Cap.II. La bula de Urbano VIII y el cambio en la salida de la cofradía del Jueves a la madrugada del Viernes.
Debió ser en este momento cuando, frustradas las esperanzas de conseguir del arzobispado o de la autoridad civil el final de los impedimentos, debieron pensar los cofrades negros que sólo el dictamen favorable de una autoridad que no pudiera ser superada por ninguna otra podría garantizar el futuro de la hermandad. Y esta autoridad, para que estuviese por encima de la autoridad de los arzobispos y fuera reconocida y reverenciada por la propia autoridad real no podría ser otra que la del Sumo Pontífice. Y, en efecto, a él recurrieron, consiguiendo finalmente, después de varios años, que por la Bula «In Supremo Apostolice Dignitatis «, expedida en Roma por Urbano VIII, en 16 de marzo de 1625, en el tercer año de su pontificado, fueran confirmadas las Reglas de la cofradía por el más alto poder de la cristiandad. Siendo, desde entonces, la única hermandad sevillana con Reglas aprobadas por el propio Papa: ¿cual otra, con mayor base, para titularse como Pontificia?
Parece razonable pensar que sin un apoyo influyente la hermandad no habría conseguido obtener la Bula papal y ni siquiera estar en disposición de pedirla. Aunque no existe acreditación documental que lo certifique, debió ser el propio arzobispo, Don Pedro de Castro y Quiñones, quien, distanciado en esto, como en otros muchos asuntos, de los canónigos del cabildo catedral, mediara más o menos reservadamente en favor de los negros, quienes obtuvieron el refrendo pontificio ya muerto Don Pedro, durante el breve periodo del arzobispado de Don Luis Fernández de Córdoba.
Don Pedro de Castro había sucedido en la sede de Sevilla, a la avanzada edad de 77 años, al discutido Niño de Guevara, el antiguo Inquisidor fustigador de las cofradías en general e inspirador de la persecución contra las de carácter étnico. Sus trece años de estancia en el arzobispado sevillano fueron también muy controvertidos, por diversas razones, la primera de las cuales fueron las acusaciones, que recoge el ya varias veces citado abad mayor de la Universidad de Beneficiados Parroquiales, don Alonso Sánchez Gordillo, de que «el arzobispo se casó con ella (la diócesis de Sevilla) por su grande dote, y así no le tuvo más amor que el interés que de ella sacó, que, según constante opinión, llevó a Granada de los frutos del Arzobispado de Sevilla más de 450.000 ducados, que, como si fueran bienes libres, los aplicó a sus herederos extraños que residen en el Monte de Granada y los quitó a los legítimos pobres de Sevilla «. Estos «herederos extraños» eran los canónigos de la colegiata fundada en el Sacromonte granadino por De Castro, tras descubrirse en dicho lugar, en 1595, las que serían famosas láminas de plomo del Sacromonte –más tarde demostradas falsas–, en las que se hacía relación de los primeros mártires granadinos de tiempos de la Bética romana, entre ellos San Cecilio, y se planteaban doctrinas de un cierto sincretismo entre el cristianismo y el Islam, que reforzaron la atención del arzobispo por la situación de los esclavos moriscos.
Los pleitos y disputas del Arzobispo en Sevilla con el cabildo catedral, la universidad de beneficiados y otras instituciones eclesiásticas –entre otros motivos por su apoyo a los jesuitas y su preocupación reformista– alcanzaron en los trece años de su mandato casi el centenar de casos. Este enfrentamiento, junto a su talante proteccionista de las minorías étnicas esclavizadas, ya demostrado en Granada, le llevaron a interesarse vivamente por los negros sevillanos, cuya hermandad, como vimos, venía siendo hostilizada y repetidamente suspendida desde comienzos del siglo. Su preocupación fundamental, respecto a los negros, fue, desde el momento de su llegada a la ciudad, la de si estos se hallaban todos correctamente bautizados, procediendo a rebautizar a muchos de ellos, ya que entendía que cuando fueron capturados en Africa, a muchos de ellos, antes de embarcarlos, se les echaría apresuradamente sólo un poco de agua en la cabeza, «con peligro, a causa de tener estos bozales el cabello tan espeso y apretado, que el agua no llegase a bañar la carne como se requería para la legitimidad del bautismo «.
Este interés del arzobispo por la correcta cristianización –al menos ritual– de los cristianos nuevos debió ser causa suficiente para el acercamiento a él de la hermandad de los negros sevillanos: tras muchos años de verdadera persecución desde el arzobispado y el alto clero, los cofrades verían una posibilidad de luz para sus continuas adversidades y tratarían de ganarse la simpatía y el favor del Arzobispo. Este, gradualmente, debió irse convenciendo de la conveniencia de la existencia de la cofradía, a pesar del parecer contrario del resto de las jerarquías religiosas de la ciudad, del poder civil y del resto de las «fuerzas vivas» de la ciudad. Los acontecimientos en torno a la controversia sobre la Inmaculada Concepción y el papel desarrollado en ellos por las dos cofradías de negros de Sevilla y Triana, en especial por la de Nuestra Señora de los Ángeles, debieron ser decisivos para la consecución del apoyo del prelado.