Cap.III. La Hermandad y la Parroquia.

 

                        Durante el siglo XVIII, las relaciones y colaboración entre la cofradía de los negros y la parroquia de San Roque se hicieron muy estrechas. En varias ocasiones, por motivos diversos, la parroquia residió en la capilla de la cofradía. Y también, varias veces, las imágenes de esta estuvieron provisionalmente en la iglesia de San Roque.

                        Especial relación, sobre todo, hubo entre la cofradía y la Hermandad del Santísimo Sacramento de la parroquia, la cual se componía «de gente trabajadora del campo, labradores y otros que trabajan en los lavaderos de lana», como se recoge en un documento realizado en su nombre, en 1744, por Melchor de los Reyes Lalana, procurador de los Tribunales, dirigido al Arzobispado para dar cuenta de que, por esta condición social de sus integrantes, no era posible juntar a la hermandad en día de trabajo. Resulta también significativo que el Procurador de los Tribunales que representa a la hermandad del Santísimo sea la misma persona que en esa época es Secretario de la cofradía de los negros. Como señala Bermejo, ambas corporaciones «tienen unión y concordia muy antigua, por la cual asiste la una a los actos de la otra: en su virtud, esta cofradía (la de los Ángeles) ha tenido participación en todas las procesiones y funciones que en diferentes epocas ha celebrado la del Santísimo».

 

                        Así, en 1724, cuando se estrenan los nuevos retablos de la Capilla Sacramental de la parroquia –inaugurada ocho años antes– hubo una solemne procesión por las calles, en la que la hermandad del Santísimo llevó en andas la imagen del señor San Roque, y la de los negros «a Nuestra Señora de la Concepción «, según recoge Leandro José de Flores. La advocación de esta imagen pudiera resultar extraña, pero se explica perfectamente leyendo al analista Matute, el cual nos explica que los negros llevaron «un estandarte con la Inmaculada Concepción», es decir, el Simpecado de la hermandad.

 

                        En 1733, por estarse realizando obras en la Capilla, construyéndose el almacén para los pasos y encima de este la Sala de Cabildos, las Imágenes de la cofradía reciben culto en San Roque, y en 1738, al utilizarse la parroquia como hospital para enfermos, en la grave epidemia que sufría la ciudad, el Santísimo Sacramento fue trasladado a la Capilla, al igual que en 1754, debido en este caso a la realización de obras en la bóveda de la iglesia, por lo que la parroquia pasó de nuevo a la capilla de la hermandad. El traslado de Su Divina Majestad a San Roque, una vez terminadas las obras, fue ocasión de fiestas solemnes: hubo nueve días de repiques por la tarde y el 4 de abril se celebró una muy lucida procesión, que salió de la Capilla, bajando «por la calle Ancha a la Plazuela y Cajón de la Puerta de Carmona, donde salió la hermandad de San Nicolás de Tolentino y la Comunidad de San Agustín con cirios, y cuatro sacerdotes con estolas e incensarios: entró en dicho convento, hizo estación en el altar mayor, cantandose el Tantum ergo y alabado y repicando todas las campanas de la torre, las del interior y hasta el reloj (también repicó San Benito), y siguió dicha hermandad y Comunidad hasta esta iglesia de San Roque, en cuyo altar mayor, dada la bendición con Su Majestad, se finalizó». La comitiva de la procesión expresa de forma muy viva lo que eran los cortejos eucarísticos de mediados del XVIII. La componían «seis clarines, una danza de las del Corpus, el Guión de la Hermandad del Santísimo, Muñidor, los Toribios, la Hermandad del Socorro con Simpecado y los Alcaldes con varas (era un Rosario de la parroquia), las Hermandades Sacramentales de esta (la parroquia de San Roque) y de San Bernardo, interpolados los hermanos y cambiados los Simpecados, yendo en medio de los dos el estandarte de los Negros, otra danza, la Cruz Parroquial y Clero, en que iban seis sacerdotes con sobrepelliz y cirios torneados de labor, que dió Don Tomás Ortiz de Garay, Arcediano de Ecija, la capilla de música de Señora Santa Ana, muchos señores Capitulares y entre ellos Don Gabriel Torres de Navarra, Arcediano, Canónigo y Gobernador del Arzobispado llevaba a Su Majestad bajo palio nuevo, asistido de Señores Prebendados Diáconos, del Señor Cura y Maestro de Ceremonias de la Catedral». El estandarte de la cofradía de los negros figuraba, como se recoge en el texto, en lugar preeminente.

 

                         La hermandad participaba todos los años en la que hoy llamaríamos «procesión de impedidos» de la parroquia, que organizaba la hermandad del Santísimo para llevar la comunión a los enfermos. La forma en que se realizaba dicha procesión resulta también muy significativa de la época. Contamos con la descripción de la de ese mismo año 54: «en 28 de abril se hizo la visita de enfermos, en que iban más de doscientas luces, una danza de espadas, dos clarineros, los doce niños del Sagrario con cirios, el guión, una danza de vihuelas, la Hermandad de los Negros con su estandarte, el simpecado de la del Santísimo y otra danza de castañetas. Seis religiosos agustinos llevaron el palio, acompañaron otros varios con su Prior y Provincial, y entre los eclesiásticos el Sr. Ortiz y el Sr. Zendegui. Iban también seis ángeles con el manifestador, bolsa de corporales, vasito del agua y purificador, canastito de las células y limosna para los pobres, música de Señora Santa Ana, escolta de infantería y la carroza del Señor Marqués de la Cueva. Hubo doce altares en la estación y en los dos conventos estaban formadas las Comunidades a la puerta». Antes y después de ese año, durante todo el siglo, la hermandad de los negros asistió, con presencia nutrida y siempre en lugar preferente, a todas las procesiones organizadas por la del Santísimo Sacramento de San Roque, pagando a sus expensas, en varias ocasiones, «a los clarineros que tocaron en la visita de enfermos cuando salió Su Majestad».

 

                        El gran terremoto de noviembre de 1755 hizo necesarias algunas reparaciones en la capilla, por lo que las Imágenes de la cofradía tuvieron que estar varios meses en la parroquia, de donde regresaron el primero de Agosto del siguiente año, en procesión con asistencia de la hermandad del Santísimo, música y danzas, quemándose ruedas y rodetes de pirotecnia en señal de fiesta. Cuatro meses después, el 30 de Noviembre, es la hermandad de los negros la que asiste en lugar preferente a la procesión para restituir el Santísimo en la iglesia del convento de San Agustín, que también había sido dañada por el citado terremoto, cerrándose un año al culto.

 

                        Sería una gran arriada la causa de otra solemne procesión, el 29 de enero del 58, para acompañar a Su Divina Majestad de vuelta a San Roque desde la parroquia de San Esteban adonde había sido depositado el día 4, cuando un hombre tuvo que entrar a caballo para rescatarlo de las aguas. Como era de esperar, asistió a la procesión la cofradía de los negros –que también había sufrido en su capilla los destrozos provocados por las aguas–, juntamente con las Sacramentales de San Roque, San Bernardo y San Esteban, la hermandad del Socorro y la Comunidad de San Agustín, disparándose cuatro castillos de fuegos artificiales y realizándose al día siguiente nueva procesión por el barrio.

 

                        Aún más grave, y mucho más duradero, fue el motivo por el cual la parroquia hubo de salir al año siguiente de San Roque, situándose una vez más, ahora durante cuatro años casi exactos, en la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles. Más de medio siglo después, Leandro José de Flores narró el suceso de forma viva y casi cinematográfica, que no nos resistimos a transcribir: «el Domingo 9 de Diciembre de 1759, por la madrugada, fue el incendio tan terrible y voraz de esta Parroquia, sin saberse el principio de una desgracia tan lamentable. Cuando salían los vecinos de sus casas a las cinco de la mañana y pasaban los hortelanos con sus hortalizas a las plazas, ven un gran volcán de humo que salía de la iglesia: desde luego empiezan a dar voces para despertar al Cura, Don Jose Ramón de Aldana, y no pudiendo este salir, ni el Sacristán, por tener las llaves el Crucero (el acólito o monaguillo) en el campanario, y ahogarlos el humo cuando querían o intentaban subir por ellas, estando ya en el mayor peligro, saltaron los vecinos las rejas del porche y con hachas rompieron la cerradura de él y la de la puerta de la iglesia; los libertaron de la muerte que esperaban hincados de rodillas en medio del templo con un acólito. Encontraron al cura accidentado, y al abrir las puertas el fuego que estaba como reconcentrado en un cuarto bajo, subiendo las llamas a lo alto y al testero del campanario, corre la nave mayor y, en menos de una hora, vuela todo, siendo tan activas que hasta las campanas se derriten. Dos sacerdotes se dice entraron a sacar a Su Majestad de los dos sagrarios y, no pudiendo ya hacerlo, un seglar con un capotón o manta sobre la cabeza, para evitar el fuego que podría caerle en lo alto, se arroja con santa osadía y rompiendo las puertas de los sagrarios saca a nuestro Dios Sacramentado y lo entrega a un Padre agustino y al sochantre, que lo era Don Juan Pérez, Presbítero, y sin mayor aparato, en medio de lágrimas y suspiros, lo llevan al convento de San Agustín.

 

                         Tocan a fuego en San Benito, San Agustín, San Esteban, San Batolomé, la Colegial (del Salvador) y la Catedral, de 7 a 8, por seis veces. Acude el Asistente (alcalde) Don Pedro Samaniego, Marqués de Monterreal, con tropa de infantería y caballería, y por disposición del Maestro que dirigía las faenas se abrieron brechas en las paredes para libertar lo que se pudiese, especialmente los documentos y libros de archivo. Se sacaron las Imágenes del Santo titular, del Señor de las Penas, (del Señor) de las Lágrimas y Virgen del Socorro, llevandolas a la Capilla de los Negros. En la nave del Socorro fue menos voraz el fuego, pues no se quemaron los retablos. La Hermandad del Santísimo perdió todas sus alhajas… y las insignias de plata con todos los altares y adornos de su Capilla. Duró el fuego hasta las nueve y media, después de haber caido y héchose cenizas toda la armadura y corrido en arroyos, como dice una relación de aquel tiempo impresa por Don Manuel Nicolás Vázquez, la plata, lámparas y vasos sagrados, y se apagó faltandole el incentivo o materia. José Pérez, acólito (que otros llaman Crucero o Sacristán segundo), por ignorancia o aturdimiento, se subió a la torre a tocar, exponiendo al Cura y demás Ministros a ser víctimas del incendio por llevar las llaves, y él mismo lo fue, pues lo encontraron hecho carbón junto a la escalera».

 

                        En la tarde de ese mismo día, el Cabildo Eclesiástico acordó el traslado del Santísimo Sacramento a la capilla de la hermandad de los negros, por lo que «se hizo solemne procesión de noble acompañamiento, supliendo la mucha cera la falta de otros objetos; y se hizo la traslación en medio de las lágrimas y desconsuelo de un barrio que se veía privado en mucha parte de noticias y papeles, aunque esperaba que pronto sería reedificado el templo por los dos Cabildos (el Eclesiástico y el Secular de la ciudad, que eran sus patronos). Quedó, pues, Su Majestad y los demás Sacramentos de bautismo y Exremaunción en dicha Capilla de los Ángeles, como lo habían estado en 1574 y en otras ocasiones de obras».

 

                        La nueva iglesia de San Roque, de mayor superficie que la anterior y elevada sobre el nivel de la calle como defensa ante las inundaciones, se inauguró el 20 de diciembre de 1763, tras solemne procesión desde la Capilla en la que el estandarte de la hermandad figuró en el lugar preferente, así como en la función de estreno de la iglesia. Durante los cuatro años que van desde el 9 de diciembre del 59 hasta esa fecha, todos los cultos y administración de sacramentos de la parroquia se hicieron en la capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, así como algunos enterramientos, realizándose los restantes en San Esteban. Asimismo, todas los cabildos y actos de la Hermandad Sacramental se realizaron en la capilla, por lo que se estrecharon más aún los lazos existentes entre dicha hermandad y la de los negros. Como reflejo de ello, varios oficiales de aquella ingresaron en esta. Y en un cabildo posterior de los negros, en 1769, se recoge que, en memoria de dicha residencia de la parroquia en la capilla, «el Ilustrísimo Cabildo de la Santa Iglesia Patriarcal de esta ciudad, de que es Capilla la de San Roque, dejó la pila bautismal que sirvió en la de los Ángeles hasta que, labrada de nuevo la Iglesia quemada, se hizo pila nueva para bautizar».

 

                        No todo, sin embargo, fueron buenas relaciones y colaboración entre la parroquia y la cofradía; también, en ocasiones, hubo algunos problemas con los curas de San Roque, los cuales en ningún momento pertenecieron a la hermandad ni tuvieron especiales relaciones con esta, máxime cuando, desde la entrada de los Arzobispos como Hermanos Mayores, otro clérigo que nunca fue él, sino un alto dignatario del Cabildo Catedral, presidió las juntas de oficiales y otros actos de los negros.

 

                        Sea como fuere, las tensiones latentes salieron a la superficie, también en este caso, tras la muerte de Salvador de la Cruz y en 1776 la hermandad ha de requerir judicialmente al párroco «por el estorbar el Sr. Cura de San Roque el doble de nuestra campana» y «sobre no innovar la costumbre en la procesión el último día del Jubileo». Incluso, los 190 reales a que ascendieron los derechos parroquiales por los tres días del Jubileo y la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles ese año son depositados en el Arzobispado, ya que el cura se negaba a especificar, en el recibo, las diferentes partidas, «como es costumbre en todas las Parroquias, para satisfacción de la Hermandad».