Cap.III. La Real Maestranza de Caballería y la Hermandad: las carreras de gansos en la víspera de Nuestra Señora de los Ángeles.
Leandro José de Flores, en 1817, apunta como explicación de la relación entre ambas corporaciones el hecho de que, «aunque la Maestranza tuvo su principio en 1670, muchos antes, y aún desde la conquista, ejercitaban los nobles la jineta, y para fomentar tan loable ocupación les servía la tela exterior de la puerta de Córdoba donde formaron Hermandad en honor de San Hermenegildo el año 1573: no será, pues, extraño discurrir que estando una y otra Hermandad en la carrera de Santa Justa y Rufina, y tan próximas la una a la otra, concurriesen los nobles y señores a las fiestas y bailes de los negros, como era costumbre desde los tiempos del rey Don Enrique III según queda dicho, y de aquí el origen de esta unión piadosa».
En mi opinión, más allá de esta relativa cercanía, que no coincidencia, en el espacio físico, que hemos de verla con una significación bien distinta para unos y otros –los nobles utilizaban los extramuros de Sevilla para divertimiento y juegos caballerescos; los negros estaban extramuros porque su exclusión social se reflejaba también en su periferización urbana–, la institucionalización de la protección de los Caballeros Maestrantes, como colectivo, sobre la hermandad hay que enmarcarla en el mismo ámbito explicativo de la que también adoptaron respecto a ella el Arzobispado en diversas épocas –y permanentemente, como hemos visto, a partir de 1766– y, a nivel personal, destacados miembros de familias importantes de la ciudad: nobles, comerciantes e industriales. Protección, como ya hemos repetidamente señalado, con fuertes connotaciones paternalistas, otorgada «desde arriba», como ejercicio de humildad (al aceptar juntarse, aunque sólo en ciertas ocasiones, con el estrato social más bajo y analfabeto) y de caridad cristiana o incluso de filantropía. Es significativo, al respecto, que fuera en el siglo XVIII cuando más se extendieran e institucionalizaran estos amparos protectores: los negros eran ya pocos, en comparación con el alto número existente en el siglo XVI y primera mitad del XVII, están muy asimilados culturalmente y no suponen peligro alguno para el orden social. Y como, a la vez, son objeto de discriminación y exclusión sociales, debido al estigma de su color y a su procedencia, cuando no a su propia situación, esclava –dos ámbitos que se perciben como uno solo por el resto de las clases y estratos sociales– se constituyen en perfecto destinatario de los ejercicios de caridad cristiana ritualizada.
Pedro de León y Manjón, Marqués del Valle de la Reina, secretario que fue de la Real Maestranza, publicó en 1909 un Historial de Fiestas y Donativos. Indice de Caballeros y Reglamento de Uniformidad de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, donde puede leerse: «Una de las prácticas que aparece desde los comienzos de la Corporación, que se menciona como muy antigua en la primera Regla impresa, y cuyo origen no puede a punto fijo determinarse, es la de la carrera con los cofrades de la Hermandad de color de Nuestra Señora de los Ángeles. Funóse esta Cofradía en 1401, por iniciativa del Arzobispo de Sevilla D. Gonzalo de Mena, quien teniendo en cuenta el número considerable de negros que había en Sevilla y la conveniencia de inclinarlos a las prácticas y ejercicios de la religión cristiana, los congregó en una Hermandad, que tomó por Patrona a Nuestra Señora de los Ángeles, y que desde sus comienzos fue muy considerada por la Nobleza sevillana, quien la escogió, sin duda, como medio de poner en práctica algún acto de humildad cristiana, tanto más de estimar cuanto mayor era el desafecto que, en aquellos tiempos, inspiraba aquella pobre gente. Este festejo, que anualmente celebraba la Maestranza, es una prueba elocuente de que si no en el nombre, en el fondo y en la forma existía de hecho desde mucho antes de organizarse como tal».
Efectivamente, en el capítulo quinto parte segunda de las Ordenanzas de la Real Maestranza de Caballería publicadas en 1730, se señala que «porque es loable costumbre de esta Hermandad acompañar a la de Nuestra Señora de los Ángeles, que se compone de los Negros de este lugar, en una carrera y gansos que se corren delante de su Capilla, deseando se continúe en nosotros este acto de humildad cristiana, favoreciendo el afectuoso celo y devoción de estos cofrades, que para que se logre los Diputados de nuestra orden avisarán a todos los Maestrantes para este fin, y en llegando al sitio pasarán primero la carrera, interpolados cada Maestrante con un Cofrade, y acabada se correrán los gansos, declarando este festejo, por preciso, irrevocable» .
La relación entre la Maestranza y la cofradía de los morenos era evidentemente muy anterior a 1730, ya que en dicho año se señala que aquella es una «loable costumbre» . Aunque con antecedentes incluso bajomedievales, y en cierto modo continuación de la Hermandad caballeresca de San Hermenegildo, la corporación maestrante se había formado en 1670, con la finalidad explícita de adiestrar en ejercicios a la jineta a los individuos nobles de Sevilla, tanto con objetivos militares como para protagonizar diversos festejos sobre todo en ocasiones de regocijo público por fiestas religiosas y acontecimientos principalmente relacionados con la monarquía. En sus primeros tiempos, los maestrantes protagonizaron fiestas de toros y «de correr cañas y jugar alcancías» en diversos lugares de la ciudad, tanto en fechas fijas anuales –en la festividad de su Patrona, la Virgen del Rosario de la hermandad con sede en el convento de Regina (en la actual plaza de la Encarnación), en la Octava de la Inmaculada, en la víspera del día de San Juan, y en la tarde anterior a la fiesta de la Virgen de los Ángeles de la hermandad de los negros– como para celebraciones singulares, en cuyo caso se hacían, casi sin excepciones, en el lugar que durante siglos ha sido el centro simbólico de la ciudad: la plaza de San Francisco –con motivo de la beatificación del rey Fernando III, en 1671, en la mayoría de edad de Carlos II, en 1675, y en las bodas y cumpleaños de diversos monarcas–.
En 1724 forma nuevas Ordenanzas, en las que se recoge explícitamente, en su capítulo XX, que uno de sus principales fines es «el distinguir de entre la misma nobleza a la más ilustre con el carácter de Maestrante», y en la que se incluye el citado mandato de colaboración con la cofradía de los negros en su fiesta de Agosto. La entidad recibió poco después el título de Real y otros varios privilegios y mercedes, y comenzó a centrar sus actividades de cañas y toros en el sitio conocido como el Baratillo, en el Arenal, entre las murallas y el río, en una plaza cerrada de madera, con la que conseguían recursos para los gastos del conjunto de sus actividades y fiestas. Esta plaza, que a partir de 1738 empieza a hacerse de material, por ochavas, aunque tan lentamente y con tantas interrupciones que no quedaría concluida hasta 1881, es la famosísimaz Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla.
La vinculación entre la hermandad de los negros y la Real Maestranza se reflejó como en pocas ocasiones con motivo de la estancia en Sevilla, en 1731, de la familia real. Una delegación de cuatro hermanos negros –en la que figuraba Salvador de la Cruz, a la sazón alcalde, y de la que también formaban parte Manuel Antonio Saza y Verdugo, mayordomo, Joseph Victoria, Hermano Mayor y Fernando Antonio Cardona, fiscal–acompañada por una diputación de la Real Maestranza, encabezada por el Conde del Aguila, fue recibida en el Alcazar, el 30 de julio de dicho año, por el Infante don Felipe de Borbón, nombrado por su padre el rey Felipe V Hermano Mayor de la corporación maestrante. Como se recoge en el acta correspondiente, los negros, «en un coche de tiros largos y otro coche de respeto, llegaron al palacio por la puerta que llaman de la Contratación, en donde estaban los Caballeros Diputados aguardando, y habiendose apeado del coche los recibieron con mucho beneplácito y entraron a besarle la mano al Señor Infante Don Felipe… Salió el Sr. Infante y con las ceremonias debidas hicieron las tres cortesías y le besaron la mano los dichos hermanos, y habiendose apartado llegó el hermano Joseph Victoria, que era el que llevaba la voz, y le refirió al Sr. Infante su relación, que fue de esta manera: A los pies de Vuestra Alteza está la Hermandad y Cofradía de Nuestra Señora de los Ángeles, quien suplica se digne de dar licencia para que se corran los gansos con los Caballeros Maestrantes; y juntamente Vuestra Alteza ha de permitir condescender el favorecernos con su Real presencia en la función y una limosna para ayuda de la fiesta. Y lo que respondió el Sr. Infante a nuestros hermanos: que se ejecutase todo como lo pedían» .
¿En qué consistía exactamente la «carrera de gansos» que debía realizarse conjuntamente por negros y maestrantes, delante de la capilla de la hermandad, el primero de Agosto de cada año, según quedaba establecido en las Ordenanzas de la Real Maestranza? El Fiscal de esta corporación, Don Juan Félix Clarebout y Tello, nos dejó una breve pero muy sugestiva descripción del festejo: «Con los negros se corre; el caballo del negro con su silla buena de jineta, sus cascabeles y vestido el negro de golilla y, si hubiese mangas, de velillo blanco, y sus penachos; los Caballeros en valona caida, su sombrero ordinario, sin cascabeles, el caballo sin cinta, las que se ponen en el caballo del negro. Se corre la primera carrera, el negro y el padrino de pareja, el ahijado al lado derecho. Y los gansos, primero el negro solo y después el padrino. Y para agarrar bien la cabeza ha de ser la mano vuelta, el dedo chico hacia el cuerpo del ganso».
Como se refleja claramente en el texto, la fiesta constituía un verdadero ritual de inversión simbólica de la realidad social. Los negros, esclavos o libres pero en cualquier caso pertenecientes al estrato social más bajo, iban vestidos –el pueblo llano quizá entendiera que disfrazados– con gran solemnidad y elegancia: de golilla y mangas de velillo blanco y con penacho en el sombrero, cabalgando sobre lujosa silla de montar y su caballo engalanado con cintas y cascabeles. Los maestrantes, en cambio, caballeros de la más ilustre nobleza de la ciudad, hacían ostentación de modestia en el vestir y montar: sin silla ni cintas, con sombrero corriente y en valona caida. En la primera carrera, cuando iban juntos un negro y un maestrante, este cedía a aquel la derecha, que es el lugar de respeto y autoridad, y al correr los gansos el negro corría primero. Todo ello nos señala que estamos en presencia de un verdadero ritual de inversión simbólica de las jerarquías sociales: todo ocurría al revés, lo que para los maestrantes significaba una demostración pública de generosidad y humildad cristiana que expiaba culpas y soberbias, ya que rehusaban a sus galas y preeminencia en favor de los negros a los que «apadrinaban», que formaban precisamente la casta más desvaliada y despreciada de la sociedad. Y los negros, por su parte, al presentarse y actuar durante el ritual como caballeros, por generosa deferencia de quienes en realidad lo eran, y participar juntamente con estos en la carrera, interiorizaban a la vez, y de forma ambivalente, tanto el orgullo étnico de «no ser menos», aunque fuera a nivel simbólico, como el reconocimiento agradecido a aquellos y la correspondiente aceptación activa del orden social establecido.
El núcleo de la fiesta consistía, luego del brillante desfile de las cinco o seis parejas a caballo formadas cada una por un negro y un maestrante, en arrancar la cabeza a los gansos, tirando de su cuello desde el caballo a galope, en sucesivas pasadas de negros y maestrantes, entre el clamor del público. Los gansos vivos –que en realidad eran casi siempre ánsares, como se refleja en los libros de la hermandad– se colgaban de una cuerda cabeza abajo; por eso, para arrancar la cabeza desde el caballo, la técnica más adecuada era la de tirar del cuello con la mano vuelta, tal como se aconseja en la descripción anterior. Quizá hoy pueda parecer un tanto extraña y un mucho salvaje esta diversión pública –y, realmente, es esto último de forma objetiva– pero fue una práctica generalizada tanto en la Península Ibérica como en las colonias americanas durante siglos. Al igual que se corrían toros, en lugares abiertos o cerrados provisionalmente al efecto, para alancearlos a caballo, y esta era una práctica principalmente de caballeros con ocasión de fiestas religiosas y otras celebraciones — práctica anterior a las actuales corridas en plazas construidas al efecto, que son un espectáculo profesionalizado y reglamentado de lidia surgido precisamente en el siglo XVIII, al iniciarse el toreo a pie y quedar el rejoneo como algo casi residual–, así también existían carreras o corridas de gansos como parte importante de muchas fiestas. El costo de estas era mucho menor que el de las corridas o juegos de toros, dado el precio muy diferente de los animales a sacrificar en uno y otro caso; pero en ambos se trataba, sobre todo, de demostrar habilidad y dominio del caballo para conseguir el objetivo propuesto: alancear al toro, esquivando con destreza a este, o arrancar de cuajo la cabeza del ganso pasando bajo él a galope Y una y otra cosa casi sólo era posible, y en la práctica estaba reservado, a caballeros, que así se lucían públicamente y acrecentaban la admiración por parte de las damas y del pueblo llano. Gracias a la generosidad de los maestrantes, los negros sevillanos podían, durante la fiesta, ser también potencialmente objeto de admiración, al tomar el papel y la apariencia de caballeros, sobre todo si tenían éxito en la corrida, aunque también debemos pensar que, no pocas veces, fueran objeto de burlas y ridiculizaciones ante lo que seguramente sería considerado como grotesca adopción de los signos externos de la Caballería, totalmente impropios de su status social, y por su más que probable torpeza como jinetes en comparación con la natural donosura y habilidad de los verdaderos caballeros aunque estos se presentasen sin sus galas y montando a pelo.
Las carreras de gansos se realizaron, durante prácticamente todo el siglo XVIII, en la explanada ante la capilla de la hermandad de los negros en la víspera de la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles. Usualmente en el mes de junio, se nombraban en cabildo los diputados de la cofradía que habían de visitar al Hermano Mayor de la Maestranza –desde que en 1730 el rey concedió el privilegio de que el cargo lo ostentase uno de sus hijos, la visita se realizaba al Teniente de Hermano Mayor, salvo el año 1731, como vimos– «para el convite de la corrida de gansos», siendo generalmente nombrados para ello quienes ocupaban los puestos principales en la Junta de Oficiales. También se realizaba la lista de los cofrades que habían de participar en las carreras.
En algunas ocasiones, la fiesta se suspendió por motivos muy concretos, aportando entonces la Maestranza una limosna en metálico en sustitución de su participación directa. Así, en 1776, el Marqués de las Torres, Teniente de Hermano Mayor de la Real Maestranza envía una carta a la hermandad notificando a esta que «en consideración de lo atrasada que se halla la Hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles desde la muerte de su Hermano Mayor, como representa por su Memorial, hasta tanto que la Real Maestranza determine sobre su prtensión suspendo por este año se ejecute la carrera acostumbrada, librandoles por una vez 300 reales de vellón para que no falte el culto en su Capilla» . En 1780 también se suspenden las carreras «por no permitirle su indisposición al Sr. Teniente de Hermano Mayor montar a caballo», concediendo a la cofradía «lo que era costumbre gastar otros años en semejantes carreras por vía de limosna: ciento setenta y un reales y medio de vellón» .
Cuando ocurría la suspensión, la hermandad aceptaba la limosna sustitutoria, aunque declarando su intención de que las carreras se reanudaran al año siguiente. Así se comprueba en la carta de respuesta al Marqués de las Torres en el último año citado, en la que se indica que «atento al corto tiempo que quedaba, se admitiesen dichos reales, y que pasadas las fiestas se procurase tomar conocimiento del motivo de estas carreras a fin de presentar a los Caballeros Maestrantes la continuación de ellas y gozar la Hermandad de su antiguo privilegio» . De todas formas, a finales de siglo la celebración de las carreras se hizo menos segura y más espaciada, como se refleja en el acuerdo del cabildo de 3 de junio de 1798, en que se delega en el Mayordomo y el Fiscal la elaboración de la nómina de hermanos para participar en ellas y para, «en defecto de Carrera, recoger la limosna que dichos Señores Maestrantes suelen dar» .
Los animales sacrificados eran vendidos para engrosar los fondos de la cofradía destinados a los cultos y fiestas en honor de la Virgen de los Ángeles. Así, por ejemplo, se obtienen 19 reales en 1774 por la venta de los cinco gansos muertos, anotandose que «uno que quedó vivo se regaló al maestro de primeras letras de los Toribios, por haber escrito la tabla de las Indulgencias» (con las Bulas de Clemente XIV). Y en 1788 consta en el Libro de Cuentas la entrada de 24 reales «producto de 5 ánceres /ánsares/que resulta de la Carrera con la Real Maestranza», agregandose que «el sexto áncer se regaló al Señor Cura» (de San Roque).
El último año en que se efectuaron las carreras de gansos fue el de 1806, aunque se mantuvo la costumbre de la limosna sustitutoria y no se interrumpió la relación entre hermandad y Maestranza, como veremos en su lugar.