EPILOGO. Hacia el siglo XXI: Tradición y Modernidad.

 

                        Por razones de acotamiento cronológico, como ya expusimos en la Introducción, la historia de los seiscientos años de la antigua hermandad de los negros de Sevilla la hemos cerrado a finales de 1993. En ese momento, contaba la corporación con 1.951 hermanos y 365 hermanas, los primeros de los cuales tenían una cuota anual de tres mil pesetas y dos mil las segundas. Pero la historia, como sabemos, no se detiene y la de la hermandad continúa. Así, en octubre de 1994, en el cabildo general para la renovación de la Junta, votaron casi 400 hermanos, realmente una cifra record, saliendo ganadora la candidatura que encabezaba como Alcalde Francisco Soto. Nunca hasta entonces había habido la experiencia de concurrir a las elecciones dos candidaturas y los cofrades, apoyaran a una u otra lista, dieron muestras de un comportamiento ejemplar y democrático, uniéndose en la Capilla, tras darse a conocer los resultados, en una oración conjunta ante las Imágenes Titulares.

 

                        Algunos nuevos proyectos se han hecho ya realidad y otros se hallan en marcha, posibilitados por la saneada situación económica y el superávit que dejara la Junta anterior. Entre los primeros, destaca, sobre todo, la cuidadosa restauración y limpieza del paso de caoba del Cristo de la Fundación, que ha recobrado toda su calidad y color originales. Entre los segundos, está la reforma del camarín de la Virgen de los Ángeles y la obra que posibilitará la visión del Cristo desde la calle, ampliando la nave lateral de la Capilla.

           

                        Pero, siendo estos, como cualquier otro tipo de proyectos similares, sin duda importantes, la hermandad debe encarar hoy el reto de cómo recorrer su ya séptima centuria en el contexto de la sociedad del siglo XXI. Una sociedad donde van a estar –están ya– en gran medida presentes problemas muy relacionados con los que hicieron necesaria su creación, en otra época muy distinta a la nuestra, y posibilitaron su permanencia a través de etapas históricas cambiantes. El reto de la cofradía es, sin duda, hoy no ya combinar tradición y modernidad sino enraizar esta en aquella renovando y actualizando los elementos más importantes de su tradición de siglos.

 

                        En los 500 años en que la hermandad fue exclusivamente de los negros, esta fue, casi siempre a contracorriente de los grupos sociales y de poder dominantes, el principal eje de referencia para la reproducción de la identidad colectiva de una etnia estigmatizada como inferior e infantil, que tuvo en ella, en sus Imágenes, en su fervor religioso y en la defensa de sus derechos, el durante mucho tiempo único camino de dignificación y autoestima. La historia de la cofradía nos refleja cómo en ella convivieron esclavos y libres, porque la discriminación racial y el estigma en que esta se basaba era común a ambos colectivos y no sólo cuestión de situación jurídica ni incluso de clase social. Y la historia de la hermandad nos muestra también cómo las mujeres morenas tuvieron un importante protagonismo, mayor sin duda que en otras hermandades cuyos miembros pertenecían a sectores con una situación económica y social más favorable.

 

                        Esta doble tradición, profunda, entiendo es hoy la fuente de la que ha de alimentarse la cofradía, tanto respecto a su organización y vida internas como a su proyección en la sociedad global sevillana y andaluza. Y ello pasa, necesariamente, por defender y garantizar la total igualdad de derechos y la no discriminación por causa alguna en su interior –eliminando cuantos obstáculos normativos o costumbristas vayan contra esta su más genuina tradición– y afirmarla y esforzarse por hacerla realidad a escala de la sociedad global. Igualdad de derechos, basada en el respeto a las diferencias, entre blancos y negros, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, andaluces e inmigrantes.

                       

                        Los blancos que, desde hace cien años, han integrado la antigua hermandad de los negros, salvándola de la desaparición y reivindicando con orgullo su historia seis veces secular, para ser realmente fieles a esta y no traicionar las más auténticas raíces de la tradición de aquella, están obligados a hacer que la hermandad contribuya activamente a la defensa de los derechos y la dignidad social y personal de los inmigrantes africanos y afroamericanos que en creciente número llegan hoy a la ciudad y que son discriminados, despreciados y estigmatizados por su color, al igual que lo fueron hace siglos los que llegaron a Sevilla como esclavos y formaron la cofradía en muestra de voluntad de integración y para defensa de su identidad étnica y su dignidad humana. Esta tarea, que ya en los últimos años ha dado lugar a incipientes iniciativas –como la ayuda a la Asociación de Inmigrantes de Cultura Africana o el ofrecimiento de asesoramiento jurídico a los subsaharianos sin documentación–, debería convertirse en un objetivo social central de la hermandad, en colaboración, desde la independencia, con los organismos y organizaciones no gubernamentales que se planteen esos mismos objetivos. Al igual que en los cinco siglos negros de la hermandad hubo siempre algunos blancos –desde Don Gonzalo de Mena hasta Ricardo White o la familia Verger– que no rehuyeron servir a los negros, actuando de secretarios o protectores de estos y propiciando el mantenimiento de la corporación, así, cara a la próxima centuria, que será el segundo siglo blanco de la cofradía, esta debe adoptar colectivamente el mismo compromiso respecto a los crecientes colectivos de africanos y afroamericanos en una sociedad que será crecientemente pluriétnica y multicultural pero en la que aquellos colectivos tendrán, como ya tienen, muy graves problemas para conseguir la integración social y el respeto a sus especificidades culturales.

 

                         Defender, exigiéndolo cuando sea preciso, no sólo la tolerancia sino el respeto a los étnica y culturalmente diferentes, para que sea garantizada su plena igualdad de derechos en nuestra sociedad –y, si algunos de ellos lo quieren, también dentro de la cofradía, sin paternalismos folkloristas ni falsas adulaciones vergonzantes–, no es hoy, para la hermandad, plantearse ex novo su futuro sino precisamente ser fiel a su tradición, reproduciendo y actualizando hoy los valores que inspiraron su propia creación e hicieron posible su mantenimiento durante siglos a pesar de todas las dificultades. Es precisamente la tradición genuina lo que es preciso fortalecer y desarrollar en nuestra modernidad.

 

                         Igualmente, nada justificaría hoy, en una cofradía cuyo fundamento fue la defensa contra la discriminación y en cuya historia en tantas ocasiones tuvieron tan importante presencia e incluso protagonismo las hermanas, que se mantuviera la pseudotradición –realmente muy moderna y nada tradicional– de reservar a los varones algunos derechos discriminando con ello a las mujeres. La plena igualdad en cuanto a la posibilidad de vestir la túnica nazarena, de asistir con voz y voto a los cabildos y de poder ostentar cargos en la Junta de Gobierno debe ser un derecho reconocido y defendido, sin necesidad de que haya de haber presiones en tal sentido, desde la fidelidad a la tradición propia de la cofradía, que conecta también en esto con las corrientes más justas y liberadoras del pensamiento humanista contemporáneo.

 

                        Todo lo anterior no debe interpretarse, sino todo lo contrario, como la propiciación de que la hermandad deje de reafirmar su condición de cofradía sevillana de barrio, con cuanto ello significa a nivel religioso y cultural. El barrio de San Roque, incluso antes de tener este nombre, ha estado y sigue estando marcado, incluso desde hace siglos en el nombre de sus calles, por la existencia de la Capilla de la Virgen de los Ángeles, que fue su primera parroquia y donde ha residido ininterrumpidamente la cofradía, desde el año 1550. La reafirmación, tanto en las diversas dimensiones de la realidad como en el ritual simbólico, de esta imbricación territorial con este trozo de la Sevilla antes extramuros y hoy parte del casco histórico, sobre todo con la población en él residente o de él originaria, con sus problemas y esperanzas, debe ser otro eje fundamental a profundizar en el devenir futuro de la corporación.

 

                        Conservar y valorizar adecuadamente el rico Patrimonio –rico en valor material y artístico pero sobre todo en valor simbólico y espiritual– que la cofradía ha llegado a tener hoy constituye una tercera línea maestra. Patrimonio que está integrado, en primer lugar, por las Imágenes, sobre todo por las de la Virgen de los Ángeles y el Cristo de la Fundación, pero también por las de San Benito de Palermo y otros santos negros, las cuales no sólo tienen un concreto valor religioso y artístico sino que en ellas alientan las inquietudes, esperanzas y el fervor de tantas generaciones de sevillanos diferentes y despreciados por serlo. Patrimonio, tanto material como inmaterial, que está también formado por la Capilla y sus dependencias; por los enseres, rituales y liturgias del culto y la vida interna de la hermandad y de su estación del Jueves Santo, que es necesario cuidar y valorar adecuadamente en todas sus dimensiones y aspectos. Y Patrimonio del que es parte muy principal, aunque intangible, su propia Historia, construida por el esfuerzo e incluso el sacrificio personal de aquellos y aquellas que la formaron en sus distintas épocas y consiguieron mantenerla, a pesar muchas veces de presiones e intereses en contrario, a través de la devoción, la firmeza en la defensa de lo justo y la humildad en los medios para realizarla, hasta conseguir transmitirla hasta nosotros. Una Historia que es preciso continuar, revalidando en nuestra modernidad los valores de su tradición más verdadera, que hoy, y en el futuro, siguen siendo tan necesarios como en los tiempos de Don Gonzalo de Mena.