Capítulo V. De 1897 a 1904: la reanudación de la estación de penitencia en el Domingo de Ramos y la reedificación de la Capilla.

 

                        El día antes de firmarse el escrito dirigido al Arzobispo con el proyecto de Bases en que sustentar la transformación de la hermandad, el nuevo prelado, Don Marcelo Spínola y Maestre, había aceptado recibirse de Hermano Mayor, al igual que lo habían hecho sus antecesores. Era el 15 de abril de 1896, sólo dos meses después de su toma de posesión de la diócesis. Don Marcelo –beatificado por Juan Pablo II en 1987– tenía entonces 61 años y procedía del obispado de Málaga. También había ocupado antes el de Coria, en Cáceres, pero su carrera eclesiástica la había comenzado como cura de la sevillana parroquia de San Lorenzo, habiendo sido luego canónigo y obispo auxiliar con el cardenal Luch, época en la que había sido tildado de propensión al carlismo, debido sobre todo a su entorno familiar. Seguidor convencido de las ideas de León XIII, su actuación en los diez años de Arzobispo estuvo principalmente encaminada a la creación de un movimiento político católico, la Liga, y de una prensa difusora de los planteamientos de la Iglesia, el diario El Correo de Andalucía, cuyo primer número apareció el primero de febrero del 99. Su fama histórica y su consideración de santo se debieron principalmente a su actuación en los meses del gran hambre de 1904, cuando pidió limosna por las calles en favor de los pobres. Dos años después, al mes de recibir el capelo cardenalicio, moriría, en enero de 1906.

 

                        El mismo mes de su «consentimiento para que se nos inscriba en los libros de la corporación como Hermano Mayor y Patrono de ella», el 26 de abril, se leyó en la capilla, «ante la presencia de Don Aniceto Fuentes, cura de la Iglesia Parroquial de San Roque, el moreno Don Istasio Rigard y el sacristán Don Manuel González», un decreto de Spínola mediante el que daba delegación al «Muy Ilustre Señor Don José María Vidal y Cruz, Canónigo de nuestra Santa Metropolitana y Patriarcal Iglesia, para que en nuestro nombre y representación de Hermano Mayor y Patrono de la antigua Hermandad del Santísimo Cristo de la Fundación y Nuestra Señora de los Ángeles, vulgo de los Negritos, sita en su capilla propia de la calle Recaredo del Barrio de San Roque, tome posesión de nuestro dicho oficio en ella…, como ha venido practicándolo durante los pontificados de nuestros venerables predecesores los Emos. y Rvmos. Señores Cardenales Don Fray Ceferino González y Don Benito Sanz y Forés, Q.S.G.H.”.

 

                        Al día siguiente, 27 de abril, Don Marcelo aprueba las «Bases» que le habían sido presentadas días antes y en los meses que van de mayo a septiembre se inscriben en la hermandad 51 hermanos, todos ellos blancos, estableciéndose la cuota de entrada en 2 pesetas y 50 céntimos. La revitalización de la cofradía comenzaba a ser ya un hecho, por lo que se hicieron rápidamente elecciones, el 16 de mayo, formándose una junta cuyo eje central era el mayordomo Enrique Gallart, que ocuparía el cargo durante 28 años. Pocos meses después, como medio de acelerar la entrada de nuevos cofrades, se acordó «autorizar al Sr. Presidente para que, en unión de otro hermano de Mesa, recibiese por hermanos a los que lo solicitasen sin necesidad de citar a cabildo», aunque ello no iba muy de acuerdo con lo establecido en las Reglas ni en sus Bases complementarias. Y, efectivamente, además de los citados 51 ingresos del año 96, se recibieron otros 49 hasta el final del siglo: 27 en 1897, 3 en 1898, y 19 en 1899, incluido este último año un moreno, Enrique Martínez.

 

                        El objetivo principal, desde el primer momento, fue la salida de la cofradía, que se pretendía realizar, y así se hizo, ya en la Semana Santa siguiente de 1897. Las dificultades eran grandes, ya que no existían pasos: el de Calvario, con el que se efectuaron las dos estaciones últimas de 1867 y 69, había sido vendido años antes, como ya vimos, a la reorganizada hermandad del Santo Sudario, de San Antonio de Padua, y los del Cristo y de palio, que eran los tradicionales de la hermandad, salvo en la etapa inmediatamente anterior, habían desaparecido tras la salida del año 49. Las insignias principales, por el contrario, sí se mantenían, como reflejaba el último Inventario, siendo una dificultad añadida la presencia en el almacén de la Capilla del paso de la hermandad del Santo Cristo de San Agustín, allí depositado por orden de la autoridad eclesiástica tras haber sido prácticamente abandonado en las naves de la parroquia luego de la estación del año 88. Tanto dicha hermandad, que trataba de resurgir, como la de los negros, por constituir un estorbo para ella, se dirigieron al Arzobispado solicitando se volviese a entregar el paso a la corporación del histórico Santo Cristo, lo que fue conseguido en octubre de 1896.

 

                        Para el Santísimo Cristo de la Fundación se consiguió la cesión por una vez del paso de Cristo de la cofradía de San Bernardo, que no salía este año, el cual fue luego sustituido por el gótico sobre el que la cofradía de la Hiniesta, en estos años suspendida, había sacado el paso alegórico del Triunfo de la Cruz. Para la Virgen de los Ángeles se compró el conjunto del paso de palio de la hermandad de la Lanzada. Se conserva el contrato de compra-venta, firmado el 18 de octubre del 96 por el citado Gallart y por los miembros de la Junta Manuel Martínez Silva y Vicente Flujar y Monsalves. En él se establece un precio total de 450 pesetas por «un juego de doce varas de metal blanco para palio de Virgen Dolorosa, andas, peana, armazón de madera del palio, forros y caídas de este, de pana negra con flecos y borlas de oro entrefino y 77 estrellas de metal dorado del centro del palio» . Las condiciones del contrato eran el pago de 150 pesetas al entregarse todo lo anterior, en diciembre, y las 300 restantes aplazadas, con la condición de devolver los doce varales luego de la estación de penitencia hasta tanto no se hiciera efectivo la totalidad concertada, lo que se haría en marzo del 98.

 

                        Aunque tanto en las Reglas como en las Bases se establecía con claridad el Jueves Santo como día de salida, durante ocho años, concretamente hasta 1905, esta se realizó en la tarde del Domingo de Ramos, al igual que había ocurrido en las dos salidas de la década de los sesenta, seguramente por imperativo de la autoridad eclesiástica. El jueves 25 de marzo de aquel año 97, la prensa sevillana anunciaba la reanudación de su salida por parte de esta humilde cofradía, junto a la información del estreno de las importantes reformas en su capilla de la parroquia de San Lorenzo por parte de la poderosa hermandad del Señor del Gran Poder, con nuevas escaleras de mármol blanco en el camarín, para poder subir a besar el pie del Cristo, tres altares renacentistas obra de Gonzalo Bilbao, rico artesonado y zócalo de azulejos. El diario El Porvenir titulaba así: «La Cofradía de los ‘Negritos’. Una procesión nueva, vieja», comentando, no sin algunas inexactitudes, varios de los hechos más destacados de sus quinientos años de historia y señalando que «estrena el paso de Cristo» –lo que no era correcto–, y que «el paso de la Virgen lucirá un magnífico palio de terciopelo con blondas de oro y la Imagen lucirá una saya de terciopelo celeste bordada en oro”. La candelería del paso se dice será totalmente nueva, y los nazarenos «irán vestidos con túnicas negras y en el lado derecho del pecho llevarán el escudo de la corporación, de color celeste”.

 

                        Una semana más tarde, el mismo diario, en su información sobre los estrenos y reformas de todas las cofradías, da otras noticias más concretas y exactas. Dice que «la cofradía de la Fundación, conocida por la de ‘Los Negritos’, que este año sale también, estrena el paso de la Virgen, que es el antiguo que sacaba la Lanzada, y el del Señor es el de San Bernardo. Lo único de importancia que la cofradía lleva este año es el vestido de la Virgen de los Ángeles, que es una verdadera obra de arte. El palio es de terciopelo liso, así como el manto. También lucirá algunas insignias, aunque no están bordadas”. Otras novedades de aquella Semana Santa eran la reanudación de la salida de la hermandad de la Cena, cuyo paso de misterio no lo hacía desde cuarenta años atrás y ahora se presentaba pintado de blanco, con dorados; el estreno del nuevo paso del Prendimiento, al que acompañarían 80 soldados romanos, y la reincorporación de la centuria tras el paso de la Sentencia, «después de muchos años que los había suprimido”.

 

                        El 11 de abril, Domingo de Ramos, realizaron su estación cuatro cofradías, por este orden: Sagrada Cena, de la parroquia de Omniun Sanctorum, con los pasos del misterio y la Virgen del Subterráneo; Los Negritos, de su Capilla; Las Aguas, del convento trianero de San Jacinto, con su único paso de Calvario; y San Juan de la Palma. La primera llegó a la Plaza de San Francisco a las seis de la tarde, y todas se recogieron después de las horas oficialmente establecidas (téngase en cuenta que los horarios referían a la hora solar, no como hoy, por lo que hemos de sumar 1 ó 2 horas a las señaladas para darnos una mejor idea de la realidad). La de Los Negritos,»a las once y quince minutos penetró en su templo. Sus pasos iban adornados con mucho gusto. En el barrio hubo mucha animación con motivo de la cofradía, que al cabo de 24 años que no hacía estación –en realidad eran sólo 18– la efectuaba este» .

 

                        Además de estas cuatro, salieron las siguientes cofradías en aquella Semana Santa: la estrella, los Panaderos, El Calvario –de San Ildefonso–, San Pedro, las Siete Palabras y La lanzada –del Santo Angel–, en la tarde del Miércoles Santo; Montesión, Cigarreras –de los Terceros, «presidida por el general Chinchilla en nombre del rey, figurando en el acompañamiento toda la oficialidad de esta guarnición» –, Quinta Angustia –con el paso de este misterio más el del Dulce Nombre de Jesús–, el Valle y Pasión, el Jueves; Jesús Nazareno, Gran Poder, Macarena y Esperanza de Triana, en la Madrugada; y Cachorro, La O, San Isidoro, Montserrat, Sagrada Mortaja, Expiración del Museo y Soledad de San Lorenzo, en la tarde del Viernes.

 

                        El itinerario de la antigua hermandad de los negros fue básicamente similar al actual, aunque con algunas pequeñas variantes, principalmente debidas al urbanismo de la época: Recaredo a Puerta Osario, Jáuregui, plaza de Ponce de León, Santa Catalina –rodeando la iglesia, ya que no existía la actual calle Juan de Mesa–, Almirante Apodaca, plaza de San Pedro, Alcázares –desde 1932 Sor Ángela de la Cruz–, Coliseo –hoy Alcázares–, plaza de la Encarnación, Universidad –aún no se había realizado el ensanche de lo que serían calles Laraña y Martín Villa, hasta la Campana–, Cuna, Villasís, Orfila, Amor de Dios, Santa María de Gracia, campana, Sierpes, plaza de San Francisco, Génova –luego Avenida, tras el ensanche de los años 1920–, Alemanes, Placentines, Francos, Villegas, plaza del Salvador –por no existir todavía el ensanche de las actuales calles Villegas y Cuesta del Rosario–, Alcuceros –actual calle Córdoba–, Plaza del Pan, Alcaicería, Alfalfa, San Juan, Boteros, San Ildefonso, Mulatos –actualmente Rodríguez Marín–, Águilas, San Esteban y Recaredo.

Este año, como los diez que se extienden entre el 89 y el 98, ninguna cofradía entró en la Catedral, por estar esta en obras debido a un desprendimiento en sus bóvedas, por lo que los miembros del cabildo pusieron un altar en la calle Alemanes ante el que recibieron a las hermandades. La hora fijada para la salida de la hermandad fue las 4 de la tarde, figurando en la presidencia un concejal, en representación del Ayuntamiento, como era norma ocurriera entonces en todas las cofradías, siendo en este caso Don Emilio Jimeno de Ramón.

 

                        Por cierto que el diario La Andalucía dio cuenta de «una nota desagradable» que hubo en la citada calle Alemanes aquel Domingo de Ramos, que tuvo «una temperatura hermosísima”. Sucedió que, «cuando mayor era la animación, pues se esperaban las procesiones, una porción de vacas de leche se espantaron y hubo la alarma consiguiente. Gracias a que algunos las sujetaron la cosa no pasó de ahí, pero es verdaderamente censurable esa maldita costumbre de llevar sueltas 10 ó 12 vacas por las calles del centro de la ciudad”. También informaba que «el exprés de ayer llegó a Sevilla, como en días anteriores, repleto de viajeros que vienen a presenciar nuestras fastuosas solemnidades de Semana Santa y nuestra incomparable feria. Entre otros, recordamos la señora Duquesa de Alba…» (y sigue una larga lista de nombres de personas de la nobleza y la política).

 

                        Aquel año. el capataz de la cuadrilla de los costaleros que llevaron los pasos fue Francisco Pérez, al que se le abonaron 200 pesetas «por los servicios de la salida», según consta en recibo que firmó en su nombre, por no saber escribir, un tal Saturnino Ruiz. La banda de música fue la de la villa de Camas, que dirigía Enrique Rodríguez, que costó 80 pesetas, pagándose también por Derechos Parroquiales 115 reales (28,75 pesetas) y por consumo y alquiler de cera para nazarenos y pasos, a la Cerería de Antonio López, en la plaza del Salvador, 1.059 reales con 20 céntimos (264,95 pesetas). La subvención municipal fue aquel año de 420 pesetas, que se cobraron al siguiente.

 

                        Al año siguiente, 1898, la hermandad ocupa el cuarto lugar en el día, siendo los gastos más elevados al añadirse una segunda banda de música, la del Patrocinio, que dirigía Antonio Bergali, a la que se pagaron 90 pesetas, y confección de un nuevo palio, de terciopelo, con doce borlas, que costó una suma total de 247 pesetas. También se pagaron, en gastos menores, 8,25 de «unas alhajas falsas para la Virgen”; 10,50 «de gratificación a los costaleros”; 4,50 de «refresco al concejal y guardias» y 7 «a los monacillos”; y se le dieron 5 pesetas «al escultor por poner las lágrimas a la Virgen”. Por contra, se obtuvieron 25 pesetas –una cantidad insignificante para el valor histórico y simbólico que poseía– «producto de la venta del Simpecado», uno de los dos que conservaba la hermandad, con seguridad el azul que había regalado Salvador de la Cruz, aunque ello no lo supieran quienes tenían responsabilidades de gobierno en ella; otras 45 pesetas por la venta de la caídas del palio adquirido el año anterior; más 114 de la suscripción para un paso nuevo de Cristo, y 40,75 para la del nuevo palio.

 

                        En 1899, el mayordomo Gallart recurre al Provisor del Arzobispado, planteando la disconformidad con tener que realizar la estación por delante de la mucho más moderna cofradía del Cristo de las Aguas y Virgen del Mayor Dolor, del convento de San Jacinto, que era del siglo XVIII y había realizado su última estación dicho siglo en 1778, no refundándose y volviendo a salir hasta más de cien años después, en 1881, en Domingo de Ramos. En el oficio al respecto, señala Gallart que «tiene noticias fidedignas» de que dicha hermandad «tiene acordado y quiere hacer estación a la Santa Iglesia Catedral el Domingo de Ramos, después que la hermandad que represento», a lo que se opone, indicando con rigor que «la creación o fundación de nuestra hermandad es de fecha anterior a la que nos ocupa, según demuestran nuestras Reglas», y que, además, también es más antigua que aquella en el Domingo de Ramos, al haber realizado la salida dicho día los años 67 y 69 «sin que tengamos noticia de que la referida hermandad haya hecho estación con anterioridad a nosotros el Domingo de Ramos» .                

                         

                        La hermandad ocuparía el tercer puesto entre las cuatro que salieron, desfilando tras ella sólo la de San Juan de la Palma en aquella Semana Santa conflictiva que fue la del año 99. El incidente mayor fue la áspera disputa entre las cofradías de la Esperanza de Triana y los Gitanos, por una parte, y la del Calvario, por la otra. Esta había acordado unilateralmente trasladar su estación desde el Miércoles Santo a la Madrugada del Viernes –en la que había ya salido el año 91 y algún otro, como última del día y con autorización de «sólo por este año»– y pretendía ahora no sólo fijar definitivamente su salida en la Madrugada sino anteceder a las otras dos, haciendo caso omiso de los derechos de antigüedad de estas. El Calvario, aunque era una cofradía muy moderna, ya que su primera salida fue en 1886, estaba no obstante muy respaldada por las autoridades, sobre eclesiásticas, por su corte «serio» y otras circunstancias. Aquel año, a la Esperanza de Triana se le señaló, por parte de las autoridades eclesiásticas y civiles, las 9 de la mañana del Viernes como hora de salida, en lugar de las 2 y media de la madrugada, como castigo por la «falta del cumplimiento del horario y el poco orden penitencial» el año anterior. Como la hermandad protestara por lo que consideraba un desmesurado atropello, se le concedió continuar con su horario tradicional, pero a condición de hacer estación «no sólo con el recogimiento y orden propios del acto que realizan, sino después de la Hermandad del Cristo del Calvario y Nuestra Señora de la Presentación que saldrá de la parroquia de San Ildefonso, apercibiéndole de que, en caso de no acatar lo dispuesto se multará a la cofradía con la totalidad de la subvención que se le tiene concedida por el Exmo. Ayuntamiento, poniendo además en conocimiento de quien corresponda la contravenencia de esta medida de disciplina». A pesar de que volvió a protestar formalmente de esto la hermandad trianera, e igualmente hizo la de los Gitanos, perjudicada también de rebote sin que respecto a ella se hubiera planteado explícitamente ningún problema –protesta que siguen haciendo, ya poco más que ritualmente, en la actualidad en el Cabildo de Toma de Horas– la realidad es que se consolidó la alcaldada, que era a la vez baculazo, y la cofradía del Calvario permaneció, y así lo está aún hoy, en un puesto que no le corresponde. La «compra» que al parecer realizara, poco después de aquel conflicto, a la propia hermandad de la Esperanza, «por 15 duros», de su lugar en la Madrugada no rectifica la lesión de derechos.

 

                         El problema del lugar en la nómina, del horario e itinerario de cada una de las cofradías estaba presente, como sabemos, en la Semana Santa sevillana desde el mismo siglo XVI; pero ahora, por una parte, el problema se agudiza, al acrecentarse anualmente el número de hermandades que reanudan su salida procesional o se crean nuevas, mientras que, por otra, existe ya la posibilidad de penalizar no sólo canónicamente y mediante multas personales –como ocurría en siglos anteriores– a las cofradías infractoras sino también con la retirada directa de la totalidad o parte de la subvención económica que concedía el Ayuntamiento de la ciudad y que tan básica era para la gran mayoría de las hermandades.

 

                        Esta posibilidad es la que amplía los poderes de la corporación municipal a estos efectos. Ya en el año 76, mediante una circular a los hermanos mayores de todas las cofradías, el alcalde conminaba a estos al cumplimiento estricto de los horarios establecidos, tanto «para no estorbar las demás solemnidades de la Catedral» como para no perjudicar a las demás cofradías a las que se impide el paso, por cuanto «la experiencia tiene demostrado que el estímulo que reina entre las distintas Hermandades, como el deseo de aprovechar las horas de mayor lucimiento en el curso de su carrera, decide a estas a adoptar una tan pausada marcha y detenciones tan exageradas que redundan en perjuicio de otras cofradías…». Como las repetidas advertencias no parece dieran frutos muy plenos, en 1894 se hace ya mención de que el favorecimiento por parte del Ayuntamiento de las salidas procesionales merecería una mayor atención y colaboración de las cofradías en cuanto a «conseguir hacer con la mayor exactitud, a las horas señaladas oficialmente, la salida de la iglesia y presentación ante las Casas Consistoriales”. Ello evitaría que la Alcaldía se viera obligada a “la adopción de otras determinaciones en nombre del pueblo que administra». Y al año siguiente ya se señala directamente que «la contravención de esta prudente medida de disciplina será multada, en la proporción de la importancia de la falta, con cargo a la subvención que este Ayuntamiento les tenga respectivamente asignada».

 

                        En 1899, sobre la base de estas advertencias, se produjo la ya citada sanción a la hermandad de la Esperanza trianera, que tan grave problema habría de producir en el 99, como hemos comprobado. Y al siguiente año, 1900, una de las cofradías penalizadas fue precisamente la de la Virgen de los Ángeles, junto a las de San Juan de la Palma y el Prendimiento. Aquel Domingo de Ramos hicieron estación la Estrella, Las Aguas –ambas desde San Jacinto– los Negritos, San Juan de la Palma y la Entrada en Jerusalem, esta última con sus tres pasos desde la capilla de San Gregorio, reanudando su salida que no realizaba desde hacía 35 años. A las tres arriba citadas, inmediatamente después de la Semana Santa, dirigió conjuntamente el Ayuntamiento un oficio en los siguientes términos: «contravenida por la Hermandad de que es Hermano Mayor la medida adoptada por esta Alcaldía de que su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral, en la tarde del próximo pasado Domingo de Ramos (las dos primeras) y en la del Miércoles Santo la tercera, la realizasen a hora conveniente para que su tránsito por la Plaza de la Constitución fuese a la que se le señala, a fin de que por el orden respectivo continuasen su carrera seguidamente a la que había de iniciar el paso a las demás, con esta fecha he dispuesto imponer a esa Cofradía multa de cien pesetas, a las dos primeras que será hecha efectiva con cargo a la subvención que el Exmo. Ayuntamiento le tiene concedida, y de la totalidad de la subvención, a la tercera. Lo que participo a V. para su conocimiento y efectos». Dos años más tarde se produciría el famoso y ruidoso conflicto entre las dos cofradías más famosas de la ciudad: la Macarena y el Gran Poder, que sólo la intervención del Arzobispo Spínola fue capaz de solventar.

 

                        En 1902 sale por vez primera la recién creada, en la parroquia de San Roque, cofradía de Jesús de las Penas y Virgen de la Esperanza, que se incorpora al primer lugar delante de las restantes del día, que fueron aquel año, por este orden tras aquella: Las Aguas, la Cena, Los Negritos, San Juan de la Palma y la Entrada en Jerusalem. La de San Roque salió a las 2 de la tarde y la antigua de los morenos a las 3, y ambas realizaron un itinerario prácticamente coincidente –el arriba indicado que venía realizando esta última desde el año 97– con muy ligeras variantes, a pesar de los chubascos que llevaron a las dos últimas del día a suspender su estación y realizarla en la tarde del martes. La prensa destacó que «el paso de la Virgen de los Ángeles estrenaba este año un precioso palio de terciopelo azul bordado en oro”. Por cierto que el Cristo de San Agustín volvió a salir el Miércoles Santo, como lo había venido haciendo desde 1898, ahora en procesión organizada por la Asociación de su nombre, constituida y aprobada en el 97, «con independencia y separación de la Cofradía anteriormente establecida, y de la cual es enteramente distinta”; en referencia a la fundada en 1776 y definitivamente disuelta por el Arzobispado de acuerdo con el párroco. Salió “a primera hora de la noche», de la parroquia de San Roque pero no a la Catedral sino hasta la Cruz del Campo, como lo había hecho en los años inmediatamente anteriores. Participaron en la procesión «gran número de fieles llevando velas y cirios encendidos, regresando poco después de las 8 y entrando en la parroquia de San Roque a las 9 y media. Los barrios de San Roque y la Calzada –destacaba El Porvenir viéronse muy animados por el inmenso gentío que acudió a presenciar el paso de tan milagrosa Imagen». Aquel año, la hermandad de Pasión retrasó su salida, haciéndola a las 9 y media de la noche, porque en los dos anteriores no había podido entrar en la Catedral, por el retraso de las que la antecedían y el comienzo del canto del Miserere, decidiendo hacer estación una vez hubiera concluido este. Y tuvo lugar el famoso altercado entre las cofradías de la Macarena y el Gran Poder, por derechos de precedencia.

 

                        En 1903 no sale la hermandad de la Cena y continúa la Estrella el Miércoles Santo, por lo que las cinco cofradías son: San Roque, «con palio bordado sobre terciopelo negro», Las Aguas, Los Negritos, San Juan de la Palma y La Entrada en Jerusalem. Este año la hermandad diversifica sus túnicas, siendo diferentes las de cada uno de los pasos: mientras aumentan en número «las túnicas negras que acompañan el paso del Crucificado», las del paso de la Virgen de los Ángeles abandonan este color y pasan a ostentar los colores concepcionistas. La hermandad “estrena las túnicas de los nazarenos que acompañan el paso de la Virgen, que son blancas, de cola, y el antifaz celeste» –muy semejantes a las actuales del paso Cristo de Montserrat aunque con cíngulo–. También citan los diarios que «la mayoría de las insignias son nuevas».

 

                        Este año, las cofradías de San Roque y los Negros distancian sus itinerarios, para no ir prácticamente una detrás de la otra todo el trayecto. Ambas tienen señalada la misma hora de salida, las 3 de la tarde, aunque lo hacen en direcciones opuestas: la primera hacia la Puerta Osario, como el año anterior, para por la Encarnación buscar la Campana, manteniendo el regreso por Francos, Plaza del Pan y Alfalfa a San Esteban y Recaredo, la de los Negros cambia completamente de recorrido, saliendo en dirección a la Puerta de Carmona hacia la Alfalfa y el Salvador, para por Cuna y Cerrajería entrar en Sierpes y realizar la Carrera Oficial. La vuelta la hace por Placentines, Alemanes, Hernando Colón, Plaza de la Constitución –por la parte de la plaza junto a la Audiencia–, Cortina, Mercaderes, plaza del Salvador, Alcuceros, Lineros, Puente y Pellón, Encarnación, Imagen, Plaza de San Pedro, Almirante Apodaca, Santa Catalina, plaza de Ponce de León, plaza de Jáuregui, Osario, Puñonrostro y Recaredo. Aquella Semana Santa, destacó la gran presencia de forasteros: «el tren botijo de Madrid trajo más de 20 vagones y más de 800 viajeros», y no debieron ser pocos los escándalos en la Madrugada ya que, como recoge la prensa, «al amanecer del Viernes Santo, las muchas libaciones a que se han entregado los adoradores de Baco comenzaban a hacer sus efectos y algunos sujetos lo demostraban bien a las claras con su entusiasmo por cantar saetas y otros desahogos”. Quizá no fuera ajeno a ello, el que los pasos de la cofradía de la Macarena estuvieran detenidos por más de dos horas junto al Mercado de la plaza de la Encarnación.

 

                        1904 fue el octavo y último año en que la hermandad efectuó ininterrumpidamente su estación en Domingo de Ramos. La antecedieron las de San Roque, La Estrella –que a última hora decidió volver a hacer estación este día, cambiándola desde el Miércoles Santo– y Las Aguas, y la siguieron, como en años anteriores, San Juan de la Palma y La Entrada. La primera del día tenía que estar en la plaza de la Constitución a las 5 de la tarde. No hubo variaciones de consideración respecto al año anterior.

 

                        No fue sólo, sin embargo, la realización y mejoras en la salida procesional de Semana Santa lo que ocupó aquellos años a la cofradía. Se realizaron algunas reparaciones y reformas en la Capilla y altares, componiéndose también el camarín, dorándose el sagrario, por el dorador Leopoldo Pardo, y siendo plateados varios candeleros. Y continuó celebrándose solemnemente el Jubileo de los tres primeros días de Agosto, la Función del día 2 en la fiesta de la Virgen de los Ángeles y la Velada en la plaza frente a la Capilla. Como en décadas y siglos anteriores, en 1897 la partida más alta de gastos en la Fiesta de Agosto fue la de Derechos parroquiales, que ascendieron a 328 reales, o sea 82 pesetas, por una Misa Cantada con Manifiesto y Sermón, tres días de Manifiesto, Procesión el último día, repiques y gratificación al organista; seguida de la cera, con 75 pesetas; la capilla musical para el Triduo y la Función Principal, bajo la dirección de Manuel Pardo, 65; banda de música del Patrocinio, que dirigía Antonio Bergali, para la procesión con Su Divina Majestad el día 3, que fue 30 pesetas; convocatorias y oficios para el Jubileo, 25 con 50; gratificación al predicador, 25; gratificación al capiller, 16; otra gratificación a «un hombre durante siete días, para poner y quitar el toldo y hacer mandados, 14» ; y «a los peones de la Catedral, 13» ; así como algunos otros gastos menores.

 

                        Los ingresos los constituyeron las limosnas del Arzobispo y Real Maestranza, que fueron de 100 pesetas cada una; el producto de una rifa, 99; la colecta realizada mediante la distribución de cuatrocientos oficios petitorios personalizados, de la que se obtuvieron 200; los recibos de los hermanos, que ascendían a un total de 30 a 35 pesetas al mes; los de las limosnas, en realidad rentas, de las habitaciones, por las que se cobraba un total de alrededor de 18 pesetas mensuales, y otros donativos y limosnas de menor entidad. El ejercicio del 1 de mayo de 1897 al 30 de abril de 1898 tuvo un saldo a favor del mayordomo de 409 pesetas con 65 céntimos, al haber ascendido el haber a 1.770,01 y el debe a 2.379,66.

 

                        El nuevo Inventario realizado en 1899, con las firmas del mayordomo, el Secretario, Antonio Zambrano, y el Vicepresidente (o Teniente de Hermano Mayor), el cura de San Roque Don Aniceto de la Fuente, tiene pocas novedades respecto al de nueve años antes, aunque se aprecia una cierta mejora, reflejo de la revitalización de la cofradía. Las pequeñas esculturas de San José y San Miguel Arcángel, de media vara, están ahora a ambos lados del arco toral, sobre pedestales de madera tallada y cada una de ellas con dos mecheros, y no sobre la mesa del altar. A la colección de retratos de los Arzobispos Hermanos Mayores se ha agregado el de Spínola, y debajo de dichos retratos está el Vía Crucis. Del cancel, que es el mismo anterior, se especifica que tiene cristales de colores y dos postigos. La imagen pequeña de San Benito, de dos tercias de alto, está cotidianamente en la Sala de Cabildos y es el que se coloca en la mesa petitoria de la Capilla en los días en que esta se pone. Y en la Tribuna continúan el Manifestador dorado, con los dos ángeles, en su caja de madera, así como «una cruz alta del Rosario de Señoras» y otra «Cruz de lujo con cuatro ángeles, en un estante» –ambas cruces doradas, que se conservan hoy–.

 

                        En la Sala de pasos está ya el de Virgen «compuesto de parihuela, doce varas de metal plateadas, caídas de terciopelo con borla y canelón de oro entrefino para el palio, techo del mismo (este de propiedad particular) y peana de madera», así como diversas insignias y enseres para la estación de Semana Santa: «un estandarte de terciopelo azul», «cuatro caídas de terciopelo del mismo color para las bocinas», «una Cruz para la cofradía, enchapada de caoba», «una bandera de seda blanca y celeste», «un Senatus de terciopelo azul bordado en oro», «tres varas de presidencia de metal dorado» y «dos varas de mando de metal plateado» . Y a las «ropas y efectos de la Santísima Virgen» existentes anteriormente se le ha agregado, como novedad más importante, «una saya de terciopelo granate bordada en oro fino», que es la que viste Nuestra Señora de los Ángeles en su paso. La Imagen cuenta con dos mantos de camarín, uno «de terciopelo azul bordado en oro, bastante usado» y otro «de terciopelo verde bordado de plata», así como con otras sayas, cíngulos, tocas, 8 pañuelos de mano y algunos otros enseres.

 

                        Pero nuevamente la ruina de la Capilla amenazaba con frustrar el despegue de la antigua hermandad de los morenos, ahora en manos de los blancos del barrio. Las repetidas arriadas, la mala calidad de no pocos de los elementos con los que la Capilla y la casa estaban construidas, y el retraso muy frecuente de las reparaciones más necesarias para su conservación, debido a la escasez de fondos, habían hecho que raramente transcurrieran muchos años en la historia de la hermandad sin que su estado no fuese uno de los máximos motivos de preocupación para la hermandad. Esto había sucedido durante prácticamente toda su historia y volvería a suceder en el siglo XX.

 

                        Ya vimos cómo a finales de la década de los setenta y en los años ochenta del XIX una de las acusaciones al mayordomo negro Camilo Lastre había sido el no haber impedido el estado casi ruinoso de la sede de la cofradía, incluida la fachada de la iglesia. Y cómo, también, el canónigo-Presidente Vidal había endeudado de forma importante a la corporación por los gastos llevados a cabo en las obras de consolidación y mejora del edificio. Pero dichas obras apenas si habían parcheado los problemas más evidentes, sin solucionar los más graves, que eran de estructura, por lo que en pocos años la situación volvió a ser de extrema preocupación, al sobrevenir el hundimiento parcial del techo de la Capilla en 1901. Fueron ahora las renovadas buenas relaciones que la hermandad había conseguido establecer con el Real Cuerpo de Señores Maestrantes las que solucionaron el problema.

 

                        Ya en la segunda mitad del Ochocientos, la Real Maestranza, además de continuar siendo una asociación de élite que englobaba a varones de la alta sociedad sevillana, y de seguir estando dedicada a actividades ecuestres –las primeras carreras de caballos que hubo en Tablada, en 1860, fueron organizadas por ella, y se fomentó económicamente la cría caballar–, taurinas y sociales –patrocinio de grandes fiestas y bailes en diversas ocasiones–, había también acentuado su promoción de obras benéficas y caritativas de diverso tipo en la ciudad, sobre todo cuando ocurrían graves catástrofes de epidemias e inundaciones, como todavía era frecuente en aquellos tiempos. La Restauración borbónica supuso, como es fácil comprender, una nueva época dorada para la institución, la cual, con ocasión de las visitas reales a la ciudad se embarcó en la realización de algunas obras emblemáticas de carácter asistencial, de cierta envergadura, que eran especialmente bien vistas por la Reina-Regente Doña María Cristina. Así, en 1892, al producirse la visita del rey-niño Alfonso para asistir a los festejos del IV Centenario del Descubrimiento de América, la Maestranza quiso subrayar el hecho promoviendo a sus expensas la construcción de las Escuelas de la Macarena, que quedaron dos años más tarde inauguradas y entregadas al Ayuntamiento.

 

                        La jura del rey, desde entonces Alfonso XIII, en mayo de 1902, no podía ser menos sino ocasión de brillantes fiestas complementadas con pródigos donativos y algunas iniciativas benéficas. Ocupaba entonces la Tenencia de la corporación, por segunda vez, entre 1900 y 1907 –recuérdese que el Hermano Mayor-Presidente era por estatutos el rey– Don Rafael Halcón, Conde de Peñaflor. Y dos fueron las acciones perdurables llevadas a cabo: la primera tenía como objetivo el de «mejorar las condiciones de la clase obrera», y consistió en la construcción en Triana de una Cocina económica, con escuela adjunta para párvulos, niños y niñas, que habrían de ser regidas por las Hijas de la Caridad de San Vicente y puestas bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, patrona de los Maestrantes. La primera piedra de esta obra, que empezó enseguida a realizarse en la calle Pagés del Corro, se puso el 16 de mayo de 1902, víspera de la jura del monarca, “hallándose el solar totalmente alfombrado y adornado con banderas, plantas y flores», y habiéndose preparado un altar «con servicio de plata y rico frontal del que pendían los escudos de la Corporación bordados en oro» junto al estrado para las autoridades, que asistieron todas, tanto civiles, como religiosas y militares, a excepción del Arzobispo y el Capitán General, que estaban en Madrid para asistir a la jura, los cuales dejaron representación. También se había instalado, «a conveniente distancia, una soberbia tienda de campaña donde estaba colocado en amplia mesa el buffet con que la Real Maestranza obsequiaba a sus invitados”. En ella se brindó con champagne por el reinado que iba a iniciarse, luego de varios discursos en uno de los cuales el Rector de la Universidad, señor Laraña, destacó que «la Nobleza Sevillana, en actos como el presente, hacía cuanto estaba de su parte para resolver el problema social, procurando alimento a los pobres y llevando al corazón de los niños la enseñanza de nuestra bendita religión, muy al contrario de lo que otros elementos, por caminos diametralmente opuestos y peligrosos, intentaban». Un discurso, como se ve, no cimentado precisamente en el análisis riguroso de la ya por entonces llamada «cuestión social», como sería obligado en la máxima autoridad académica universitaria.

 

                        La otra obra que emprendieron a sus expensas los Maestrantes fue precisamente la reconstrucción de la capilla de la Hermandad. En su intervención en el acto antes citado, el Conde de Peñaflor se refirió explícitamente a ello con las siguientes palabras: «Entre las preclaras virtudes de S. M. la Reina, ocupan lugar preferente su piedad cristiana y su inagotable caridad, por lo que, inspirándose en ellas, esta Real Maestranza, que tan adicta es a sus Reyes como amante de Sevilla, ha acordado, para solemnizar y conmemorar la mayor edad y jura de S. M. el Rey Don Alfonso XIII, realizar dos actos que han sido del agrado de S. M. la Reina y de su Augusto Hijo, nuestro Hermano Mayor, porque con uno se ha evitado la desaparición de un templo tradicional de esta ciudad, y el otro ha de ser muy beneficioso para los pobres de este populoso y simpático barrio de Triana» . Se refería, respecto a la primera de dichas acciones, como agregó a continuación, a «la reedificación de la ruinosa capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, cuya Hermandad siempre mereció la protección de esta Real Maestranza».

 

                        Veinte mil pesetas, que no era menguada cantidad para la época, gastó la Maestranza en la capilla –y unas 275.000 en la Cocina y Escuelas–. Una gran placa de mármol a la entrada de ella, en uno de sus muros, recordaba hasta comienzos de los años sesenta esta reedificación «para celebrar la mayoría de edad y jura de Su Majestad Don Alfonso XIII», en 1902, llevada a cabo por la Real Maestranza. Fue por ese motivo que el Domingo de Ramos de dicho año la cofradía hubo de salir de la parroquia, por estar realizándose las obras. Estas consistieron, sobre todo, en la realización de una nueva techumbre, que ahora no se cubre de tejas. El nivel del suelo permaneció como anteriormente, más de medio metro por debajo del nivel que ya entonces tenía la calle Recaredo, como también ocurría a los edificios contiguos. La fachada no sabemos si permaneció también como hasta entonces o fue reconstruida de nuevo, en estilo neo mudéjar, con arco ligeramente apuntado, espadaña de una campana y toda ella de ladrillo visto, recordando un tanto las formas constructivas del templete de la Cruz del Campo. Como no conocemos dibujos o fotografías de antes de 1902, aunque quizá pueda haberlos, no podemos afirmar si la fachada se hizo de nuevo –como ocurrió cuando la reconstrucción de 1964– o si solamente fue objeto de reparaciones.

 

                        Ese mismo año 1902 fue especialmente animada la Velada de los tres primeros de Agosto, para festejar las obras de la Capilla. Cinco eran las Veladas que se hacían en Sevilla en los años finales del XIX y primeros del XX: eran las de San Juan y San Pedro, Santiago y Santa Ana, San Bernardo, Nuestra Señora del Carmen, y la de los Ángeles».