Cap. III. La escasez de hermanos de color y los Siete Esclavos Blancos de la Virgen de los Ángeles.

 

Como ha quedado repetidamente reflejado, los años finales del siglo XVIII y primeros del XIX fueron de rápido declive de la cofradía, en contraste con el auge anterior. Ello no fue privativo de la hermandad de los negros, ya que la época es de crisis general para el conjunto de las cofradías sevillanas, con muy pocas excepciones. La operación conjunta Iglesia-Estado contra ellas si no logró hacerlas desaparecer –aunque algunas, incluso poderosas sí se extinguieron «por sí mismas» o entraron en un prolongado letargo–, creó, sin duda, un clima en muchos aspectos adverso a estas e impidió, o al menos obstaculizó, la continuidad de muchos de los comportamientos, organizativos y ceremoniales, sobre los que giraba su vida corporativa. El muy corto número de cofradías que realizan la estación de Semana Santa dichos años, comparado con el de las que lo hacían décadas antes, es un buen índice de las dificultades y condicionamientos que estamos señalando.

 

A todo lo anterior, que es válido para el conjunto de las cofradías de Sevilla y de todo el Reino, se unían, en la de los negros, otros factores específicos, también ya señalados en su lugar, especialmente el de la escasez de cofrades, indudablemente resultado de la disminución del número de morenos y morenas que había en la ciudad, al haber, desde comienzos del siglo, pocas nuevas entradas de personas étnicamente negras, darse, además, altos índices de soltería y de mortalidad en las personas de dicha etnia, e irse «blanqueando» gradualmente esta, por la existencia, aunque poco numerosa, de enlaces mixtos con mulatos y mulatas (muy raramente con blancos). De todos modos, todos los años hay algunas, pocas, altas en la hermandad, aunque seguramente no equilibrarían las bajas por fallecimiento u otras causas. Ello se deduce de la consulta del Libro de Asentamiento de hermanos que comienza en 1798. En dicho libro, consta que en 1798 entran 4 personas, tres de ellas blancas «hermanos de devoción», y en 1799, además del Arzobispo D. Luis de Borbón, Duque de Chinchón, y de su nombrado Teniente de Hermano Mayor, D. Isidro Malo, ingresan 6 hombres y la esposa de uno de ellos, contándose entre los seis 3 esclavos, los cuales, como era costumbre, llevaban el mismo apellido de sus amos y la correspondiente licencia: eran Joaquín Vázquez, Antonio Fontanillas y José María Cubillas. Este último poseía un nivel económico acomodado, sobre todo en comparación con el de la mayoría de los de su etnia, por lo que contribuyó con frecuentes limosnas y, en 1804, regaló una saya de terciopelo a la Virgen. Ya entrado el siglo siguiente, como veremos, ocuparía muchos años el cargo de mayordomo.

 

En 1800 se recibe otro esclavo, José María Jesús del Gran Poder Armenta, siendo su amo D. José Armenta y Requejo, así como una negra, también esclava; en 1801, un negro libre; y en 1802, 2 hombres y dos mujeres, además del Ilmo. Sr. D. Juan Acisclo de Vera y Delgado, obispo de Laodicea, que había sido designado el año anterior como Co-administrador del Arzobispado Sevilla, dado que el cardenal de Borbón había fijado definitivamente su residencia en Toledo. Al igual que cuando se trataba del nombramiento de un nuevo Arzobispo, aunque formalmente no fuera el caso, una diputación de la cofradía había acudido, meses antes, «en carroza y coche de respeto», a felicitar al nuevo «Gobernador de este Arzobispado», llevando la voz el mayordomo, Pedro José María del Campo y ascendiendo los gastos de todo a 120 reales. También se recibió dicho año de hermano el nuevo Teniente de Hermano Mayor, Don Vicente Sessé, Administrador General del Arzobispado.

 

En 1803 se reciben otros 4 morenos, uno de ellos esclavo; en 1804, lo hacen la viuda del bienhechor de la hermandad D. Francisco de la Barrera, su hijo varón y sus tres hijas; en 1805, sólo un negro, libre; en 1806 no hay altas; en 1807, 2 individuos de color, uno de ellos esclavo, y un canónigo de la Catedral que había predicado en la Fiesta del 2 de Agosto; en 1808, un hombre y dos mujeres, todos ellos negros, y también D. Domingo García, que es nombrado como uno de los Secretarios, por lo cual «según costumbre, está exento de limosna de entrada y averiguaciones» y cinco Esclavos Blancos de Nuestra Señora, bienhechores blancos de los que trataremos enseguida. Finalmente, en 1809 ingresan 3 hombres, uno de los cuales, blanco, regalaría en 1811 un vestido para la Virgen por valor de 110 reales.

 

A pesar del corto número de miembros con plenitud de derechos –es decir, de negros, por cuanto estos son los únicos que pueden ocupar cargos y tener voz y voto, con la salvedad de los Secretarios–, la hermandad continuaba su vida interna y sus cultos principales, a excepción de la salida en Semana Santa que no volvió a celebrarse después de 1786. Ello contrasta con lo que sucedió a no pocas cofradías de la ciudad, incluyendo varias en otro tiempo muy poderosas, que desaparecieron o quedaron prácticamente desorganizadas, y contrasta también con lo sucedido a la de los mulatos, que se extinguió definitivamente, a pesar de ser su número en la ciudad indudablemente mayor que el de negros en el siglo XVIII. Aunque, ciertamente, también era cada vez menos fácil identificarlos como tales por su mayor velocidad de «blanqueamiento», y por esto mismo muchos de ellos, hombres y, aún más, mujeres, tratarían de que ser considerados como blancos, escapando del estigma de su ascendencia negra, el hecho es que los mulatos sevillanos no pudieron mantener su cofradía, establecida en San Ildefonso. Su última salida fue el Miércoles Santo de 1731 y estaba ya prácticamente perdida en 1760.

 

Tampoco hemos de creer que todos los negros y negras sevillanos formaban parte de la cofradía. Ello no había ocurrido nunca ni sucedía ahora: la hermandad sí era exclusivamente para negros –aunque, como sabemos, crecientemente entran en ella hombres y mujeres blancos en calidad de «hermanos y hermanas de devoción», sin apenas otros derechos que los espirituales– pero ello no significaba, ni lo hemos afirmado nunca, que todos los negros y negras de la ciudad debieran obligatoriamente pertenecer a ella. Antes al contrario, en términos demográficos, a la hermandad perteneció siempre una minoría de los individuos definidos étnicamente como tales, pero ello no impedía –y entender esto es clave– que la hermandad misma y su Titular, la Virgen de los Ángeles, se constituyeran en símbolos de identificación del grupo, en torno a los cuales se reproducía el sentimiento de comunidad étnica. Si acaso esta función fundamental de la hermandad se había debilitado algo en este tiempo, creemos que ello fue debido, al menos en buena parte, al hecho de haber dejado de considerársela, desde la sociedad blanca, como la hermandad de los negros –o de los morenos, como eufemísticamente solía ser denominada para evitar la carga peyorativa, casi agresiva, de aquel término– para ser definida como la hermandad de los negritos, con lo que la nueva expresión reflejaba de condescendencia prepotente, de tolerancia paternalista, que colocaba a los negros en una situación no ya de inferioridad social y simbólica sino de infantilismo domesticado en la percepción de quienes pertenecían a la sociedad blanca, es decir, a la etnia dominante. Ello pudo repercutir en el alejamiento de la cofradía de quienes, además de poseer una religiosidad poco fervorosa, no se sintieran reflejados, ni admitieran, esa nueva imagen de su etnia, que tenía en la hermandad, ahora de los negritos, uno de sus principales referentes, al igual que antes la hermandad misma lo había sido de los negros rebeldes y «bozales», despreciados pero también temidos.

 

Sea como fuere, el hecho es que incluso el núcleo activo de la hermandad, si bien siempre se mantuvo, es desde los años ochenta muy reducido, siendo la asistencia a los cabildos generales también muy escasa –varias veces sólo acuden a ellos 10 o 12 hermanos–, habiendo incluso dificultades para cubrir los cargos de oficiales, que por ello se reducen en número, constando solamente, en la primera década del XIX, de un Mayordomo, dos Diputados y un Fiscal, además del Teniente de Hermano Mayor y los dos Secretarios, es decir, de 5 personas negras y tres blancas. En ocasiones, incluso hubo que suprimir las elecciones o reducir algún cabildo a «Junta particular», como ocurriera el 30 de julio de 1780, en que «llegada la hora y mucho después, se halló no haber concurrido número competente ya para Elecciones como para otros asuntos, por cuya causa aquellas se difirieron para el próximo año, sin alterar por este año los oficios, y se procedió a tratar por vía de conferencia las ocurrencias del día» ; o en el 4 de marzo de 1782 por «no haber concurrido bastante número de hermanos» . El problema se refleja repetidamente en las actas de las reuniones de la hermandad de los años ochenta, noventa y siguientes. Así, el Teniente de Hermano Mayor, Don Tomás de Morales, en cabildo de 17 de diciembre de 1786, exponía que «por muerte de algunos hermanos y ausencia de otros se iba disminuyendo mucho el número de hermanos de color, por lo que debían los presentes atraer los que pudieran, con tal que fuesen de buenas costumbres y de las demás calidades que deben tener, lo que oído que fue ofreció cada uno hacer por su parte lo que pudiese en obsequio de nuestra Reina Soberana» . Y en 15 de abril de 1792 se insiste en «la deterioridad en que en esta parte nuestra Hermandad se halla» y se anima «a los pocos hermanos presentes» a que se esfuercen por conseguir «la entrada de nuevos hermanos de color, a efecto de que el culto a Nuestra Señora de los Ángeles se extendiese y no decayese en nuestro tiempo».

 

En el cabildo inmediatamente anterior a la Fiesta de Agosto del año 95 se plantea la repercusión en los cultos de la escasez de cofrades, «suplicando a los hermanos su asistencia, pues ya que el número era corto, sería muy visible la falta de devoción que en ello se notaría…, resultando la seguridad de los hermanos presentes en asistir los tres días del Jubileo y especialmente la última tarde, cuando asiste la Hermandad del Santísimo de la Parroquia de San Roque para trasladar a Su Majestad, en la que le acompaña nuestra Hermandad» .

 

La gran epidemia de fiebre amarilla del año 1800, en que murieron más de 25.000 sevillanos, acentuó aún más el problema de la escasez de hermanos. En ella murieron varios de ellos, incluso miembros de la junta de oficiales, así como el propio Teniente de Hermano Mayor, representante del Arzobispo, Don Isidro Malo. En un acta, escrita por Ricardo White, se da cuenta de algunos datos de la tragedia: «Dios Justo y Santo afligió a esta ciudad con una desconocida enfermedad epidémica, por la que perecieron intra y extramuros sobre veintiocho mil personas, entre párvulos y adultos en ambos sexos, siendo el varonil el que más padeció. Tuvo su principio en Cádiz, de allí se extendió, y en Triana se reconoció en 14 de Agosto de 1800. Salió a los Humeros extramuros, de allí al Barrio de San Vicente intramuros, de suerte que en octubre tomó su mayor incremento, siendo el mayor estrago desde el 4 al 20 de dicho octubre. Entre los sujetos que fueron víctimas tocó la desgraciada suerte al Sr. D. Isidro Malo, lo que motivó dirigir representación al Sr. Dr. D. Sebastián de Gorvea, Dignidad y Canónigo de esta Santa Iglesia con dos objetos, el primero felicitar a nuestro Dignísimo Prelado y Amabilísimo Hermano Mayor, el Exmo. y Emmo. Sr. D. Luis de Borbón por su exaltación al Purpurado, y suplicar a S. E. se dignase nombrar nuevo Teniente que representase su Venerable Persona en nuestra Capilla» .

 

Como nuevo Teniente de Hermano Mayor, el cardenal Borbón designó en julio de 1801 a Don Vicente Sessé, su Administrador General y Racionero de la Catedral, tomando posesión del cargo el 7 de marzo siguiente y asistiendo a los tres días del Jubileo de Agosto y a la procesión final del mismo, en que participaron la hermandad, la Congregación del Rosario de Mujeres y la hermandad del Santísimo de San Roque.

 

En estos años finales del XVIII y en la primera década del XIX el protagonismo de personas blancas en la hermandad, como garantes del funcionamiento de esta, es ya muy importante. El Secretario primero, Ricardo White, es la figura clave durante muchos años, desde su recibimiento de hermano, al final de la vida de Salvador de la Cruz, hasta bien entrado el siguiente siglo, siendo la persona más representativa de la cofradía, tanto hacia el interior de esta como hacia el exterior, realizando frecuentes donaciones, entre ellas los retratos de tres arzobispos. El Secretario 2º, Don Agustín Pérez Laín, tiene a su cargo todas las funciones de administración no sólo durante el tiempo que estuvieron retenidas las Reglas, aproximadamente una década, sino varios años más, hasta 1806, en que ha de dejar estas funciones, «porque sus achaques le imposibilitaban en llenar la confianza de la hermandad», dimitiendo también, en 1809, de su cargo de Secretario por el avance de su enfermedad –pese a lo cual, en cabildo de dicho año, «atendiendo al justo mérito de nuestro hermano, se acordó retuviese los honores debidos de Secretario, con voz y voto, siempre y cuando estuviera en estado, mediante Dios, de poder asistir a los Cabildos y Juntas» –. La Camarera, por su parte, que es la ya repetidamente citada Doña María de las Mercedes Rodríguez de Rivera, de la familia de los Verger, bienhechores durante tres generaciones de la hermandad, llegó a poseer tan gran influencia y capacidad de decisión, que participaba asiduamente, en la primera década del Ochocientos, en los cabildos y juntas de oficiales, copresidiéndolos a la derecha del Teniente de Hermano Mayor, representante del Arzobispo. Su significación rebasaba, con mucho, las funciones del cargo de Camarera, que eran, según se recoge en el acuerdo de agradecimiento hacia ella del cabildo de oficiales de 19 de junio de 1803, «cuidar y aumentar los ornamentos y servicio de altar, como heredera de sus Ilustres Progenitores, custodiar las alhajas de nuestra hermandad y (dar) limosnas extraordinarias».

 

Es con el fin de mejorar la situación, sobre todo económica, de la hermandad por lo que se plantea y acuerda, a iniciativa de Ricardo White, la creación de los Siete Esclavos Blancos de Nuestra Señora. Ello tiene lugar en el cabildo general de 23 de Agosto de 1807, al que asisten sólo once hermanos: Don Vicente Sessé, Presidente y representante del señor cardenal, la citada Doña María de las Mercedes Rodríguez de Rivera de Verger, el mayordomo Manuel de los Reyes, los diputados José María Cubillas y Pablo de Rosas y los hermanos de color Manuel de Rosas, Juan de los Santos Fernández, Pedro José María del Campo, José Rivero y Jacinto Rodríguez, además del propio Secretario Ricardo White, no asistiendo el fiscal, José María Armenta.

 

Al respecto en el acta se recoge lo siguiente: «Tiempo había que el mismo Infrascrito tenía manifestado a los hermanos en individuo que miraba como útil a la estabilidad de nuestra hermandad, y de obsequio y culto a Nuestra Madre y Señora de los Ángeles el que convidasen por Esclavos de la Señora a siete sujetos blancos de notoria devoción, los cuales, a ejemplo de nuestro Emmo. y Exmo. Hermano Mayor, sostengan y mantengan esta nuestra Hermandad de Hermanos Morenos cuyo principio se cuenta como Fundación por el Ilmo. Don Gonzalo de Mena, Arzobispo que fue de esta ciudad y falleció el año de 1400» .

 

Sobre la propuesta, el Presidente «intimó a los hermanos presentes declarasen abiertamente su sentir». Los cofrades negros se retiraron a debatir el tema, acordando aceptar la propuesta pero con dos condiciones: que sólo podrían ser siete los blancos admitidos como hermanos con voz y voto –novedad absoluta en la hermandad, ya que los «hermanos de devoción» nunca lo habían tenido– y que estos no podrían nunca ocupar cargos en la junta de oficiales, que seguiría, como tradicionalmente, reservada a los morenos salvo en la Secretaría. Con palabras del acta, «habiendo los hermanos morenos conferenciado entre sí, vinieron en declarar estar convenidos en admitir por hermanos el solo número de Siete Sujetos Blancos de Probidad y Honor, bajo el nombre de Esclavos de Nuestra Madre y Señora, con voz y voto en todos los cabildos y juntas de nuestra hermandad, pero sin que puedan jamás ser electos para empleos de nuestra hermandad porque estos han de recaer siempre en hermanos morenos, a excepción de los Secretarios, que hasta ahora han servido sujetos blancos» . En vista de lo cual, «se aprobó la admisión de los siete blancos en la forma expuesta, mandando Su Señoría que este Cabildo o Junta había de ser firmada por los presentes hermanos, por sí y en nombre de los que no supiesen, interviniendo la autoridad de Su Señoría que asimismo firma, dejando a la elección de nuestra hermana, la Señora Camarera, el nombramiento en personas seculares».

 

Las reservas de los hermanos negros acerca de la entrada de blancos en plenitud de derechos a la cofradía, expresada en la matización hecha a la propuesta inicial de los Siete Esclavos, a pesar de que dicha propuesta había sido realizada por persona tan querida y respetada por ellos y de tan larga trayectoria en la hermandad como era Ricardo White, se hicieron más explícitas en el cabildo siguiente, celebrado el 15 e noviembre del mismo año 1807. Al ir a aprobarse el acta del cabildo anterior, con dicho anterior, uno de los hermanos presentes, que no había asistido a aquel, de nombre Manuel Pérez, se opuso a la admisión de los Siete Esclavos Blancos con voz y voto. No sabemos si su oposición era solo personal o si, a través de él, mostraban su deseo de revisar el tema algunos de quienes le dieron su aceptación anteriormente. El caso es que hubo de intervenir, con su autoridad, el Presidente, el cual «oidos los fundamentos del hermano Pérez, le hizo evidente ser el particular un asunto bien meditado por los hermanos de su color, y que las razones del oponente eran infudadas; al contrario, rendundar en mayor culto de Nuestra Madre y Señora María Santísima de los Ángeles y mayor apoyo a la existencia de esta Hermandad de Hermanos Negros, la admisión de los referidos Siete Esclavos Blancos, los que no sería tan fácil de encontrar pues sólo una acrisolada devoción y pía humildad les estimularía en su vista» . Ante esto, y dado que nadie más cuestionó lo hacía unos meses aprobado –fuera por convencimiento o por no atreverse a hacerlo abiertamente–, el hermano Manuel Pérez «agregó su firma de condescendencia al acuerdo anterior».

 

De cualquier forma, razón tenía Don Vicente Manuel de Sessé, Teniente de Hermano Mayor y representante del cardenal de Borbón, al adelantar que no sería fácil encontrar a siete sujetos blancos que aceptaran constituirse en Esclavos de la Virgen de los negros. Se consiguieron cinco, que asisten ya al cabildo de 20 de marzo de 1808, en que son presentados como aquellos que «habían tenido la devoción de admitir ser electos por Esclavos de Nuestra Madre y Señora de los Ángeles, e incorporarse en esta nuestra hermandad con voz activa, y son los señores siguientes:

                                               Don Tomás Pérez de Junquito

                                               Don Pedro Orduña

                                               Don Manuel López

                                               Don José Pérez de Baños

                                               Don José Verger, Caballero de la Real y distinguida                                               Orden de Carlos 3º,

                        De quienes recibió el Sr. Presidente el juramento de defender la Pureza de nuestra Dulce Madre y Señora la Virgen María, exhortando a estos Señores Esclavos en sostener el culto y la permanencia de esta Hermandad en individuos negros, en quienes siempre deberían recaer los empleos, a lo que con gran devoción se prestaron estos Caballeros» .

 

No parece que los cinco, que no siete, Esclavos de Nuestra Señora tuvieran un protagonismo significativo tras su nombramiento. De todas formas, no hubo mucho tiempo para comprobar si su creación resultaba beneficiosa para la hermandad. Los sucesos políticos ocurridos desde pocas semanas después de su ingreso hacían poco normales los tiempos: desde el 2 de mayo, el pais ardía en la guerra que luego se llamó de la Independencia y la vida de la ciudad salió completamente de su normalidad.

 

Tanto en el año 1808 como en el siguiente se hicieron en Sevilla múltiples rogativas públicas y misiones por el feliz resultado de la guerra. En la parroquia de San Roque, desde ese día hasta la famosa batalla de Bailén, el siguiente mes de Julio, «estuvo de continuo con luces el altar de Nuestra Señora del Socorro, y asimismo el del Sagrario… y en 31 de Julio su hermandad hizo función solemne de acción de gracias con Te Deum por la misma batalla, y en 7 de Agosto honras por los que en ella habían fallecido, habiéndose puesto el Túmulo grande de la hermandad del Santísimo de San Bernardo con varios trofeos militares. En 11 de Julio de dicho año y en Abril del siguiente estuvo Su Majestad manifiesto todo el día en el altar del Sagrario, y se hizo rogativa pública por las necesidades de la patria. Y en 16 de Mayo de 1809 se hicieron Honras con sermón por los héroes del 2 de Mayo». Tanto en el año 1808 como en 1809 hizo estación durante nueve días el Rosario de la parroquia en la Capilla de la hermandad, también en rogativa por el triunfo en la guerra contra los franceses, teniéndose predicación y preces.

 

Pero, además, durante los 21 meses de guerra antes de la ocupación de la ciudad, esta se movilizó económicamente para la misma. Sólo en el barrio de San Roque y la Calzada «para ayuda de gastos del Ejército el año 808 y siguientes se juntó entre los vecinos 23.549 reales, y en 809, para las obras de fortificación, sin contar los que trabajaron personalmente, 1.776 reales». Es perfectamente comprensible que, en este contexto, las limosnas y aportaciones de los devotos y bienhechores de la cofradía descendiesen mucho estos dos años. Y que los recién nombrados Esclavos Blancos no comenzaran, en la práctica, a ejercer el papel al que se habían comprometido. Tanto más cuanto que la creciente cercanía de las tropas invasoras amenazaba también directamente a sus haciendas.

 

El último cabildo de la hermandad en esta larga etapa fue el 15 de Octubre de 1809, habiendo sido citados «todos los hermanos morenos y esclavos», aunque no concurriera ninguno de estos últimos. Asistieron sólo ocho cofrades negros más el Presidente y los dos Secretarios, realizándose la renovación de cargos de la muy recortada Junta que regía la hermandad, siendo elegidos, tras votación no unánime, Jose Maria Cubillas, como mayordomo, Pablo de Rosas, reelecto diputado primero, Manuel de los Reyes, diputado segundo, y Manuel de Rivero, reelecto fiscal. Tres meses y medio más tarde, el día 1 de febrero de 1810, las tropas francesas del mariscal Soult entraban en la ciudad. Terminaba así el largo siglo XVIII de la cofradía: su época de mayor esplendor pero también la que había desembocado en su más acentuado declive.