubernativa para proceder al desalojo.

 

Todos estos preceptos también afectan a quienes puedan vivir en la casa sin ser negros acogidos: el capiller, que habrá, además, de conducir el rezo diario del Rosario media hora después del toque de oraciones, ayudar a misa y «cuidar con esmero del Templo y asearlo, como sus dependencias, con una limpieza escrupulosa» ; y quienes tengan habitaciones cedidas, «con autorización del señor Presidente», a cambio de una limosna a determinar que habrá de utilizarse para evitar la ruina de la Casa, realizando en ella las reparaciones necesarias –es decir, sean inquilinos, como era la situación tradicional–. También se nombraría a una persona encargada de hacer observar el Reglamento y cerrar y abrir a sus horas las puertas exteriores: pronto fue nombrado para ello por el Delegado del Arzobispo un seminarista. Este sería el único, y por breve tiempo, encargado de garantizar el cumplimiento de unas normas incumplibles en la práctica, que no tuvieron, por tanto, apenas repercusión pero que reflejan claramente la labor, e incluso la obsesión, organizativa del canónigo, y denotan su percepción y actitud respecto a los morenos: estos eran gentes siempre potencialmente al borde de la irresponsabilidad cuando no de la inmoralidad. Aunque esta actitud, realmente, en modo alguno era privativa de Su Señoría, sino que estaba ampliamente extendida por toda la sociedad. El imaginario colectivo ya no veía en ellos, como en el siglo XVIII y una parte del propio XIX, al grupo de infantilizados y simpáticos negritos, herederos domesticados de los anteriormente numerosos y peligrosos esclavos bozales, sino a cuantos individuos negros aislados y desenraizados, situados en la marginalidad social y al borde, si no dentro, del lumpen o del hampa; en cualquier caso, de nuevo, peligrosos.

 

El contexto general era, sin embargo, favorable para un nuevo relanzamiento de la hermandad. Desde hacía años, en Sevilla estaban resurgiendo, en unos casos, refundándose en otros, y apareciendo en algunos, antiguas y nuevas cofradías, que habían vuelto a convertir la Semana Santa en la gran fiesta de la ciudad, continuando el resurgimiento de los años de mediados del siglo. Muchas fueron las hermandades que, una vez abierto el que sería largo periodo de liberalismo conservador iniciado con la Restauración borbónica, iniciaron o reiniciaron su existencia, después de haber desaparecido, de hecho o incluso jurídicamente, o de haber tenido suspendida muchos años la salida procesional. Ya vimos como a una de estas, la del Santo Sudario, luego desdoblada en las actuales cofradías del Buen Fin y San Pedro, había vendido la de los negros su paso de Calvario, en 1885. Otras más que surgieron entonces tomaron el título y, cuando les fue posible, las Imágenes de hermandades que dejaron de existir en siglos anteriores, como hicieron, entre otras, la de la Hiniesta, en el año 79 –aunque tuvo que ser reconstituida de nuevo en 1901, por haber sido disuelta en el 94–; o la del Calvario, en el 86 –que reivindicaría luego una conexión, a todas luces inexistente, con la antigua de los mulatos por el hecho de fundarse en la parroquia de San Ildefonso y que su Virgen se llamara también de la Presentación–.

 

Otras hermandades reiniciaron su estación de penitencia, muchos años interrumpida, como la expiración del Museo, que volvió a salir en 1880, tras no hacerlo desde mediados del siglo; la Esperanza de Triana, que resurgió en 1889, también tras más de treinta años, ahora en la madrugada del Viernes Santo, ocupando el puesto que el año antes había dejado en ella la también trianera de La O, que se pasó a la tarde del mismo día «para evitar excesos que se cometen, no propios en actos religiosos» ; o la Estrella, en el 90, desorganizada desde 1808; la de los Gitanos, en el 91, que no salía desde 1840; o la de Las Aguas, entonces en Triana, sin hacer estación desde más de un siglo antes, en 1778.

 

Varias más quedaron en proyecto frustrado, al no ser autorizadas por la curia. Fueron estos, entre otros, los casos de las cofradías del Cristo de la Buena Muerte y Virgen de la Soledad, en Omniun Sanctorum, el año 1881; Jesús Nazareno del Amparo y María Santísima de las Angustias, en San Lorenzo, el 84 –cuya Regla no fue aprobada por haberla informado negativamente el párroco, debido a que reflejaba «un espíritu de independencia respecto al párroco, a quien apenas se nombra en sus capítulos…, y por la exclusión casi total de preceptos destinados a formar y sostener la piedad entre los hermanos» –; las del Cristo del Amor y María Santísima en su Sexta Angustia, en el 93, y Cristo del Calvario y Virgen de la Piedad, en el 94, ambas en la parroquia de Santa Ana; la de Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas y Nuestra Señora del Traspaso, en San Benito, también fundada en el año 94; o la de Santa Cruz en Jerusalem, Corona y Clavos de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima del Desconsuelo en su Soledad, en la parroquia de San Ildefonso, el año 95, a la que también se opuso el párroco, por ser sus impulsores «jóvenes de buenas costumbres, pero con poca representación, por su poca edad y ser hijos de familia» (151).

 

Una de las primeras que habían sido creadas en la época lo fue en la parroquia de San Roque, en torno a una de las imágenes históricas más importantes y con mayor devoción en otro tiempo en la ciudad, el Santo Cristo de San Agustín, que había sido llevado de nuevo a dicho templo tras el cierre definitivo, en 1835, del convento agustino de la Puerta de Carmona y su conversión en presidio. Pocos meses después de promoverse dicha cofradía, fueron elevadas sus Reglas al Arzobispado, en noviembre de 1875, siendo aprobadas tras ser rechazado todo el capítulo 2º de las mismas, en que se excluía de la consideración de «hermanos natos» –únicos con voz y voto– a los individuos pertenecientes «a la clase de grandes fabricantes o capitalistas», para los cuales se abría una categoría especial de «hermanos protectores», siempre que «deseando proteger a las clases obreras, ingresen en la hermandad prometiendo solemnemente no dar trabajo los domingos y festivos sino, antes por el contrario, abonar el sueldo al jornalero honrado dichos días sin necesidad de que trabaje, para que pueda santificar la fiesta» (152).

 

Ya el Miércoles Santo del siguiente año, 1876, hizo estación a la Catedral, con las imágenes en un paso de Calvario. El párroco que había informado favorablemente la idea de los promotores era el cura Don Joaquín Fernández Venegas, el mismo que hemos visto actuar en la de los morenos y enfrentarse a Camilo Lastre. Esta hermandad, el año 78, había ya logrado sacar el paso de palio para la Virgen de Gracia, «cuyo valor asciende a más de 12.000 reales», así como «una fuerza de armados o guardia romana escoltando el paso del Santo Cristo, compuesta de cuarenta y cinco individuos, inclusa la oficialidad y banda de cornetas, que vestirán trajes del mejor gusto, costeados por los mismos que han de usarlo, y cada uno de los vestidos ha costado quinientos reales, representando entre todos la cantidad de 31.000 y el constante celo y trabajo de las personas que han dedicado todo el tiempo transcurrido desde la última salida de la cofradía en preparar y disponer las cosas para presentarse cual corresponde ante el respetable y piadoso público de esta capital y al acto religioso que Dios mediante han de llevar a cabo» (152).

 

Los impulsores de esta hermandad del Santo Cristo de la Sangre (vulgo de San Agustín) y Nuestra Señora de Gracia en sus Misterios Dolorosos, al igual que la mayoría de los componentes de la «guardia romana», eran vecinos del barrio de San Roque. El barrio seguía acrecentando su población, extendiéndose urbanísticamente, y ya estaba plenamente integrado en la ciudad, al haber perdido su carácter de extramuros tras el derribo de las Puertas de Carmona y del Osario y gran parte de las murallas, pero no contaba, de hecho, con cofradía de Semana Santa cuyos protagonistas fueran los vecinos, aunque en él residiera, desde hacía más de trescientos años, la hermandad de los morenos. Esta, además de no haber continuado realizando su estación desde el año 1869, era una hermandad étnica, propia de los negros, y, por tanto, no estaba abierta a la participación activa de los vecinos del barrio, aunque la Virgen de los Ángeles fuera considerada por estos, desde hacía siglos, como verdadera patrona del barrio, como la Imagen de mayor devoción y más emblemática del mismo. Y como no existía cofradía del barrio, aunque hubiera una cofradía –la de los negros– en el barrio, fue creada en torno al histórico Crucificado, casi olvidado ya, del antiguo convento de San Agustín.

 

De todos modos, la existencia de esta hermandad fue corta, ya que en Junio del 88 fue suspendida canónicamente por el Provisor del Arzobispado, siendo poco después disuelta por la autoridad eclesiástica (153), pasando a ser almacenados sus pasos, por orden de esta, precisamente en la Sala de los pasos de la capilla de los negros, donde entonces no había ninguno por haber sido vendido el que décadas antes esta había compuesto para su salida procesional.

 

Coincidieron, sin duda no de forma del todo casual, los años posteriores a la disolución de la cofradía del Cristo de San Agustín con los de revitalización de la hermandad de los negritos mediante su conversión en cofradía del barrio. El año 1896 fue el de la cristalización de este proceso. El 16 de abril, como resultado de diversas reuniones anteriores, el tantas veces citado representante en la hermandad del Arzobispo, Don José Vidal, y 21 varones más, en su gran mayoría avecindados en el barrio, elevan el siguiente escrito (154):

 

«Exmo. y Rmo. Arzobispo de esta Diócesis de Sevilla.

Don José María Vidal y Cruz, Canónigo de esta Santa Metropolitana y Patriarcal Iglesia y Presidente, en nombre y representación de V. E. Rma., de la Hermandad del Santísimo cristo de la Fundación y Nuestra Señora de los Ángeles, vulgo de los Negritos, establecida en su Capilla propia de calle Recaredo en el Barrio de San Roque de esta capital, a V. E. Rma., con el más profundo respeto, expone: Que se le ha presentado una Comisión de jóvenes, entregándole una lista de veintidós individuos que desean reorganizar esta Hermandad. El que suscribe juzga de utilidad y aún de necesidad este pensamiento; lo primero, porque en la actualidad sólo existen cuatro morenos que sean hermanos y estos, por su demasiada pobreza y por tener que buscar su sustento, nada hacen absolutamente por la Capilla y por consiguiente al culto de las imágenes de la misma, y lo segundo porque no pueden celebrar legalmente cabildos por cuanto no hay número suficiente para cubrir los cargos que marca el capítulo 8º de las Reglas. Así es que en el año próximo pasado, de acuerdo con el Emo. y Rmo. Sr. Cardenal Sanz y Foré, q. s. g. h., no pudo celebrarse el de elecciones.

                        Más, como quiera que las Reglas fueron formadas en el año 1554 y sólo para los morenos, el que suscribe ha redactado las adjuntas bases que tiene el honor de presentar a V. E. Rma. acompañadas de las Reglas, en las cuales, sin desatender al espíritu de la fundación de la Cofradía, se atemperan a las actuales circunstancias de las Hermandades, a fin de que, previas las diligencias que V. E. Rma. estime que se practiquen, sean aprobadas en la forma conveniente; y, por tanto, Suplica humildemente a V. E. Rma. se digne acordar lo que proceda para que pueda reorganizarse esta Hermandad según lo han solicitado del exponente y para la mayor gloria de Dios Nuestro Señor y de la Santísima Virgen. Gracia que espera merecer de la notoria bondad y justificación de V. E. Rma. cuya vida guarde Dios nuestro Señor muchos años para bien de la Iglesia. Sevilla, dieciséis de Abril de mil ochocientos noventa y seis”.

 

Tras la firma de Don José María Vidal, el oficio incluye la «nota de los individuos» que se habían dirigido a este con el objetivo de revitalizar la cofradía. Incluye los siguientes nombres: D. Enrique y Don José Gaillán, José Baquero Valvidar, Alonso Bravo, Fernando García, Ventura García, Manuel Marín, José de los Aires, José Cobos de Arcos, Cándido Sánchez Rodríguez, Alberto Franco Lozano, Jorge Ferrer, Joaquín Seco, Rafael Campos, Manuel García, José Ruiz Martínez, José Portales y los hermanos Rafael, Diego, Nicolás y Joaquín de Alba y Junco. Este último actúa desde un primer momento como Secretario.

 

Las «Bases» elaboradas por Vidal (155) fueron rápidamente aprobadas, previo informe favorable del Fiscal general del Arzobispado de fecha 23 de abril, a excepción del punto en que se establecía –sin que se argumentase la causa– que la hermandad tuviese un número máximo de «sesenta hermanos, de conocida piedad y condiciones morales», condición que fue rechazada, creemos que en buena lógica, porque «este ministerio lo cree inconveniente, pues no debe cerrarse las puertas a todos los que reúnan las condiciones expresadas y desen pertenecer a la Hermandad» .

 

Las citadas Bases, que eran 13, no constituyen en realidad un proyecto de nuevas Reglas, sino una actualización de las antiguas de 1554, tal como se expresaba en el escrito. En la primera, se recuerda que la hermandad «fue constituida únicamente para morenos» y se parte de la consideración de que «deberá procurarse conservar en cuanto sea posible el espíritu de su Regla», pero «no estando en práctica hace algunos años los actos de disciplina que prescribe» se propone su sustitución «por el devoto ejercicio del Vía Crucis, que ha sido enriquecido por la Santa Sede con muchas indulgencias y se halla muy recomendado por la Iglesia”.

 

Para «evitar que se ingiera en la Hermandad cualquier elemento díscolo y perturbador, y más que nada para conservar el buen espíritu en el seno de una cofradía que se honra con la Presidencia y patronato delo Emmos. y Rvmos. Prelados de esta Diócesis y con la protección de la Real Maestranza de esta capital» y con objeto también de «procurar la santificación de los cofrades», la base segunda prescribe que para ingresar en la hermandad y para permanecer en ella sea requisito indispensable acreditar «haber cumplido con el precepto pascual”.

 

El carácter de inclusión/exclusión étnica que garantizaba hasta entonces la Regla, es anulado por la base quinta, que convierte a la cofradía en una asociación étnica y socialmente abierta (155). En ella, no obstante, se señala que tanto los cuatro individuos de color que existían entonces en ella como los que en el futuro pudieran ingresar si reunían las condiciones para hacerlo, gozarán de la deferencia de «ser considerados como los más antiguos» y de ser preferidos «para llevar en las procesiones insignias de las que debe llevar la corporación”. También se establece que serán «preferidos en el desempeño de los cargos», pero ello se matiza añadiendo «que convenga ejercer”. En realidad, esta preferencia ni era obligada, y de aquí la alusión a la conveniencia, ni jamás se puso en práctica, porque, entre otras cosa, ello hubiera supuesto que unos cofrades tendrían más derechos que otros en ámbitos que no eran sólo honoríficos, lo que carecería de lógica.

 

Es en la base séptima donde se establecía el pretendido numero clausus para la corporación, que estaría formada por «sesenta individuos”. Estos habrían de solicitar su ingreso al Presidente, siendo sus peticiones informadas por el hermano Celador y valoradas por la Mesa de la hermandad. Esta se compondría –según la base octava– de dos clérigos, «el sacerdote delegado que fuere del Emmo. y Rvmo. Señor Arzobispo de Sevilla» y el «Señor Cura de la Parroquia de San Roque», y del Alcalde, dos Consiliarios, dos Priostes, un Mayordomo, un Fiscal, un Celador, ocho Diputados y dos Secretarios. También habría un Capiller, para atender al cuidado de la Capilla y la cobranza de las cuotas, y una Camarera, la cual –según plantea claramente la base novena– habrá de ser «una Señora que, además de ser piadosa y virtuosa, reúna la condición de ocupar una buena posición en la sociedad», con el fin de que pueda «tener a la Santísima Virgen decorosamente vestida y sus ropas aseadas y custodiadas”.

 

Las bases décima y undécima establecen una cuota mensual para los hermanos de una peseta, a excepción de los miembros de la Mesa que pagarán dos, y ordenan que las cuentas de la hermandad sean remitidas anualmente al Arzobispo, en el mes de mayo.

 

En las bases tercera y cuarta se establecen los cultos internos y externos. Aquellos serán «un devoto Quinario al Santísimo de la Fundación y un Setenario a Nuestra Señora de los Ángeles, rezándose el Santo Rosario, meditación y pláticas», además del Jubileo Circular de Agosto, con función principal el día dos y procesión para trasladar a Su Divina Majestad a la Parroquia de San Roque, al finalizar el tercer día. La estación de penitencia se realizará «todos los años a la Santa Iglesia Catedral en la tarde del Jueves Santo», que es el día en que lo establece la Regla de 1554, debiendo ocupar «el lugar que le corresponde por su antigüedad», evitando «todo lo que sea profano y contrario al arte cristiano y al espíritu de penitencia de su Regla”. Se prescribe que, dado «el título que lleva la Santísima Virgen, a quien está consagrada esta cofradía, precederá inmediatamente al paso, colocándose delante de la Presidencia, un coro de doce niños vestidos de ángeles, y cada uno ostentará con su mano un atributo de la Pasión» . Las túnicas de los nazarenos serán «de ruan color negro con cola de dos metros de larga», y las insignias de color celeste «como lo viene practicando desde tiempo inmemorial en honor de la María Inmaculada”.

 

Esto último se dice ya en la base sexta, dedicada al carácter concepcionista de la corporación. Se recuerda cómo esta «es una de las más antiguas en defender el Misterio de la Purísima Concepción de María Santísima», lo cual es cierto pero no lo que se añade, al destacar «el acto heroico del moreno Salvador de la Cruz…, cuya devoción a la Santísima Virgen Inmaculada fue tan grande que se vendió por esclavo y la suma que tomó la invirtió en costear solemnes funciones a la Señora con motivo de la declaración dogmática de este augusto misterio”. Hay aquí dos errores de bulto, ya que Salvador de la Cruz vivió un siglo después del hecho que se señala, el cual ocurrió todo lo más a mediados del XVII como ya analizamos, y un siglo antes de la declaración del dogma inmaculista, que fue en 1854. En esta misma base sexta se establece también el escudo de la cofradía, que contendrá «bajo un mismo óvalo la cruz en el centro, a la derecha el escudo español y a la izquierda el capelo cardenalicio y el emblema del dulce nombre de María venerado por dos ángeles en fondo celeste”.

 

La Real Maestranza de Caballería centra la base undécima. En ella se establece que se invitará a este Real Cuerpo, «como Protector que es de esta Hermandad, para que concurra de uniforme una comisión a la Función principal, a la Procesión el tercer día del Jubileo y a la Cofradía”.

 

La última base, «decimo-tercia», dice que las disposiciones de la Regla de 1554 permanecerán vigentes «en toda su fuerza y vigor», aunque ello será «excepto en aquellas que hayan sido modificadas o suprimidas por estas bases», una vez sean aprobadas. A pesar de esta declaración de intenciones respecto a que aquella Regla seguía vigente, con la puesta en vigor de las modificaciones establecidas en las Bases se consolidaba definitivamente la transformación de la naturaleza de la hermandad. Ello suponía un cambio jurídico que respondía a una realidad demográfica y sociológica a la que era obligado adaptarse si se pretendía la pervivencia de la corporación. Desde aquel momento, la hermandad de los negritos, se convertía en la hermandad del barrio de San Roque.