Cap. I. La Primera advocación de Ntra. Señora de los Reyes
La primera Regla conocida de la hermandad, que data de 1554, estaba encabezada, ya a finales del XVIII, en tiempos de Ricardo White, con el siguiente título que este recoge en su síntesis histórica: «Comienza la Regla de la Hermandad y Cofradía de la Piedad y Nuestra Señora de los Ángeles“. Las mismas advocaciones, aunque algo trastocadas, aparecen en el año 1651, en el Libro de Cuentas, al anotarse una partida de gastos «de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y los Ángeles«, aunque ello constituye excepción, ya que en todos los demás lugares el título que siempre figura, desde los primeros Libros que se conservan, que son de la primera mitad del XVII, hasta que aparece por primera vez el nombre del Cristo de la Fundación, ya en el siglo XVIII, es el de Hermandad y/o Cofradía de Nuestra Señora de los Ángeles.
De todas formas, puede afirmarse que la primitiva advocación bajo la que estuvieron el Hospital y la hermandad fue la de Nuestra Señora de los Reyes. La mayoría de los cronistas e historiadores que se han interesado, en distintas épocas, por la cofradía citan este título y también, ocasionalmente, el de Nuestra Señora de la Estrella o Nuestra Señora de Gracia, pero estas advocaciones no están suficientemente documentadas. La realidad debió ser que, tras una primera época de denominarse «de los Reyes» pasó a titularse «de los Ángeles», si bien en el interior de las Reglas conservadas el título de la Virgen es un tercero: «de la Piedad». Tratemos de despejar esta aparente confusión de advocaciones.
Podría parecer un tanto extraño, o poco explicable, el que los negros tomaran como primitiva titular a la Virgen de los Reyes. Como es sabido, en Sevilla esta advocación data de los primeros tiempos de la conquista castellana y la imagen gótica sedente de ese título preside desde su inauguración la Capilla Real de la Catedral –siendo hoy Patrona de la Archidiócesis y de la Ciudad–. Otra imagen gemela recibe culto en la antigua Colegial del Salvador aunque con el nombre de Virgen de las Aguas. Y quizá menos conocido por algunos sea que otra imagen con el mismo título de Nuestra Señora de los Reyes y de la misma época y características de las dos anteriores, hoy en la parroquia de San Ildefonso, fue durante siglos titular de la desaparecida Hermandad de los Sastres.
En estos casos, la advocación considera a María como Reina de los Reyes: de ahí la estrecha relación del monarca Fernando III y de muchos de sus sucesores, primero en la Corona de Castilla y luego en el reino de España, con la imagen de la Virgen de los Reyes de la Capilla Real sevillana. ¿Por qué fue adoptado este mismo título para el Hospital y la hermandad de los negros sevillanos?
Ninguno de los cronistas e historiadores que hemos consultado dicen nada al respecto ni hemos encontrado referencias directas sobre el tema, pero el estudio de otras hermandades de negros, tanto en Andalucía como en la América colonial española, y los testimonios indirectos permiten afirmar, en este caso sin ninguna duda, que la titular primitiva de la hermandad de los negros sevillanos fue Nuestra Señora de los Reyes … pero no de los reyes que reinan, de los reyes poderosos, en cuya iconografía los atributos centrales son la corona y la espada, sino de los Santos Reyes: de los Reyes Magos. Y contra lo que algunos pudieran suponer, la hermandad sevillana no era en esto un caso único, ya que la misma advocación, con similar significado, la encontramos en otras hermandades de negros en Jerez de la Frontera, Jaén o Lima. Prácticamente todas las hermandades de morenos tienen esta advocación o la del Rosario (casos de Triana, a la que más tarde habremos de referirnos, Huelva, El Puerto de Santa María y otra hermandad limeña). Y a algunas se añadiría como titular, tras su beatificación en el siglo XVII, el moreno franciscano Benedicto de Palermo.
Conviene tener presente que la iconografía actual de los tres Reyes Magos, siendo uno de ellos de raza negra, se establece y consolida en la Baja Edad Media, paralelamente al crecimiento del número de esclavos de dicha raza en Europa. En algunos lugares, el rey negro fue Melchor, en otros Baltasar o Gaspar, adoptando los negros como protector y patrono al que en cada caso era definido como perteneciente a su etnia. Con la adjudicación a cada uno de los tres reyes de las características de cada una de las tres razas conocidas: blanca, negra y amarilla –europeos, africanos y asiáticos–, y de cada una de las tres edades –al estar representados, respectivamente, un viejo de barba blanca, un hombre adulto barbinegro y un joven barbilampiño–, se venía a simbolizar que la humanidad toda, encarnada en aquellas tres figuras, había adorado al Niño-Dios en Belén y ahora debía volver a hacerlo, practicando todos la única religión verdadera por encima de las diferencias raciales y haciendo abstracción de sus muy diferentes y asimétricas posiciones en la sociedad. (Nadie pensó que esta simbolización dejaba fuera a más de la mitad de la humanidad. Las mujeres, entonces al igual que hoy todavía para muchos, constituían algo así como la cara oculta de la luna; su existencia era evidente para todos pero sucede tal como si fueran invisibles: no son relevantes en el plano público, se considera que su papel es la pasividad y, por ello, no se necesita simbolizarlas).
La identificación de los negros con un Santo Rey Mago fue propiciada por la Iglesia como uno de los medios de facilitar la integración de los africanos en la fe cristiana. Y la advocación de Nuestra Señora de los Reyes (Magos) compendiaba en María a todas las razas humanas que, a través de Ella, se convertían en sostenedores de Jesús-Niño. No han llegado hasta nosotros noticias sobre la iconografía de la Virgen de los Reyes de los morenos sevillanos, pero es evidente que, como su hospital y hermandad, debió servir de modelo para las otras hermandades de negros que surgieron tras ella en Andalucía con el mismo nombre. Sí conocemos los datos de la imagen de la cofradía de Jaén, mucho más tardía que aquella, ya que fue fundada en 1600: era «una imagen grande de vestir, con sus manos movibles, que sostenían un Niño de talla, la cual había costado 125 reales el año de 1601 en que se hizo. Llevaba la Virgen una corona dorada y una saya grande de primavera (tejido de seda o brocado matizado con flores de diversos colores) verde y dorada con guarnición fina de oro y aforro de tafetán, armada por la parte del cuello con un papelón. A los lados, y bajo una estrella de plata que costó cuatro reales, estaban las efigies de los tres Reyes con los vestidos que entonces se hicieron y sus correspondientes espadas y botes dorados que llevaban en las manos”.
Como vemos, la iconografía simboliza la fraternidad de las razas en torno a la Virgen-Madre de Dios: un motivo que se repetiría en México, bajo el manto de la Virgen de Guadalupe –sustituyendo los tres Reyes por los tres Juanes, indio, mestizo y blanco– o en Cuba bajo la protección de la Caridad del Cobre –con los también tres Juanes, ahora pescadores, negro, mulato y blanco–, por poner sólo otros dos conocidos ejemplos dentro de la tradición cultural ibérica. Ejemplos que, como la propia existencia de hermandades de negros en la península y de indios y también de negros en la América virreynal –siempre sobre el modelo construido en la multiétnica sociedad sevillana– nos reflejan sociedades fuertemente jerarquizadas, con muy grandes discriminaciones sociales, claramente injustas y a veces muy crueles, pero que no pueden ser consideradas como racistas. El racismo, entendido en su correcta acepción, conceptualmente desligado de las diferencias socioeconómicas de clase, surgió en ellas mucho más tarde, bajo otras bases ideológicas distintas a las del cristianismo medieval y renacentista y del catolicismo barroco, y más cercanas a planteamientos puritano-calvinistas y racionalistas.
Por otra parte, el objetivo de «ofrecer un lugar» a los negros equivalente al de los blancos en el nivel ideológico al que pertenece la esfera religiosa, presentando como iguales en la devoción, en el derecho a adorar a Dios (al Dios cristiano) y en la protección de María a quienes representan –los tres Reyes Magos, los tres Juanes de México y de Cuba– a los colectivos étnicos que viven existencias sociales radicalmente diferentes y están sujetos a relaciones sociales y estructuras de poder claramente asimétricas, se cumple, al menos parcialmente, en el imaginario colectivo neutralizando la percepción de dichas desigualdades, o al menos de sus facetas más duras, y reforzando el consentimiento de los dominados, cuyo sufrimiento se sublima en la identificación con el símbolo de identificación común para todas las etnias, clases y sectores sociales.
Esta lectura iconográfica de los Reyes Magos se complementaba con el carácter lúdico que en toda la Europa medieval y renacentista tenía la festividad del 6 de Enero, para propiciar que dicho día fuera la fiesta principal de los negros, tantos esclavos como libres. No hay que olvidar que, como estudió en su momento Frazer, dicho día, en que la Iglesia celebra la Epifanía y la fiesta de Reyes, también mantuvo durante mucho tiempo, al menos en parte, su significación pre-cristiana de ser el día último –el doce– del periodo de augurios sobre los doce meses del año que se inicia con el solsticio de invierno, asimismo cristianizado mediante la Natividad. Por ello, en la tradición de muchos pueblos, es fecha lúdica importante en la que tienen lugar diversos rituales: aguinaldo, Santa Claus, Reyes Magos, cabañuelas…, y en la que ritualmente ocurre una puesta entre paréntesis, e incluso una inversión, del orden social dominante, mediante la suspensión momentánea de controles sociales y la puesta en práctica de una gran permisividad, al igual que ocurría en la Antigüedad clásica en la fiesta de las saturnales. En esta, los esclavos gozaban de una gran libertad –siempre dentro de determinados límites, claro está–, sin estar directamente sujetos a la autoridad de sus amos sino a la de un «rey» burlesco elegido entre ellos mismos. Durante el Medioevo europeo, en muchos lugares se elegía este día el «rey de bobos», y todavía en la Cuba de la segunda mitad del siglo pasado los negros elegían los «reyes» y «reinas» de sus cabildos, ocupaban la calle y se enfrascaban en sonoras y coloristas fiestas en la calle, donde el baile y los tambores eran elementos centrales. Como escribió Fernando Ortiz, el antropólogo cubano, «todas esas saturnales se fueron refundiendo en Cuba en la única que les fue lícita: en el Día de Reyes…, avivada por la costumbre de los aguinaldos anuales, propia de los blancos, en Cuba como en los países de su procedencia étnica. Máxime cuando los negros participaron siempre de las ceremonias públicas y festejos populares, conjuntamente con los blancos«.
Algo no muy diferente debía ocurrir en la Sevilla de los siglos XV y XVI aunque con mayor número de elementos rituales cristianos. El propio Leandro José de Flores, que escribe en 1817, recoge que «en tiempos antiguos parece que los Negros o hacían función o se juntaban a sus fiestas y danzas el día de los Reyes Magos“. Precisamente una de las funciones explícitas de los designados por el poder real como mayorales o alcaldes de negros y loros (mulatos), como fue el caso del famoso y ya citado Conde Negro , nombrado en 1475, era, además de entender «de los debates y pleitos y casamientos y otras cosas que entre ellos hubiere «, la de responsabilizarse y ordenar las fiestas que aquellos celebraran: «que non puedan facer, ni fagan los dichos Negros y Negras, y Loros y Loras, ningunas fiestas nin juzgados de entre ellos, salvo ante vos el dicho Juan de Valladolid Negro«.
Y existen, asimismo, diversos testimonios, sobre todo en entremeses y otras piezas literarias populares de los Siglos de Oro, de cómo los negros tocaban instrumentos y danzaban durante o en torno de algunas procesiones, incluida la del Corpus, a veces en el papel de diablitos; lo que no siempre debió ser visto con buenos ojos por las autoridades eclesiásticas tanto de la metrópoli como de las colonias. Así, por ejemplo, en 1609 Torquemada se lamenta de cómo se desarrolla en México la noche de Reyes. Por ese año, la ya citada cofradía jiennense de negros de Nuestra Señora de los Reyes realizaba en este día su fiesta principal, en la que, tras la misa solemne, con sermón a cargo de alguno de los más afamados predicadores y con orquesta de vihuelas y cantores, se procedía a realizar una danza ante las imágenes, para la cual «se alquilaban libreas de colores, cascabeles y sonajas y se daban seis reales al de la atambora, que acompañaba a las chirimías o ministriles de la iglesia Mayor. Al que guiaba la danza se le daban dos reales y a los danzantes se les obsequiaba con una colación o comida. Tras algunos pasos de danza en el interior del templo, salían las imágenes en procesión, precedidas de los danzantes y del estandarte de tafetán con sus cordones muy buenos. Junto a las andas iban los cofrades, para los que se hicieron doce arandelas con sus palos torneados y pintados, portadoras de sus respectivos codales encendidos. El prioste regía la procesión con su cetro dorado, al que ayudaban dos alcaldes con cetros negros. Detrás de la imagen seguían las trompetas para la vocación (convocación o llamamiento) y llevar el paso de la imagen hasta su regreso. Esta procesión se repetía igual el día del Corpus«.
La hermandad de los negros sevillanos debió cambiar su nombre, y el de su Hospital, no mucho antes de la mediación del siglo XVI, seguramente por pleito que puso contra ella la hermandad del gremio de los sastres, que tenía por titular a la Virgen de los Reyes, una imagen iconográficamente similar a la que recibe culto en la Capilla Real de la Catedral, como ya hemos señalado. Tampoco es de rechazar la posibilidad de que, desde el Arzobispado, se influyese para que la hermandad se distanciara de las fiestas callejeras del día de Reyes, que con la creciente entrada en la ciudad de negros bozales (venidos recientemente de África y por ello muy poco transculturados) adquirirían tintes cada vez más paganos en la forma de los bailes y en los excesos durante toda la celebración.
También en esta época, finales del siglo XV o primera mitad del XVI, debió surgir la dualidad de imágenes de la Virgen que durante mucho tiempo tuvo la cofradía: una imagen «de alegría» –que figura en todos los inventarios del siglo XVII junto a vestidos y otros enseres propios– y otra «de pasión«. La primera, sin duda la primitiva titular de la hermandad, respondería un tiempo a la advocación de Nuestra Señora de los Reyes, tomando el nombre de Nuestra Señora de los Ángeles, por los motivos ya expuestos, creemos que ya avanzado el Mil Quinientos. La segunda, la Virgen Dolorosa, debió incorporarse cuando la hermandad asumió también un carácter de cofradía de disciplinantes, y lo haría, posiblemente, con la advocación pasionista de Nuestra Señora de la Piedad, que es la que figura en el interior de la Regla de 1554, aunque ya en su primera trascripción dice «de la Piedad y Nuestra Señora de los Ángeles». El título «de la Piedad» debió permanecer poco tiempo, y en todo caso referirse exclusivamente a la imagen de pasión, siendo abandonado para unificarse las advocaciones de las dos imágenes en la de Nuestra Señora de los Ángeles. (Quizá no sería ajeno a este abandono de la primera advocación dolorosa el hecho de que igual denominación tenía la Virgen titular de la hermandad de los vizcaínos). De todos modos, un mismo nombre para una Virgen de alegría –hoy diríamos «de gloria»– y otra dolorosa de la misma corporación no es algo excepcional en la ciudad: ha sido, y sigue siendo, entre otros, el caso de la Virgen de la O, de la Virgen del Patrocinio o de la Virgen de la Hiniesta.