Cap. IV. Entre los intentos de reanimación y la continuidad de los problemas.

                        La salida procesional, la entrada de algunos nuevos hermanos, y la labor personal de los nuevos protectores de la hermandad, en especial del Secretario, Manuel del Castillo y de José Bermejo –el cual tiene voz y voto en las juntas y cabildos, aunque ya no se le cita como Esclavo blanco sino como Procurador, al igual que a Manuel Valenzuela–, hicieron que la cofradía se reanimase grandemente. El objetivo primero fue elaborar unas nuevas Reglas, para adaptarlas a la realidad de los tiempos y a la situación de la propia cofradía. Ya en marzo del año 50 el Secretario presentó el correspondiente proyecto, basado en la Regla antigua pero que modificaba esta en varios aspectos. En él, entre otros extremos, se regulaban las obligaciones de la hermandad para los funerales de los hermanos y hermanas, restringiéndolas al aporte de seis cirios y suprimiendo las misas rezadas «en los casos de funerales de beneficios», y se establecía el ciclo anual de cultos, que contemplaba de forma obligatoria la celebración de un Triduo a la Virgen de los Ángeles los tres días del Jubileo y, según lo permitieran los fondos, un Quinario al Cristo «en memoria de las Cinco Llagas», un Septenario de Dolores y honras fúnebres por los hermanos difuntos. La salida procesional se mantenía en la tarde del Viernes Santo, debiendo llevar los nazarenos –hasta entonces de túnicas negras de cola– túnicas color azul con cinturón blanco «en reverencia al misterio de la Inmaculada”. También se establecía el tipo de relaciones de la hermandad con otras instituciones; concretamente el capítulo 15 hacía referencia al Real Cuerpo de Señores Maestrantes y a su asistencia a la Fiesta de Agosto, especialmente a la procesión del último día. Una comisión, compuesta por los tres benefactores blancos de la hermandad antes citados y el mayordomo, fue nombrada para tramitar la aprobación tanto de las autoridades eclesiásticas como civiles.

 

                         Junto al nuevo proyecto de Reglas, presentó también el Secretario otro, también aprobado aunque «después de una discusión escrupulosa», para que » se efectuase la salida de cofradía de aquí en adelante en un solo paso”. Las razones para ello eran exclusivamente económicas: se trataba de hacer posible la realización regular de la estación de penitencia mediante la restricción de gastos que supondría sacar un paso en lugar de dos. Dicho paso sería de los llamados «de Calvario», con la siguiente composición:«el Señor en medio y a sus lados, a la derecha, Nuestra Madre y Señora y, a la izquierda, San Juan, quedando al pie la Magdalena, y por los costados, delante de la Virgen y San Juan, las Marías, llevándose sólo seis faroles, cuatro en las esquinas del paso y dos delante del Señor, y cuatro hachetas colocadas en el costado delantero”. Por una serie de motivos, todos ellos de índole económica, un paso de estas características se afirmaba «resultaba positivo a la corporación, pues en vez de tener que comprar un manto largo podía usarse de un manto corto, y la Hermandad tenía uno que lo desearían algunas corporaciones”. Claro que habían de realizarse todas las figuras a excepción de las del Crucificado y la Dolorosa, y en ello se embarcó con entusiasmo la cofradía, aplazando hasta la terminación del misterio la nueva salida y recabando limosnas de la Maestranza, el Arzobispado y el Ayuntamiento de la ciudad.

 

                        Aunque se consiguieron algunas ayudas de estas instituciones –el Ayuntamiento, en concreto, donó un estandarte que fue estrenado en la procesión del Corpus del 52–, todavía en 1853, en cabildo celebrado en febrero, el Secretario da cuenta de «la imposibilidad de efectuar la salida por no estar compuesto el paso y la dificultad de recoger limosnas para verificarla por no contar con mesa suficiente, como otras que tienen cuotas fijas, por la pobreza de sus individuos”. Añadía que «por las razones expuestas, debían suspenderse todos los otros trabajos y sólo pensar en trabajar de consuno para componer el paso y colocarlo en la iglesia esta Semana Santa, y entonces podíamos salir el año siguiente, trabajando con tiempo, que no quería que la corporación se cargase con deudas”. Este planteamiento fue también asumido por Bermejo «pero con la observación que si la limosna que el Ayuntamiento diese cubría los gastos de composición, quedasen depositados los demás fondos en poder del infrascrito para la salida del año venidero”.

 

                        Que la hermandad estaba decidida a hacer que la estación realizada en el año 49 tuviese continuidad lo demuestran claramente estos testimonios. Y también el hecho de que volviera a tomar en muy importante consideración sus derechos de antigüedad ante las pretensiones de otras cofradías. Esta vez se trataba de la hermandad de la O, que desde 1830 venía realizando estación a la Catedral, en la madrugada del Viernes Santo, cruzando el puente de barcas, en lugar de hacerla a la parroquia, o catedral trianera, de Santa Ana. Como nos cuenta en su libro Bermejo, en los años 46, 47 y 48 había trasladado su salida a la tarde, no realizándola el año 49, a pesar de tenerla dispuesta, por una disputa sobre precedencia con la hermandad de Santa Catalina (113) –fue, por tanto, un error de Latour referir a la del Cachorro, y no a esta, la suspensión de la salida dicho año, confundiendo las dos cofradías de Triana–. Al año siguiente, la O presentó un escrito al Provisor del Arzobispado solicitando que todas las cofradías presentasen sus Reglas, para verificar las antigüedades respectivas. Al respecto, en cabildo del 3 de marzo del 50 de la hermandad de los negros «diose cuenta de una comunicación del Tribunal Eclesiástico, por la cual se hacía presente una petición de la Hermandad de Nuestra Señora de la O por la cual trata de despojar a todas las de Sevilla del derecho que tienen de presidir a las de Triana”. Al respecto, quedó aprobado oponerse a dicha pretensión, acordándose «comisionar a los Sres. D. Ciriaco Suárez, D. José Bermejo, D. Manuel Valenzuela y al infrascrito Secretario, dándoles facultades omnímodas para seguir este negocio hasta su finiquito, componerlo en caso necesario y entablar si preciso fuese un recurso de fuerza”. Como este fue favorable, la hermandad de la O, luego de varios años sin salir, terminaría volviendo a la Madrugada.

 

                         La regularización de la salida procesional, previa la composición del nuevo paso no centraron únicamente las actividades de la hermandad. A lo largo de los años cincuenta, hubo otras varias y destacadas, lo que nos dibuja una nueva situación más favorable a la de décadas anteriores, facilitada por el aprovechamiento de las ventajas del contexto socio-político, tanto general como específicamente sevillano, que era más positivo para las cofradías.

 

                         En 1850 se regula el uso de la casa, acordándose ceder “a todos los hijos de hermanos pobres», tras el fallecimiento de estos, «el cuarto de recibimiento para las hembras, caso de haber varón» en la casa, «y la tribuna de nuestra Capilla para los varones; y si fueran dos hembras solas, ambas disfrutarán el mismo cuarto”. En el año 52, se celebra una junta en la Santa Iglesia Catedral, previa a la asistencia a la Procesión General del Corpus, en la cual la hermandad presidía ya a todas las cofradías de la ciudad, al haber desaparecido las del Cristo de San Agustín y la Vera Cruz, que eran las dos únicas que históricamente la precedían en este derecho. El motivo de la fecha y lugar de este cabildo de oficiales era dar cuenta de la donación ya aludida de un estandarte por parte del Ayuntamiento y la toma de acuerdo para estrenarlo en dicha procesión. A la vez, se aprobó dirigir un escrito a la corporación municipal, dándole» las más expresivas gracias, como igualmente manifestarle en el oficio que se le dirigiera que mirase por esta corporación acogiéndola bajo su protección”.

 

                        También se consiguió renovar las relaciones con la Maestranza de Caballería. A la solemne Función de Instituto del día de Nuestra Señora de dicho año 52 asistió una diputación del Real Cuerpo, presidida por su Teniente de Hermano Mayor, el Excmo. Sr. Don Miguel Lasso de la Vega y Madariaga, Marqués de las Torres y Conde de Casa Galindo, Senador del Reino, y por Don José Jácome del Campo, coronel de caballería. En la propia Función se bendijo el estandarte ya estrenado en el Corpus, actuando de madrina la Ilustre Hermandad Sacramental de la parroquia de San Roque, habiendo Te Deum, Misa votiva y renovación devoto de defender «el Misterio de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora”. A la procesión con Su Divina Majestad el último del Jubileo «concurrió la diputación referida del Real Cuerpo de Maestrantes, la Hermandad Sacramental, la Congregación de luz y vela, y nuestra corporación…, cerrando la procesión un piquete de infantería de esta guarnición”. Y la hermandad comenzó incluso a plantearse el proyecto de reiniciar «el correr gallos y ánsares» en la festividad de la Virgen, como antaño, aunque ello no llegara a materializarse.

 

                        La crónica publicada en el Diario de Sevilla sobre la Función y Jubileo del siguiente año, 1853, es bien expresiva de la brillantez a que habían llegado dichos cultos, de su repercusión en la ciudad y del momento positivo por el que atravesaba la cofradía: «El día 2 del corriente se celebró por la hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles la fiesta que anualmente se dedica a su Patrona, en la Capilla del barrio de San Roque extramuros de esta Ciudad. Asistieron, como protectores y en representación del Cuerpo al que pertenecen, los Sres. Maestrantes Don José Jácome, Coronel del ejército, Don Felipe Torres del Campo, Ministro Togado de esta Audiencia Territorial, y otros miembros de la misma Maestranza cuyos nombres no recordamos. Fue el orador el Señor Doctor Don Juan Bautista Navaillon, quien desplegó su distinguida dote para la elocuencia sagrada, ante la numerosa y escogida concurrencia que allí se había reunido para asistir a los Santos Oficios. El día 3 por la tarde salió en procesión su Divina Majestad de la Capilla a la Iglesia Parroquial de San Roque, con un lucido acompañamiento de personas notables, presidido por la antedicha comisión de la Maestranza y por la Hermandad Sacramental de la misma Parroquia, y c errando un piquete de Infantería. De todo esto se infiere que los pobres individuos de la hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles han desplegado en las funciones religiosas de este año todo el lujo y brillantez compatible con los recursos que pudieron reunir por los medios que tienen a sus alcances. Tenemos entendido que para aumentar los arbitrios pecuniarios, se trata de restablecer en el año próximo la antigua costumbre de correr gallos y ánsares la víspera de la Virgen, aplicando el producto de esta diversión a la fiesta del día siguiente. Celebraremos que este proyecto halle buena acogida entre los Sres. protectores y que sea secundado por el Excmo. Sr. Cardenal Arzobispo de esta Diócesis, Hermano Mayor de la cofradía, como también por el Excmo. Ayuntamiento, que, en virtud de su autoridad local, es el llamado a llevar a cabo este religioso pensamiento de aquellos cofrades dignos de mejor suerte”.

 

                        En la Fiesta del año 55, también con la presencia de los Maestrantes, tuvo lugar un solemne Te Deum, antes de la Misa Mayor, en acción de gracias por haber sido declarado dogma el misterio de la Concepción Inmaculada de María, creencia tan ligada a la historia de la hermandad, y también por este mismo tiempo se reanima la Congregación de Mujeres, que es ahora claramente considerada como «una sección de la hermandad», al ingresar en ella nuevas hermanas, celebrando al año siguiente elecciones a sus cargos.

 

                        En los años 1854 y 1856 salió en procesión la Virgen Titular en Septiembre, los domingos 24 y 21 respectivamente; en el primero de ellos «por haber librado su Divina Majestad, por intercesión de la Reina de los Ángeles, Nuestra Señora, a sus hermanos y devotos de la calamidad que nos afligía”. Era el cólera morbo, que de nuevo se había abatido sobre la ciudad. En el segundo de dichos años, para allegar fondos, una comisión de la recién reorganizada Congregación de Señoras se encargó de pedir limosna a las mujeres de la Fábrica de Tabacos. Las procesiones tuvieron lugar con gran brillantez y profusión de fuegos artificiales, con el acompañamiento de la Hermandad Sacramental y haciendo estación en la iglesia de San Benito. Los gastos de la segunda salida sabemos ascendieron a 1.564 reales y los ingresos a 1.432. En los siguientes años 57 y 58 se intentó repetir la procesión, tratando de regularizarla para que sustituyera a la del Viernes Santo, para la que seguía habiendo insuperables dificultades, pero ello no fue posible. Aunque ambos años se aprobó en principio realizarla, finalmente se revocaron los acuerdos en tal sentido, por el peligro de endeudamiento que suponían y el temor a que «este fervor mal entendido llevase a la ruina de la corporación”.

                         

                        La siempre problemática situación económica, la lógica continuidad de la escasez de cofrades negros y algunos problemas internos entre estos impidieron el definitivo relanzamiento de la cofradía. En los seis años que van de 1850 a 55 se reciben 12 nuevos hermanos, nueve de ellos varones y tres mujeres, y para fomentar más los ingresos, en el cabildo del 12 de agosto del último año citado, el Presidente-representante del Arzobispo, Don Juan Márquez, canónigo, insta a los presentes a que «invitasen a algunos paisanos de color para que fuesen hermanos, perdonando las entradas, y que cesasen los disturbios que entre los hermanos había, porque esta corporación es de negros y no de blancos», consiguiéndose que ingresaran durante el año siguiente 5 individuos de color, y 2 más en el 57.

 

                        Los disturbios a que hacía referencia en su intervención el Presidente del cabildo referían a las cuentas presentadas por Ciriaco Suárez, que aunque era fiscal continuaba encargándose de la mayordomía, correspondientes a la Fiesta de Agosto de dicho año 55, cuyo resultado era un débito de la hermandad hacia él de 345 reales, que dicho hermano se había reembolsado mediante el procedimiento de empeñar algunas alhajas, en concreto una cruz y dos varas de plata, actuación con la que no estuvieron conformes otros morenos . Y es que era difícilmente compatible el acrecentamiento en cantidad y brillantez de los cultos y la garantía de que la hermandad no resultara alcanzada. Tanto más cuanto que existían problemas para la materialización incluso de algunas de las entradas económicas consideradas seguras, como el tributo de cera que sobre su fábrica de curtidos dejara Ricardo White en beneficio de la cofradía. En efecto, en junio de 1852 se informa que dicho tributo «lo posee en la actualidad la Junta de Bienes del Clero», por lo que ha realizado un memorial de petición al Arzobispo para volver a recuperarlo. Aclarada la situación de dicho tributo, en agosto del mismo año se acuerda realizar una demanda «contra el Sr. D. Nicolás Conradi –que, recordemos, fue quien presidió la cofradía en su estación del año 49 al no asistir ningún representante del Arzobispo ni de la Real Maestranza–, sobre el cobro de la limosna de 25 libras de cera con que se halla grabada la fábrica de curtidos de su pertenencia», la que había sido de Ricardo White. Se aprueba nombrar un procurador ante los tribunales para realizar los recursos y demandas necesarias, «cuidando en todas ellas de entablar las demandas de pobreza, pues, no poseyendo renta ni bienes algunos, no es justo que se recargue la corporación con gastos que no puede subvenir y desaparezcan las pocas alhajas que le restan por una temeridad indiscreta”.

 

                         En abril del 56 se realiza un cabildo para la elección de oficiales «que hacía muchos años no se celebraba por no concurrir número suficiente de hermanos”. Al estar la sede arzobispal vacante y no haber, por tanto Teniente de Hermano Mayor, presidió el canónigo y Visitador General del Arzobispado, D. Antonio González Cienfuegos, a petición de la propia hermandad, estando por primera vez presente el párroco de San Roque, que lo era Don Leonardo Rodríguez Muriel. Se leyó el capítulo 8º de las Reglas vigentes, «que previene el número de oficios, pero atendiendo al corto número de hermanos se acordó que los destinos fuesen sólo de Prioste y Mayordomo unidos, un Fiscal, un Alcalde, dos Diputados y un Secretario”. Reaparecen, pues los cargos de prioste, aunque incorporado a la mayordomía, para la que se nombra por unanimidad a Pedro Rodríguez, y el de alcalde, que es ocupado por José García, por mayoría de votos. Como fiscal es nombrado José Lerdo, el negro declarado libre en 1836 por D. José Lerdo de Tejada, caballero del hábito de Santiago, que se hace también hermano precisamente ahora, y como diputados lo son Manuel Vélez y José López. Aunque el Secretario, D. Manuel del Castillo trató de renunciar a su cargo porque este «le traía varios disgustos, la hermandad no tuvo a bien el admitir la dimisión y fue electo por unanimidad”.

 

                         Apenas habían transcurrido dos meses de esta elección cuando la hermandad fue sobresaltada por la pretensión de un Don Francisco de Vargas, que intentó ser reconocido, nada menos, que como Patrono de la Capilla, y que incluso procedió a comenzar el expolio de esta. Fue convocado urgentemente cabildo, que se celebró el 7 de junio con asistencia de los oficiales negros, del cura de San Roque, y de los blancos Don José Bermejo, Don José Jácome del Campo (Maestrante y luego teniente de alcalde del Ayuntamiento), Don Cristóbal León, alcalde de barrio de la demarcación, Don José Lerdo de Tejada, caballero de Santiago, que estaba recién admitido de hermano, así como el aludido Don Francisco de Vargas y un acompañante de este, Juan Bautista Rodríguez González. Por parte del fiscal, José Lerdo, se dio cuenta de que, pocos días antes, este último «se había presentado en la capilla, acompañado con el Sr. Don Pedro Gonzaélez de la Rasilla, y dicho Sr. de Vargas, pretextando ser dueño del templo y de sus pertenencias, como patrono del mismo, había procedido a copiar los inventarios, examinando uno por uno los efectos en él contenidos, llevándose los recibos de las alhajas que el difunto Ciriaco Suárez, mayordomo que fue de la misma, empeñara en el Monte de Piedad» . Con gran estupefacción fue oído lo anterior por los presentes, tomando la palabra Don José Jácome y Don José Lerdo de Tejada «haciéndole ver al susodicho Sr. Vargas lo arrojado y temerario de su empresa, tanto por no estar justificado el derecho bajo el cual procediera a ejecutar lo referido, como porque aunque lo estuviese sus facultades no se extendían a hechos de la naturaleza mencionada”. Por su parte, Don José Bermejo –que ya salvó a la hermandad años atrás de otra situación comprometida contra los comisionados del Crédito Publico– fue directamente al núcleo de la cuestión, señalando que había en esta «dos asuntos muy capitales: el primero, que la Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles no había tenido ni tenía patrono, y el segundo, que, aún dado el caso que lo tuviese, el título que se abroga había caducado por el no uso y por otras razones legales, de lo cual dedujo lo mal que había procedido el Vargas» . Este, «aunque con pueriles razones, trató de refutar los cargos contra él formulados, sin conseguir dar satisfacción cumplida a sus arrojados hechos, por lo que, en su virtud, se acordó que, ínterin el citado Vargas no justificase en debida forma ser el patrono, no se le reconociese como tal ni se le consintiese el ejercicio de derecho alguno propios del mismo cargo, previniéndosele a nuestro hermano Fiscal no entregase la llave de la iglesia ni cosa alguna de las pertenencias de la hermandad, indicándole al mismo tiempo a dicho Sr. de Vargas hiciese devolver a la capilla los ángeles lampareros y el cuadro tallado de la Dolorosa a la mayor brevedad posible. Y que se estableciese en uno de los cuartos contiguos nuestro hermano fiscal, José Lerdo, para su cuido más inmediato”.

 

                        Seis días más tarde vuelve a celebrarse cabildo, con los mismos asistentes, además del Teniente de Hermano Mayor, y se informa que las alhajas empeñadas habían sido retiradas por el repetidamente citado Francisco Javier de Vargas, el cual las había vendido a un platero, así como también había vendido la moldura del cuadro, negándose el mencionado a dar el nombre de los compradores e incluso reclamando el pago de un tributo por parte de la hermandad al que supuestamente afirmaba tener derecho. Varios de los presentes, en especial Don José Lerdo de Tejada, se ofrecieron para pagar el valor del empeño de las alhajas e instaron a Vargas y a Rodríguez a que colaborasen a la devolución de estos bienes de la hermandad, así como al fiscal para que fuese más celoso respecto a las responsabilidades que conllevaba la gestión de la mayordomía.

 

                        Por su labor en pocos meses a favor de la hermandad se propuso el nombramiento como Vicepresidente –un cargo no existente anteriormente ni previsto en las Reglas– del propio Lerdo de Tejada, quien, a pesar de que en un primer momento no lo acepta, «por sus ocupaciones», termina asintiendo a la petición unánime de los presentes, justificada en «el estado en que se encontraba la corporación, la cual por una serie de desgracias que en ella han ocurrido en estos últimos años iba a producir su inevitable ruina si hubiesen continuado» . A su hija Mercedes se le nombra también Camarera, regalando al año siguiente una corona de espinas de plata, para que la tuviera en su mano la Virgen de los Ángeles y fuera usada en todas las festividades, «quedando siempre la propiedad y dominio directo en la mencionada Señora y su familia y descendientes, sin que por ningún motivo pueda disponer de ella la hermandad», como salvaguarda para que la alhaja nunca pudiera ser empeñada o vendida ante cualquier necesidad perentoria.

 

                         El resultado económico de la Fiesta de Agosto de aquel año, 1856, fue especialmente bueno, resultando un superávit de 273 reales, por lo cual esta vez se felicita al fiscal-mayordomo, invitándole «para que continúe con el mismo celo, para que de ese modo puedan cortarse de raíz todos los abusos que la administración anterior, por su incuria e ignorancia, dejara envuelta a esta hermandad”. Y, dada la disponibilidad de fondos, se acuerda la procesión de la Virgen en Septiembre, tal como anteriormente ya vimos.

 

                        Una nueva situación desagradable tuvo que soportar la hermandad, esta vez producido por los inquilinos de la casa. Desde hacía un tiempo la mayoría de ellos no pagaba, por lo que en noviembre del 56 se acordó promover el desahucio «de los inquilinos díscolos», no sólo porque no hacían efectivo el valor de sus arrendamientos sino también porque «entrometiéndose en todos los asuntos concernientes al régimen de la corporación, impedían que esta marchase tal cual convenía a la reorganización que en ella se está verificando; y que visto que no obedecían al jede de la hermandad ni para nada le reconocían, era necesario verificar su lanzamiento por vía judicial» . Ordenado este por la Justicia, al haberse cumplido el tiempo concedido para que regularizan su situación, los inquilinos sobre los que pesaba la orden dejaron efectivamente sus cuartos, pero no sin antes «haber hecho pedazos los canceles del jardín, roto la puerta de la cocina y efectuadas otras averías», que hubo que reparar. Ello se aprovechó, sin embargo, para hacer una nueva Sala Capitular, aún perdiendo la posibilidad de arrendamiento de un cuarto.

 

                        La Congregación de Mujeres, revitalizada, y la hermandad colaboraron en el año 57 en varias acciones. La mayordoma de la primera, Doña Rosario Fernández, para costear nuevas esteras para la Capilla pide «se le concedan las campanillas», es decir, autorización de la autoridad para pedir por el barrio, y luego, asistiendo a un cabildo de oficiales, plantea la celebración de un Septenario Doloroso, «pues parecía justo que habiendo estado nuestra capilla en un completo abandono, era menester empezar por dar culto a Nuestra Señora de un modo ostensible, para que se recobrase el fervor que estaba resfriado a causa de los sucesos desagradables y notorios que ocurrieran en la Capilla en vida del anterior mayordomo» . La mayordoma se hace cargo del predicador y la música del Septenario y la hermandad del resto de los gastos, aprobándose la realización del Septenario. Asimismo, para la Fiesta de Agosto también postulan las mujeres, aunque no se pudo realizar la procesión en principio acordada para el penúltimo domingo de Septiembre, por haberse recogido sólo 1.174 reales y calcularse los gastos en unos 1.600. Para aquel año se había previsto concurriese, junto a la Virgen de los Ángeles, el Santo Crucifijo de San Agustín, con lo que la presidencia del cortejo habría estado formada, en el centro, por el representante del Excmo. Ayuntamiento, protector del Cristo, y el del Real Cuerpo de Señores Maestrantes, protector de la Hermandad, con el Vicepresidente de esta a la derecha y el Hermano Mayor de la Sacramental de San Roque a la izquierda, como estaba ya acordado.

 

                        Por este tiempo, aunque no sabemos exactamente la fecha por no haber podido consultar el documento correspondiente, el papa Pio IX concedió a la hermandad, para el día 2 de Agosto, fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles, el Jubileo Plenísimo de la Porciúncula, a petición de la Real Maestranza. La Porciúncula es el nombre con el que se conoce el oratorio de San Francisco en la aldea de Santa María degli Angeli (Santa María de los Ángeles), cerca de Asís, tras su muerte convertido en santuario de peregrinación. Fue la primera casa de la orden franciscana, y en ella los fieles, desde tiempos muy antiguos, según la tradición desde el papa Honorio III, pueden lucrarse de Indulgencia plenaria. A semejanza de aquel oratorio-santuario de San Francisco en la aldea de Santa Maria degli Angeli, la capilla de los negros sevillanos, dedicada también a la Virgen de los Ángeles, se convirtió desde entonces en lugar tan privilegiado como aquel para conseguir dichas gracias espirituales.