Capítulo V. La hermandad en la segunda mitad de los años veinte. El estreno del paso de Cristo.

 

                        En el mismo mes de Mayo de 1925 en que el Arzobispo había dictado resolución definitiva confirmando la validez de la Junta de gobierno elegida un año antes, se celebraba nuevo cabildo de cuentas y elecciones, ya sin la presencia de Gallart y sus seguidores, que desaparecieron para siempre de la hermandad. Había entonces 222 hermanos, más del doble que dos años antes. En el cabildo, «quedó elegida por aclamación» una Junta que era la misma elegida en el tumultuoso cabildo de hacía un año, con la única salvedad del Alcalde, ya que Don Enrique Fernández y García de la Villa, «rogó que se le relevase del cargo en el que había sido discutido», aceptándose su ruego «únicamente por complacerlo», y designándose en su lugar a un cofrade «que en cuanto a antigüedad tiene el número 34 de los 222 hermanos que en la actualidad constituyen la Cofradía, ha venido contribuyendo desde su ingreso con una cuota superior a la de todos los hermanos, y ha sido alma de los solemnísimos cultos y de las importantes reformas llevadas a cabo en el pasado año» . Este cofrade, hermano del alcalde dimisionario, era Don Rodrigo Fernández y García de la Villa, personalidad bien conocida en Sevilla por haber sido concejal, bajo la alcaldía del Conde de Halcón, en representación del Partido Liberal albista (ex-borbollistas), aliado con los republicanos de Martínez Barrios en el Ayuntamiento que había sido disuelto por el «nuevo régimen» del dictador Primo de Rivera. Con él, que había sido el principal dinamizador de la oposición a Gallart, aunque hubiera quedado en un primer momento en segundo plano, componían la Junta de oficiales las siguientes personas:

            Presidente-Delegado: M. I. Sr. D. Antonio Guerra y Pérez.

            Vice-Presidente: D. Salvador Franco de Pro (cura de San Roque).

             Alcalde: D. Rodrigo Fernández y García de la Villa.

             Mayordomo: D. José Palma Pérez.

             Consiliario 1º:           D. Santiago Herrero.

             Consiliario 2º:           D. Agustín Gil González.

             Secretario 1º: D. Juan de Dios Rey Rodríguez

             Secretario 2º: D. Antonio Herrero Dovarganes.

             Celador:                    D. Juan del Castillo Campo-Redondo.

             Fiscal 1º:                   D. Manuel Pérez Ortiz.

             Fiscal 2º:                   D. Luis Jiménez Jiménez.

             Prioste 1º:                 D. Manuel Salinas Vargas-Machuca.

             Prioste 2º:                 D. Manuel Pineda Ojeda.

             Además, se eligieron 8 Diputados de Gobierno y 33 Diputados de Insignias, estos últimos a título honorífico ya que no formaban parte de la Junta.                

                       

                        Esta venía desarrollando una gran actividad desde que tomara el gobierno de la hermandad –con la única variación del Alcalde–un año antes, a pesar de la situación de inestabilidad en que se hallaba la cofradía. Se realizaron reparaciones en el techo de la capilla y otras dependencias, que se encontraban en mal estado por no haberse hecho obra alguna en ellas desde que se reedificaron por la Real Maestranza; se dio mayor solemnidad al Quinario, participando más de 60 hermanos en la comunión general celebrada el último día; se comenzó a pagar la deuda de 4.000 pesetas que aún debía la hermandad del palio estrenado diez años atrás; se doró la corona de la Virgen; se hicieron 100 nuevas túnicas y se estrenaron 200 escudos bordados para estas, que en los años anteriores habían carecido de ellos, reponiéndose también otros tantos cíngulos. Pero, sobre todo, la nueva Junta había culminado, en pocos meses, el proyecto de lo que habría de ser uno de los bienes artísticos más emblemáticos de la hermandad en todo el resto del siglo: el nuevo paso para el Santísimo Cristo de la Fundación.

 

                        Este se estrenó el Jueves Santo de 1925 –y no en el año 22 ó 24, como equivocadamente figura en muchos lugares–, y su costo fue de 6.000 pesetas, incluidos los faldones de terciopelo azul-celeste con broches plateados. Venía a sustituir al paso de estilo neogótico, con candelabros en las esquinas, de poco mérito, que había comprado la cofradía a comienzos de siglo a la de la Hiniesta y que era, como ya expusimos, sobre el que durante algunos años salió la alegoría del Triunfo de la Santa Cruz de dicha hermandad. El nuevo paso, tanto en su canastilla como en los respiraderos, era de madera de caoba de gran calidad, magníficamente labrado en grandes piezas, incluso las esquinas del canasto que son curvas, llevando cuatro grandes faroles con columnas salomónicas en sus esquinas rematados por una pequeña corona. El autor de esta obra fue el carpintero Francisco Domínguez, con taller en la calle Alcaicería.

 

                        Durante algunos años, el Cristo siguió acompañado en su paso, como lo había sido desde 1917, por la Magdalena arrodillada a sus pies, la cual sería eliminada a los pocos años.

 

                        En su estación, vestidos los nazarenos desde unos años atrás con túnicas blancas de cola y cíngulo celeste, la cofradía se acompañaba de tres bandas de música: una de trompetas y tambores delante de la Cruz de Guía –que algunos años fue un escuadrón a caballo y otros la de la Guardia Civil–, y las otras dos detrás de cada paso. En 1930 fueron, concretamente, la Banda de Trompetas de Caballería, la de Tejera detrás del Cristo y la Banda de Música Municipal de Alcalá, tras el palio.

 

                        En esos años finales de los veinte, la cofradía tenía que estar en la Campana a las 6,20 de la tarde y fuera de la Catedral a las 7,55, con 20 minutos de paso por la carrera oficial. Había también modificado ligeramente su itinerario final de regreso: al desembocar en la Ronda desde San Esteban giraba a la derecha, por Menéndez y Pelayo y recorría la calle La Florida para, por Oriente, volver a la Puerta de Carmona y enfilar Recaredo.

 

                        A la ida, algún año, en lugar de torcer hacia el centro de la ciudad por Osario, continuaba adelante por la Ronda hasta llegar al ex- convento del Valle, en la mediación de la calle María Auxiliadora, ya entonces transformado en colegio regido por una comunidad de monjas con las que había establecido vínculos la cofradía. Para visitarlas, esta ocupaba la mitad exterior de la avenida mientras en sentido contrario la recorría la hermandad de la Trinidad. Una vez realizado el protocolario saludo a la comunidad monjil, la de Los Negritos se incorporaba inmediatamente detrás de aquella, sin que se provocara problema alguno. Pero sí lo hubo el año 27, no con dicha hermandad sino con la de Los Caballos, que por estar en obras su sede de Santa Catalina hacía estación también desde el antiguo convento trinitario, ahora residencia salesiana. Como esta, en lugar de dejar un espacio libre tras el último paso de la Trinidad, iba pegada a este, imposibilitó el giro a la de los Ángeles, produciéndose momentos de desconcierto en los cuales el diputado de Cruz negrito, aquel año Diego Eugenio del Castillo, irrumpió en un tramo de nazarenos del Cristo de la Exaltación, abriéndose paso hacia la puerta Osario por medio de esta hermandad e incluso del Regimiento de Artillería a caballo que la precedía, logrando paralizarla mientras la de Los Negritos pasaba íntegramente y se situaba en su lugar.

 

                        La cofradía continuó durante estos años en una situación de bonanza que le permitió realizar algunas mejoras y, sobre todo, engrosar el número de hermanos, que hasta pocos años antes era, como sabemos, muy reducido. La Capilla, sin embargo, sólo se abría en los cultos de Agosto, Quinario, Semana Santa, y muy pocos días más, lo que continuaba siendo un obstáculo para que la devoción a la Virgen de los Ángeles se tradujese en un mayor auge de la hermandad. Por otra parte, la velada de los tres primeros días Agosto seguía celebrándose, con subvención del Ayuntamiento: se ponían arcos de luces en la Ronda –en Puerta Carmona y Osario– y había algunas instalaciones recreativas en la Plaza de Carmen Benítez, con tómbola a beneficio de la cofradía. Su final era siempre una sesión de fuegos artificiales, después de realizada la procesión con Su Divina Majestad que culminaba el Jubileo en la Capilla.