Cap. III. La Fiesta de Nuestra Señora. La creciente solemnidad de la fiesta de Agosto y el Jubileo

                         Para la hermandad, la fiesta más importante del año, incluso por encima del Viernes Santo, era, sin duda, la del 2 de Agosto, día de la Virgen de los Ángeles. A lo largo del siglo, como veremos, la solemnidad y brillantez de la fiesta se hizo cada vez mayor, tanto en lo correspondiente a su faceta litúrgica como a otros actos no religiosos.

                        En los dos primeros tercios del siglo, las celebraciones se centraban en el día 2, en que tenían lugar los actos religiosos, y en la tarde de su víspera, dedicada sobre todo a festejos profanos. A partir de 1767, en que el cardenal Solís concediera a la Capilla el Jubileo Circular, la fiesta se extendió a los tres primeros días de agosto.

                        Los preparativos comenzaban semanas antes con el cabildo convocado al efecto. En él se ratificaba ritualmente la celebración de la fiesta y se instaba a los hermanos a efectuar demandas para obtener los fondos necesarios. Un ejemplo de dichos cabildos podría ser el del año 39. Su acta dice lo siguiente: «En la ciudad de Sevilla, en 28 de junio de 1739 años, habiendose juntado los hermanos de la cofradía de Nuestra Madre y Señora de los Ángeles, siendo llamados por cédulas, en su Sala de Cabildo (sita en la Capilla, collación del Sr. San Roque) como lo han de uso y costumbre, y sentados así oficiales y hermanos en sus asientos, y guardando todo el orden que demanda la Regla, se determinó por Cabildo el que se hiciese y se celebrase la fiesta de Nuestra Madre y Señora, como se ha ejecutado todos los años, y con la solemnidad acostumbrada, y para ello se dedicaran a pedir continuamente las demandas los dichos hermanos, para dicha fiesta. Y para la función de la corrida con la Real Maestranza fueron nombrados por dichos hermanos, para diputados de dicha corrida, los hermanos Salvador de la Cruz, Francisco Antonio de Herrera y José Nolasco, los que han de pasar a dar la noticia al Señor Hermano Mayor de dicha Real Maestranza para dicha corrida.. Y todo lo cual se hizo y ejecutó por dicho Cabildo y hermanos canónicamente, sin haber discusión alguna, de que doy fe como escribano de dicha cofradía. Y se me mandó lo firmase por dicho Cabildo, en dicho mes, día y año. Carlos Luis de la Cerda, Secretario».

                        Otros años, se explicita más la necesidad de conseguir limosnas «para que se haga la fiesta, por estar la hermandad algo atrasada» (año 43) o «por no haber caudal en la Hermandad» (años 47 ó 76), o se establece «que se haga la función como es costumbre, procurando en todo el mayor esmero y cuidado para el aseo, decencia y culto de nuestro Padre Dios» (año 85). No sólo se insta a que los hermanos pidan sus demandas los días anteriores al 2 de Agosto sino también durante la fiesta misma, tanto en la Capilla como en la calle. El monto de las limosnas se corresponde con el estado más o menos entusiasta de los cofrades y con la influencia de estos sobre personas e instituciones importantes de la ciudad. Así, por ejemplo, en 1726 se recogen «45 reales y un cuartillo de vellón de la demanda del día de la fiesta de Nuestra Señora», a los que se añaden otros «40 y medio reales de otras demandas, una entrada y un resto que se me entregó el día de Nuestra Señora en la noche» . Y al año siguiente, se recogen 61 reales y tres cuartillos más 90 reales «que dio un hermano de devoción» (un bienhechor blanco).

                        El auge de la hermandad a partir de los años treinta se deja sentir en la recaudación. En 1731, el cargo de la fiesta asciende ya a 213 reales y 2 maravedises: el mayordomo recibe «del fiscal y la Hermandad» 88 reales y medio por las demandas de los días anteriores, 7 reales y dos maravedises «de la demanda de la calle, la víspera», 29 y medio «de la demanda de la mesa y de la calle el día de Nuestra Señora, por la mañana» y 78 de la tarde. En 1735, ya con Salvador de la Cruz en la mayordomía, se recogen 262 reales; 80 recibidos del hermano fiscal de las demandas de días anteriores, 70 «de demandas de la víspera y día de Nuestra Señora», 100 «de la Sra. Da. Teresa Viveros» y 12 «de un devoto» . En el año 43 se juntaron 279 reales y 18 maravedises «de las demandas de los hermanos, como consta de una memoria» ; y en el 44 se consigue la mayor cantidad por demandas, 357 reales: 259 antes de la fiesta, 56 en la mañana del día 2 y 42 en su tarde.

                        En el resto de la década de los cuarenta, en los cincuenta y los sesenta se mantienen lo conseguido en limosnas alrededor de los 300 reales. Así, en 1768 se obtienen 109 reales y 18 maravedises «en varias demandas que pidieron los hermanos por las calles y sitios públicos», 37 «de otra demanda de nuestro hermano Manuel Monsalve», 117 reales y 16 maravedises «en el plato de limosnas sueltas en la tarde y mañana del día 2 y en el día 1 y 3″ y 34 reales «de los gansos que se vendieron» (luego de realizada la corrida el día de la víspera) lo que hace un total de 298 reales.

                        El año 75 es la primera fiesta de la Virgen sin la presencia de Salvador de la Cruz. Pero este sigue ejerciendo su influencia moral y a los varios Memoriales de petición de limosnas que la hermandad dirige a personas e instituciones de la ciudad, algunas de estas responden con limosnas que cubren los gastos de la fiesta e incluso a veces hacen posible, durante una década, que la cofradía mantenga el nivel alcanzado en vida de aquel. Así, dicho año se reciben 30 escudos (330 reales) «por limosna del Ilmo. Dean y Cabildo de esta Santa Iglesia, por una vez a esta Hermandad, en virtud de Memorial que se le presentó» y 75 reales «por limosna del Sr. Duque de Medinaceli», además de 113 reales y 20 maravedises «de las demandas que juntaron los hermanos», 29 reales de lo que se juntó en la mesa el 1 de agosto, más 44 del día 2 y 15 del día 3, produciendo la venta de los cinco gansos muertos otros 21 reales, lo que elevó la cantidad a más de 627 reales.

                        Las limosnas de algunas instituciones no se restringieron al año 76 sino que continuaron durante algún tiempo, aunque con oscilaciones en la cantidad, agregándose otras en años y ocasiones puntuales. Así, la aportación del Cabildo Eclesiástico se mantuvo hasta casi finales de siglo, siendo unos años de 200 reales y otros de 150 o 100. Los Arzobispos, Hermanos Mayores de la cofradía, o sus representantes, también realizan aportaciones algunos años: en 1784, se reciben 300 reales de «limosna que dio el Sr. D. Tomás Baltasar de Morales, cuando tomó posesión de Presidente de esta hermandad, por nombramiento de esta, en virtud de facultad del Exmo. Sr. Don Alonso Marcos de Llanes y Argüelles, Dignísimo Arzobispo de esta Ciudad y nuestro Benignísimo Hermano Mayor» ; en 1787 es el propio Arzobispo quien concede 200 reales, cantidad que mantienen tanto él como su sucesor durante varios años, sustituyéndolos a veces por aportaciones en cera, como hace en 1800 el cardenal de Borbón, asignando a la hermandad 40 libras por un valor de 560 reales. En 1788 el Rector del Colegio de San Miguel contribuye también con 100 reales, y la Real Maestranza, cuando por algún motivo suspende las corridas de gansos, aporta siempre 300 reales; aunque esto último no es propiciado por la hermandad, que prefiere la realización de dichas corridas por ser el acto más popular de la fiesta y suponer, como ya analizamos, un ritual de inversión simbólica de la relación entre negros pobres y blancos nobles.

                        Las limosnas obtenidas directamente en las demandas públicas de los hermanos y en la mesa instalada en la capilla los tres días de la fiesta y Jubileo descienden de forma gradual pero inexorablemente. De los 206 reales obtenidos el año 75, se pasa a 184 en 1784, a 169 en 1787, a 127 en el 88, a 110 en el 92 y a 82 en 1801. La hermandad, cada año más reducida en el número de sus cofrades negros, es cada vez más dependiente de la protección de sus bienhechores blancos. Y esto es también válido para la fiesta de Nuestra Señora.

                        A comienzos del siglo, como ya señalamos, la fiesta se celebraba el día 2 y la tarde la víspera. En esta tenía lugar, en la explanada delante de la capilla, la carrera de gansos que ya describimos, en su desarrollo y significación, al tratar de las relaciones entre la hermandad y la Real Maestranza de Caballería. La puerta de la capilla se sombreaba, a la vez que solemnizaba, con un gran toldo, que en la época, al igual que ahora sigue siendo usual en Sevilla, es denominado «la vela», la cual se alquilaba precisamente en el río. Su mención aparece por primera vez en 1729, costando su alquiler y porte 18 reales, que se convierten en 20 y tres cuartillos en 1731 y en 48 en el año 67. Al final de esta época se continuaba poniendo: en 1799 su alquiler supuso 64 reales, pagados a José de la Torre; en 1803, 60, conjuntamente con el alquiler de «7 paños de corte», pagándose en 1809, por el «alquiler de dos velas para el tinglado» 50 reales, más otros 6 por las «trallas para poner la vela» .

                        A partir de este año 67, la fiesta se extiende a los tres primeros días de Agosto, por la concesión del Jubileo por el cardenal Solís, como también vimos. Entonces la vela se quita cada noche o se ponen personas de guardia para su custodia, a las que se gratifica. Terminada la carrera de gansos, había repique de vísperas y sesión de fuegos, a los que eran muy aficionados tanto los negros como los blancos de estratos populares. En el libro de cuentas de la fiesta figuran los gastos de la hermandad en ellos: así, en 1700 se anotan 37 reales, más otros 3 «de un haz de leña para los fuegos» ; en 1715,«al cohetero, 48 reales» ; en 1726, 50 reales «de los fuegos de la víspera y día de Nuestra Señora» ; en 1735, «al cohetero, por los fuegos, 36 reales» ; en 1767, «30 de los fuegos en los tres días» y en 1769 «de los fuegos y quince ruedas, 45» . La sesión pirotécnica se complementaba, además, en las primeras décadas del siglo, con la música de chirimías y ministriles: en 1700 se dedican a ello 7 reales y medio, cantidad que gradualmente se eleva, alcanzando los 15 en el año 26. A partir del año 70 ya no hay partidas destinadas a fuegos y cohetería: muy posiblemente, la hermandad se vería presionada a suspenderlos ante los obstáculos y «sugerencias» de las autoridades ilustradas, tanto civiles como eclesiásticas, que no considerarían muy adecuada la mezcla festiva de elementos litúrgicos y profanos.

                        Para la fiesta, muchos años la Capilla se limpia y blanquea con «cal de Morón», como se refleja en las correspondientes partidas de compra de materiales y pago «al enjalbegador» o «blanqueador». Pocos días antes del final de Julio, se procede siempre a «colgar la Capilla y aderezar los altares», alquilando para ello colgaduras («paños de corte») y a veces también cornucopias, y trayendo «las alhajas» –objetos de plata– y otros enseres valiosos de la hermandad desde las casas de la Camarera y otros bienhechores donde se encuentran generalmente depositados. Todos los años, un capítulo significativo es el pago «a los mozos, de los acarreos a la Capilla y volverlos a sus casas», que, por ejemplo, en 1725 ascendió a 30 reales. Otras veces, se utiliza el nombre genérico de costaleros, en lugar del de mozos, para aludir a quienes se dedican a la carga y realización de portes, al igual que vimos ocurría en el siglo anterior: así, por ejemplo, en 1729 se anota un gasto de 29 reales «de los costaleros que asistieron para traer y llevar, para la fiesta de Nuestra Señora», o en 1769 otro de 24«a los costaleros, de los mandados de traer y volver». También se paga «al colgador», o «a los que colgaron la iglesia», por su trabajo: en 1700, 10 reales; en 1725, 24 y medio; y en 1769, 33; por poner sólo varios ejemplos.

                        Al igual que para la estación del Viernes Santo, la Virgen era vestida con sus mejores galas para su Fiesta. A veces, esta labor era realizada por la Camarera, auxiliada por alguna hermana –como se refleja, por ejemplo, en la anotación de gastos del año 31, en que constan 6 y medio reales «del dulce para la Sra. Camarera cuando se vestía la Imagen», pero otras, tanto en la primera mitad del siglo como ya asiduamente en la segunda, era realizada por un especialista, al que se pagaba por ello, al igual que ocurría en Semana Santa. El pago al vestidor de la Imagen –que en 1720 era un tal Francisco Marcelo, y décadas más tarde Don Antonio — está documentado muchos años, gratificándosele generalmente con 8 reales. También algunos veces se aprovechaban las fechas anteriores a la Fiesta para «componer las tocas y toalla de Nuestra Señora», pagándose por ello «a la beata» que realizaba el trabajo, como consta, entre otros años, en 1725, que se pagaron 23 reales y en 1731, que fueron 18 y tres cuartillos.

                        La parte litúrgica de la Fiesta cambió grandemente en 1767, primer año del Jubileo de los tres días. Por ello, conviene distinguir dos etapas. En la primera de ellas, todos los actos religiosos se concentran en el día 2, en mañana y tarde. Son altos los «Derechos parroquiales» que la hermandad ha de pagar. En 1715 ascienden ya a 120 reales, siendo el capítulo más importante de la data, si bien se mantiene esta cantidad con pocas variaciones a lo largo de todo el siglo. La solemnidad de los cultos se refleja en la pormenorización de este gasto, que en dicho año 1715 fue como sigue:

 Repique en la víspera y día de Nuestra Señora, al Sochantre.. 12 reales Día 2 por la mañana.

            Derechos de asistencia de la parroquia…….. 18 reales

            Capa del Preste………. 8 reales

            Oficio del Sochantre………………….. 8 reales

            Convite…. 6 reales

            Incensario………………… 4 reales

            Mozos de coro………….. 3 reales

            Seis acompañantes (entra el menor)………….. 18 reales

            Vestuarios……………….. 4 reales

            Dos capas………………….. 4 reales

 Día 2 por la tarde.

            Al Beneficio……………. 14 reales

            Sochantre……………….. 7 1/2 reales

            Menor…… 3 1/2 reales

            Mozos de coro………… 2 reales

            Cuatro clérigos (no entra el menor)………….. 8 reales

                        Lo que hace un total de 120 reales.

                         Durante el día de la Virgen se decían varias misas: hasta los años 30 eran dos, la Misa solemne y la misa de postre –pagándose un estipendio de 3 reales por cada una de ellas–, pero luego aumentó espectacularmente su número, siendo ya 17 en 1743 –por un valor de 53 reales– y muchas más cuando la fiesta se extendió los tres días, como veremos. En la Misa solemne actuaba un predicador de fama, generalmente un fraile, al que ya en 1700 se le gratificaba por su sermón con 60 reales, cantidad que se mantiene sin apenas cambios a lo largo de todo el siglo. Desde los años 30, una diputación de la cofradía lo recogía en carroza, en ella llegaba a la capilla y en ella regresaba a su convento o residencia. Cuatro reales –a veces cinco– gastaba la hermandad en pagar al cochero, y una cantidad semejante, y a veces algo mayor, en «bizcochos y vino para el Predicador».

                         La música era otro componente fundamental en los cultos. Ya en 1700 se gastan en ella 75 reales, y, aunque la cantidad oscila mucho de un año a otro, siempre es uno de los capítulos más atendidos. Así, en 1729 se pagan 22 reales y medio «a la música», más otro medio real «al costalero para llevar los instrumentos», más el gasto «del desayuno de los músicos» . En 1735, «a la música del violón, por mañana y tarde» se pagan 22 reales y medio, más otros 7 y medio «a los tambores, por su trabajo» y 40 «de la música de la misa mayor» . Y en 1744 constan 22 reales y 16 maravedises «de la música, por todo el día», más 4 «del desayuno para los músicos» y otros 32 «de la música para la fiesta», por poner tan sólo unos pocos ejemplos.

                        Por otra parte, como demuestran las muy detalladas cuentas que se conservan, junto a los capítulos más importantes figuran un gran número de pequeños partidas de «vino para las misas», «hostias», «incienso», «aceite para las lámparas», «clavos y tachuelas», «alfileres, hilo y agujas», «estampas», «juncia», «jabón», «aljofifas», «escobas» y otros gastos menores, así como de «refrescos», «desayunos» o «cenas» «a los que trabajaron la víspera de Nuestra Señora», «a los que trabajaron el día de Ntra. Sra. en la noche, del desayuno la víspera», «del refresco el día de Ntra. Sra. en la noche», «a los que trabajaron el día después de Ntra. Sra.» o cuando «se acabó de portear todo».

                        Es significativo que la mayoría de los años de esta primera etapa del siglo no figure en las cuentas de la Fiesta el gasto de cera: esta se compraba o alquilaba, usualmente, para la Semana Santa cuando la hermandad hacía estación y se aprovechaba para el día de la Virgen, o bien se guardaba de una ocasión para otra, sin ponerla nueva. En el último tercio del siglo ya aparece en 1768 que «el culto de la cera de nuestra fiesta y Jubileo lo pagó nuestro Hermano Mayor perpetuo», es decir el Cardenal Solís, pero es desde los años ochenta cuando consta generalmente esta partida en las cuentas de la Fiesta de Agosto, por no salir la cofradía –recordemos que la última estación se realiza en el 86–. Así, en 1784 se pagaron 750 reales «a Don Manuel Suárez de Vargas, a cuenta de cera», en el 85 se compraron «ciento y media libras de cera en amarillo, que había tenido ocasión de comprar a 8 reales de vellón, y que la había mandado beneficiar en velas de diferentes tamaños» ; en 1787 fueron gastados «359 reales y 24 meravedises por 34 y media libras de cera», en 1788 «por renuevo de seis cirios 378 reales» y otros 88 de «ocho libras de cera, a once reales» ; y en 1800, «por 38 libras de cera para consumo del Jubileo, a 10 reales, 494 reales», cediéndose otras siete libras, de las 40 que había donado el Arzobispo, con un valor de 91 reales, a la Congregación de Mujeres, que seguía teniendo a su cargo los principales gastos del último día de Jubileo.

                        A partir de 1767, como sabemos, la Fiesta de Nuestra Señora se hace aún más solemne al agregarse a esta el Jubileo de las Cuarenta Horas los días 1, 2 y 3 de Agosto. En dicho año, además, fue el propio Cardenal Solís quien costeó «los días del Beneficio de la Iglesia, en Fiesta, Jubileo, Sermón y refresco» –para agradecer lo cual la hermandad envió «un ramillete para Su Eminencia», que costó 60 reales–. Se mantiene, con toda su solemnidad, la misa mayor pero se multiplica espectacularmente el número de misas rezadas durante los tres días. Así, en 1768 se dijeron nada menos que un total de 86 misas –que a 3 reales cada una supusieron un gasto de 258 reales–, al año siguiente 80 y, aunque nunca se volvió a alcanzar esta cifra, continuó siendo su número muy alto, incluso en la última década del siglo y primera del Ochocientos, cuando la hermandad se encontraba ya en franco declive y con grandes problemas económicos. Así, en 1788 se celebran 24 misas en los dos primeros días y hemos de estimar que otras 10 ó 12 el tercero, que no constan en los libros de cuentas de la hermandad porque los cultos del último día del Jubileo eran costeados por la Congregación de Mujeres. En 1792, se dicen 32 misas el día 1 y 2, número que incluso se eleva a 42 en 1800, con un costo de 172 reales (a cuatro reales cada una, menos las últimas de cada día que eran a seis).

                        Las músicas también incrementan su importancia en el último tercio del siglo. En el año 67, primero del Jubileo, y para festejar la concesión de este, se gastan en ellas hasta 228 reales –una cantidad inusitadamente alta–, en las siguientes partidas: «del concierto de música, ocho hombres 80 reales», «de los demás días y almuerzos, 118» . También sabemos que tocaron «los clarineros de la ciudad» y las «trompas», pagándoseles 30 reales y dos más del refresco . Al año siguiente se anotan 107 reales y 16 maravedises «de la música el día 2 y por tres instrumentos todos los 3 días», además de otros 18 por «desayuno de músicos los tres días» . Y en el 69 se pagan 85 reales y 17 maravedises «a Escalona y compañeros músicos, por los 3 días de Jubileo, con los desayunos» y 40 «a la música, el día de Nuestra Señora por la mañana» . En los años siguientes, si bien el gasto desciende un poco, siempre se mantiene entre los 80 y los 90 reales, cantidad a la que hay que añadir el costo de los clarineros, tambores y pitos o de la música militar que acompaña a la procesión que se celebra al concluir el tercer día de Jubileo, con el Santísimo Sacramento bajo palio, finalizando en la parroquia, que suponía otros 40 reales. A dicha procesión asistía siempre la Ilustre Hermandad del Santísimo del Señor San Roque, con la que los morenos tenían muy estrechos vínculos, como ya vimos. Al final del periodo, el capítulo de las músicas siempre se mantiene, a pesar de las restricciones en otros: en 1803, por ejemplo, la «música de la Misa Mayor» costó 35 reales, y la del «entrenimiento los dos primeros días» 48, manteniéndose en 40 el costo de la militar para la procesión del último día: era la «música de la tambora» .

                        En otros capítulos estimados como más secundarios sí se procura hacer ahorros desde los años 80, dados los creciente problemas económicos de la hermandad. Así, en 1786 se resuelve, en cabildo de 29 de junio, que «la función de Nuestra Madre se haga en los mismos términos que en años anteriores y que se adorne la Capilla con la posible decencia, pero que no se pongan cornucopias y espejos sino los que sean muy precisos» . Y en 1789 se insiste en ello, ampliándose la restricción a la cera y otros adornos, poniendo como excusa para el recorte del gasto las pequeñas dimensiones de la Capilla: así, se acuerda que los días del Jubileo haya «el menos número de luces que se pueda, por ser la Capilla tan ahogada, y que no se coloquen en ella cornucopias ni ramos combustibles» . Pero se siguen alquilando enseres, entre ellos los «paños de corte» y la vela, como vimos anteriormente.

                         De todos modos, la Fiesta de Nuestra Señora, con el Jubileo en torno al día 2 de Agosto, continuó manteniendo gran parte de su esplendor, aunque crecientemente los Maestrantes sustituyen varios años la carrera de gansos por la limosna de 300 reales, como ocurrió, entre otros, los años 93, 97, 98 y 99. El número de misas, por el contrario, permanece muy alto: en 1797 se celebraron 24 entre el primero y el segundo día; en 1798 fueron 29; en 1804, 41 en dichos dos primeros días, pagándose por ellas un total de 211 reales; en1806, 33 en los mismos dos días, a 5 reales cada una, a excepción de las últimas de cada jornada, cuyo estipendio fue de 8; y al año siguiente 18 el primer día y 6 el segundo –en este, una ascendió a 10 reales, otra a 8 y el resto a 6–, no constando ningún año en los libros de la hermandad el número y costo de las del tercer día por correr a cargo de la Congregación del Rosario de Mujeres. La procesión del último día continuaba, asimismo, con gran solemnidad y la presencia de música militar. En el año 1806, que fue el último en que se celebraron las carreras de gansos, constan, entre otros gastos, 55 reales «por el alquiler de velas para el toldo y su conducción», otros 8 «al muchacho, por repicar»,16 «a un hombre, de guarda de noche» y 7 más de «agasajo a los mozos» . La presencia de la música, tanto dentro de la capilla como en la procesión con Su Divina Majestad el último día de Jubileo, también continuó siendo importante, ascendiendo el gasto en ella, dicho año, a 83 reales, pagados «a Don Juan Alvarez, por la Música los dos primeros días del Jubileo», más otros 40 «a la Música Militar, por su asistencia a la procesión».

                        Como veremos en el capítulo dedicado al siglo XIX, la Fiesta de la Virgen de los Ángeles, con el Jubileo que la hermandad consiguió no perder, continuaría siendo el principal acontecimiento anual en la vida de la hermandad en la larga etapa de suspensión continuada de la salida del Viernes Santo, que se extendió de 1786 a 1849. Durante ese periodo, la Fiesta de Agosto siguió realizándose, en medio de las adversidades y dificultades económicas, gracias al empeño e incluso sacrificio de unos cuantos cofrades. Ello supuso que no hubiera discontinuidad alguna en la celebración.