Capítulo V. De nuevo en Jueves Santo. El paso de palio de Rodríguez Ojeda.

 

                        El Jueves Santo de 1905, después de trescientos años, la hermandad volvía a hacer estación el día que siempre habían fijado sus Reglas: el Jueves Santo. En la primavera de dicho año, la situación social, sobre todo en el campo, era extremadamente grave, a resultas de la gran sequía y la falta de trabajo que llegaron a provocar una gran hambre y las consiguientes protestas y actuaciones de los obreros agrícolas y de sus organizaciones, pero la Semana Santa se desarrolló con total normalidad y animación, contribuyendo a ello la llegada al puerto del trasatlántico «Ile de France», con 800 turistas. Varias novedades se presentaban: entre ellas, la primera salida de las cofradías de Santa Cruz, que lo hizo del Convento de Madre de Dios de calle San José, dada la poca altura de la puerta de su parroquia, realizándola el Martes Santo –siendo la primera que así lo fijaba en sus Reglas, aunque había habido antes alguna que salió dicho día algún año–, y del Baratillo, el Miércoles, ambas con un solo paso; el anuncio de la salida de la nueva hermandad del Cristo de Regina y Nuestra Señora de los Dolores, de San Julián, que no parece llegara a realizar y que en todo caso se desorganizaría enseguida; y el estreno del manto de la Virgen del Valle.

 

                        A pesar de ser la más antigua de las cofradía del Jueves Santo, y de todas las de Sevilla ya entonces, como sabemos, la de Los Negritos hubo de situarse la primera en dicho día, por delante de las demás que venían haciéndolo los años anteriores, ya que había perdido su derecho al no hacer la estación ese día, aunque así lo fijaran sus Reglas, desde tres siglos antes. A las tradicionales cofradías del Jueves a lo largo del XIX, que fueron las de Pasión, El Valle, Quinta Angustía y Montesión –aunque varias de ellas salieran con muchas intermitencias–, se habían añadido en la última década de la centuria y primeros años del siglo XX, trasladando su salida desde otros días, las de la Columna, Santa Catalina –conocida popularmente como Los Caballos, por los dos de su primer paso– y San Bernardo. Al agregarse ahora la antigua de los morenos, el Jueves Santo quedó con 8 hermandades, a las que se añadiría la Trinidad en 1915, que había deambulado por diferentes días, y se restaría luego la de San Bernardo, que pasó al Miércoles, quedando configurado desde entonces la tarde de dicho día, hasta la reforma del año 1956, con La Trinidad, Los Negritos, Los Caballos, las Cigarreras, Montesión, Quinta Angustia, el Valle y Pasión.

 

                        Las horas señaladas para las cofradías de aquel Jueves Santo, 16 de abril de 1905, que resultó con un tiempo desapacible pero que no impidió las procesiones, fueron, según los diarios El Liberal y El Progreso , y puestas aquellas en el mismo orden que dan en su información: las 2,30 para San Bernardo –que entraba desde la Ronda por la calle San Esteban y la cruzaba al regreso desde Santa María la Blanca–, las 3 para la de Santa Catalina, las 3,30 para las de la Fábrica de Tabacos y Montesión, las 5 para la Quinta Angustia, las 5,30 para El Valle (en el Santo Angel), las 2 para Los Negritos y las 7 para Pasión. El itinerario de la hermandad aquel año, continuado en los posteriores, fue por Osario a Imagen, Laraña (ya abierta), Unión (actual calle Orfila), Tarifa y Santa María de Gracia a la Campan, y regreso por Placentines, Francos, Plaza del Pan, Alcaicería, Alfalfa, Boteros, San Ildefonso, Caballerizas, San Esteban y Recaredo.

 

                        El Arzobispo Don Marcelo Spínola, recién nombrado cardenal, muere en enero del siguiente año, 1906, siendo nombrado su sucesor Don Enrique Almaraz y Santos, que procedía del obispado de Palencia y recibiría el capelo cardenalicio en 1911. El día 2 de Agosto de 1908 «se dignó recibirse como Hermano Mayor y Patrono…, y al ofertorio de la Misa Solemne que anualmente se celebra en honor de nuestra Excelsa Titular hizo voto de defender el Soberano Misterio de la Asunción Corporal de la Santísima Virgen. Fueron testigos el Muy Ilustre Señor Dr. Don Antonio Pérez Córdoba, Canónigo de esta Metropolitana Patriarcal Iglesia, el Señor Don Manuel Romero y Romero, Cura Párroco de San Roque, el Sr. Don Enrique Gallart González, Mayordomo de esta Hermandad, y los Exmos. Señores individuos de la Real Maestranza de Caballería que asistieron en comisión de dicho Cuerpo a tan solemne acto. Concluida la Misa, el Exmo. y Rvmo. señor arzobispo se posesionó de su cargo, nombrando para que lo representara en todos los actos privados y públicos de la Hermandad al expresado Señor Pérez Córdoba”.

 

                        Ese mismo día se recibieron de hermanos y prestaron juramento 6 nuevos cofrades. El total de 106 ingresos que dicho año 1908 aparecen asentados en el libro de nuevos hermanos es muy alto, aunque este número debemos mejor considerarlo como referido al total de varios años: desde 1900, en que figuran 13 altas, ya no hay ninguna anotación más en el libro hasta el recibimiento del Arzobispo. Los más 106 hermanos que están inscritos tras este deben corresponder, en su mayoría, a los no anotados en su momento que aparecen ahora en una puesta al día de la nómina de la hermandad. En los años siguientes sí se regularizaría la anotación de altas, que fueron 9 en 1909, 1 en 1910, 7 en 1911, 9 en 1912, 6 –4 hombres y 2 mujeres– en 1913, 26 en 1914, 47 en 1915, 27 en 1916 y 31 en 1917. Como vemos, fue el cuatrienio 1914-17 donde se concentran los ingresos de nuevos cofrades, con mucha diferencia.

 

                        Precisamente dichos años la hermandad realizó importantes estrenos en su estación del Jueves Santo. En concreto, el año 15 se estrenaron palio y manto, ambos de terciopelo azul bordados en oro, obra del más famoso bordador de la Semana Santa sevillana, Juan Manuel Rodríguez Ojeda. De su taller de la calle Duque Cornejo, entre San Julián y San Gil, donde radicaban sus dos hermandades más queridas, salieron desde los años 80 del siglo anterior hasta 1930, en que ocurrió su muerte, multitud de obras para las cofradías. El manto «de malla» para la Esperanza de la Macarena del año 1900 y, sobre todo, el palio para la misma popular Imagen, de 1909, con bambalinas caladas de corte mixtilíneo, bordadas en oro sobre malla también de oro y flecos de madroño, supusieron la consagración de un estilo que se consagró rápidamente como el canon ortodoxo de paso de palio, el «clásico» –a pesar de aparecer en pleno siglo XX– «estilo sevillano» por antonomasia, característico de los pasos de palio alegres, un neobarroco bautizado como «juanmanuelino» que repitió una y otra vez el propio Juan Manuel, imitándose a sí mismo con ligeras variantes, y que han seguido imitando hasta hoy la mayor parte de los diseñadores de pasos e insignias a petición de las propias hermandades.

 

                        El palio de la Virgen de los Ángeles estrenado en 1915 –en una Semana Santa sin turistas extranjeros debido a la Guerra Europea desencadenada el año anterior– era de dimensiones algo más pequeñas que las del canon usual y estaba bordado en oro sobre terciopelo azul, con motivos de hojas de acanto y caracoles tanto en su techo como en sus caídas interiores y exteriores. Poseía el sello inconfundible de Juan Manuel: calado en el centro de cada paño de las bambalinas, que sobresalen o rebosan del plano del techo y rematan en conchas, escudo de la hermandad en el centro de las bambalinas delantera y trasera, y flecos y borlas de madroños de madera forrada con hilos de oro. La gloria del techo, como correspondía a la hermandad de que se trataba, era una Inmaculada Concepción bordada en sedas de colores.

 

                        El manto hacía juego con el palio y repetía, de manera quizá más fina, los mismos motivos de hojas de acanto y espirales o caracoles de aquel. De los mantos «juanmanuelinos» que siguen saliendo hoy en la Semana Santa sevillana el que más nos lo recuerda es, quizá, el de la Virgen del Subterráneo, que realizara diez años después que este para la hermandad de la Cena, si bien, como es lógico, sin que en el centro del manto estén los dos ángeles de pequeño tamaño que portan la leyenda «Regina Angelorum».

 

                        Por el valor de los bordados y su densidad sobre el terciopelo, el palio y manto que estrenó el año 15 la hermandad de Los Negritos no era de los más ricos de la Semana Santa, ni hubiera podido serlo dadas las condiciones de la cofradía, pero no desentonaba en absoluto respecto a la media, e incluso para algunos poseía algo de eso tan difícil de explicar que esta ciudad es definido como «gracia». El palio costó 15.000 pesetas y el manto 13.000. El Noticiero Sevillano, en su número de primero de abril, Miércoles Santo, de aquel año comentaba al respecto: «En la capilla de los ‘Negritos’ se trabajó anoche con gran actividad, dando los últimos toques a los pasos… Quedó colocado el magnífico palio que estrenará mañana en su estación de penitencia, siendo de un efecto verdaderamente sorprendente y que ha de llamar la atención por su novedad y gusto artístico. Se ha plateado el varal del palio y toda la candelería, resultando el conjunto de las andas de Nuestra Señora de los Ángeles un dechado de riqueza. Dicha Imagen ostentará en el pecho un puñal de brillantes de gran valor”.

 

                        Este conjunto de palio y manto caracterizó el paso de la Virgen de los Ángeles durante cuarenta y cinco años, permaneciendo hasta el año 1960, que fue el de su última salida. Ya en el año 47 se había ampliado algo las dimensiones del palio, al pasar los bordados a nuevo terciopelo, para adaptarlo a una nueva parihuela, y en los años sesenta fueron vendidos de forma separada: el manto, a la cofradía ecijana de la Misericordia, y el palio a la gaditana de la Virgen de la Palma, que lo procesiona desde el popular barrio una vez realizadas en él ciertas pequeñas modificaciones.

 

                        También fue novedad, dos años después, la incorporación al paso del Cristo de una Magdalena arrodillada, obra del discreto escultor Esteban Domínguez.

 

                        En 1918 se inauguró en la plaza del Triunfo el monumento a la Inmaculada, promovido un año antes al celebrarse el tercer centenario del voto y juramento que hicieron los cabildos eclesiástico y municipal de la ciudad de defender la piadosa creencia de la Concepción sin pecado de María. La idea fue alentada por el cardenal y costeada por suscripción pública, siendo materializada por el famoso escultor marchenero Coullaut Valera, que ya tenía en su haber, entre otras obras, el famoso conjunto en homenaje a Bécquer del Parque de María Luisa. Hermandad tan concepcionista como la antigua de los morenos no podía menos que colaborar a dicha empresa, y, en efecto así lo hizo. Aún más, cuando en el monumento, entre los nombres de personajes prominentes de la Teología, la Poesía, la Pintura y la Escultura que están inscritos en su base, como reconocimiento a haberse distinguido por sus fervores concepcionistas, están los de los negros Moreno y Molina, aquellos que a mediados del siglo XVII se vendieron públicamente para costear funciones de desagravio a la Inmaculada Señora de los Ángeles, titular de su cofradía.

 

                        A finales de 1920, el afable cardenal Almaraz fue designado Primado de España, por lo que debía trasladarse a Toledo, y el obispo de Orense, el navarro Monseñor Eustaquio Ilundain fue nombrado su sucesor en la vacante que aquel dejaba en Sevilla. Los traslados no se materializaron hasta casi un año después, e Ilundain tomó posesión de la sede sevillana el 15 de septiembre de 1921, siendo el recibimiento que le dispensó el clero «frío y distante, atemorizado por la fama de hombre rígido, brioso y de genio que precedía al nuevo prelado». Este había nacido en Pamplona, 59 años antes, en una familia carlista de buena posición social, y había saltado a la primera página de los diarios de todo el país por los sucesos de Usera, en que la guardia civil había intervenido violentamente, a petición suya como obispo orensano, contra los vecinos que se resistían a cumplir su orden de suprimir el gran baldaquino barroco que en su opinión «afeaba» la iglesia del monasterio de Osera.

 

                        Hasta año y medio después de su entrada en Sevilla, el 10 de mayo del 23, no visitó al nuevo Arzobispo la tradicional comisión de la hermandad. Ese día, los hermanos Enrique Gallart y Joaquín Valdés Auñón fueron recibidos por Su Eminencia, a quien informaron «lo que disponen nuestras Reglas sobre que el Prelado que por tiempo fuere de esta Archidiócesis era el Hermano Mayor y Patrono perpetuo de esta Hermandad», por lo que «se permitían suplicarle se dignase aceptar tal cargo…, a lo que accedió benignamente», nombrando días más tarde como su Delegado al canónigo Don Antonio Guerra y Pérez, que tomó posesión en cabildo del día 24.

 

                        No transcurrirían más de seis años para que se produjera un conflicto frontal entre el Arzobispo, cardenal desde 1925, y la cofradía, tan directo y con tales consecuencias como no lo había habido desde los tiempos de principios del siglo XVII, cuando se intentara disolver la hermandad. Pero antes ocurrieron otros hechos que merecen también nos detengamos en ellos.