Capítulo V. El Inventario de 1888.

Siguiendo las instrucciones del Arzobispo, el nuevo Presidente de la hermandad ordenó enseguida hacer Inventario y que este fuera contrastado con el último que se conservara, que resultó ser de una fecha tan lejana como 1824, por haberse perdido algunos posteriores. El Inventario que ahora se realiza es detallado, describiendo todos los bienes existentes en la Capilla, en la Sacristía, en la Sala de Cabildos, Sala de pasos y Tribuna, así como las alhajas y las ropas de la Virgen y lo perteneciente a la Congregación del Rosario. 

Consultándolo, sabemos que el retablo mayor seguía dedicado, como así ha sido siempre, a Nuestra Señora de los Ángeles, y era el estrenado en 1817, pintado de blanco con ribetes dorados. En su remate, seguía el cuadro con el Padre Eterno, y a ambos lados sobre las puertas que daban a la Sacristía, estaban sendos lienzos de San Juan y de la Magdalena, y sobre la mesa de altar había » os niños Jesús de una cuarta de alto con peanas, uno de plomo y otro de madera vestido de encarnado, y una cruz de madera dorada y crucifijo de metal”. En el altar del Santísimo Cristo está «la efigie en la Cruz, de mérito, y a los lados San Juan y la Santísima Virgen de talla de tres cuartas de alto”. Tanto los casquetes de la cruz como las potencias que tenía el Señor eran de hojalata, aunque también poseía la hermandad otras potencias y una corona de espinas de plata. El altar tenía sagrario, «con un Ecce Homo en su puerta”.

 

El retablo de San Benito de Palermo integraba también, a ambos lados de la hornacina central, dos lienzos medianos de los santos negros San Elesbán y Santa Efigenia –cuya descripción ya la hicimos al tratar de la Capilla en el siglo XVIII–. El Santo siciliano era “de talla y vestido de terciopelo azul, cíngulo de cáñamo, un rosario de cuentas gruesas de marfil, una cruz de madera en la mano derecha y un corazón en la izquierda, de hoja de lata; la diadema de plata» . Sobre la mesa de altar había otras dos tallas de madera, de dos tercios de alto, del mismo San Benito y de San Miguel. Cada uno de estos tres altares contaba con su ara, sacras, atriles y candeleros (el de la Virgen tenía 10, más dos mecheros de cristal, y los otros dos cada uno).

 

Además de los tres altares, la Capilla contaba con un buen número de pinturas y otros enseres. En una hornacina con cristal, en el muro de la derecha del presbiterio, estaba «el Simpecado de las Hermanas –de la Congregación del Rosario, que es el actual de la cofradía–, de terciopelo granate bordado en plata, con la efigie de Nuestra Señora en lienzo», y por los muros de toda la capilla se repartían diversas pinturas: «un medallón de dos varas ochavado y tallado, antiguo, con una Dolorosa en lienzo de una tercia; un cuadro de Nuestra Señora de Guadalupe en lienzo, de dos varas y caña tallada antigua; un cuadro pequeño que contiene al Hermano Salvador –de la Cruz, que, como vemos, continuaba siendo recordado después de más de sien años de su muerte–; otro cuadro pequeño con el milagro de José Montes –es un ex-voto–; y 12 cuadros de lienzo con los retratos de los Eminentísimos Señores Cardenales Mena, Solís, Delgado, Llanes, Despuig, Borbón, Vera, Mon, Cienfuegos, Romo, Tarancón y González Díaz-Tuñón» . También había «dos ángeles de talla, de tres cuartas de alto, colocados en las pilastras del arco toral»; «una araña dorada con seis mecheros y colgantes de cristal»; «tres lámparas de metal plateadas»; «seis mecheros de madera en las paredes, pintados de blanco»; «un confesonario de pino»; «un púlpito de hierro y escalera con pasamanos de madera»; «una baranda de madera para comulgatorio»; «un cancel antiguo que coge el ancho de la iglesia»; un cepillo con candado», y «dos pilas de agua bendita, la de la derecha grande que fue la primera Parroquia de San Roque» .

 

En la Sacristía había «una cajonera de pino que contiene cinco casullas completas con galón de seda verde, encarnada, blanca dos, y morada; dos albas; tres cíngulos, uno de cordón y dos de cinta; tres amitos; ocho corporales; ocho toallas de mano; dieciséis purificadores y dos toallas de aguamanil»; «un estante de pino con dos entrepaños de dos varas de alto y una y media de ancho, que contiene cuatro misales, seis campanillas, una de ellas de procesión, un par de vinajeras y dos platillos, una botella de vino y una caja para las hostias»; «diez candeleros de metal pequeños; un cáliz grabado, con patena y cucharita de plata; un viril de plata grabado de media vara de alto con pie y aro, en una caja de madera y forro de veludillo encarnado; y una palmatoria de metal»; «un Crucifijo de marfil de una vara de alto»; «dos cuadros de media vara en lienzo con Nuestra Señora de Belén y una Dolorosa con moldura grabada»; «cinco cuadros apaisados de una vara en lienzo con la vida de la Santísima Virgen y molduras grabadas»; «un Simpecado de terciopelo azul bordado en plata con una María y dos jarras» –era el que fue regalado por Salvador de la Cruz–; «dos estandartes, del San Fernando y del Eximo. Ayuntamiento»; «cuatro varas de hermanos, dos doradas y dos de madera, y escudos de metal»; «tres varas de madera para estandarte y Simpecados»; «tres demandas, una vieja de metal y dos nuevas de hoja de lata con candados», y «una pila de agua bendita”.

 

En la Sala de Sesiones existían, entre otros enseres, «un crucifijo de madera de dos tercias en dosel de damasco viejo»; «un cuadro de lienzo de una cuarta con Nuestra Señora de Belén y caña dorada»; «un estante archivo nuevo con dos candados, de pino y fijo en la pared»; «una arca nueva de pino con tres candados, fija en la pared, para la Clavería», y «una escribanía de metal y campanilla», además de mesa y bancos.

 

El la Sala de pasos ya señalamos que no existía el que años antes había compuesto la hermandad para su salida, el cual había sido vendido tres años antes a la reorganizada cofradía del Buen Fin, del convento de San Antonio de Padua, que lo procesionó el Domingo de Ramos. Pero se conservaban en ella algunos otros efectos, entre ellos: «una cruz pintada de negro para la Cofradía» –sin duda la Cruz de las Toallas–; «un cuadro de lienzo sin moldura con el Señor Crucificado y sudario largo muy deteriorado; once manteles y tres visos de color, uno de encaje y viso azul para el Sagrario; dos sudarios; un paño de púlpito de espolín de seda; una Bandera de lana y el Senatus de terciopelo azul, bordado de oro y fleco de idem; tres cruces de Simpecado, una de zinc y dos de metal para las banderas; una sobremesa para las sesiones; un dosel gotera de veludillo; una colgadura de damasco de tres varas de largo y dos de ancho, donación de Don Camilo Lastre; y seis vestidos de Niño Jesús» –todo lo cual no concuerda con la acusación del párroco de que esta Sala había sido apropiada por el dicho Camilo Lastre para su familia–.

 

En la Tribuna o coro, que estaba sobre la Capilla, se conservaban la «efigie de San Juan y dos de Marías», que eran las realizadas para el paso de Calvario mencionado, «un manifestador; un cajón con el paño de difuntos de terciopelo celeste viejo, con escudo de una María y cuatro borlas de seda; una alfombra de seis varas de largo y otras de ancho; una escalera de pasamanos para el camarín; y un pie para el estandarte»; además de «dos mesas viejas, una de petitorio y otra de difuntos», y «un cajón viejo de pino con hachas de madera» .

 

Las alhajas que conservaba la hermandad eran «una corona de plata de la Señora; una media luna de idem; una ráfaga de plata y una corona de hoja de lata», además de las ya citadas «corona de espinas de plata del Señor y potencias de idem”. En este capítulo sí habían desaparecido desde 1824, por unas u otras causas, algunos objetos: una ráfaga y dos rayos de plata; una corona de espinas, también de plata, «que tenía la Santísima Virgen en la muñeca del brazo”; dos arañas y una lámpara.

 

El vestuario de la Virgen sí era amplio y, al menos en parte, valioso. Tenía la Imagen «un vestido de terciopelo celeste y manto con blondas de plata; un manto azul con guardilla de oro y otro negro con puntilla de oro falso; un vestido granate bordado de oro con manguillos y mangas; un vestido de seda blanco hueso completo, con encaje de hilo; otro de nipe blanco completo; cinco tocas con puntilla de oro; tres petos de tela blanca; cuatro enaguas blancas, una bordada y las otras de encaje; nueve pañuelos, uno de ellos de nipe; cuatro puños de tela y puntilla; cinco cíngulos, dos dorados, dos plateados y uno de seda; dos brevetines con reliquias, un alfiler y una hebilla, todo falso; un aderezo con tres colgantes de plata y topacios falsos; y una pulsera dorada falsa» . También se guardaban «tres tocas para las Marías» antes citadas del paso.

 

Finalmente, como enseres de la Congregación de las Hermanas, se incluyen «un Simpecado que está en la Iglesia» –el ya citado–; «una cruz del Rosario, que está en un estante de la Tribuna; otro idem con vara y pedestal de madera; cuatro ángeles pequeños en la Cruz; diez faroles con sus varas de madera, y un cajón para los objetos del viático, con una mesa, un frontal, dos manteles, un cuadro pequeño con una Dolorosa en lienzo y un cojín viejo» . Además, había «una plancha de cobre para estampas”.

 

La amplitud y contenido del Inventario de 1888 confirma claramente que durante casi un siglo de vicisitudes y crisis, tanto internas como externas a la hermandad, los pocos cofrades que en cada momento constituyeron el núcleo activo de esta supieron salvaguardar, e incluso en no pocos casos ampliar, el patrimonio de la cofradía. Las repetidas acusaciones de negligencia y desidia que sufrieron varios de los morenos que fueron mayordomos y responsables de ella a lo largo de las distintas épocas del siglo XIX, sobre todo al final, no concuerdan con el mantenimiento de un patrimonio que, si no rico –dada la pobreza de casi todos los pocos hermanos existentes y el expolio sufrido en 1810– sí podríamos decir que era abundante, decente y poseía, en varios de sus objetos, un destacado valor histórico e incluso artístico. Bien es cierto que en el intervalo de los 64 años que median entre los Inventarios de 1824 y 1888 se habían perdido algunos objetos de plata –recordemos las ocasiones en que se decidió fundir algunos de ellos para poder realizar obras urgentes en la capilla y la casa–, así como varios otros enseres, incluidos los dos pasos antiguos cuando se decidió hacer el de Calvario, pero un análisis global confirma plenamente el celo de los morenos en la conservación del patrimonio de su hermandad. Esta, sin duda, a la altura de casi finales del siglo, tenía que adaptarse a los nuevos tiempos para garantizar su continuidad futura, pero no fue justo que las transformaciones realizadas, que eran necesarias más en los objetivos que en la forma concreta de emprenderlas, se justificaran en gran parte sobre la base de un pretendido desinterés, negligencia o incluso delincuencia de los negros que estaban al frente de ella. La cofradía nunca sufrió abandono ni fue objeto de expolio por parte de alguno o algunos de sus cofrades, aunque nadie duda que, a veces, hubiera errores, confusiones, ciertas sisas e incluso pequeñas malversaciones en las cuentas. Pero esto pasaba, y ha ocurrido también después, en muchas hermandades, incluida esta cuando ya no era de morenos. En este sentido, es desgraciadamente cierto que muchos enseres, incluidos algunos de gran valor histórico, artístico o documental de la cofradía, que existían en 1888 han desaparecido por ignorancia de estos significados, por afán de novedades o por razones menos ingenuas, precisamente en los últimos cien años en que los Negritos ha sido ya una hermandad de blancos. Aunque igualmente es cierto que, en otros aspectos y en determinadas fases concretas del siglo XX, como veremos, su patrimonio se ha enriquecido también, en nuevos enseres, extraordinariamente. Pero ello no puede ir en desdoro de los humildes hermanos que, entre tantas dificultades, consiguieron conservar la hermandad durante el, para ella proceloso, siglo XIX, manteniendo también una gran parte de su patrimonio histórico. Es de justicia afirmarlo rotundamente frente a algunas indocumentadas o malintencionadas afirmaciones que a veces se han escrito en sentido contrario.