Cap. IV. La normalización de la vida de la hermandad bajo el absolutismo. De nuevo los ‘Esclavos Blancos’ y el estreno del retablo.

                        En 1814, Fernando VII vuelve a proclamarse rey absoluto, aboliendo la Constitución y reafirmando de nuevo la fusión del Trono y el Altar. En consonancia con ello, sus primeras medidas fueron el restablecimiento del tribunal de la Inquisición y la reocupación de los conventos, con devolución de sus bienes. La reacción ultramontana se fortalece sobremanera con la restauración del Absolutismo, lo que se refleja, dentro de la Iglesia, en el triunfo de los «apostólicos» frente a los ilustrados «aristócratas», de tendencia más liberal. De todos modos, el entusiasmo popular por el regreso del rey Deseado fue muy grande, y prácticamente incluso se le tributaron cultos y honores religiosos. Así ocurrió en la parroquia de San Roque, donde «en viernes día de San Juan, 24 de junio de 1814, hizo la Hermandad del Santísimo Función solemnísima de acción de gracias por la venida a España de nuestro Católico Monarca el Señor D. Fernando VII; hubo Prima solemne con música y Misa cantada a las seis de la mañana, descubierta la Imagen del Santo Cristo de San Agustín, que aún estaba en esta Parroquia. A las diez, Tercia, Te deum, Misa y Sermón, que predicó el P. D. José María Aragón, de San Basilio, y asistió por convite un Regidor nombrado por la Ciudad en su sillón del patronato de la Capilla Mayor, facilitando la misma Ciudad todas las colgaduras de las Casas Capitulares, con lo que se adornó la Iglesia desde el Altar Mayor hasta el Coro: estuvo el retrato del Rey al lado derecho del mismo altar, bajo dosel, con sillón de respeto y soldados de guardia, dos arañas pequeñas en dicho Altar Mayor y otras cuatro grandes en la nave principal y colaterales. Hubo fuegos, luminarias y música la noche anterior, y a la tarde vísperas de Sacramento y Completas: ardieron 186 luces en toda la Iglesia a la que sólo se redujo la Función, costeada por la Hermandad y sus individuos particulares, habiéndose gastado 3.734 reales sin la cera» (108). Debe notarse que, a pesar de la estrecha relación entre la hermandad de los negros y la del Santísimo, organizadora de la Función en que prácticamente se sacralizaba al rey, aquella no asiste corporativamente, por las razones que fuere, quizá por no haber sido invitada, dada las características del acto. Sí lo hace al año siguiente, cuando a dicha Hermandad del Santísimo Sacramento de la parroquia le fueron aprobadas sus nuevas Reglas, a la solemne Misa de acción de gracias, realizada el día de la Ascensión, con Sermón y Sexta, en la que predicó el anterior cura párroco, ahora en la parroquia del Sagrario, Leandro José de Flores. Este, en su repetidamente citado librito, no se olvida de señalar que dicha Función se celebró «con asistencia de la Hermandad de los Negros, siempre unida a ella en sus funciones».

                         Uno de sus resultados del triunfo absolutista fue la renuncia del Arzobispado sevillano por parte del cardenal Borbón, a comienzos del año 15 –aunque manteniendo su sede de Toledo–, tras haber sido presidente de la nueva Regencia antes de la vuelta del rey. Las posiciones liberales que había llegado adoptar le granjearon la enemistad del Nuncio, de los obispos «patriotas» y de la mayor parte del clero bajo. Para la cofradía de los negros ello supuso que «cesó su limosna de cera para el Jubileo, la cual Su Eminencia había renovado después de la feliz retirada de los franceses de esta ciudad». Para sustituirle, fue designado por Fernando VII uno de obispos más antiliberales, entonces en Tarragona, Romualdo Antonio Mon y Velarde, que tomó posesión el 1 de diciembre de 1816, ya «viejo y achacoso», muriendo tres años más tarde. Nada más entronizado, una diputación de la hermandad le visita, y «Su Excelencia se dignó recibirles con toda su innata afabilidad, y después de haber Manuel Pérez expresado los felices anuncios de la Hermandad, presentó a Su Eminencia una reverente petición suplicando favoreciese y honrase a esta Hermandad nombrándose Hermano Mayor, la que se sirvió benignamente admitir». Dos decretos firmó al respecto el Arzobispo: «el uno, consintiendo gustoso el incorporarse en nuestra Hermandad bajo el amparo, protección y tutela de Nuestra Santísima Virgen María de los Ángeles y ser asentado en nuestros Libros; el otro, nombrando al Sr. Dr. D. Manuel María del Camino, presbítero Familiar de Su Exma. y su Limosnero, para presidir todos nuestros Cabildos, Juntas y demás actos públicos y privados de nuestra Hermandad, en representación de la Venerable Persona de nuestro Exmo. Hermano Mayor”. Ambos decretos, fechados en 9 de enero de 1817, al ser recibidos corporativamente, «produjeron un júbilo grande, en culto de Nuestra Santísima Señora y Madre, y en demostración hubo repique en nuestra Capilla y Parroquia e iluminación”. Como vemos, ni la tendencia ideológica de cada Prelado ni la situación política tiene relevancia alguna en el proceder de la hermandad: a cada nuevo Arzobispo, más allá de cualquier otra consideración, se le homenajea con idéntico ritual y se le solicita su aceptación a ser Hermano Mayor y protector de la misma. Y también, indefectiblemente, cada nuevo Arzobispo acepta la petición. Ello refleja dos cosas: la primera, que una y otra cosa estaban ya firmemente consolidadas como una tradición más de la Iglesia sevillana. La segunda, que los negros, ahora negritos, continuaban en la periferia de la sociedad, en los márgenes externos de la participación social, excluidos, por tanto, de la política; por eso, contrariamente a los blancos, que, sea cualquiera su clase social e ideología, intervenían o se posicionaban políticamente, ellos son indiferentes a las vicisitudes políticas.

 

                        La toma de posesión del representante de Mon y Velarde tuvo lugar el 24 de febrero del mismo año 17, en presencia de cinco hermanos negros, dos bienhechores blancos, Don José Verger y D. José de la Barrera– sin que aparezca mencionada la institución de los Esclavos blancos –, el cura de la parroquia de San Roque, y, «por la Congregación del Santísimo Rosario, la Sra. Mayordoma, la Sra. Fiscala y otras varias Señoras», además de Ricardo White, que continuaba como Secretario. Don Manuel María del Camino «fue recibido a la puerta de la Capilla, con varios señores Eclesiásticos que le acompañaban, y conducido al altar de Nuestra Señora. Ante él había preparado reclinatorio y, habiendo Su Señoría hecho oración, se pasó a darle posesión de la Presidencia, abriendo el acto el infrascrito secretario con un corto discurso alusivo al intento, al que contestó Su Señoría reconocido a la preferencia de nuestro Exmo. Hermano Mayor, y que nada omitiría en fervorizar la devoción y culto a Nuestra Santísima Virgen en esta su Capilla; y después de haber tomado alguna idea de la antigüedad sobre ella, y actual situación, se terminó el acto, retirándose Su Señoría con sus acompañados Señores Eclesiásticos”.

 

                        Del estilo y barroca retórica de la descripción anterior parecería que nada había cambiado respecto a cincuenta años antes, aunque tanto la hermandad como la sociedad sevillana se habían transformado profundamente. La crónica del mismo White sobre la visita realizada pocos días más tarde por el Arzobispo –que concluye con el significativo comentario: «Todo lo pongo para lo futuro» — tiene la misma calidad, casi pictórica, que la antecedente: «Corto tiempo después, pasaba Su Excelencia en coche por frente de nuestra Capilla, y todos nos llegamos a saludarle y recibir su bendición. Manuel Pérez se aproximó al estribo y suplicó a Su Excelencia visitase la Capilla, a lo que graciosamente se conformó, apeándose y dirigiéndose a ella entre los hermanos y concurso que se agregó. Hizo Su Excelencia oración devota y de suma edificación a nuestra Santísima Imagen, concediendo Indulgencias; se retiró después S. E. y le acompañaron nuestros hermanos hasta tomar su coche y dar su bendición al concurso”.

 

                        La hermandad, aunque escasa de recursos humanos y materiales, ha recobrado su actividad, después de estar ralentizada, aunque como vimos no totalmente paralizada, durante la ocupación francesa. Los cabildos se regularizan y vuelve a acudirse a las instituciones tradicionalmente protectoras de la cofradía para conseguir limosnas. Ya en 1813, se envía un memorial al Arzobispo, que todavía era Don Luis de Borbón, explicando que «no teniendo la Hermandad con qué poder costear» la Función y Jubileo en honor de la Virgen de los Ángeles, «por lo muy atrasada que se halla, la grande escasez de las limosnas y su corto número de hermanos, se acoge al religioso y piadoso corazón de V. E., como a cabeza de dicha Hermandad, con la más cierta y humilde confianza, suplicando… la cantidad o limosna que V. E. tenga conveniente y le dicte su devoto corazón»

 

                        Al año siguiente, es la Maestranza de Caballería, en concreto su Teniente de Hermano Mayor, el marqués de Novares, el destinatario de la petición, con la que se pretendía reanudar la costumbre de que dicha institución diera un donativo sustitutorio de las carreras de gansos, la víspera del 2 de Agosto, cuando estas no se celebraran. Ya en este momento, es claro que la hermandad está más inclinada a propiciar la limosna que la carrera, dadas las urgencias económicas existentes. Por ello, en el memorial enviado se exagera y extrema la visión de la escasez de cofrades: «No teniendo dicha cofradía más que siete hermanos, de los cuales hay sólo cinco que puedan montar a caballo para las carreras que el Cuerpo de la Real Maestranza de Caballería tiene acordado ejecutar el día 1º del próximo mes de Agosto, en obsequio de Nuestra Señora, haciéndose cargo los suplicantes de ser corto el número para función de tanto lucimiento, suplican a V. S. que en defecto de no hacerse las expresadas carreras se sirvan mandar al Caballero Tesorero dé la limosna acostumbrada para ayuda a las fiestas de Nuestra Señora y el Jubileo, cuya gracia esperan de la notoria justicia de V. S.» .

 

                        En 1815 son el Deán y Cabildo de la Iglesia Catedral, por estar la sede episcopal vacante, y el Colector General de Expolios del Reino –una ocurrencia sin duda imaginativa– dos de los destinatarios de los oficios en demanda de ayudas económicas. Se insiste en ellos sobre «el corto número de hermanos y las pocas limosnas que se juntan», añadiendo la consecuencia principal para la hermandad de la circunstancia arriba indicada, como era el que «faltan igualmente los 50 ducados que anualmente daba el Emmo. Sr. Arzobispo como Hermano Mayor» .

 

                        La escasez de hermanos, aún siendo cierta, no significa que no hubiera nuevos ingresos en la hermandad; más bien que la participación activa en la vida de la misma se reducía a un muy pequeño grupo. Durante los 19 años que van desde 1814 a 1832, ambos inclusive, ingresaron 47 nuevas personas, además del Arzobispo Cienfuegos y su Teniente. De aquellas, 39 fueron varones y 8 mujeres. De los 39 varones, 25 eran negros y 14 blancos, estos recibidos como «hermanos de devoción», «Esclavos de Nuestra Señora» o Secretarios. Sólo consta la entrada de un negro esclavo, el último que ingresaría en la hermandad, ya casi al final del periodo, en 1831, de nombre José Lerdo, que años después tendría un papel importante en la junta de oficiales. De las 8 mujeres, todas menos una eran negras, siendo la octava Doña Teresa López Conesa, que ingresó tras ser nombrada Camarera en el año 32.

                         

                        Los cabildos, tanto generales como de oficiales, se celebran con regularidad, aunque el número de asistentes no varía mucho de uno a otro caso. A ninguno de los generales asistieron más de 10 morenos, incluidos los 4 que, junto al Teniente de Hermano Mayor en representación del Arzobispo y los Secretarios, formaban la junta de gobierno: Mayordomo, Fiscal (a veces denominado Celador) y dos Diputados. Incluso en algún cabildo hubo tantos blancos con derecho a voto como negros, aunque esto fue la excepción.

 

                        En el cabildo de 22 de junio de 1817, se aprueban las cuentas del año anterior, de las que resultó un alcance que nunca hasta entonces se había producido en la hermandad: 2.239 reales y 6 maravedíes de vellón a favor del mayordomo, que seguía siendo Jose María Cubillas, el cual manifestó que para hacer frente a los gastos de la próxima festividad de la Titular, «debían empeñarse los hermanos en pedir las limosnas indispensables, sin las que no podía costearlos», acordándose «que cada cual haría las más vivas diligencias para lograr el fin» . Se acordó también prorrogar en sus cargos a los miembros de la junta.

 

                        El déficit se repite al año siguiente, siendo esta vez de 1.488 reales. Ante ello, el representante del Arzobispo «reprendió a los individuos su desidia en pedir las demandas y averiguar», acordándose, como intento de remediar esto, efectuar un cuadrante de hermanos y que cada uno de ellos estuviera un domingo, al menos por la tarde, en la Capilla solicitando limosnas. Quienes cumpliesen el mandato, estarían exentos de averiguación, pero quienes no cumplieran el compromiso habrían de pagar 10 reales de penalización y, además, «a su fallecimiento no gozará de las asistencias que da la Hermandad, y ni por esta se le citará a Cabildo, porque no se tendrá por hermano”. A pesar de la mala situación económica, se acuerda también la construcción del nuevo altar para la Virgen del que se venía tratando desde muchos antes, «en atención a que el que en el día existe está ruinoso”. El Teniente de Hermano Mayor se responsabiliza en tomar la empresa a su cargo, pero «exigió de los hermanos presentes señalase cada cual la limosna que su situación les permitiese». En el acto, quizá sorprendentemente, entre los ocho morenos presentes ofrecieron 490 reales, de los cuales 200 lo fueron por el Mayordomo, 80 por el Celador y cantidades de 60, 40, 30 y 20 por los demás. Sólo uno de ellos no ofreció nada.

 

                        En el mismo cabildo, celebrado el 19 de abril de 1818, Ricardo White recuerda la aprobación que se hizo, en 1807, del nombramiento de los Siete Esclavos blancos de la Santísima Virgen, de los cuales sólo se pudo nombrar a cinco, en 1808, los cuales «están ya en el día sin efecto por la ocurrencia de la Invasión de los Enemigos y vicisitudes de los tiempos». Propone la revalidación del acuerdo primitivo y el nombramiento de los Siete Esclavos, lo que fue aprobado, aunque no por unanimidad «y después de una dilatada conferencia», dejándose la nominación en manos del Presidente y los Secretarios, quienes pocos meses después nombran «a los señores Don Manuel Díaz, Don Bernardo Rodríguez, Don Francisco Santos, D. José María Aceves, Don Francisco Esquivel, Don Manuel Peralta y Don Francisco Bayón», citándoles a cabildo general para su recibimiento. Convocado este para el 29 de junio, acuden sólo cuatro de los Esclavos, aunque uno de ellos lleva la representación de los tres ausentes. En dicho cabildo, «el Señor Presidente peroró instruyéndoles en la comisión que les sometía por la Hermandad de hermanos morenos, para que todos unidos diesen más culto a María Santísima, advirtiéndoles tener sólo voz y voto en los Cabildos y Juntas sin poder optar a empleo alguno, porque siempre debían recaer en hermanos morenos”. Continuó exponiéndoles cómo sería un honor para ellos «sostener a la Capilla y Hermandad de morenos, cuya antigüedad viene de antes del año de mil cuatrocientos, a lo cual se constituyeron y obligaron por la particular devoción a nuestra Madre y Señora de los Ángeles. Enseguida hicieron el acostumbrado voto de defender la Concepción en gracia de María Santísima, en manos del Señor Presidente, apadrinados del Secretario Don Marcelo Sánchez Rincón, con lo que quedaron incorporados».          

 

                        Sin embargo de lo anterior, y como ya ocurrió la vez precedente, pronto se puso en cuestión la institución de los Esclavos Blancos. Menos de una semana después de su recepción, en otro cabildo celebrado al efecto, se da cuenta del memorial enviado al Arzobispo, en su residencia de Umbrete, por tres hermanos negros, Miguel de Zayas, Manuel de los Reyes –que era uno de los Diputados– y Manuel Pérez, solicitando no tuviera efecto la admisión de aquellos: el otorgamiento de voz y voto a personas que no fueran morenos, salvo en el caso de los Secretarios, seguía siendo algo que inspiraba desconfianza a muchos de aquellos, temerosos, sin duda, de que por esa vía la hermandad perdiera su carácter étnico y los blancos pasaran de hecho a gobernarla. Esta desconfianza debió ser bastante general, aunque pocos se atreviesen a manifestarla explícitamente.

 

                        En esta ocasión, el temor se acentuaba porque, en la práctica, ellos no habían tenido intervención alguna en la designación de los Esclavos, no conociendo siquiera a la mayoría de ellos. Al cabildo en que esto se discutía habían acudido 10 negros, entre ellos los tres firmantes, y dos más, al comienzo de la reunión, delegaron su voto en Manuel López, que era uno de los protestantes. Blancos sólo asistían los Secretarios y el Teniente de Hermano Mayor. La intervención de este, sin embargo, fue suficiente para acallar la protesta. Como explica el acta, «el Sr. Presidente se tomó la molestia de interrogar a los tres que firmaron lo antes expresado, a uno en pos de otro, los motivos y causa de su oposición, que manifestadas por los dichos fueron rebatidas con toda solidez y no pudieron menos que confesar haber procedido sin reflexión; en atención a lo cual acordaron unánimes y de conformidad la recepción de los Siete Esclavos, con voz y voto como expresa el anterior Cabildo, limitando no sirva por ahora ni en lo sucesivo de regla general» . La propia forma de estar narrado lo anterior, tanto en lo que se dice como en lo que no se explica, y por los términos que se utilizan, refleja una perspectiva étnica blanca: a pesar de que Ricardo White llevaba ya más de 44 años de Secretario de la hermandad, conociendo perfectamente la sensibilidad de sus cofrades y siendo muy querido por estos, no podía evitar, en momentos de cierto conflicto étnico, adoptar la posición de superioridad paternalista de los blancos.

 

                        De todos modos, el protagonismo de las personas nombradas para ejercer la esclavitud de la Virgen de los Ángeles fue pequeña, tanto en su dimensión de bienhechores –contribuyeron poco, por ejemplo, a la construcción del nuevo retablo– como en el de su participación en la vida de la hermandad a través de los Cabildos. En estos, sólo una vez asistieron cinco de ellos, siendo lo más frecuente que lo hicieran 2 o incluso únicamente uno. En realidad, incluso algunos otros blancos, a quienes por especial concesión y a propuesta de los morenos se concede excepcionalmente el privilegio de asistir a las reuniones con voz y voto, sin ser distinguidos como Esclavos, tienen una mayor significación en ambos aspectos. Fueron los casos de Don José Verger, hermano vitalicio perpetuo, y tras su muerte de su hijo Don Jose María, o del licenciado Juan Bautista Bueno.

 

                        Consultando la relación de asistentes a los Cabildos, se comprueba que ninguno de los Siete Esclavos consta ya a partir de 1826, aunque, como veremos, la institución resurge fugazmente en la segunda mitad de los años 40, en el contexto de una fase de cierta recuperación de la cofradía, de la que trataremos más adelante.

 

                        Por tercer año consecutivo, la hermandad aparece deudora del mayordomo en el cabildo de cuentas y elecciones de enero de 1819. El déficit correspondiente al ejercicio anterior alcanza los 2.090 reales y 30 maravedises. El mayordomo saliente, Jose María Cubillas que lo había sido un buen número de años es distinguido, a iniciativa del Teniente de Hermano Mayor, con el infrecuente título de Mayordomo Honorario, «por su devoción, celo y adelantamiento de intereses» a la hermandad, concediéndosele también «tener vivienda graciosa en la misma Capilla» . Para los cargos de la junta fueron «electos por mayor número de votos los hermanos siguientes: José Rivero por Mayordomo, Juan Bautista Petit por Fiscal, Miguel de Zayas por Prioste –cargo que reaparece por sólo tres años–, Manuel López por Diputado 1º y Manuel Vélez por Diputado 2º, siendo los Secretarios vitalicios, según costumbre». Analizando estos nombres podemos extraer dos consecuencias evidentes; la primera, que estamos, en la práctica, ante una rotación de cargos entre quienes componen el muy pequeño núcleo de cofrades activos, rotación para la que no hay total consenso ya que las votaciones no son por unanimidad; y la segunda, que de los cinco nombrados dos se contaban entre quienes se opusieron seis meses antes a la concesión de voz y voto a los Esclavos Blancos.  

 

                        La Fiesta de la Virgen y el Jubileo de este año 19 tuvieron una especial relevancia para la hermandad, ya que esta, a pesar de su situación no halagüeña, pudo tener «la satisfacción de ver concluido el nuevo retablo que la piedad de sus hermanos ha hecho construir para colocar en él a Su Divina Majestad y a su Santísima Madre”. Para solemnizar aún más la Función de su estreno, el domingo uno de Agosto, y «para que esta satisfacción tantos años deseada sea completa» se acordó proponer que actuara «de padrino» a la Muy Ilustre Hermandad del Santísimo Sacramento, Pura y Limpia Concepción y Animas Benditas de la parroquia del Señor San Roque, la cual aceptó, comprometiéndose a «que quedara a su cargo la Función, que cumplió desde la Víspera a la Oración con repiques, voladores y ruedas de fuego, tocando hasta las nueve de la noche en la puerta de la Capilla la música de la tambora de uno de los Regimientos que estaban en esta ciudad. A las seis de la mañana se celebró misa en el altar del Señor de la Fundación, se consagró la forma y colocó en el manifestador del nuevo altar y manifestó a la pública adoración, estando dicho altar y todos los demás adornados con la cera de la Hermandad del Santísimo, sus cuatro hacheros buenos con cirios y los ciriales. A las 9 1/2 de la mañana se principió la Función, con asistencia de dicha Hermandad en su mesa y bancos, que colocó junto al altar de San Benito en la Capilla. Celebró el Señor Cura de San Roque, Don Juan Nepomuceno Gutiérrez de Rosas, la primera misa, que ofició la capilla de música de Don Diego Mata, y dijo la oración gratulatoria el Dr. D. Leandro José de Flores, cura que fue de San Roque y hoy en el Sagrario de la Santa Iglesia. Presidió la Función el Señor Teniente de Hermano Mayor en representación del Exmo. Sr. Arzobispo. Concluida la Función se pasó con la diputación de la Hermandad de Negros a dar las gracias a la del Santísimo a su sala capitular».

 

                        Las Funciones de los días 2 y 3 corrieron a cargo respectivamente, como era costumbre, de la propia Hermandad y de la Congregación de Señoras Hermanas del Rosario, terminándose la última tarde «con la procesión por la calle con asistencia del Rosario de las Señoras Mujeres, Hermandad de morenos y la del Santísimo de San Roque para llevar al Señor Sacramentado a la Parroquia. Y todo se concluyó con el mayor júbilo y gozo». Como también se señala en la anterior crónica de White, antes del estreno del retablo se enviaron cédulas de notificación «a los Esclavos de la Santísima Virgen» y «al pueblo se convocó por carteles manuscritos que se fijaron en los sitios públicos de esta collación».

 

                        No consiguió, en cambio, protagonismo alguno la hermandad meses más tarde, cuando murió el arzobispo Mon y Velarde. El fallecimiento tuvo lugar en Umbrete, el 16 de Diciembre, siendo trasladado su cuerpo a Sevilla. Como ya había ocurrido en alguna ocasión, a finales del siglo anterior, la hermandad se dirigió sin éxito al Cabildo Eclesiástico «manifestándole el deseo que tenía de asistir con sus cirios» al funeral, «por ser su Hermano Mayor el Señor difunto». La excusa de la negativa fue, esta vez, «que no se permitía la asistencia de Hermandades».